Meditar: Americano cien por ciento, de Ralph Linton*. Por Desiderio Navarro .
En el ya
inminente 2017 hará 80 años que Ralph Linton (1893-1953), uno de los
más destacados antropólogos estadounidenses del siglo XX, publicara un
breve texto que captaba y desarticulaba con fino humor el
“americanocentrismo” de la mayor parte de su propio pueblo en su
contemporaneidad, una actitud que, lamentablemente, pervive aún en
considerables sectores de la sociedad estadounidense.
Como se
verá, hoy el artículo podría ser actualizado mostrando al “americano”
promedio mirando películas de Hollywood actuadas según el método del
ruso Stanislavski, moviéndose entre edificios y objetos diseñados bajo
el influjo de la Bauhaus alemana, en medio de publicidad elaborada
aplicando ideas psicoanalíticas del judío vienés Freud, introducidas por
su sobrino Edward Bernays en el marketingde EUA, y así sucesivamente.
Traducimos
aquí “american” como “americano” y no como “estadounidense”, porque
precisamente la apropiación del nombre de todas las tierras del
hemisferio occidental para el etnónimo de los habitantes de sólo una
parte de ellas es una expresión más del “EUA-centrismo” abordado en el
texto.
Esa
visión de sí y de los otros desde la ignorancia histórico-cultural
explica el papel de exclusivos benefactores donantes de cultura
material y espiritual que muchos de sus ciudadanos se atribuyen en las
relaciones interculturales internacionales.
Americano cien por ciento*
Ralph Linton
La
difusión de las ideas, un patrón de conducta, o un intercambio de
objetos materiales, es siempre una calle de dos vías entre sociedades.
Los americanos a menudo pensamos que es un proceso de una sola vía: los
otros adoptan nuestras costumbres y nuestra tecnología “superior”; pero
eso no es lo que ocurre realmente. Los americanos hemos recibido tanto
como les hemos dado a otros pueblos. Puede que nuestra rápida
asimilación de nuevos artículos y nuestro orgullo de bastarnos a
nosotros mismos nos impidan ver lo que ha ocurrido. En este artículo,
Ralph Linton suministra numerosos ejemplos de tomas en préstamo y
reintegración sin apreciación.
No puede
haber discusión sobre el americanismo del americano promedio o sobre su
deseo de preservar esa preciosa herencia a toda costa. No obstante,
algunas ideas extranjeras ya se han introducido insidiosamente en su
civilización sin que él se diera cuenta de lo que estaba pasando. Así,
el amanecer halla al patriota que nada sospecha vestido con una pijama,
una prenda originaria de las Indias Orientales, y acostado en una cama
construida con arreglo a un patrón que se originó en Persia o en Asia
Menor. Está embozado hasta las orejas en materiales no americanos:
algodón, domesticado por vez primera en la India; lino, domesticado en
el Cercano Oriente; lana de un animal nativo de Asia Menor; o seda,
cuyos usos fueron los chinos los primeros en descubrir. Todas esas
sustancias han sido transformadas en tela por métodos inventados en el
Asia Suroccidental. Si el tiempo es bastante frío, puede incluso que
esté durmiendo bajo un edredón inventado en Escandinavia.
Al
despertar, echa una ojeada al reloj, invento europeo medieval, emplea
una palabra latina fuerte en forma abreviada, se levanta apurado, y va
al cuarto de baño. Allí, si se detiene a pensar sobre ello, debe
sentirse en presencia de una gran institución americana; habrá oído
historias tanto de la calidad como de la frecuencia de las instalaciones
sanitarias en el extranjero y sabrá que en ningún otro país el hombre
promedio realiza sus abluciones en medio de tal esplendor. Pero la
insidiosa influencia extranjera lo persigue incluso allí. El vidrio fue
inventado por los antiguos egipcios; el uso de losas vidriadas para
pisos y paredes, en el Cercano Oriente; la porcelana, en China, y el
arte de esmaltar, por artesanos mediterráneos de la Edad de Bronce.
Hasta su bañera e inodoro no son más que copias ligeramente modificadas
de originales romanos. La única contribución puramente americana al
conjunto es el aparato de calefacción de vapor, sobre el cual nuestro
patriota coloca su trasero muy brevemente sin querer.
En este
cuarto de baño el americano se baña con jabón inventado por los antiguos
galos. A continuación se cepilla los dientes, subversiva práctica
europea que no invadió América hasta la parte final del siglo XVIII.
Después se afeita, rito masoquista desarrollado por vez primera por los
sacerdotes paganos de los antiguos Egipto y Sumeria. El proceso no llega
a resultar una penitencia gracias al hecho de que su navaja es de
acero, una aleación de hierro y carbono descubierta en la India o en el
Turkestán. Por último, se seca con una toalla turca.
Al regresar
al dormitorio, la víctima inconsciente de prácticas no americanas toma
su ropa de una silla, inventada en el Cercano Oriente, y procede a
vestirse. Se pone prendas de corte ajustado cuya forma se deriva de la
ropa de piel de los antiguos nómadas de las estepas asiáticas y se las
sujeta con botones cuyos prototipos aparecieron en Europa al cierre de
la Edad de Piedra. Esa vestimenta es bastante apropiada para el
ejercicio al aire libre en un clima frío, pero es del todo inadecuada
para los veranos, las casas con calefacción y los coches Pullman. No
obstante, las ideas y hábitos extranjeros mantienen esclavizados al
infortunado hombre incluso cuando el sentido común le dice que la
vestimenta auténticamente americana de taparrabos y mocasines sería
mucho más cómoda. Se pone en sus pies unas cubiertas rígidas hechas de
cuero preparado por un proceso inventado en el Antiguo Egipto y cortadas
con arreglo a un patrón cuyos orígenes se remontan a la Antigua Grecia,
y se asegura de que estén debidamente lustradas, también una idea
griega. Por último, se ata a su cuello una tira de tela de colores
brillantes que es una supervivencia de los chales de hombro usados por
los croatas del siglo XVII. Para una evaluación final, se mira en el
espejo, un viejo invento mediterráneo, y baja las escaleras para
desayunar.
Allí toda
una nueva serie de cosas extranjeras aparecen frente a él. Su comida y
bebida están colocadas ante él en vasijas de cerámica, cuyo nombre
popular —china— es evidencia suficiente de su origen. Su
tenedor es un invento medieval italiano, y su cuchara, una copia de un
original romano. De costumbre, comienza el desayuno con un café, planta
abisinia descubierta por los árabes. Es bastante probable que el
americano necesite disipar los efectos que a la mañana siguiente tiene
la ingestión excesiva de bebidas fermentadas, inventadas en el Cercano
Oriente, o destiladas, inventadas por los alquimistas de la Europa
medieval. Mientras que los árabes toman su café libre de añadidos, él
probablemente lo endulzará con azúcar, descubierto en la India; y lo
diluirá con crema —y tanto la domesticación del ganado como la técnica
de ordeño se originaron en Asia Menor.
Si nuestro
patriota es lo suficientemente anticuado para adherirse al así llamado
desayuno americano, su café será acompañado por una naranja, domesticada
en la región mediterránea, un melón domesticado en Persia, o uvas
domesticadas en Asia Menor. Proseguirá con un tazón de cereal hecho de
grano domesticado en el Cercano Oriente y preparado por métodos también
inventados allí. De eso pasará a los sorbetos, una invención
escandinava, con mucha mantequilla, originalmente un cosmético del
Cercano Oriente. Como plato adicional puede que tenga el huevo de un ave
domesticada en el Asia Suroriental o tiras de la carne de un animal
domesticado en la misma región, que han sido saladas y ahumadas por un
proceso inventado en Europa del Norte.
Terminado el
desayuno, coloca sobre su cabeza un pedazo moldeado de fieltro,
inventado por los nómadas del Asia Oriental, y, si parece que llueve, se
pone unos zapatos de goma, descubierta por los antiguos mexicanos, y
toma una sombrilla, inventada en la India. Entonces corre velozmente
para tomar su tren, un invento inglés —el tren, no el correr velozmente.
En la estación, hace una pausa por un momento para comprar un
periódico, que paga con monedas inventadas en la antigua Lidia. Una vez a
bordo, se recuesta para inhalar los humos de un cigarrillo inventado en
México, o un tabaco inventado en Brasil. Mientras tanto, lee las
noticias del día, impresas en caracteres inventados por los antiguos
semitas mediante un proceso inventado en Alemania sobre un material
inventado en China. Mientras recorre el más reciente editorial que
señala los espantosos resultados que les trae a nuestras instituciones
aceptar ideas extranjeras, no dejará de darle las gracias en una lengua
indoeuropea a un Dios hebreo por ser un americano (de Americus
Vespucci, geógrafo italiano) cien por ciento (sistema decimal inventado
por los griegos).
Traducción del inglés: Desiderio Navarro
*”One Hundred Per-Cent American,” The American Mercury, vol. 40 (1937), pp. 427-429.
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