Grecia y la nueva política. Albert Recio Andreu
Mientras tanto electrónico
I
Lo que ocurra en
Grecia tiene una importancia vital para el devenir de la Unión Europea,
para la hegemonía neoliberal y para la izquierda en todas partes. El
capitalismo es un sistema económico que opera a escala global, pero a
menudo lo que ocurre en un país tiene influencia que supera sus
fronteras y que cambia o refuerza dinámicas.
Los ejemplos
abundan. Desde los más radicales, empezando por las grandes revoluciones
nacionales —la inglesa, la francesa o la rusa— hasta procesos en países
más pequeños o episodios nacionales de mayor calado. Por ejemplo el
aplastamiento del experimento socializante del Chile allendista fue, en
clave de política nacional, el primer experimento económico neoliberal y
al mismo tiempo influyó en un notable cambio de orientación de los
partidos comunistas del sur de Europa. La corta y fallida experiencia
del primer gobierno Mitterrand no sólo constituyó el último intento de
aplicar una política keynesiana de izquierdas sino que se utilizó
profusamente para justificar la inexistencia de alternativas al
neoliberalismo. Por eso lo que ocurra en Grecia no sólo tendrá una
incidencia enorme para la población griega, también constituirá un
poderoso referente en otros muchos lugares y, especialmente en los
países del Sur de Europa que, en muchos aspectos, se encuentran en una
situación parecida.
Grecia tiene graves problemas, difíciles de
subsanar a corto plazo. La estructura productiva griega es aún más
débil que la española, por cuanto su evolución histórica, su tamaño y su
situación geográfica han propiciado una menor capacidad industrial y un
sistemático desequilibrio exterior. Su amplio sector público ha
convivido con un nivel de fraude fiscal y una organización fragmentaria
de los servicios sociales mayor que el español. Estas debilidades
estructurales y el proceso de financiarización que posibilitó la
introducción del Euro facilitaron al mismo tiempo una enorme expansión
del consumo y la inversión pública y un creciente endeudamiento
exterior, que la crisis de 2008 convirtió en trampa mortal. Las reformas
estructurales y los ajustes exigidos por la Troika han agravado muchos
problemas a niveles insoportables sin dar ninguna oportunidad a un
cambio estructural. La unión monetaria ha quitado al país la capacidad
de maniobra en este terreno y ahora el Gobierno griego asiste impasible a
la huida de capitales sin capacidad autónoma de imponer medidas que
eviten la sangría.
En este contexto el margen de maniobra
griego es muy pequeño. Seguir con los programas de ajuste insoportables
es el suicidio a medio plazo. Salirse del euro tiene también enormes
problemas en un país que necesita importar gran parte de los bienes
básicos y que no tiene una base industrial propia que atenúe el
problema. Es un margen muy estrecho para cualquier Gobierno y el que
Syriza difícilmente puede escapar. La propuesta inicial de Syriza era la
de renegociar la deuda y promover una política de crecimiento en la que
juega un papel central un fuerte aumento de la recaudación fiscal en
base a obligar a tributar a todas las rentas que escapan al fisco.
Lo que ha ocurrido en el primer embate era previsible. Los líderes de
la UE han salido en tromba a parar las demandas griegas. Al bloque
“duro” en torno a Merkel (Holanda, Suecia, Finlandia...) se han sumado
además algunos gobiernos del Sur, con especial intervención del ínclito
De Guindos, más preocupados porque el éxito de Syriza pudiera dar alas a
sus oposiciones internas que interesados en explorar un cambio de
políticas comunitarias que también favorecería sus intereses nacionales.
Los medios y numerosos comentaristas han corrido a glosar la “derrota”
de Syriza, su repliegue, su cesión a las exigencias de Bruselas. Un
recordatorio interesado para seguir reforzando la idea de que “no hay
alternativa” y quitar toda posibilidad de éxito a cualquier opción
“radical”. La consigna dominante parece ser la de Grecia “se ha
rendido”.
Hay, sin embargo, una visión diferente, que es la que ofrecen, por ejemplo, los materiales que ha publicado Sin Permiso
y que incluyen artículos de Varufakis y de gente cercana a él, como el
economista estadounidense James K. Galbraith. Lo que trasciende de estos
trabajos es que los líderes griegos sabían de antemano que debían
llegar a compromisos y que lo que han hecho ha sido, según ellos con
éxito, tratar de encontrar una respuesta que les permitiera convencer a
sus interlocutores sin quebrar las líneas rojas de su programa. Para
calibrar hasta qué punto esto es verdad he leído con detalle los puntos
de la propuesta griega, finalmente aceptada por la UE. Y lo que se saca
de su lectura es que realmente se ha hecho un esfuerzo de esquivar el
zarpazo aunque, como no podía ser de otro modo, no se han podido evitar
algunas concesiones de calado.
Entre las cuestiones de fondo
parece quedar claro que el núcleo de la propuesta se adecua a la
estrategia básica de Syriza: que el ajuste fiscal fundamental pase por
un aumento de la recaudación fundamentalmente basada en eliminar la
colosal evasión fiscal relacionada tanto con la falta de control sobre
las bases imponibles como a los propios agujeros del sistema impositivo.
Reforma fiscal y eficiencia de la Administración deberían servir para
aumentar los recursos públicos y posibilitar una extensión de los
derechos sociales a los que no se renuncia (como tampoco se renuncia
explícitamente a evitar los desahucios). Muchas de las políticas de
racionalización del gasto público, de la seguridad social, de la
financiación a los partidos, son reformas que posiblemente cualquier
gobierno alternativo tendría que hacer (pensando en España no consigo
entender con qué lógica los funcionarios públicos no sólo tenemos un
sistema diferenciado de Seguridad Social —la Muface— sino que además
éste posibilita que una gran parte del personal público alimente los
ingresos de las aseguradoras sanitarias privadas, y pienso que una
reforma que unificara el sistema sería justa). La cuestión no está en
aceptarlas sino en ver en qué se concretan.
Donde se advierten
más cesiones es, a mi entender, en dos planos. Uno, el de las
privatizaciones; ahí se ha bajado claramente el tono inicial (pues de
facto se acepta incluso tirar adelante las privatizaciones que ya están
en marcha), aunque trata de crearse barreras a nuevas privatizaciones.
La otra es el anuncio de una nueva reforma laboral (y la renuncia
implícita al aumento automático del salario mínimo). La cuestión
fundamental estriba en qué reforma laboral se va a realizar, aunque
todos sabemos que los grandes organismos laborales tratan de imponer por
doquier meras desregulaciones de derechos laborales y promueven “un
mercado laboral competitivo” que no es más que un mercado monopolístico
en manos de los empresarios. Ahí las autoridades griegas han tratado de
hacer un quiebro indicando que en todas estas reformas se tengan en
cuenta los dictámenes de la OIT, sabedores que esta es la única
organización internacional donde predominan dictámenes técnicos a menudo
opuestos a las propuestas neoliberales dominantes en la OCDE, el FMI o
la misma Comisión Europea. Queda por ver si ello constituirá una
protección esencial.
En suma, me parece que el Gobierno griego
ha tratado de hacer frente al primer embate tratando de salvar algunas
posiciones esenciales y esperando ganar tiempo. Dada la correlación de
fuerzas, la dramática situación del país, no me parece una mala táctica.
La alternativa era posiblemente el suicidio a corto plazo en forma de
colapso económico inmediato, máxime cuando es un Gobierno que acaba de
entrar y seguramente aún no controla muchos resortes del poder local. Lo
peligroso de esta estrategia es que descansa en gran parte en una
propuesta —la de mejorar la base fiscal del país y mejorar la eficiencia
del Estado— que por mejor llevada que esté requiere tiempo. Y cuatro
meses es un periodo demasiado corto para que se avancen resultados.
Sobre todo porque hay que esperar la resistencia de los poderes
económicos y los sectores sociales que han hecho de la evasión fiscal la
normalidad. Y, a la vez, un tiempo demasiado largo para que los
afectados puedan percibir mejoras sustanciales en su situación. La
táctica por tanto requerirá del Gobierno griego tomar medidas efectistas
en uno y otro sentido. Medidas que sirvan para ganar credibilidad
exterior o, por lo menos, evitar que la alianza merkeliana pueda seguir
presentando a los griegos como unos pasivos demandadores de ayuda.
Medidas y políticas que refuercen la cohesión y la fuerza de los
sectores sociales que les dan apoyo. Y necesitan que en el exterior
cunda el convencimiento de que no se puede seguir retorciendo a Grecia y
de que el fracaso griego tendrá costes para todos.
II
En Grecia jugamos todos. No sólo por una cuestión elemental de
solidaridad. El fracaso de Grecia puede generar otro “efecto
Mitterrand”. Durante años cualquier crítica al neoliberalismo era
abortada con el soniquete de “en Francia ya se comprobó que no había
alternativa”. El giro derechista de la socialdemocracia se incubó en las
puertas giratorias y en las facultades de economía, pero esta
experiencia se usó eficazmente para colonizar muchas cabezas y hacer
tragar la píldora neoliberal. Ahora que la crisis había empezado a
generar algunas respuestas de izquierda en algunos países, un fracaso de
Syriza tendría, posiblemente, un efecto parecido. Y por todo ello hay
que empezar ya a empezar a aprender de esta experiencia.
Lo que
resulta claro (casi siempre lo ha sido pero con la ilusión lo perdemos
de vista) es que una victoria electoral de la izquierda no posibilita
grandes cambios a corto plazo. Y aquí se plantea un conflicto entre la
necesidad de promover un discurso alternativo, que incluya propuestas
concretas de mejora, que anime a la movilización, y la capacidad de
llevarlo a cabo “el día después”. Especialmente cuando se trata de una
propuesta que se enfrenta a una colosal fuerza enemiga (en volumen,
recursos, mecanismos) que no está dispuesta a ceder el más mínimo
terreno. El campo de los cambios es el de una lucha sostenida y tenaz a
largo plazo, con inevitables victorias y derrotas, con giros que a
menudo despistan hasta a los actores principales. Y que requiere por
parte de las fuerzas impulsoras una capacidad de comunicación,
información, formación de sus propias bases. Una tarea que debe
enfrentarse casi siempre no sólo con la presión insoportable de los
poderes económicos y mundiales, sino también con una ruidosa crítica de
izquierda, que reúne a los impacientes y a los que siempre tienen la
verdad (que casi siempre se predica desde algún púlpito).
Lo
que debería resultar también claro es que en el momento presente
cualquier lucha y acción política debe desarrollarse tanto en el plano
nacional como el internacional. Es una obviedad que ya conocían los
viejos marxistas. Hoy, más que nunca estamos confrontados a una
estructura de poder que constituye una verdadera red con niveles
diversos: locales, nacionales, comunitarios, globales, que combina
estructuras diversas —empresariales, institucionales, mediáticas,
académicas— y que ha desarrollado una asimismo compleja estructura
social internacional que refuerza su capacidad de dominación. Y que no
permite esperar que de pronto surja una respuesta global y coordinada
para acabar con el neoliberalismo e impulsar algún tipo de sociedad
poscapitalista. Seguiremos abocados a procesos nacionales
contradictorios, limitados, ambiguos. Por eso es tan necesario que la
izquierda griega, más allá de sus propios méritos, tenga alguna
posibilidad de salir mínimamente airosa del envite. Y por eso es tan
necesario que también aquí consigamos desarrollar un proyecto que
permita aunar resistencia, propuesta, socialización de masas y acción
internacional. En Grecia se ha desarrollado el primer desafío
mínimamente reconocible al neoliberalismo que ha tenido lugar en Europa.
Aunque la voz del Gobierno griego a veces resulte exagerada y a veces
esté a punto de quebrarse, hay que darle una oportunidad. Desarrollando
proyectos paralelos, generando reflexión y acción global.
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