Por su hijo Gustavo, mi amigo de los estudios secundarios y en el Preuniversitario, acabo de conocer la muerte de Ángel Arcos Bergnes.
Tuve el privilegio de que Ángel me honrara con su amistad desde aquellos años en que a través de su privilegiada memoria y su vida ejemplar supe del culto que profesaba al ejemplo del Che y de su lealtad a Fidel y la Revolución mantenidas siempre.
Hombre íntegro, que trabajó junto al Comandante Ernesto Guevara en el Ministerio de Industrias, no se limitó a seguir el ejemplo del dirigente comunista sino que cultivó el testimonio de lo que vivió junto al Che en los tiempos en que aquel impulsaba con su asistencia y consagración el trabajo voluntario, creó la Escuela de Administradores y convirtió la contabilidad en una valiosa herramienta de dirección. Por ello, como fue su voluntad, sus cenizas fueron esparcidas en el actual Ministerio del Interior, donde antes estuvo el de Industrias, el lugar en el que laboró junto al Che.
Su libro Evocando al Che da cuenta de todo eso desde una autenticidad total y estremecedora que hizo agotar sus dos ediciones. En su tributo publico la reseña que sobre él hiciera el ensayista Víctor Fowler a propósito de su segunda edición y que publicara La Jiribilla.
Humano, excepcional, trascendente: Los recuerdos de Arcos Bergnes sobre el Che
Víctor Fowler
Considero que la verdad histórica debe respetarse; fabricarla a capricho no conduce a ningún resultado bueno.
Ernesto Guevara, Carta a Carlos Franqui.
Revolución, 29 de diciembre de 1962.
¿Qué hacer con las grandes figuras históricas, cómo se habla de ellas cuando murieron ya y se alejan en el tiempo? Para la teorización del género testimonial en Cuba ha devenido texto clásico la introducción del Che a su libro Pasajes de la guerra revolucionaria, donde recuerda episodios de la lucha del Ejército Rebelde contra las tropas de Batista; en particular el párrafo del prólogo en el que precisa los motivos por los cuales escribe y hace pública su versión de la historia:
“Muchos sobrevivientes quedan de esta acción y cada uno de ellos está invitado a dejar también constancia de sus recuerdos para incorporarlos y completar mejor la historia. Solo pedimos que sea estrictamente veraz el narrador; que nunca para aclarar una posición personal o magnificarla o para simular haber estado en algún lugar, diga algo incorrecto. Pedimos que, después de escribir algunas cuartillas en la forma en que cada uno lo pueda, según su educación y su disposición, se haga una autocrítica lo más seria posible para quitar de allí toda palabra que no se refiera a un hecho estrictamente cierto, o en cuya certeza no tenga el autor una plena confianza. Por otra parte, con ese ánimo empezamos nuestros recuerdos.”
De las varias proposiciones que para la memoria del pasado el párrafo contiene, me interesa destacar el hecho de que la historia es algo que debe ser completado mediante la narración de cada uno de sus participantes; lo que es lo mismo que distribuir el patrimonio de la verdad, de manera que nadie, ni siquiera las figuras supuestamente principales, posean el privilegio de elaborar relatos últimos. Junto con ello, la petición de veracidad estricta —según la cual las prohibiciones básicas serían magnificar o simular— es complementada por el realismo político de Guevara, a quien no se le esconde la debilidad humana de quien desea exponer el modo en que participó en el interior de algún evento histórico; por ello, el acto de escritura debe de ser continuado por otro de revisión al cual interesa menos el estilo que la fijación de verdad, de modo que esta memoria escrita del pasado es un ejercicio ético, una prueba.
La severidad general, de la voz —que habla al conjunto de los participantes en la gesta—, vela el más importante detalle del prólogo: el hecho de estar dirigido, en primer lugar, a los jefes de la misma y de ahí la particular mención que de ellos se hace en el párrafo de apertura:
“Desde hace tiempo, estábamos pensando en cómo hacer una historia de nuestra Revolución que englobara todos sus múltiples aspectos y facetas; muchas veces los jefes de la misma manifestaron —privada o públicamente— sus deseos de hacer esta historia, pero los trabajos son múltiples, van pasando los años y el recuerdo de la lucha insurreccional se va disolviendo en el pasado sin que se fijen claramente los hechos que ya pertenecen, incluso, a la historia de América.”
Hay que entender esto en el contexto más amplio de lo que constituye tanto uno de los enigmas de la personalidad del Che como uno de sus mayores aportes a (y debate implícito con) la teoría marxista: el papel y características de los dirigentes revolucionarios. Para el Che, como expresara en El cuadro, columna vertebral de la revolución (texto publicado en la revista Cuba Socialista en septiembre 1962), es aquí donde se localiza la clave para la supervivencia y desarrollo de cualquier proyecto revolucionario, muy especialmente cuando se ha completado la toma del poder.
Según se lee en este texto, en la trilogía de tareas principales que toca a una revolución cumplir (“… en el aparato estatal, en la organización política y en todo el frente económico”, especifica el texto) acaso la principal dificultad es la inexistencia de “cuadros” capaces de trabajar dentro del nuevo sistema; esto último, a los efectos de una quiebra del orden capitalista e instauración del socialismo es equivalente a la construcción de un nuevo mundo. En la teorización de Guevara el elemento mínimo imprescindible para conseguirlo es ese cuadro al que, de manera sucinta, define como:
“… un creador, es un dirigente de alta estatura, un técnico de buen nivel político que puede, razonando dialécticamente, llevar adelante su sector de producción o desarrollar a la masa desde su puesto político de dirección.”
El “razonamiento dialéctico” se refiere al hecho de que no se trata de ser el simple subordinado de una estructura de poder, sino alguien cuyo desarrollo político le permite, en lo que toca a la relación entre “grandes directivas” y “masas”: interpretar, hacerlas suyas y transmitirlas como orientación. En este esquema la apelación a lo “creativo”, correspondiente al modo en que la directiva es apropiada-transmitida y aplicada-desarrollada, solo es posible por la mediación del momento de razonamiento dialéctico que, a la misma vez, implica el debate interno con la directiva hasta alcanzar su entera comprensión; de esta manera la Revolución no es un proceso asimilable por mera empatía emocional, sino que obliga a un permanente y profundo proceso intelectivo.
Con semejante contenido agónico (en el sentido original de la palabra griega agón, combate) la estancia en la Revolución, en primer grado para aquellos que son sus cuadros, equivale a una prueba permanente: de la directiva que emana del poder central (ante el cuadro y ante la masa), del cuadro mismo ante sí mismo y del cuadro ante la masa. Este último movimiento (que Guevara define como: “… percibiendo además las manifestaciones que esta haga de sus deseos y sus motivaciones más íntimas”) es el que garantiza la señal de retorno de la directiva y únicamente puede ser realizado cuando el cuadro es un habitante de la masa que dirige, cuando no hay (y este es un leitmotiv de sus concepciones) “divorcio” entre ambas.
La reedición por la Editorial Ciencias Sociales de Evocando al Che, testimonio de Ángel Arcos Bergnes, quien trabajara cerca de Guevara en lo que fue al inicio de la Revolución el Ministerio de Industrias (un verdadero megaministerio según las estructuras de hoy), es la oportunidad de revisar no pocos de estos temas. Sin necesidad de un estilo que resalte por la variedad de recursos literarios utilizados o por la densidad reflexiva del autor a partir del material que rememora, Arcos Bergnes consigue entregar a los lectores un volumen fascinante que, junto con el hecho de haber sido testigo de lo que relata, tiene la ventaja de una estructura interna en la que los capítulos se fragmentan a su vez en múltiples anécdotas breves que hacen fácil la lectura. Solo dos, el 18 y el 19 —dedicados respectivamente a los aportes e iniciativas del Che ministro y a sus ideas acerca de cuestiones económicas, de control y de calidad— prescinden casi por entero de la anécdota y fueron elaborados mediante explicaciones de Arcos Bergnes sobre la estructura de aquel megaministerio y gracias a fragmentos de intervenciones del Che.
Si el procedimiento escogido nos brinda acceso a un Guevara que es compañero de trabajo, diríase que “normalizado”, la intencionalidad de los recuerdos y la situación de contexto nos abren puertas al conocimiento de un revolucionario excepcional. Desde cualquier ángulo se trata, especialmente, de un ser humano que ríe, se equivoca, discute, juzga, premia, sanciona, analiza. Las claves de su pensamiento y acción son tan mínimas como claras y suficientes para adelantar en la construcción de mundos nuevos, dado que concentran todo lo inaceptable para los espacios donde la vida económica, social y política se basa en relaciones de explotación; en el mundo de Guevara el respeto por el otro —desposeído o disminuido— es tan absoluto que conduce a no desear nada para uno mismo y esta articulación constituye la guía de vida sobre todo para aquellos que mayores posibilidades tienen, por las condiciones especiales en las que desarrollan su tarea, de olvidar quiénes son, de dónde salieron o para qué están donde se encuentran. Este sector son los cuadros.
La necesidad del recuerdo permanente, que nos remite a la constancia de que las revoluciones de signo socialista se hacen para facilitar el ingreso hacia lo humano del otro desposeído o humillado, se traduce en la práctica de una autorrevisión —también permanente— de la postura propia; pero autorrevisar no es solo, según acciones de control, llevar cuenta de si el encargo asignado fue mejor cumplido o no, sino fomentar el análisis del encargo mismo y de mi actitud ante él (de ahí la importancia de los instantes de “razonamiento dialéctico” y de “creatividad”). En complemento con lo anterior el proceso solo cierra su ciclo en esa comprobación última que es el habitar, de la tarea o idea y del cuadro mismo, en el interior de la masa por cuya continua humanización trabaja; mas esto no puede ser alcanzado desde una posición externa, que finalmente remitiría a la función de la “orden” en los regímenes de explotación, sino que exige del cuadro un plus de entrega. Ese plus, que en términos prácticos es sacrificio y dolor, al ir posibilitando lo que antes se consideraba excepcional transforma el accionar y la vida íntegra del cuadro en un espejo donde la masa presenciará, sin intermediario, las potencialidades que posee sin saber y el espacio de nueva sociabilidad que pudiera fabricar. De ahí la insistencia de Guevara en potenciar el “trabajo voluntario” y en ser trabajador de base en estas ocasiones de entrega de sí que no busca retribución monetaria y marcan el límite al cual las relaciones de producción capitalistas, obligadas a comprar el trabajo (y en consecuencia a alienarlo, borrándole todo rasgo de solidaridad) no pueden siquiera aspirar.
Junto con lo anterior, puesto que es este el punto más sorprendente de colisión entre pasado y futuro, tiene que ser donde mayor agudeza enseñen el realismo y desarrollo político del cuadro; por tales motivos, para Guevara, el trabajo voluntario “tenía” que estar basado en un irrestricto principio de voluntariedad y de ningún modo se podía mentir en él (al convocarlo donde o cuando no hiciera falta, falsificar cifras o no asistir los cuadros). A fin de cuentas, iba a ser el espacio privilegiado donde las masas populares verían lo que antes solo tenía sentido como parte de las fantasías de venganza típicas de los dominados: al jefe trabajando sin el beneficio de la distinción, en las mismas condiciones del obrero, sin ego. Acostumbrados como estamos a las imágenes del Che en estas ocasiones perdemos el detalle principal, que Arcos Bergnes nos recuerda, y este es la actitud con la que enfrentaba estos momentos, el hecho de que preguntaba minuciosamente las características técnicas de lo que debía hacer; pues no se trataba de simplemente mostrar a las masas (y, en general, al mundo) que en la Revolución Cubana los jefes también trabajaban en la base, sino de realmente respetar el trabajo y hacerlo en la misma dimensión de entrega a la que el proceso productivo obliga al trabajador.
Esto explica el rechazo del Che a que sus participaciones en trabajos voluntarios se convirtiesen en acontecimientos mediáticos, y enlaza con anécdotas en las que sorprende su negativa a aceptar lo que consideraba protección excesiva de los órganos de Seguridad, la reprimenda a algún administrador que le entrega un regalo especial o la atmósfera de austeridad en la que se desarrollaban las reuniones de alto nivel que narra Arcos Bergnes. En la misma dimensión en la que el cuadro se da, se brinda como ejemplo mediante la realización de lo que se creyera imposible, precisa del desapego crítico que impida integrar como “gusto” semejante dar de sí, pues tal placer empuja al ego hacia el amor al cargo más que a la tarea, a la complacencia con la voz propia más que a escuchar a las masas y termina divorciándolo del entorno y del proyecto. La asombrosa manera con la que el Che lidió con aquellos subordinados que sucumbieron a las tentaciones del poder es contada por Arcos Bergnes en uno de los capítulos más descollantes del libro, el referido al campamento de castigo de Guanahacabibes, establecido por el Che para —mediante el trabajo y según estricta voluntariedad de los “castigados”— enfrentar al sancionado con su falta y recuperarlo como revolucionario en la misma posición que ocupara en el instante del error.
Arcos Bergnes brinda su visión de Guevara como cuadro modélico que combina lo excepcional y lo simplemente humano en el devenir de una situación trascendente. A veces como actor de un episodio chusco, como cuando los escoltas se quejan del malolor de los pedos del perro del Che; otras, como cuando maneja una avioneta entre nubes, aventurándose en un riesgo innecesario; una tercera vez interviniendo en una disputa administrativa de ponzoñoso matiz político, para deshacer un acto donde oportunismo y extremismo se daban la mano. Siente nostalgia de los días de juventud; pega la espalda a la pared mientras lee sentado (para que la incomodidad estorbe el sueño); insiste en su concepción del ejemplo personal del cuadro como elemento dinamizador de las reacciones de la masa; impulsa el movimiento emulativo y estimula las mejores cualidades en quienes se le subordinan o soporta, proveniente del autor del libro, una de las más terribles e hirientes bromas que alguien pueda imaginar. Camino a un trabajo voluntario, una mañana de frío, abandona el auto y sube junto con los obreros a la cama del camión que los conduce; mientras está en otro se disgusta cuando descubre que le han creado condiciones especiales para que no se vea obligado a hacer grandes esfuerzos. Lo mismo controla la disciplina, brinda lecciones éticas, que estudia para poder entender el sector que dirige, que introduce la evaluación psicológica como complemento en la selección de cuadros. Es múltiple, poco menos que total, mas no para asfixiar, sino para desarrollar.
Las varias veces en las que Arcos Bergnes se refiere a la extensión y complejidad del proceso según el cual una economía capitalista, de múltiples productores aislados (desde la fábrica hasta el diminuto “chinchal” individual, a los cuales solo el mercado es quien organiza y controla) debe ser reestructurada y reconectada bajo nuevos parámetros, da la clave de lo que significa construir el mundo nuevo. La transformación productiva, esencialmente mental, según la cual las relaciones de dominación y competencia deben ser sustituidas por otras nuevas de emulación y colaboración al servicio de objetivos comunes. Creo que en ningún otro sitio he visto un documento que, pese a no ser esta su intención principal, permita reconstruir dicho camino con el espíritu de un relato de aventuras; tal es la infiltración de la sustancia épica en la vida de esos hombres, dirigentes y trabajadores de aquel Ministerio de Industrias, acerca de los cuales Arcos Bergnes nos regala detalles y que acaban por sernos también ellos tan familiares como el Che. Semejante apertura del campo de visión, uno de los grandes méritos de estos recuerdos, atraviesa cada página de modo que —por encima de la grandeza de los hombres o la magnitud de la tarea— es la época misma la que se manifiesta como trascendental y ello a partir de la recolección de centenares de detalles mínimos y de la puesta en escena del entusiasmo de infinidad de seres anónimos que adivinamos presentes durante las anécdotas, motivándolas o recibiendo sus consecuencias. Hay una suerte de sinergia entre los elementos, un combate, una voluntad que lentamente confluye, construida con esfuerzo, y es encauzada hacia las acciones de cambio; de ahí la importancia medular del cuadro, así como el hecho de que estos conducen a la masa, la transforman, al tiempo que se transforman a sí mismos. Semejante proceso, cuyas condicionantes mínimas son la comprensión del sacrificio (“razón”), de su direccionalidad (“profundidad política”), la disciplina, la comunicación con la masa (“centralismo democrático”) y la voluntad de verdad (muy especialmente del cuadro dentro del aparato), está presente en cada una de las páginas del libro.
La principal pregunta que deriva de todo esto tiene que ver con el tiempo, pues no en vano ha pasado casi medio siglo desde las historias que aquí son recordadas y una memoria política está obligada a confrontar sus resultados; dicho de otro modo, la visitación a la épica del nacimiento de un mundo no es únicamente un acto de nostalgia, sino que apela a la razón cuando se le inserta en la realidad presente de aquello que se intentó conseguir. Desde este ángulo, el momento de cierre para un volumen de memorias políticas tiene lugar cuando estas introducen un enfoque comparativo con aquel presente en el cual fueron escritas y desde allí se abren al futuro del proceso o destino grupal o social que, al retratar en un punto, han impugnado o acreditado como justo.
En este sentido, mediante la sumatoria de comentarios y pequeñas historias, Arcos Bergnes nos entrega una determinada imagen del Che a la vez viva e interesada; su intencionalidad o consecuencia es radicalmente política, necesitada de debate, porque la reunión de memorias nunca es un acto de ingenuidad, sino cargado, marcado. Si esto es así, la figura de este interlocutor dialógico que Arcos Bergnes conservó es regresado para que participe del presente e intervenga con aquellas mismas potencialidades que mientras vivió demostrara; dicho de otro modo, si el realismo político del Che nos obliga a aceptar que la Revolución, en su estado actual, tiene que enfrentar su propio desgaste o insuficiencias, la multidimensionalidad y el ideario que revelan las anécdotas e ideas recogidas en el libro son al mismo tiempo respuesta e intervención.
De este modo, la lectura obliga a ir más lejos que el disfrute pasivo.
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