“Fui (a una reunión) y los escuché. Me
dijeron: el sábado vamos a matar a Maduro con drones. Hemos probado los
drones en Caracas, funcionan. Y yo les dije `hágale´, `vamos para
adelante´. (...) Que se prepare (Maduro), porque el grupo que está
conspirando, mis amigos, es gente bastante competente. Ya se llevó un
primer susto. Van a venir más” (Jaime Bayly en Mega TV, 5 de agosto de
2018) (1).
Si hubiéramos escuchado esto, no en una
televisión de Miami, sino de Caracas, y el intento de magnicidio
aplaudido hubiera sido contra Donald Trump, la travesura de un
histriónico showman de ultraderecha se habría transformado en un
estruendo mediático sin precedentes y en una escalada, de consecuencias
impredecibles, en la retórica militarista de la Casa Blanca contra
Venezuela (2).
El Gobierno de Caracas ha presentado pruebas
precisas sobre la autoría del atentado contra Nicolás Maduro del pasado
4 de agosto (3). Localizaciones exactas de centros de entrenamiento y
lugares de ejecución (4). Conexiones internacionales (5). Y un grupo
armado, con historial en acciones anteriores, ha reivindicado los hechos
(6). No importa. El cártel mediático internacional sigue poniendo en
duda la existencia misma del plan de magnicidio: “presunto” (7),
“supuesto atentado” (8), “atentado” (entre comillas) (9), seguimos
leyendo en titulares.
Lo que en otro escenario del mundo sería un
acto probado de violencia terrorista, en Venezuela es un hecho que
despierta “dudas” (10), “especulaciones” (11) e “incógnitas” (12).
Y es que poner en duda el atentado es
imprescindible para defender a sus autores. Y para seguir presentando
como víctimas a opositores que, como Antonio Ledezma, piden una
intervención militar en su país (13); o como María Corina Machado, que
decía esto en televisión (14): “aquí nadie está chupándose el dedo y
pensando que Maduro va a salir por la buenas, por Dios. (…) La salida es
por la fuerza, y fuerza es fuerza”.
Para la prensa de Madrid es legítimo que
España encarcele músicos por supuestas “letras violentas" (15) y a
políticos catalanes electos por “sedición” (16). Pero que en Venezuela
se detenga a un comando significa que Nicolás Maduro usa un “atentado
para escalar la represión” (17), para ahondar “la persecución política”
(18) y “para reforzar el ataque a sus rivales” (19).
Unos “rivales” que, como el opositor Julio
Borges, es “perseguido” solo por haber organizado un magnicidio, o por
haber conseguido el bloqueo financiero total a su país (20). Solo un
ejemplo: la empresa financiera Euroclear mantiene bloqueados 1.650
millones de dólares del estado venezolano destinados a la compra de
medicinas y alimentos, en cumplimiento de las sanciones del Departamento
del Tesoro de EEUU, a solicitud –precisamente- de Julio Borges (21).
Sobre esto, la prensa mundial, que nos acerca a diario a la crisis económica venezolana, no dice ni una palabra (22).
El día del atentado, los medios denunciaban
la “detención” (23), incluso la “desaparición” de varios periodistas
(24). Es cierto: fueron retenidos por la policía, apenas por unas horas.
Varios pertenecían a medios que jamás habían cubierto antes un desfile
oficial del chavismo. ¿Por qué acudieron ese día? ¿Qué sabían?
La colaboración directa de algunos medios
con la operación no es ninguna hipótesis descabellada (25). Si el de
2002 contra Hugo Chávez fue el primer golpe de estado organizado con la
complicidad de importantes medios de comunicación (26), el asesinato de
Nicolás Maduro fue planeado como el primer magnicidio mediático de la
historia (27).
José Manzaneda es coordinador de Cubainformación.
(16) https://www.abc.es/opinion/abci-gobierno-catalan-y-mossos-reos-sedicion-201710012100_noticia.html
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