La España Confederal. La Historia como guía para una reforma
La
reorganización del capitalismo tardío, fase en la que predomina la
especulación sobre la producción, exige la creación deliberada de
grandes espacios precarizados. El siglo XX conoció este fenómeno de
manera muy llamativa en el continente americano. La transformación de
las repúblicas del centro y del sur del continente en grandes patios
traseros y en miserables colonias dependientes fue obra de la política
yanqui. Esta hizo un amplio despliegue de intervenciones militares
directas, fomento de los golpes de estado, apoyo a guerrillas
contrarrevolucionarias, sobornos a dirigentes y funcionarios, amaño de
elecciones, apoyo a grupos mediáticos y mil recursos más. La
precarización ha llegado a Europa: este es el panorama del siglo XXI.
Por medio de diversas tácticas de "violencia estructural" (no hemos
llegado a recuperar el golpe de Estado o la invasión militar directa) la
Unión Europea al servicio de Alemania ha reajustado las consecuencias
de su errónea política financiera –meramente especulativa- castigando a
los países que se dejaron llevar por ella, aceptando el aterrizaje de
capitales "paralizantes" de la autonomía productiva. Llamo capitales
"paralizantes" a aquellos que, como el curare, se constituyen en un
veneno exterior que impide la producción y el dinamismo de una formación
social. El capital alemán y –en general- europeo- tanto en la forma
privada (orientada a la especulación inmobiliaria) como en la forma
oficial (por vía de diversos fondos estructurales, de cohesión, de
reconversión, etc.) llegó a España con estos resultados. Es un capital
especulativo (toma el dinero y corre) y, por tanto, para su aterrizaje
en una neocolonia es preciso que se lleve a cabo todo un escenario de
recorte y modelado de lo que previamente fue esa neocolonia. En el Reino
de España, y muy en concreto en mi País Asturiano, se ha podido ver en
qué consistió ese escenario "arreglado" a golpe de decretos de despacho y
a golpe de porrazos de los antidisturbios: adelgazamiento brutal de los
sectores primario y secundario.
Vayamos por partes.
--
Adelgazamiento del sector primario. Los ataques a la Casería,
organización ancestral de la Asturies eterna, se han focalizado en la
guerra de la leche. La imposición de las cuotas lácteas y de criterios
de productividad capitalista que nada tienen que ver con las finalidades
culturales, ecológicas e institucionales de la Casería tradicional
asturiana ha sido uno de los elementos más desestabilizadores de la
identidad del País Asturiano. El ingreso de España en la Comunidad
Europea con los calzones bajados en tiempos del felipismo supuso dejar
en la estacada a la Iberia del Noroeste, la verde, la rica en pastos,
carne y leche, esa Iberia donde se localiza Asturies. Llegaron a estar
prohibidas las vacas en el paraíso del vacuno. Hoy el campo asturiano
está casi abandonado a mayor gloria de los supermercados franceses. Hoy
en día, el ganadero de la Iberia atlántica es un esclavo en manos de la
gran industria láctea, que le impone precios ruinosos para la
producción. En algunos aspectos el ganadero y el propietario de
explotaciones agrarias es el mayor vapuleado del sistema, pues a
diferencia del obrero, éste "empresario" no goza de libertad para fijar
precios de sus mercancías producidas, ni tampoco puede contar con un
abanico flexible de compradores. Tampoco puede con facilidad unirse a
otros campesinos y paralizar la sociedad por medio de huelgas, aunque lo
haya intentado. Su posición cada vez más marginal en una sociedad
dependiente de la gran industria foránea, y supeditada a las grandes
decisiones euroburocráticas, hace que Asturies y los demás países del
Noroeste (Galicia, León, Cantabria) no pinten nada y no puedan hacerse
escuchar con voz propia y fuerte. Entre medias está un Estado Español de
signo sureño y levantino, remiso a la defensa de intereses de una
Iberia atlántica cada vez más marginal y potencial competidora de
Francia y de demás países "verdes". Si a ello le sumamos las propuestas
etnocidas que en España se estilan con respecto al campo, y de las que
no faltan defensores locales, el campo se verá muerto y más que muerto
durante todo el próximo siglo. Entre esas propuestas etnocidas que tanto
se cacarean en la llamada "prensa regional" figuran la eliminación de
concejos o la fusión de los mismos, contraviniendo la naturaleza
histórica y antropológica de los mismos. También hay que citar el
proceso de unificación y centralización de las escuelas rurales,
violando con ello un derecho humano fundamental, que es el de recibir
educación en igualdad de condiciones y sin perder las raíces de la
tierra natal. Con criterios economicistas, se centralizan los servicios
de salud y otros servicios básicos del Estado, con lo cual no es de
extrañar que las familias jóvenes, en edad de reproducirse, emigren a
los grandes conglomerados urbanos, como el triángulo Uviéu-Xixón-Avilés,
por ejemplo. Universitarios sin cabeza, o simplemente cipayos sin alma,
han defendido la creación de una "Ciudad Astur", esto es, la
reconversión de la antigua Nación Asturiana en un gran municipio de un
millón de habitantes, homologable a un barrio de Madrid,
convenientemente rodeado de zona verde con algunos servicios para
turistas. Estas agresiones contra el campo asturiano son, en realidad,
agresiones contra la nación asturiana.
Si no fuera
porque hay importantes intereses comerciales extranjeros –franceses- en
contra del desarrollo de la Casería, en contra del sector de la leche
del N.O., del campo atlántico de Iberia, en general, no podríamos
entender bien la raíz de este abandono en que Madrid y las "autonomías"
concernidas (incluyendo el "Principado") le ha dejado. Sustanciosos
fondos han sido malgastados en manos de los sindicatos corruptos, CCOO y
SOMA-UGT, enemigos del Pueblo Asturiano, y se han convertido en fondos
obstaculizadores del desarrollo. Por otra parte, sorprende la cantidad
enorme de subsidios oficiales que el Estado destina a población
flotante, no contributiva, extranjera, etc., filantrópicamente
destinados, se supone, a su perfecta integración en las grandes
ciudades, que es donde se concentra ésta. Mientras que se malgasta este
dinero en incentivar todo género de parasitismo urbano en personas
desarraigadas o –a veces- delincuentes, a los verdaderos pobladores del
País, que en última instancia son los pobladores del campo, se les
retiran los servicios sociales, educativos, sanitarios, etc. Sin temor a
la exageración se podría decir que los auténticos habitantes del País
Asturiano han estado sufragando con sus propios recursos el proceso de
sustitución étnica que consiste en (1) abandonar el campo para
superpoblar la ciudad (asturiana), en una segunda fase (2), que puede
darse dentro de la misma generación o en la siguiente: abandonar la
ciudad (asturiana) y emigrar a España o a Europa. El "nicho ecológico"
urbano (que no el rural) será ocupado por las limaduras de hierro que
atraiga el imán de las subvenciones y de ciertas ventajas relativas de
un Estado del Bienestar en franca decadencia. Así se convertirá Asturies
en un solar vacío de gente o, en caso contrario, en un solar repoblado
por contingentes foráneos cuya llegada y cuyos relativos privilegios
(relativos sobre todo por comparación a su provincia o país de origen)
han sido sufragados por el esfuerzo de los nativos que han tenido que
marcharse. Toda la crítica a este proceso es bloqueada con un anatema:
¡xenofobia!, condenación que saben manejar muy bien los apóstoles del
neoliberalismo cuando recomiendan y hasta exigen movilidad a los
trabajadores asturianos, así como los izquierdistas, que se tornan
ultrasensibles hacia unos desconocidos, cuya nacionalidad incluso es
ignota y que exigen sus derechos nada más aterrizar, pero que al mismo
tiempo miran con gran conmiseración a los "reaccionarios" campesinos
que, al no saber readaptarse a los nuevos tiempos abandonan la aldea, la
Casería y el género tradicional de vida, pues es "una Ley Natural" ésta
que se llama Ley del Progreso.
-- Ahora le toca el
turno al sector secundario. Desde los tiempos anteriores a la conquista
romana, el País Asturiano contó con condiciones propicias para la
minería y la metalurgia. Los astures independientes y después los
romanizados eran famosos por sus actividades en este sector, hasta el
punto de que las riquezas naturales del territorio astur –que incluyen
los metales preciosos- disminuyeron considerablemente desde los tiempos
del imperialismo romano. Las condiciones geológicas de Asturies
favorecieron una actividad minera que, con el inicio de la Revolución
Industrial trastocaron el País de arriba abajo. Las entrañas hendidas y
descoyuntadas de la tierra astur quedaron hoy como cicatrices de un
paisaje rural y una actividad agropecuaria autosuficiente. La Minería,
hoy en trance de extinción, supuso una grave pérdida de identidad del
País, por la afluencia de emigrantes sureños que vinieron al País a
buscarse su pan. Emigrantes que, junto a los nativos, sufrieron
horrendas condiciones de explotación, casi podría decirse que martirio.
Todo tipo de costumbres extranjeras penetraron hacia el norte de la
Cordillera cantábrica: tabernas de vino, festejos taurinos y
flamenquistas, castellanismos y andalucismos. Las consecuencias de la
Revolución industrial son siempre el desarraigo poblacional, tanto de
los que afluyen como de los que se quedan y contemplan cómo su escenario
les cambia por completo. La tranquila sociedad rural asturiana, que
estaba lejos de ser una Arcadia opulenta, había vivido durante siglos en
el remanso de la fe, del paternalismo señorial, de la inmovilidad de
las clases sociales, del tradicionalismo. Pero la agudización de la
explotación de los obreros, y la sacudida de los cimientos tradicionales
de explotación del agro, descoyuntaron al País. Vinieron muy pronto
ideologías que sirvieron para sustituir a las Ideas. En lugar de Bondad,
Lealtad, Honor, se trajeron los ideales de la Libertad, la Igualdad, la
Fraternidad. Pronto aparecieron el Anarquismo, el Republicanismo
Federal, el Socialismo, y el Comunismo. A costa de su paisaje y de sus
aparentemente inconmovibles raíces medievales, el País Asturiano, un
País de aldeas y caserías, se descoyuntó en torno a una línea de
fractura: la lucha de clases. La virulencia de las huelgas asturianas
llegó a su epítome en la Revolución de Ochobre de 1934. De esta
calamidad la nacionalidad asturiana no se ha recuperado. La catedral y
sus símbolos nacionales más preciados, sitos en la Cámara Santa,
quedaron destruidos. La Universidad, destruida y clausurada. Miles de
muertos, miles de violaciones cometidas por las tropas de la República
Española y sus mercenarios los moros. Se habilitaron campos de
concentración para los miles de revolucionarios asturianos detenidos,
que además fueron sometidos a todo género de torturas y humillaciones.
Se
puede decir que desde 1934, Asturies no levantó cabeza como
nacionalidad. Todo proyecto regionalista y autonomista se bloqueó, y las
ideologías más intransigentes, a izquierda y derecha, se adueñaron de
las calles. Toda visión nacional se supeditó a la lucha de clases, y
desde que los revolucionarios asturianos fueron traicionados por los
partidos y centrales obreras de España, se fomentó el mito castrante de
que Asturies siempre había dado su sangre por los demás, por otras
instancias: por España en la Covadonga del siglo VIII, por el Rey y por
España otra vez, en la Revolución antinapoleónica de 1808, y por el
Proletariado Internacional en 1934. Asturies vivió ya para siempre en un
largo sueño y en una insoportable mentira. Pues tras la Guerra, y tras
ser aplastado el Consejo Soberano de Asturies y León, la posguerra
aguardó para el País un destino propio para un País ocupado: ser
colonia. Sobre Asturies y sobre los territorios circundantes que
formaron el viejo País Astur (el Noroeste de la Península) el Reino
Español, reconvertido en dictadura totalitaria, se ejerció con mayor
intensidad el proceso de aculturación que ya un siglo antes habían
emprendido los gobiernos liberales de Madrid. En realidad, toda la
batería de críticas que los "soberanistas" e independentistas de toda
laya dirigen contra el Régimen de Franco como causante de los males del
centralismo, como principal agente de la españolización de todos los
territorios, deberían retrotraerse a los gobiernos de la Monarquía
Española del siglo XIX, y de forma muy especial a los liberales. Tras
1812, se fue consumando la desarticulación étnica y política de los
pueblos ibéricos, con divisiones provinciales arbitrarias, con la
disolución de la Junta General del Principado (1835), con la
uniformización de la enseñanza, el derecho civil, etc.
El
franquismo fue una continuación del siempre fracasado proyecto liberal
por hacer del Reino de España un Estado-Nación a la manera francesa. Un
intento tardío pues ya en Europa se había dado la acumulación de capital
necesario para que las burguesías de otros estados-nación se
apelotonaran en torno de gobiernos y ejércitos que se lanzaran a la
conquista y reparto del mundo. La Monarquía Hispana se había lanzado a
la conquista del mundo sin haber consolidado burguesía alguna, antes
bien, liquidándola a comienzos del siglo XVI. Su inmensa máquina militar
y burocrática, alzada durante el reinado de los Habsburgo, se reveló
como ineficaz desde el principio, sobre muy precarias bases
hacendísticas, ajenas a la racionalidad que exigía en Capitalismo
boyante en los otros estados europeos. Tras los Habsburgo, los Borbones
fueron acometiendo sus planes centralistas –aquellos que Olivares no
había podido ejecutar en el siglo XVII. Los Borbones fueron los que
realmente trajeron la castellanización por decreto del Reino. El
"castigo" de eliminar los fueros a los territorios austracistas (los de
la Corona de Aragón) no pudo ser aplicado a otros territorios
autogobernados desde antiguo, de naturaleza foral y con cámaras de
representación popular propias (Principado de Asturies y las Provincias
Vascongadas), por haber permanecido leales a la causa borbónica.
El
verdadero nacionalismo asturiano, que debe separar bien su frontera con
ese "soberanismo" que, en realidad, es una prolongación secreta de
Izquierda Unida para dividirle y neutralizarle, es una causa
legitimista. Todos los nacionalistas asturianos somos legitimistas: no
revindicamos un "derecho a decidir" o un "derecho a la
autodeterminación". Reclamamos en realidad el ejercicio de una soberanía
ilegalmente pisoteada pero que es soberanía originaria. España no
existirá desde el punto de vista de la legitimidad natural mientras no
se reconozca y no se permita el ejercicio de la soberanía de Asturies.
Asturies fue el primer reino en tiempos de la dominación mora, y de este
estado medieval brotaron los concilios que, andando el tiempo, serían
la Junta General del Principado. Del Reino Asturiano irían brotando
todos los demás entes políticos (condados o reinos, así como las Cortes y
Juntas que regionalmente surgirían en el medievo).
Resulta
penoso observar cómo la ignorante prensa "regional" asturiana, así como
sus intelectuales provincianos, hacen amplio uso del nombre de
"Principado" entendiéndolo en un sentido patrimonial, como si la
vinculación a la primogenitura del Rey Castellano fuera un hecho eterno e
inexpugnable. "Principado" tenía en el medievo un sentido más bien
aproximado al de "República". El circo –o payasada- anual que se celebra
en Oviedo con la entrega de los premios de la Fundación "Príncipe de
Asturias" no es otra cosa que un montaje para dar publicidad a la Casa
Real, a la monarquía española, pero Asturies ya fue Principado antes de
que existiera España, y su denominación histórica no tiene nada que ver
con el sentido patrimonialista que se le pretendió dar en 1388, cuando
el rey castellano quiso hacer suyos estos territorios, por cierto bien
levantiscos y que podrían haber formado parte de otra Corona –por
ejemplo, inglesa- o mantenerse de forma republicana (a través de una
Junta General o Hermandad de todos los concejos asturianos) de haber
sido otros los resultados de las luchas de los nobles independentistas.
El Principado de Gales o el Delfinado francés también fueron ejemplos de
"retención" de un País a una Corona por medio de la primogenitura
regia. Y en una época tan poco propicia a las repúblicas, la existencia
de Juntas soberanas –como las vascas y la asturiana- junto con el
constitucionalismo y federalismo de los reinos de la Corona aragonesa
son buenos ejemplos de la tendencia no absolutista del Medievo. Sin
embargo el Principado de Asturies, con su vinculación a la Corona
Castellana perdió fronteras con otros estados extranjeros a los que
poder reclamar ayuda. Su vinculación al Reino de León, por traslado de
la corte de Uviéu a Lleón fue la condición de su absorción posterior por
parte de Castilla, pero realmente no fue hasta bien entrado el siglo XV
cuando se dio lugar la anexión castellana. Y esa anexión fue de todo
punto ilegal, pues de la misma manera que los castellanos reclamaron
como parte natural de su Corona al Principado, éste bien habría podido
exigir a los reyes de León, primero, y de Castilla, después, su
incorporación a Asturies como parte conquistada y sometida a la
jurisdicción. No fue así, pues Asturies decayó lentamente y se vio
marginada de los grandes aconteceres de la Reconquista (y por tanto de
los botines correspondientes). Pero fue de hecho y de derecho una
especie de República autogobernada.
Cuando los
castellanos y los españolistas reclaman que Asturies es "parte" suya, se
les debe replicar que con mucho mayor motivo Castilla y su proyección
fantasmal, España, es parte de Asturies, ilegítimamente desgajada.
La
lucha del nacionalismo asturiano es una lucha completamente diferente
de la lucha del nacionalismo vasco o catalán. Es una lucha en la que no
entran los elementos "modernos" del Derecho (arbitrario) a decidir, como
si en cualquier momento se pudiera consultar al "pueblo" (y ¿quién es
el "pueblo") desgajarse de un Estado o no. La composición y las
dimensiones de los estados, así como las fronteras, serían fluidas en
grado sumo, sujetas a la máxima inestabilidad a la que –tendencialmente-
propende la Democracia Cibernética. El Pueblo podría separase
"pacíficamente" de otros Pueblos, y la guerra de votos derivada de una
serie de consultas –"legales" o no- se sustituiría por la Guerra de
Censos. Si votan los emigrados de la diáspora (asturiana, vasca,
gallega) no censados ¿entraremos en las causas de esa diáspora? Si
consideramos que la nacionalidad no se corresponde con los límites de
provincias decretados por Javier de Burgos en el siglo XIX ¿no son
asturianos los de León al norte, los de las Asturias de Santillana, los
hijos y nietos de emigrantes en Sudamérica? ¿Se sienten vascos todos los
navarros? ¿Independencia de Cataluña sin contar con los demás "Países
Catalanes"?
A posta, formulo todas estas preguntas
polémicas para obligar a orientar los desvelos del nacionalismo
asturiano hacia una Visión de Estado y a marcar distancias con respecto
al "soberanismo" en el que algunos ingenuos han ido cayendo, como
incautos en una burda trampa, y esa es la trampa de los llamados
"soberanismos" vasco y catalán. Desde Asturies no estamos interesados en
la lucha de esos pueblos por su destino, aunque en el "soberanismo de
izquierda" suelen darse inocuas llamadas a una "solidaridad
internacionalista". Más les valdría a estos incautos del independentismo
(en el País, articulados en torno a pequeños grupúsculos herederos de
la -¿desparecida?- Andecha Astur) estudiar a fondo a Marx. Si hubieran
estudiado a fondo el marxismo, que pocos conocen e invocan, sabrían de
sobra que las Condiciones Objetivas, estructurales, son las que
determinan las relaciones entre las clases y entre los pueblos. Sabrían
que la "solidaridad internacionalista" para con las reclamaciones de
Artur Mas o, de forma más comedida, Íñigo Urkullu, son objetivamente
destructivas y perjudiciales para con la Formación Social Asturiana.
Suponen la creación de entes parasitarios del Estado Español, suponen la
discriminación de otras naciones, nacionalidades y regiones
convirtiéndolas en rehenes de unas aspiraciones muy curiosas, pues lejos
de venir refrendadas por una revolución netamente popular, como la de
Irlanda, por ejemplo, suponen una especie de independencia
subvencionada. Como asturiano yo voy a tener que pagar con mis impuestos
el capricho de Artur Mas de contar con un Estado propio. Lo curioso de
ese nacionalismo de sardana y butifarra es que viene impulsado por una
burguesía indígena desde siempre explotadora y capitalista (otro tanto
se diga del PNV, si bien éste cuenta con más base popular). Esa
burguesía se ve ahora demográficamente convertida en minoría, y los
apellidos catalanes "de pura cepa" escasean cada vez más, hecho
contrarrestado con la catalanización de los nombres de pila. Muchos
"Jordi" Fernández o González, o Pérez, son los que ahora apoyan las
demandas de esa minoría con pedigrí cada vez más ajena a la realidad: la
realidad de una nación, Cataluña, que habla "andaluz" en buena parte, y
que el día de mañana hablará árabe en un porcentaje decisivo. Cuando
Mas invoca la herencia franca o carolingia de su vieja nación está
revelando el grave complejo de identidad que le aqueja. El rigor
histórico debería haberle recordado que los francos llamaban "hispani" a
los catalanes de entonces, y también eran, para ellos, los "godos".
Este brote de independentismo debe vincularse a la crisis de identidad
que ha provocado en la burguesía, antaño pujante y hoy fosilizada, del
centralismo barcelonés. En todas las sociedades heterogéneas desde el
punto de vista étnico se dan tales brotes de nacionalismo "reactivo".
Sabino Arana fue, hace un siglo, expresión exacta de lo mismo. Y la
invención de Castilla, ya desgajada de Asturies y Lleón, lo mismo: la
abundancia de judíos y moriscos exacerbó un sentimiento feroz de
identidad, de cuya ferocidad –siempre artificial- dan prueba las
persecuciones y matanzas de los "otros".
El nacionalismo identitario asturiano nunca fue agresivo precisamente porque nunca necesitó de dotarse de artificios
políticos con los que albergar/expulsar a los otros. La sociedad
asturiana fue muy homogénea hasta bien entrado el siglo XIX, hasta que
llegó emigración sureña y gallega con la Revolución Industrial. La mayor
crisis identitaria fue la provocada por la posguerra franquista y la
incentivación que de la emigración interna la Dictadura llevó a cabo en
todo el Estado. Franco sabía de sobra que con el aguijón del hambre,
pueblos y comarcas enteras podían desplazarse de sur a norte, y de
centro a periferia con el fin de lograr la homogeneidad tan buscada por
él, justo como por los liberales del XIX. Fue precisamente en la
Transición (años 70 del siglo pasado) cuando la conciencia de la
identidad asturiana brotó sobre bases nuevas, un tanto distintas de
aquellas bases que sustentaron el regionalismo anterior al desastre de
1934. Entre esas bases se encontraba un mayor énfasis en la
reivindicación de la lengua (énfasis al que se circunscribieron algunos
asturianistas, limitando con ello el alcance de la lucha), un celtismo
cultural, unas demandas de mayor autonomía, un rechazo al covadonguismo
como ideología, etc. Pero estas bases fueron débiles: los que iniciaron
el movimiento de "Conceyu Bable" no contaron con el doble respaldo que
había entre nacionalistas catalanes y vascos: una burguesía autóctona
que pusiera el dinero, y un sector popular de izquierda que "animara"
las calles. El nacionalismo necesita de ambas cosas: dinero y masas. En
Asturies no hubo nada de esto.
El carácter de vía
muerta de aquella iniciativa de "Conceyu Bable" está hoy a la vista.
Fracaso tras fracaso electoral, los nacionalistas, soberanistas,
asturianistas, viven en tribus aisladas, sin saber ofrecer un proyecto
de nación en común. Casi todo el sector a la izquierda ha venido siendo
instrumentalizado por el PCE –y grupúsculos españolistas adjuntos- y
después por Izquierda Unida. El grado de control que ejercen sobre los
jirones del movimiento de reivindicación nacional es enorme, y fácil de
ejercer. Se percibe incluso en las relaciones personales, en la censura
practicada sobre ciertas webs, en campañas ad hominem. Todo
intento de construcción –aunque consista en una mera propuesta teórica-
de un amplio frente nacionalista, por encima de la trampa bipolar de
"izquierdas" o "derechas" es inmediatamente tachado de "interclasista" o
de "tercera vía neofascista". La crasa ignorancia de la tradición
marxista por parte de ciertos elementos radicales y anti-sistema les
impide comprender que hasta el mismo Lenin veía como fase necesaria de
la lucha proletaria la incorporación de éstas a amplios frentes
populares en los que otras clases sociales y estamentos descontentos de
éstas podían hacer las veces de válidos compañeros de viaje. Frente a la
instrumentalización que lleva a cabo la izquierda oficial, claramente
corrupta, clientelar y ávida de pesebres proporcionados por el PSOE,
todavía queda por hacer un amplio movimiento popular en la que se
imbriquen cada vez más los aspectos ecológicos, sociales e identitarios
del País Asturiano. Ese movimiento popular debe ir desbloqueando poco a
poco los mecanismos de sujeción ideológica que la "izquierda plural" del
PSOE-IU y grupúsculos adjuntos viene ejerciendo a través de la prensa,
la enseñanza, los concejos, las fundaciones y entramados diversos.
Además, con la debida conciencia de que las naciones se están quedando
muy pequeñas y de que el mapa autonómico (cuando no el sistema al
completo, que hoy es la "España de las Autonomías") se va a
reconfigurar, este amplio movimiento popular debe enlazarse con el de
los países vecinos, y formar lo que yo he llamado una Alianza del
Noroeste. Por medio de colaboraciones generosas en todos los terrenos,
debe propiciarse:
- Un apoyo decidido al leonesismo: León no es Castilla, debe ser el lema de todos los nacionalistas identitarios de Asturies, apoyando además la recuperación de su lengua (que es la nuestra, aunque reciba denominaciones diferentes en cada territorio, leonés o asturiano). Apoyar el proyecto de recuperación del "País Astur", mucho más amplio que la actual comunidad autónoma uniprovincial del Principado de Asturias.
- Una coordinación cordial con el nacionalismo gallego, superando puntos de conflicto, recordando que la reivindicada Gallaecia de tiempos remotos coincide básicamente con el Noroeste ibérico, de común raíz céltica.
- Apoyar decididamente la recuperación de la lengua asturiana de gran parte de Cantabria, por encima de las denominaciones locales que de ella se quieran hacer, y recuperar en el terreno cultural la idea de Les Asturies/Las Asturias, en plural, como base para esa Alianza del Noroeste.
La
España de las 17 autonomías es inviable en lo económico y en lo
histórico-cultural. Después de 30 años ha devenido una farsa. Es una
farsa que impide la creación de grandes núcleos de pueblos con afinidad
histórica y étnica. En territorio y población, el Noroeste (Galicia,
Asturias, León y Cantabria) podría medirse con más justicia al lado de
las dos Castillas reunificadas, un País Vasco que incluya a Navarra,
unos Países Catalanes, Aragón, una Andalucía… Pocas entidades
nacionales, grandes y, a su vez dotadas de internamente de una
estructura federal. Esto supondría el arrinconamiento de esa monstruosa
ciudad de Madrid, como vieja capital de un Imperio ya inexistente, así
como la supresión de las Diputaciones Provinciales y otras entidades
intermedias entre lo local y lo Confederal. El nuevo mapa se parecería
mucho a las viejas entidades históricas (Reino Asturleonés, Reino
Castellano, Corona de Aragón…) adaptado a las nuevas realidades
(desgajamiento de lo andaluz frente a lo castellano, insularidad de las
Canarias, aumento de la conciencia identitaria en las provincias vascas,
tradicionalmente desunidas y más vinculadas a Castilla que a Pamplona…)
pero, por regla general sostengo que la Historia es una regla más
fiable que el capricho de las oligarquías y de la casta política
indígena, y desde luego, ofrece unas orientaciones más saludables que
las que emanan de los cocederos de Madrid, villa y Corte. De dicha Corte
siempre se ha proyectado una visión fantasmagórica, irreal, de lo que
significa la diversidad territorial y etnológica de España.
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