Cuba, Palestina y la razón de un aplauso. Por Iroel Sánchez
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Uno de los momentos más aplaudidos del muy aplaudidodiscurso del Presidente cubano Raúl Castro en el segmento de alto nivel del 70 período de sesiones de la Asamblea General de la ONU fue cuando dio su apoyo “enérgicamente” al “ejercicio real del derecho inalienable del pueblo palestino a construir su propio Estado dentro de las fronteras anteriores a 1967 y con su capital en Jerusalén oriental”.
La postura cubana solo está exigiendo que se cumpla la legalidad internacional y se acate la Resolución 242 de 1967 del Consejo de Seguridad de la ONU que obliga aIsrael a retirarse de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental, retornando a las fronteras anteriores a la “Guerra de los Seis Días” de 1967 y la 478 de 1981 del mismo órgano que “censura en los términos más enérgicos” como una violación del derecho internacional la procaclamación por Israel de Jerusalén “entera y unificada”, como su capital. Pero en este mundo al revés, lleno de hipocresía, hemos llegado a un estado en que decir la verdad y tener memoria merece ser aplaudido y genera admiración, más cuando unos están acostumbrados a doblegarse a cambio de migajas y otros –los más fuertes- suelen imponer sus condiciones esperando que todos las acepten.
La permisividad de las potencias occidentales hacia los constantes asesinatos de palestinos y la violación de sus Derechos humanos, junto a la nube construida por las industrias mediática y cultural que constantemente presentan en este conflicto a las víctimas como victimarios, han convertido lo que debiera ser la normalidad -el reclamo del cumplimiento de la legalidad internacional y la proclamación de la verdad sin ambages- en extraordinario.
De los palestinos se ha dicho todo, desde que no existen (Golda Meir, 1969), hasta que se reproducen como conejos. Gracias a noticiarios, series y películas, en Occidente palestino se ha vuelto sinónimo de terrorista, con la común inversión clasista descrita por Alfonso Sastre que llama guerra al terrorismo de los ricos y terrorismo a la guerra (de resistencia frente a aquel) de los pobres. Si no hemos visto audiovisuales sobre Viet Nam con el punto de vista vietnamita a pesar de que éstos le ganaron la guerra a EEUU, cómo será en el caso de los palestinos que sólo han acumulado derrotas y despojos en más de 60 años.
Hitler trató a los europeos como pueblos coloniales y a eso debe su rechazo por las élites que han hecho lo mismo durante siglos con los habitantes originarios de África, Asia y Latinoamérica.
El proceso que ha permitido el intento del exterminio premeditado de un pueblo, la degradación hasta la miseria de sus condiciones de vida y su expulsión del territorio donde ha habitado durante más de mil años tiene en la manipulación histórica una de sus mejores instrumentos.
No fue en el mundo árabe donde surgió el antisemitismo. Del modo como lo concibiera en sus orígenes Theodore Herzl, el sionismo se proponía luchar contra el antisemitismo en el mundo occidental, posteriormente para establecer un territorio para la diáspora judía se valoraron varias zonas en África Occidental y Suramérica. Surgió luego la opción de Palestina, menos habitada, y en manos del imperio otomano. Un hábil pero falseado eslogan -“Una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra”- lanzado por el periodista británico de origen judío, Israel Zangwill a principios del siglo XX, ocultaba que entonces en los 25 000 kilómetros cuadrados de Palestina, habitaba un millón de personas, en un 90% árabes.
Un siglo antes, a principios de XIX, había en ese territorio menos de 24 000 judíos y, según fuentes históricas, era un lugar predominante árabe e islámico desde el siglo VII. Pero fue el escogido: en manos de un imperio decadente ofrecía además el escenario de una alianza recogida en el Antiguo testamento entre Jehová y los judíos que facilitaba la invocación divina para el despojo terrenal.
Incluso, luego de que con el mandato británico -a partir de 1918- se estimulara la emigración judía hacia allí, vísperas de la proclamación de Israel en 1948, los judíos eran apenas un tercio de la población. En 1917, la declaración de Balfour, en forma de una carta del gobierno británico a Lord Rothschild, se había comprometido a “ver favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”. Para nada contaban los habitantes del territorio prometido por la potencia ocupante a una nación extranjera.
Pero no eran sólo los británicos. En palabras del mismo Balfour, a la sazón canciller británico, en agosto de 1919*:
“Las cuatros grandes potencias están comprometidas con el sionismo, y el sionismo, , sea acertado o erróneo, bueno o malo, está arraigado en una tradición ancestral, en unas necesidades presentes, en unas esperanzas futuras, de importancia mucho más profunda que el deseo y los prejuicios de los 700 000 árabes que hoy habitan en aquella antigua tierra.”
Sin embargo, como documenta Edward Said, lo que difundió la prensa en todas partes no fue la resistencia de la población autóctona frente a los colonos judíos del sionismo que estimulados por la política británica llevaron el crecimiento de la población judía de 1,5% anual antes de 1922 a un promedio del 9% anual entre 1922 y 1947, sino la supuesta falta de apoyo británico a una mayor penetración judía en Palestina a partir de 1939, en unos medios de comunicación donde jamás tuvieron voz los habitantes mayoritarios de aquel territorio.
La receptividad de la opinión pública internacional luego del holocausto nazi contra el pueblo judío puso lo demás para la división de Palestina acordada por la ONU que en 1948 entregó al Estado de Israel la mitad del territorio con un estatuto especial para Jerusalén. La escalada de terror que acompañó esa partición con acciones de grupos paramilitares sionistas llevó a que en apenas 6 meses sólo quedaran del lado israelí 140 000 de los 900 000 palestinos que residían originalmente allí. Las palabras “refugiado” y “desplazado” han acompañado a la mayoría de los palestinos desde entonces.
El rol de Israel como gendarme estadounidense en una región estratégica por su centralidad geopolítica y sus abundantes recursos energéticos, así como las divisiones en el mundo árabe, han dejado en la impunidad la violencia con que el sionismo en el poder se ha encargado de irrespetar las resoluciones de Naciones Unidas en expansiones sucesivas hasta convertir a los palestinos en parias en la tierra que habitaban, o aun habitan en condiciones absolutamente precarizadas.
Ante el drama del pueblo palestino, la institucionalidad europea ha demostrado su funcionamiento muy poco democrático. A pesar de que el Parlamento europeo y numerosos parlamentos nacionales han reconocido al estado palestino, acotado actualmente en condiciones muy desventajosas a Gaza y Cisjordania, sus gobiernos se han negado a hacerlo en sintonía con la política del principal aliado militar y económico de Israel: Estados Unidos. Mientras, es difícil que pase una semana, y muchas veces un día, sin que se conozca la muerte de un palestino a manos de las armas israelíes.
De la nueva América, donde se ubican los países del ALBA que protagonizan hoy su verdadera y segunda independencia, con democracias cuestionadas por el dogma occidental pero donde los pueblos sí tienen voz, llega y llegará la voz solidaria con Palestina. Cuba, parte esencial de esa realidad, a diferencia de Europa, no le ha regalado nada a EEUU en su política exterior. A pesar del proceso abierto el 17 de diciembre de 2014, lejos de dar la espalda oportunistamente a uno de sus reclamos históricos, lo reitera: Para que haya paz en Oriente Medio debe existir un Estado palestino dentro de las fronteras anteriores a 1967 y con capital en Jerusalén oriental.
*Citado por Edward Said en La cuestión Palestina, Editorial Debate, Random House Mondadori, Barcelona, 2013, p. 67.