Aikido
Cuando las
derechas, incendiadas e incendiarias, exigían al presidente Sánchez contundente
respuesta a las declaraciones del de la Generalitat de "atacar el Estado español injusto" solo
pensaban en el Estado español y pasaban de si era o no injusto. A su vez, Quim
Torra hacía hincapié en la injusticia, dando a entender que, si el Estado no
fuera injusto, no habría ataque.
Es la primera
intuición de que la táctica de la Generalitat se aproxima al espíritu del
Aikido El ataque de Torra es siempre un contraataque, aprovechando el ímpetu de
la agresión original del adversario. Le faltó tiempo para reclamar del ministro
del Interior, Grande-Marlaska, cumplidas explicaciones sobre los conflictos en
que se ven involucrados guardias civiles y policías nacionales fuera de
servicio (en principio), pero no de militancia nacional-española.
Ataques,
contraataques; lo más propio es un arte marcial. El Aikido, con una base
religioso-filosófica sintoísta y zen, es no violento y absolutamente pacífico e
ilustra el carácter pacífico y no violento de la revolución catalana.
Esa es la táctica.
¿Y la estrategia? También Aikido, por cuanto el fin último es la realización
del individuo, su equilibrio entre lo físico y lo espiritual. Léanse con
atención las declaraciones de Torra en Prades: el fin último, al que la generación actual de catalanes se siente llamada,
es la República Catalana. Luego, según la escatología de cada
cual, la realización definitiva se da con la fusión del yo en el universo o la
cita judicial del valle de Josafat. Pero eso es brumoso futuro.
Lo importante aquí
y ahora es la voluntad de los catalanes de realizarse como nación, protegida
por un Estado. Y esa es la base de legitimidad de Torra, la que le permite
contraatacar de nuevo anunciando que en el inminente proceso por el 1-O el
independentismo no irá a defenderse, sino a atacar. Aprovechará para ello la
ciega fuerza bruta de una farsa político-judicial para consumo interno español
que la justicia internacional ha desbaratado de un capirotazo.
Aikido: el juez
Llarena, incapaz de frenar a tiempo, impulsado por su feraz imaginación y sensación
de impunidad, se ha dado de bruces con la justicia belga. Y, con el juez, el
Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) que ha sido parte muy beligerante en
este desaguisado a ojos de Europa entera. Y con el CGPJ (ya en entredicho por
otros lados) la administración de justicia en España y, por deducción, el
propio Estado como Estado de derecho.
Quienes pensaban
haber dado un escarmiento en Catalunya y “descabezado” el movimiento
independentista, han conseguido lo contrario: relegitimar el movimiento;
convertirlo en un perpetuum mobile; dar una causa adicional a la de la
independencia: la liberación de los presos/as políticas; reforzar la
solidaridad interna del independentismo y su unidad de acción. Un éxito. Quizá
por ello los haya condecorado el actual gobierno español.
El discurso de
Torra es el de Donec Perficiam.
Y ese es el
territorio en el que el Estado español debiera plantearse encontrar una
propuesta de negociación que la otra parte aceptara. Cualquiera otra opción
equivaldría a romper el principio básico del Estado de derecho del gobierno por
consentimiento en Catalunya y, lejos de resolver el conflicto, lo enconaría.
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