Fascismo electoral: las venas abiertas de la democracia en “Caspaña”
Escrito por
Redacción
Antoni Jesús Aguiló
Caspaña es un reino naranjero del sur de Europa donde la
Virgen del Rocío intercede en la salida de la crisis (Fátima Báñez), los
jóvenes emigran por su “impulso aventurero” (Marina del Corral) y
princesitas de 8 años tienen derecho a sustanciosos sueldos públicos.
Entre otros logros, tiene el mérito de pasear por el mundo una de las
marcas europeas líderes en paro juvenil, fracaso escolar, hambre
infantil y desahucios, así como de haber registrado el primer contagio
por ébola fuera de África.
Caspaña tiene una historia reciente atravesada por
dictaduras y cuartelazos. La cultura de la Transición enseña que entre
1977 y 1978 el país experimentó el tránsito a un régimen democrático,
transformándose en una monarquía parlamentaria basada en la Constitución
y la legitimidad ciudadana.
Sin embargo, la memoria oficial de la Transición olvida que el
régimen de 1978 estableció una continuidad renovada con el fascismo.
Hubo continuidad en determinadas costumbres y formas de tomar decisiones
que nos legaron un régimen que metafóricamente puede llamarse fascismo
electoral: un sistema de democracia representativa normalizado con
partidos políticos y elecciones formales pero controlado por élites
políticas y económicas para impedir el poder popular y llevar a cabo
políticas de masacre social favorables a sus intereses: destrucción de
la sanidad pública, mercantilización de la educación, privatización de
la justicia, etc.
El fascismo electoral reviste formas muy distintas, pero en la Caspaña actual sus principales expresiones son:
Democracia electoral de bajísima intensidad. ¿Por qué hasta
hace poco el PP se empeñaba en convertir las elecciones municipales en
un arma para liquidar el pluralismo político? ¿Cómo es posible que
Susana Díaz gobierne en Andalucía sin el aval de las urnas?¿Por qué el
PSOE, que reivindica sus “hondas raíces republicanas”, impide en sede
parlamentaria un referéndum (ni siquiera consultivo) sobre la forma de
Estado? La crisis ha dejado al descubierto la falsa democracia en la que
vivimos: un régimen constitucional sin redistribución ni participación,
que suprime derechos, donde la mayoría de los electos representa los
intereses de las élites que mandan en el país, represivo y saturado de
corrupción. Más de tres décadas de vigencia constitucional no sólo no
han servido para garantizar derechos económicos y sociales esenciales
como el trabajo, sino que además se han recortado y deteriorado.
Constitucionalismo desde arriba. La Transición nos legó una
Constitución con una monarquía ligada a la dictadura y no sometida a la
soberanía popular; con descendientes de las oligarquías franquistas y
grupos afines en instituciones del Estado, consejos de Administración de
grandes empresas, el poder judicial, etc.; con pactos de silencio para
mantener cerradas viejas heridas históricas y no reconocer los horrores
de la Guerra Civil; con un sistema político que contenía el germen de la
degradación democrática que padecemos: representantes irrevocables, un
sistema electoral tendente al bipartidismo, referéndums no vinculantes,
rechazo del mandato imperativo, partidocracia, limitación de mecanismos
de democracia directa, dogma de la “indisoluble unidad de la nación
española”, etc.
Suspensión constitucional. En la práctica, el fascismo
electoral ha creado, por una parte, zonas de suspensión constitucional
convirtiendo el articulado social de la Carta en letra muerta y, por
otra, zonas de hipertrofia constitucional en lo que se refiere a la
soberanía de los mercados. La reforma exprés del artículo 135, pactada
con nocturnidad por el PP y el PSOE, significó un nuevo impulso del
sistema neoliberal y deudocrático imperante, así como la sustitución de
un régimen representativo basado en elecciones libres por una democracia
tutelada en la que ambos partidos se comprometieron a adoptar la
política de recortes como norma suprema.
Tutelaje bipartidista. El bipartidismo monárquico, que ha
servido para fijar límites al progreso democrático y dar continuidad a
los intereses del fascismo electoral, respondía a la aspiración
franquista de que todo quedara “atado y bien atado”. El turnismo PP-PSOE
ha permitido tutelar un sistema para el que votar cada cuatro años es
suficiente para hablar de democracia, convirtiendo lo electoral en una
cárcel bipartidista que genera la ilusión gatopardiana de votar para que
todo siga igual.
Las citas electorales de los próximos meses nos
brindan una oportunidad histórica para combatir el fascismo electoral y
sus expresiones. Desfascistizar la democracia quiere decir, en sentido
amplio, situar la soberanía popular por encima de las fuerzas que desde
tiempos remotos han gobernado el país: la oligarquía capitalista, la
monarquía, el militarismo golpista y los altos estamentos eclesiásticos.
Significa aprender la democracia más allá de las urnas, luchar contra
su embrutecimiento diario, poner el campo institucional y electoral al
servicio de las dinámicas de autoorganización popular y movilización
social; y es, sobre todo, crear una cultura política que enfrente las
nuevas formas de colonización, concentración de poderes y
empobrecimiento con un programa audaz y renovado: democratizar,
descolonizar y desmercantilizar.
Antoni Aguiló es filósofo político y profesor del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=191194
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