En torno a un artículo de Pablo Manuel Iglesias Turrión
¿Luxemburgo o Lerroux?
El señor Pablo Manuel Iglesias Turrión cita, en un reciente artículo aparecido en Público titulado “El orden reina en Madrid” y reproducido en Rebelión, a “una mujer genial” que hace casi cien años proclamó (y cita Iglesias): “¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena! Pablo Manuel Iglesias silencia la continuación de la frase de esa “mujer genial”, que es como sigue: ”La revolución, mañana ya se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto”. Esa “mujer genial” es Rosa Luxemburgo y las palabras claves del manifiesto del que se extrae la cita son dos: revolución y socialismo. Quiero detenerme en esta cita de Pablo Iglesias, en esta utilización de una frase mutilada de una revolucionaria comunista (cuyo nombre, por cierto, también calla), porque esta técnica retórica del señor Turrión, la del “espigueo” de los textos revolucionarios, no sólo muestra su estrategia comunicativa a un nivel más amplio, a un nivel que entraña el manejo de todo un universo simbólico, sino que también da pistas sobre el verdadero proyecto político del partido del señor Iglesias y sus fuerzas afines.
Para empezar no hará falta recordar quién fue Rosa Luxemburgo, o quizá sí; quizá sí a aquellos recién incorporados al mundo de la política, jóvenes y no tan jóvenes, que impulsados por un ansia de rebeldía, o por una defensa de sus intereses, inician un camino de lucha, ignorantes en mayor o menor medida de las batallas del pasado. Rosa Luxemburgo fue muchas cosas pero fundamentalmente y por encima de todo, una revolucionaria, además de teórica marxista, es decir socialista; igualmente diré que fue uno de los máximos dirigentes del Partido Comunista Alemán. Claro que la palabra socialista querrá decir muchas cosas diferentes según quién la refiera (de hecho, sin ir más lejos, el señor Felipe González se reconoce como tal); pero para aquél que haya leído a Rosa Luxemburgo y a los teóricos marxistas de su época y se identifique en todo o en parte con sus ideas, la cosa se circunscribe bastante. En cualquier caso, parece que caben menos dudas acerca del significado de la palabra comunista. En definitiva, estamos hablando de una persona y de un movimiento que intentaban superar el capitalismo (el mismo sistema socio-económico que impera hoy), un sistema que está perfectamente descrito por Carlos Marx en su obra “El Capital” (obra a la que remito al lector de estas líneas como lectura imprescindible, obra sorprendentemente ignorada por algunos asesores económicos de Podemos, como el señor Piketty, el cual olímpicamente declara que la única obra de Marx que ha leído es el “Manifiesto comunista”).
Siguiendo aclarando aspectos, el escrito del que Iglesias extrae la frase mutilada fue elaborado por Luxemburgo el 14 de enero de 1919, un día antes de su muerte a manos seguramente de los esbirros de los “Freikorps” (muchos de los cuales acabarían años más tarde militando en el Partido Nazi), utilizados por el gobierno socialdemócrata alemán para frenar a los obreros revolucionarios y a sus dirigentes. Gobierno socialdemócrata, si; el cual también se proclamaba socialista. Y revolucionarios, sí; es decir personas que luchaban por superar el capitalismo y construir el socialismo; es decir, un sistema donde los medios de producción no sean detentados por un grupo social determinado, sino poseídos por el conjunto de la sociedad; un sistema donde no sea posible que una clase social se adueñe del producto del trabajo ajeno. Y obreros, sí, trabajadores; personas que se ven obligadas, precisamente porque carecen de esos medios de producción, a vender lo único que poseen, su fuerza de trabajo, sea física o mental, a los capitalistas. Trabajadores que en enero de 1919 se levantaron a favor de la revolución socialista y que fueron duramente reprimidos por los defensores del orden burgués (el gobierno socialdemócrata). Sobre esto escribía Rosa Luxemburgo en este escrito titulado “El orden reina en Berlín”. Y Pablo Iglesias lo sabe.
Revolución, socialismo y trabajadores, tres palabras incómodas y, por tanto, ausentes, cada vez más, en la dirigencia de la izquierda y desde luego ausentes de los textos del señor Turrión, por mucho que cite a Rosa Luxemburgo, pues son tres conceptos ajenos al accionar político de Podemos. ¿Revolución?, no gracias, se prefiere la reforma de las instituciones. ¿Socialismo?, tampoco, se apuesta por la “justicia social” en el seno de la democracia burguesa. ¿Trabajadores?, apártense que ha llegado el pueblo, o los ciudadanos, según convenga. Aun así, de los textos de los revolucionarios socialistas (también de Lenin en alguna otra ocasión) el señor Iglesias no tiene ningún escrúpulo en hurtar la fuerza de sus imágenes retóricas, aunque por supuesto, en ellas se instala, en la superficie brillante de la metáfora arrebatadora, desechando, cómo no, toda sustancia verdaderamente transformadora, sustancia que no es otra sino el socialismo.
Y esto no puede ser de otra forma cuando el objetivo de Podemos no es el mismo que el de Rosa Luxemburgo ni el de los obreros alemanes masacrados en 1919; para el señor Iglesias el capitalismo no es el enemigo a batir. Para Iglesias Turrión los verdaderos enemigos son un régimen político agotado y un modelo de desarrollo económico igualmente finiquitado. Para esta nueva izquierda (¡qué viejo suena ya esto de la nueva izquierda!, y que conste que el que suscribe no tiene nada contra lo viejo) lo que se dirime es cómo se resuelven políticamente estos dos bloqueos en el seno de un fenómeno político que él, y otros muchos, denominan “Segunda Transición”. En la resolución de esas obstrucciones el señor Turrión echa sus cartas encima de la mesa: “un proyecto de país para las mayorías sociales basado en la regeneración de las instituciones, en la justicia social y en la soberanía. Para ello estamos comprometidos con la promoción de un nuevo pacto de convivencia social y territorial que habrá de articularse mediante un proceso constituyente que no se negocie en despachos, sino mediante un gran debate social, que haga que en la nueva Transición los protagonistas fundamentales no sean las élites políticas y económicas, sino los ciudadanos” Antes de estas nobles palabras Pablo Iglesias reconocía no obstante que “Nuestro país cuenta (…) con unas instituciones públicas capaces de disciplinar a nuestras oligarquías corruptas, improductivas y defraudadoras simplemente haciendo cumplir la ley”. (Iglesias Turrión, Pablo: “Una nueva transición”; El País, 19 de julio de 2015). Bueno, parece ser que para el señor Iglesias no todo huele a podrido en Dinamarca. No voy a entrar en si es más oportuno, conveniente, factible, deseable, etc. pelear por el socialismo o tan sólo por un nuevo sistema político en el seno del capitalismo; tampoco voy a debatir sobre la capacidad de las instituciones públicas españolas para “disciplinar” a las “oligarquías corruptas, improductivas y defraudadoras” (como dice la zarzuela: “¡qué inocencia tan hermosa/ no se encuentra un hombre así!”; aunque quizá no sea inocencia sino cálculo, llevando a algún que otro juez y general en las listas electorales de su partido político). Allá cada cual con sus proyectos liberales, puesto que, efectivamente, no estamos más que simplemente ante un discurso y unos propósitos circunscritos en la más estricta tradición liberal (aunque sea liberal de izquierdas), es decir procapitalista y burguesa (en este caso diría yo más bien pequeño burguesa). Por esa misma razón, el señor Iglesias no puede divulgar las tesis que Rosa Luxemburgo o Vladimir Ilich Uliánov defendían; porque de hecho, Pablo Manuel Iglesias Turrión no las defiende, porque sencillamente no es comunista, y ni siquiera es socialista (al menos en lo que se refiere a su accionar político). Por esa razón, por tanto, el líder de Podemos oculta el mensaje revolucionario de Luxemburgo, utilizando únicamente sus textos como mina de recursos literarios y como plataforma de apropiación del aura mitológica de su autora. De este modo, y yendo un poco más allá, Podemos, un proyecto político surgido “ex novo”, carente de referentes históricos y que exhibe sin cesar una supuesta rebeldía (que, sin embargo, no va más allá de la agitación instrumental, cuando no de la mera provocación), hace suya una centenaria tradición de lucha para exhibirla continuamente ante su electorado, y al apropiársela obtener una base sólida de legitimidad histórica, manejándola eso sí a su conveniencia, escamoteando el contenido verdadero de aquel combate.
Para reforzar su fogosa retórica (y con esto concluyo) Pablo Manuel Iglesias, a la hora de redactar sus textos (sobre todo aquellos que, como el que origina esta nota, no se elevan más allá de la condición de rabieta parlamentaria), haría bien en elegir, aunque sólo fuera por respeto a la verdad histórica, a la memoria de Rosa Luxemburgo y a la de los espartaquistas a los que alude, otro tipo de referentes más ajustados a sus intenciones políticas: figuras como Manuel Azaña o Alejandro Lerroux, personajes históricos de arrebatada elocuencia, insertos en la tradición liberal española, fraguadores de reformas políticas que exhalaban aromas de felicidad para todo el “pueblo español”.
Para empezar no hará falta recordar quién fue Rosa Luxemburgo, o quizá sí; quizá sí a aquellos recién incorporados al mundo de la política, jóvenes y no tan jóvenes, que impulsados por un ansia de rebeldía, o por una defensa de sus intereses, inician un camino de lucha, ignorantes en mayor o menor medida de las batallas del pasado. Rosa Luxemburgo fue muchas cosas pero fundamentalmente y por encima de todo, una revolucionaria, además de teórica marxista, es decir socialista; igualmente diré que fue uno de los máximos dirigentes del Partido Comunista Alemán. Claro que la palabra socialista querrá decir muchas cosas diferentes según quién la refiera (de hecho, sin ir más lejos, el señor Felipe González se reconoce como tal); pero para aquél que haya leído a Rosa Luxemburgo y a los teóricos marxistas de su época y se identifique en todo o en parte con sus ideas, la cosa se circunscribe bastante. En cualquier caso, parece que caben menos dudas acerca del significado de la palabra comunista. En definitiva, estamos hablando de una persona y de un movimiento que intentaban superar el capitalismo (el mismo sistema socio-económico que impera hoy), un sistema que está perfectamente descrito por Carlos Marx en su obra “El Capital” (obra a la que remito al lector de estas líneas como lectura imprescindible, obra sorprendentemente ignorada por algunos asesores económicos de Podemos, como el señor Piketty, el cual olímpicamente declara que la única obra de Marx que ha leído es el “Manifiesto comunista”).
Siguiendo aclarando aspectos, el escrito del que Iglesias extrae la frase mutilada fue elaborado por Luxemburgo el 14 de enero de 1919, un día antes de su muerte a manos seguramente de los esbirros de los “Freikorps” (muchos de los cuales acabarían años más tarde militando en el Partido Nazi), utilizados por el gobierno socialdemócrata alemán para frenar a los obreros revolucionarios y a sus dirigentes. Gobierno socialdemócrata, si; el cual también se proclamaba socialista. Y revolucionarios, sí; es decir personas que luchaban por superar el capitalismo y construir el socialismo; es decir, un sistema donde los medios de producción no sean detentados por un grupo social determinado, sino poseídos por el conjunto de la sociedad; un sistema donde no sea posible que una clase social se adueñe del producto del trabajo ajeno. Y obreros, sí, trabajadores; personas que se ven obligadas, precisamente porque carecen de esos medios de producción, a vender lo único que poseen, su fuerza de trabajo, sea física o mental, a los capitalistas. Trabajadores que en enero de 1919 se levantaron a favor de la revolución socialista y que fueron duramente reprimidos por los defensores del orden burgués (el gobierno socialdemócrata). Sobre esto escribía Rosa Luxemburgo en este escrito titulado “El orden reina en Berlín”. Y Pablo Iglesias lo sabe.
Revolución, socialismo y trabajadores, tres palabras incómodas y, por tanto, ausentes, cada vez más, en la dirigencia de la izquierda y desde luego ausentes de los textos del señor Turrión, por mucho que cite a Rosa Luxemburgo, pues son tres conceptos ajenos al accionar político de Podemos. ¿Revolución?, no gracias, se prefiere la reforma de las instituciones. ¿Socialismo?, tampoco, se apuesta por la “justicia social” en el seno de la democracia burguesa. ¿Trabajadores?, apártense que ha llegado el pueblo, o los ciudadanos, según convenga. Aun así, de los textos de los revolucionarios socialistas (también de Lenin en alguna otra ocasión) el señor Iglesias no tiene ningún escrúpulo en hurtar la fuerza de sus imágenes retóricas, aunque por supuesto, en ellas se instala, en la superficie brillante de la metáfora arrebatadora, desechando, cómo no, toda sustancia verdaderamente transformadora, sustancia que no es otra sino el socialismo.
Y esto no puede ser de otra forma cuando el objetivo de Podemos no es el mismo que el de Rosa Luxemburgo ni el de los obreros alemanes masacrados en 1919; para el señor Iglesias el capitalismo no es el enemigo a batir. Para Iglesias Turrión los verdaderos enemigos son un régimen político agotado y un modelo de desarrollo económico igualmente finiquitado. Para esta nueva izquierda (¡qué viejo suena ya esto de la nueva izquierda!, y que conste que el que suscribe no tiene nada contra lo viejo) lo que se dirime es cómo se resuelven políticamente estos dos bloqueos en el seno de un fenómeno político que él, y otros muchos, denominan “Segunda Transición”. En la resolución de esas obstrucciones el señor Turrión echa sus cartas encima de la mesa: “un proyecto de país para las mayorías sociales basado en la regeneración de las instituciones, en la justicia social y en la soberanía. Para ello estamos comprometidos con la promoción de un nuevo pacto de convivencia social y territorial que habrá de articularse mediante un proceso constituyente que no se negocie en despachos, sino mediante un gran debate social, que haga que en la nueva Transición los protagonistas fundamentales no sean las élites políticas y económicas, sino los ciudadanos” Antes de estas nobles palabras Pablo Iglesias reconocía no obstante que “Nuestro país cuenta (…) con unas instituciones públicas capaces de disciplinar a nuestras oligarquías corruptas, improductivas y defraudadoras simplemente haciendo cumplir la ley”. (Iglesias Turrión, Pablo: “Una nueva transición”; El País, 19 de julio de 2015). Bueno, parece ser que para el señor Iglesias no todo huele a podrido en Dinamarca. No voy a entrar en si es más oportuno, conveniente, factible, deseable, etc. pelear por el socialismo o tan sólo por un nuevo sistema político en el seno del capitalismo; tampoco voy a debatir sobre la capacidad de las instituciones públicas españolas para “disciplinar” a las “oligarquías corruptas, improductivas y defraudadoras” (como dice la zarzuela: “¡qué inocencia tan hermosa/ no se encuentra un hombre así!”; aunque quizá no sea inocencia sino cálculo, llevando a algún que otro juez y general en las listas electorales de su partido político). Allá cada cual con sus proyectos liberales, puesto que, efectivamente, no estamos más que simplemente ante un discurso y unos propósitos circunscritos en la más estricta tradición liberal (aunque sea liberal de izquierdas), es decir procapitalista y burguesa (en este caso diría yo más bien pequeño burguesa). Por esa misma razón, el señor Iglesias no puede divulgar las tesis que Rosa Luxemburgo o Vladimir Ilich Uliánov defendían; porque de hecho, Pablo Manuel Iglesias Turrión no las defiende, porque sencillamente no es comunista, y ni siquiera es socialista (al menos en lo que se refiere a su accionar político). Por esa razón, por tanto, el líder de Podemos oculta el mensaje revolucionario de Luxemburgo, utilizando únicamente sus textos como mina de recursos literarios y como plataforma de apropiación del aura mitológica de su autora. De este modo, y yendo un poco más allá, Podemos, un proyecto político surgido “ex novo”, carente de referentes históricos y que exhibe sin cesar una supuesta rebeldía (que, sin embargo, no va más allá de la agitación instrumental, cuando no de la mera provocación), hace suya una centenaria tradición de lucha para exhibirla continuamente ante su electorado, y al apropiársela obtener una base sólida de legitimidad histórica, manejándola eso sí a su conveniencia, escamoteando el contenido verdadero de aquel combate.
Para reforzar su fogosa retórica (y con esto concluyo) Pablo Manuel Iglesias, a la hora de redactar sus textos (sobre todo aquellos que, como el que origina esta nota, no se elevan más allá de la condición de rabieta parlamentaria), haría bien en elegir, aunque sólo fuera por respeto a la verdad histórica, a la memoria de Rosa Luxemburgo y a la de los espartaquistas a los que alude, otro tipo de referentes más ajustados a sus intenciones políticas: figuras como Manuel Azaña o Alejandro Lerroux, personajes históricos de arrebatada elocuencia, insertos en la tradición liberal española, fraguadores de reformas políticas que exhalaban aromas de felicidad para todo el “pueblo español”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario