domingo, 22 de julio de 2018

La realidad y la ilusión de las élites peperas


La realidad y la ilusión

 

Casi parece fabuloso lo sucedido en el XIX congreso del PP. Unas primarias en el partido del dedazo. Un congreso de autosatisfacción. Ni una palabra sobre corrupción. Ideas peregrinas sobre lo que había pasado: la moción de censura fue una puñalada trapera de una coalición de perdedores. Sánchez entró por la puerta de atrás. Rajoy, en cambió, entró por la principal, se atribuyó el fin de ETA, se glorió de expulsar a Catalunya, votó al revés y se fue. Se enfrentaban dos candidatos sin nada, absolutamente nada que decir, aunque no que morder. Con razón renunciaron al debate en la tele. Hubiera sido una hora de espantoso ridículo. Los dos envueltos en la rojigualda hasta la escena de Mata-Hari con abanico. No son gente de ideas y tampoco de palabras ordenadas en oraciones más largas que meras órdenes. Nadie tampoco espera razones; nadie estaba allí por ideología sino para elegir al baranda siguiente, ganar las elecciones y seguir con el trajín de viva España y su saqueo. Dos muñecos, en realidad, dos autómatas, como los que imaginaron los cartesianos. El momento culminante del congreso fue la exhibición de quietud robótica, todos los autómatas puestos solemnemente en pie mientras sonaba el himno español, cuyas notas a punto estuvieron de arrancar lágrimas de emoción de Cospedal, prueba de que hasta los mecanismos vivientes de La Mettrie tienen sentimientos, patrióticos sentimientos. Fue un acto de símbolos secuestrados: la bandera hasta en la sopa, el himno, la identificación con la nación o, mejor dicho, la imposición de una idea de nación, todo al servicio de un partido orgulloso de su pasado de servicio a España que incluye sentencias individuales y colectivas condenándolo por saquearla. Ha resultado elegido Pablo Casado, alter ego o clon de Albert Rivera. Se cierra la renovación generacional, pero no aumenta ni una gota el caudal del discurso de la derecha. Casado es tan huero, pretencioso y trivial como Rivera. Si lo han elegido es porque gana al catalán en anticatalanismo. Sáenz de Santamaría fracasó en Catalunya. Le pasan el mando a Casado que promete organizar mejor Tabarnia como quinta columna del nacionalismo español. Porque hasta los más despistados del reino se han enterado ya de que Catalunya es una cuestión de Estado, de Estado español. Y por serlo, debe resolverse por cualquier medio, con la ley, la Constitución, los tribunales, el ejército de Cospedal, la policía nacional, la guardia civil, las cloacas del Estado, los medios de comunicación, lo que haga falta para extirpar el separatismo.

Parece real, ¿verdad? Pues es una ilusión. Ningún partido español -y menos estos de la derecha- tiene proyecto alguno para España como Estado. Excuso decir nación. Son cuatro partidos, sin duda representativos de las opiniones de los españoles, mal avenidos y solo coincidentes en un "no" a Catalunya. Como base para construir un diálogo parece escasa. Ninguno de ellos muestra siquiera ser capaz de comprender qué significa orientar la acción legislativa en una sociedad compleja y llena de desequilibrios, desigualdades y conflictos.

Del otro lado, Marta Pascal se retiró ayer, dejando vía libre a la confluencia de la Crida con el PDeCat. Pero esa confluencia habrá de analizarse con cuidado porque afecta a la autodefinición de la Crida como organización suprapartidista. Las confluencias de Podemos, salvadas diferencias ideológicas son interesantes experiencias. Un partido político que se integra como tal en una organización suprapartidista suena raro y, además, obliga a definirse a los otros miembros que no pertenecen al partido a recordarlo permanentemente. La confluencia puede darse también de otras maneras, como confluencia electoral, dando libertad de voto a los votantes (ça va de soi) y también a los militantes, permitiendo la doble militancia o cualquier otra forma que no dañe la imagen de la Crida como organización ajena a los partidos u organización de los que no tienen partido. Resta recordar que la Crida es una organización a término, como se dice en la administración, y una incorporación del PDeCat a la Crida lo obligaría a desaparecer con esta, salva acusación de felonía. Para completar el cuadro, lo primero que debe aclararse a satisfacción general es la posición del presidente Puigdemont. En su caso, la doble militancia debe quedar excluida en pro de la presidencia de la Crida. Igual que el PP se identifica con la monarquía española y es un partido, La Crida se identifica con la República Catalana y no puede ser ningún partido sino un movimiento ciudadano por la República Catalana. La coexistencia de la Crida con otros partidos con un estatuto distinto es perfectamente posible siempre y cuando aquella no parezca ser la pantalla de uno de ellos. Eso solo puede garantizarlo Puigdemont. Con hechos. 

Parece ilusión, ¿verdad? Pues es una realidad. Puigdemont, con la legitimidad que todo el mundo le reconoce, en libertad en Europa gracias a Llarena, organizará en breve el Consejo de la República con representación de todo el bloque independentista. Será el gobierno en el exilio, presidido por el presidente de la Crida, que no es un partido sino un movimiento de carácter instrumental y transitorio para proclamar la República Catalana. Innecesario decir que esto apunta a elecciones anticipadas inmediatas con las que se pretende que emerja esa República Catalana a los ojos del mundo. 

Ramón Cotarelo  

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