En un proceso imparable desde mediados de setiembre, miles de palestinos, y muy especialmente de la juventud de Cisjordania y Gaza, hartos de la violencia cotidiana del Estado israelí, de la ocupación, del hambre, han salido a la lucha en una batalla desigual, sin apenas armas y dirección política. Demuestran así una determinación descomunal para acabar con una injusticia de décadas.
El arma más importante para ello, más que nunca, es un programa revolucionario capaz de unir a la mayoría de la población de la zona, independientemente de su origen, frente al puñado de poderosos (y de sus títeres en el aparato de Estado sionista) que utilizan la opresión nacional palestina para mantener el poder.
La frustración ante el paro, la miseria, el continuo atropello de la población palestina, es lo que permite que cualquier provocación sionista incendie un terreno ya muy seco. Conscientemente, el Gobierno ultrasionista de Benjamin Netanyahu estimuló una situación de enfrentamiento en la Explanada de las Mezquitas, donde se concentran lugares santos judíos e islámicos. Esta zona es un símbolo nacional palestino. Desde el Estado israelí se ha promovido una política de multiplicación del turismo religioso judío a la zona, lo que es coherente con su política de expansionismo hacia todo Jerusalén, expulsando de ella poco a poco a la población palestina y monopolizando el control de esa zona de simbología compartida para las tres religiones monoteístas.
La provocación no quedó solo en estimular la invasión por parte de ultraortodoxos de la Explanada de las Mezquitas. El Gobierno prohibió las manifestaciones, hasta entonces pacíficas, frente a ellos, y las reprimió con salvajismo, mientras el ministro de Agricultura, Uri Ariel (del partido ultrarreligioso Hogar Judío), defensor de la demolición de la mezquita Al Aksa, se paseaba por la zona, emulando a Ariel Sharon cuando provocó en 2000 la llamada segunda Intifada. No hay nada casual, es todo una estrategia controlada.
Pero esto es sólo la puntilla. Los medios burgueses que intentan ser equidistantes entre sionistas y palestinos (por no hablar de los que acusan a unos de terroristas y ‘lobos solitarios’ mientras consideran que las fuerzas de ocupación se limitan a intentar mantener el orden) olvidan una y otra vez las causas de este conflicto: una ocupación de casi medio siglo; un bloqueo criminal a Gaza, convertida en la mayor cárcel del mundo; el control de los recursos económicos; y una impunidad total de las fuerzas sionistas, que han invadido y bombardeado Gaza (la última agresión masiva fue hace un año), e intervenido en Cisjordania, siempre que han podido… Este mismo año, antes del estallido actual, murieron 30 palestinos a manos de policía, Ejército o colonos, y cientos han sido detenidos.
El 42% de los palestinos apoya la lucha armada
Según el diario israelí Haaretz, el 42% de la población palestina considera que la única forma de conseguir la liberación nacional es la lucha armada. Y es normal, teniendo en cuenta la situación extrema que vive. En Gaza el 90% de la población es pobre (y un 70% depende de la ayuda humanitaria), y el 65% en Cisjordania. El drama en Gaza es tremendo: el bloqueo hace que la destrucción causada por el Ejército israelí apenas se pueda paliar; son cientos los muertos por falta de tratamiento médico, el 75% de los niños sufre anemia; se extiende la dependencia de tranquilizantes. En Cisjordania la construcción del muro ha arruinado la vida de miles de familias; 400 fueron desahuciadas y 12.000 viven precarias y aisladas entre el muro y la Línea Verde (la frontera entre Israel y Cisjordania), mientras se han expropiado 170.000 acres y arrancado cien mil olivos. Israel y su medio millón de colonos controlan las reservas de agua de las regiones cisjordanas de Tulkarem, Kalkilia y Belén. Éstos son sólo algunos de los dramáticos datos, que explica la tremenda ansia de justicia de una nueva generación.
También explica que algunos sectores, no viendo otra salida, hayan atacado con cuchillos, o atropellado, a civiles judíos. Episodios que son magnificados para esconder las movilizaciones y los enfrentamientos con la policía y el Ejército de miles de palestinos, tanto de Cisjordania como de Gaza y también de las zonas de mayoría árabe-israelí. Una lucha a la que se ha incorporado de forma masiva las jóvenes palestinas, lo que tiene consecuencias muy positivas.
Terrorismo de Estado
Toda la histeria anti-palestina desatada por el Gobierno, los medios y sus aliados en todo el mundo, utilizando de forma nauseabunda esos ataques aislados, no puede esconder el hecho de que, frente a 7 judíos, han muerto en toda la represión del Estado 42 palestinos (de momento), de los que sólo un tercio eran (y eso según la policía) atacantes. Esas 42 víctimas incluyen a un niño de 13 baleado en Belén por la policía, a otro en Ramala, o a una embarazada y su hija de dos años, asesinadas en el criminal bombardeo sobre Gaza, el 10 de octubre. Y no incluye a Mila Abtum, migrante eritreo identificado falsamente por los judíos presentes como autor de los disparos en la estación de autobuses de Beer Sheva; Abtum, herido él mismo por los tiros, fue apaleado por la multitud, que le intentó linchar, y murió en el hospital, simplemente por su apariencia.
El mayor terrorista de la zona es el Gobierno sionista, que no sólo mantiene la ocupación y utiliza una represión masiva contra el pueblo palestino para que se someta, sino que estimula los peores prejuicios entre la población judía. Palestinos y árabes israelíes son atacados con cuchillos o atropellados por el simple hecho de serlo por parte de la extrema derecha israelí, azuzados por la propaganda del Gobierno, pero estos hechos no se destacan en los medios.
La respuesta de Netanyahu ante la ola de movilizaciones y los ataques ha sido más de lo mismo. Demolición de las viviendas de los supuestos atacantes o sus familiares, prohibiendo además que vuelvan a construir en el terreno, y expropiación de su patrimonio; generalización de la ‘detención administrativa’, es decir, del encarcelamiento indefinido sin juicio; permiso para la utilización de balas reales contra manifestantes que tiren piedras y castigo de años para ellos; y bloqueo de los barrios palestinos de Jerusalén. El primer ministro ha asegurado que ‘no habrá límites para la actuación de las fuerzas de seguridad’.
Los bloqueos de los barrios árabes de Issawiya, Shur Baher, Silwan y Ras el Amud, y el campo de refugiados de Shuafat, pretenden crear guetos para los palestinos, y son parte de la violencia cotidiana contra toda la población palestina. Incluso, en el barrio de Jabel Mubaker, llegó a iniciarse la construcción de un muro de separación (un nuevo muro), aunque fue paralizada ante las protestas de los ministros más ultraderechistas, que no quieren renunciar a ninguno de los barrios árabes de Jerusalén para la colonización judía y que, como alternativa, propusieron situar francotiradores en los tejados del barrio… Son los mismos que presionan para disolver militarmente la Autoridad Palestina…
Por un programa revolucionario para la liberación nacional y social
Esta oleada de lucha palestina no ha sido fomentada ni está dirigida por la dirección de Al Fatah ni por Hamás. Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina, no tiene más alternativa que las impotentes declaraciones de la ONU y sus organizaciones adláteres y que pedir a las potencias imperialistas, y en especial a Estados Unidos, que presionen a Israel.
‘La escalada no empezó con el asesinato de dos colonos israelíes, empezó mucho tiempo atrás (…). Todos los días hay palestinos asesinados, heridos, arrestados. Todos los días la colonización avanza, el bloqueo de nuestro pueblo en Gaza continúa’. Así se expresa Marwan Barghouti, activista de la primera Intifada encarcelado desde hace trece años y seguramente el dirigente palestino más valorado. Barghouti felicita a una generación que ‘no ha esperado instrucciones para defender su derecho y su deber de resistir esta ocupación. Lo está haciendo desarmada, enfrentándose a una de las mayores potencias militares’. También defiende que ‘no puede haber negociaciones sin un claro compromiso israelí para retirarse por completo del territorio palestino ocupado en 1967, el fin de las políticas coloniales (…), la autodeterminación y el retorno [de los refugiados], y la liberación de todos los prisioneros’. Todo un programa mínimo para la lucha, único camino para la victoria. A lo que añadimos: conseguir estas condiciones implica acabar con el poder de la clase dominante israelí sobre toda la zona y sobre el propio Israel; mientras la burguesía israelí exista necesitará del servicio de su aparato de Estado y de la ideología sionista. Por eso es determinante un programa revolucionario, que pueda aunar a los trabajadores, sean palestinos o israelíes, para expropiar a esa parásita burguesía sus recursos, controlarlas democráticamente y compartirlas. ¡Por la liberación del pueblo palestino, contra la ocupación, por una Federación Socialista de la zona!
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