lunes, 31 de octubre de 2016

La pobreza extrema en EE.UU se extiende. La historia de las dos américas de las maravillas, " de la "libertad", "justicia social y económica", "democracia", y demás spots propagandísticos.

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Historia de dos Américas. La pobreza extrema en EE.UU se extiende

En un teatro del Upper West Side de Manhattan el pasado jueves tres escritores presentaron una lectura de sus cuentos, reunidos en un nuevo libro titulado Historias de dos Américas. Es la secuela de otra antología, Historia de dos ciudades, donde autores de prestigio, desde Zadie Smith hasta Zoe Heller, aportaron sus reflexiones literarias sobre la extremadesigualdad de rentas en Nueva York, desde las fortunas de Wall Street hasta los salarios mínimos de la gran clase obrera inmigrante que se desplaza a Manhattan cada día desde la periferia.
Parafraseando a Dickens, Tale of two cities, fue el lema de la campaña de Bill de Blasio, el alcalde de Nueva York que ganó las elecciones municipales en el 2013 con el 73% de los votos tras una campaña en la que se comprometía a cerrar la brecha entre ricos y pobres en la ciudad más dividida de EE.UU.
Tres años después, la desigualdad sigue siendo el tema más comentado en esta campaña presidencial, aunque De Blasio sí ha logrado que Nueva York sea una de las ciudades y estados en EE.UU. que aumentarán el salario mínimo hasta 15 dólares la hora. (En el 2008 se situaba en ocho dólares en Nueva York).
En las dos Américas, “hay cada vez más gente en la calle y cada vez más formas de gastar el dinero” en “centros comerciales que empiezan a parecer fortalezas para los ricos”, resumió en la velada literaria de Historias de dos Américas el editor de los dos libros, John Freeman.
La escritora afroamericana oriunda del Medio Oeste Roxeanne Gay describió la pobreza de comunidades blancas en el norte de Michigan. “Fue el fin del mundo, y vi, por primera vez, la pobreza blanca”, recordó.
La desigualdad en EE.UU. ya era extrema antes del colapso económico del 2008 que se extendió hasta el 2011. Pero desde entonces la brecha se ha ensanchado aún más. En 15 estados, las subidas de la renta registradas entre el 2008 y el 2013 han ido a parar en su totalidad a los bolsillos del 1% más rico. Según un informe del Instituto de Política Económica (EPI) en Washington, la renta media de este 1% más rico en el estado de Nueva York rebasa ya los dos millones de dólares al año frente a una renta media de 44.000 dólares para el restante 99%.
Con esta ratio de ricos frente al resto –45 veces–, el estado de Nueva York es el más desigual de EE.UU. Connecticut, el estado que alberga a los multimillonarios de la industria de los hedge funds (fondos especulativos), es el segundo, y Wyoming, un estado de medio millón de habitantes en las Rocosas donde reside Christy Walton, la vástaga del fundador de Wal-Mart, con un patrimonio de 5.400 millones de dólares, es el tercero. Luego están Nevada, con las fortunas fabulosas y la pobreza sórdida que genera la economía de los casinos de Las Vegas, y Florida, donde el club privado Mar-a-Lago de Donald Trump en Palm Beach convive con barrios de Miami como Gladeview en los que la pobreza afecta al 45% de los habitantes.
En diez de los estados estudiados por el EPI, la renta del 1% más rico aumentó más del 10% entre el 2009 y el 2013 mientras que la renta del 99% cayó. El estado donde la renta se distribuye de forma más equitativa es Alaska. Otros estados bastante igualitarios son Hawái, Iowa, Virginia Occidental, Maine y Nebraska.
El estado de Nueva York es un caso interesante porque, a diferencia de la ciudad de Nueva York, abarca no solamente las fortunas de Wall Street y la pobreza urbana sino también la gran división entre la clase obrera postindustrial blanca del norte rural del estado –otro feudo obrero de Donald Trump– y las élites blancas de la gran metrópoli global. Lo que arrastra la renta media del 99% de los neoyorquinos hasta sólo 44.000 dólares al año no sólo son los trabajadores mexicanos o afroamericanos en Queens o el Bronx, sino los cuellos azules blancos, los obreros de los desiertos postindustriales que han dejado Kodak, General Motors y General Electric en ciudades como Búfalo o Rochester, en la orilla de los Grandes Lagos. Estas zonas, con sus ruinas industriales y sus elevados niveles de inactividad laboral, se parecen mucho a los estados maltrechos del cinturón oxidado como Ohio, Michigan, Pensilvania e Indiana, donde Trump ha intentado restar votos a los demócratas.
“América está rota”, resume Freedman en el prefacio del aún inédito Tale of two Americas. “No hace falta tener un libro de estadísticas para saber esto; sólo hace falta tener dos ojos”. Pero lo cierto es que, para muchos estadounidenses, las estadísticas pueden ser la única forma de conocer a la otra América. “Estamos viviendo en burbujas cerradas, mundos aparte”, dijo Todd Swanstrom, experto en desigualdad y geografía de la Universidad de Misuri. “Hay condados ricos y condados pobres; y no hay una relación entre ellos”, dice. Esta polarización espacial y socioeconómica está dando lugar a la cultura política más radical en EE.UU. desde los populismos de los años veinte.
Aunque sólo cinco puntos separan a Hillary Clinton y Donald Trump en los sondeos nacionales, los votantes de cada candidato suelen vivir juntos en los mismos núcleos socioeconómicos y políticos. En un distrito electoral determinado, el 80% votará por Hilary. En otro, el 80% lo hará por Trump. “Si yo me encontrase con un votante de Trump donde vivo yo (en la zona universitaria de San Luis), me quedaría de piedra”, dijo Swanstrom. Como advirtió The Economist, “cuanto más homogéneas son nuestras comunidades en el sentido ideológico, más extremas se vuelven”.
Esta balcanización socioeconómica y política se ve reflejada también en los medios de comunicación y las redes sociales, cada vez más hechos a la medida de las respectivas ideologías de estas dos Américas con más interés en alimentar las opiniones de sus consumidores que explicar lo que ocurre. Como cuenta Matt Taibbi, el periodista de la revista Rolling Stone, en su libro El gran trastorno, “nos hemos convertido en compradores de nuestra propia realidad”.
Andy Robinson
LaVanguardia

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