Ni la escuela ni la universidad privada han aportado nada al sistema educativo español. Bueno nada no, hay algo que sí han traído, la posibilidad de titularse en cualquier carrera sin cumplir con los mínimas exigencias de esfuerzo y capacidad exigibles
Desde que nací en 1960 hasta que cumplí quince años, ni un sólo día dejé de oír esa palabra maldita, su excelencia por aquí, su excelencia por allá, en los telediarios, en los partes radiofónicos, en los periódicos, en las fiestas, en las misas, su excelencia era como dios, salía en las monedas por su gracia y estaba en todas partes, presidía ayuntamientos, diputaciones, cofradías, equipos de fútbol, salones de lenocinio, bodas y bautizos, regatas, corridas de toros, un fenómeno, un colmado de maldades, felonías y mediocridades a quien todos llamaban su excelencia, todos menos unos cuantos, entre los que estaba mi padre, que se referían a él por su verdadero nombre: Su excremencia. Es por ello, Sr. Pedro Duque, que me cago en su excelencia, con toda rotundidad, con todo alborozo, con total satisfacción.
Académicamente, la palabra excelencia tomó nuevos aires cuando la ministra popular Pilar del Castillo y sus asesores quisieron hacer una ley de educación elitista, segregadora y clasista, una ley que reservase los estudios superiores para aquellas personas procedentes de buenas familias con posibles para financiar los estudios de sus hijos y asegurarse así un lugar en la Nomenclatura o en sus proximidades. Del Castillo no pudo, pero el absurdo y pegajoso Sr. Wert sí, y desde entonces hemos tenido que aguantar como los excelentes abrían las puertas a las universidades privadas donde se obtienen títulos según cuenta corriente y apenas existe la investigación científica. No sé quién le ha contado a usted, Sr. ministro, que la escuela privada va por delante de la pública, debe ser su experiencia personal en algún centro muy dotado para los idiomas y poco más, pero le habría bastado con comprobar los resultados de las últimas pruebas de selectividad para darse cuenta de que los resultados de los centros públicos, pese a contar con muchos menos medios, son muy superiores a los de los privados. No es una cosa que la diga yo porque se me ocurra, sino que son datos de su propio ministerio que usted, por el cargo que ocupa, debería conocer. Por otra parte, siendo usted excelente y ministro de Ciencia, Innovación y Universidades de un Gobierno socialista, no podía haber caído más bajo al alabar con desmesura, mal tino y nula información a la enseñanza privada, que es precisamente la que no tendría que recibir ni un euro público ni un minuto de su atención. Si hay personas como vuecencia que quieren llevar a su descendencia al British Council, al Liceo Francés -por cierto extensión privada de la escuela pública francesa- o a cualquier otro centro carísimo y excluyente, con su pan se lo coma, siempre que no medie dinero público.
Atribuyo sus declaraciones encomiásticas hacia le enseñanza privada en los premios ACADE a su inexperiencia política, a su escaso compromiso con lo público o a su devoción por lo privado, cosa que se me antoja bastante extraña cuando usted estudió brillantemente en una Universidad Pública y la mayor parte de sus trabajos los ha realizado en la Agencia Espacial Europea, que, como usted debe saber mejor que nadie, se nutre de los dineros que le aportan los distintos Estados miembros. En cualquier caso, en adelante, no estaría mal que usted repasase la procedencia de las investigaciones que en todas las ramas del saber se realizan en España, pues sólo con eso, con saber que más del 90% de esos trabajos proceden de centros públicos se daría cuenta de cual es la realidad educativa de su país, una realidad muy dañada por los recortes y ataques sistemáticos dirigidos contra ella por el partido franquista que mandó en España hasta hace unos días, pero también muy rica gracias al esfuerzo desinteresado de miles de científicos que han seguido luchando contra el cáncer, la esclerosis o el sida, por las energías renovables o el mejor aprovechamiento del agua sin apenas apoyo del Estado y esperan de la ansiada financiación para poder culminar sus iniciativas; también, como no, debería usted saber, mucho mejor que yo, que la mayoría de patentes farmacéuticas que salen al mercado, no han sido descubiertas en los laboratorios de las transnacionales del sector que exprimen como sanguijuelas al Sistema Nacional de Salud, sino que proceden también de las universidades públicas, las cuales, agobiadas por la falta de dinero, terminan vendiéndolas a los laboratorios cuando ya está casi todo el trabajo hecho. No, Sr. Duque, la enseñanza privada no va por delante de la pública ni en España ni en ningún lugar del mundo, puede usted informarse del esfuerzo que cuesta sacarse Medicina en la Universidad de Murcia o en la Universidad Católica de esa ciudad que preside un tal Mendoza, así, empíricamente podrá comprobar cual es la calidad de una y de otra, y cuales son sus muy diferentes objetivos científicos, humanos y mercantiles.
Ni la escuela ni la universidad privada han aportado nada al sistema educativo español. Bueno nada no, hay algo que sí han traído, la posibilidad de titularse en cualquier carrera sin cumplir con los mínimas exigencias de esfuerzo y capacidad exigibles. De ahí, que le recomiende que en adelante, cuando tenga que hacerse un análisis de sangre, entregue sus brazos a una enfermera recién salida de cualquier universidad católica. Será una experiencia inolvidable. Pero en fin, como usted no era ministro todavía cuando hizo esas declaraciones impropias de quien semanas después regiría los destinos de las Universidades Públicas y de la Investigación en nuestro país, le recuerdo lo que dijo un excelente estudiante de bachillerato cuando la neoliberal y arcaica Comunidad de Madrid tuvo a bien entregarle un premio por ser uno de los mejores estudiantes de bachillerato de Madrid. Se trataba de Francisco Tomás y Valiente, nieto del notabilísimo jurista e historiador del mismo nombre asesinado por la barbarie etarra, y esto es lo que dijo hace menos de un mes: “Menos excelencia y más equidad. La calidad educativa no puede reducirse a la excelencia académica. La calidad educativa comporta otro elemento esencial, más allá de la excelencia, la equidad. Sería injusto no recordar que no solo son excelentes aquellos que obtienen óptimos resultados, sino muy especialmente, quienes consiguen progresar desde circunstancias menos ventajosas, en ocasiones, con problemas familiares, aprietos económicos o dificultades de aprendizaje. No podemos permitir que el olvido de nuestra suerte presida esta celebración. La prioridad no podemos ser aquellos que obtenemos resultados considerados como excelentes, la prioridad tienen que ser aquellos que tienen más dificultades...”. También, además de estas magistrales palabras dichas por quien, pese a su juventud, podría ser un excelente ministro, recordarle aquello que Manuel Azaña dijo de Salvador de Madariaga: “Salvador es tonto en siete idiomas”. Nada más
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