Un Programa
para la toma del poder por el pueblo
En 1938,
León Trotsky escribe “El programa de Transición”, documento que servirá de guía
para cimentar los preceptos sobre los cuales ha de asentarse la Cuarta Internacional
Socialista. Hoy, casi 80 años después, la vigencia de las palabras del gigante
ruso asombra por su clarividencia y actualidad; y estas, pueden servir de guía
para los retos presentes y futuros que se plantean a la clase trabajadora.
Para
Trotsky, se hacía necesaria la construcción de un programa alternativo a los
dos planteamientos que la socialdemocracia clásica había confeccionado: el
programa de mínimos y el programa de máximos. El primero se “limitaba a
reformas en el marco de la sociedad burguesa”, mientras que el segundo
“prometía la sustitución del capitalismo por el socialismo en un futuro
indeterminado”. Durante las últimas décadas, el ala izquierda de la política
española y por ampliación europea, ha prescindido totalmente del segundo de los
programas, anclándose en la defensa de los postulados del primero e, incluso,
renunciando a éstos, como el caso de la socialdemocracia europea moderna ha
venido a mostrar. Muchos han sido los ejemplos que desde tiempo ha han enseñado
como las fuerzas políticas llamadas a ser la vanguardia de la clase trabajadora
hicieron dejación de funciones y sometieron su política y compromiso a una
clase capitalista que, de una forma u otra, vencía implacablemente los clásicos
planteamientos de la izquierda. El abandono en septiembre de 1979 de las tesis
marxistas por parte del PSOE, liderado por Felipe González; la corriente del
eurocomunismo que asoló a gran parte de los partidos comunistas de la Europa occidental, incluido
España con Carrillo a la cabeza; o la disolución en 1991 del PCI, tras la caída
del muro de Berlín, son algunos de los ejemplos que la historia reciente nos
brinda y que vienen a testimoniar la tendente inclinación en momentos decisivos
y convulsos de los líderes de la vanguardia de la clase trabajadora. Incluso
dentro de las corrientes actuales y de los partidos políticos situados en una
posición relativamente más cercana a la izquierda, el vértigo revolucionario de
los cuadros dirigentes es manifiesto y patente, como enseñan las controversias
surgidas en diferentes escenarios propiciados por acuerdos de gobierno con la
socialdemocracia o con la derecha (véase los pactos de gobierno en Andalucía o
en Extremadura). En este punto, conviene señalar que las causas del vértigo
anteriormente aludido son variadas, pero comparten una razón común: la falta de
fortaleza teórica y rigor práctico de los cuadros. No es objeto de este escrito
describir con detalle las anteriores, pero se hace necesario una reflexión al
respecto, pues el quehacer de los líderes de la izquierda tradicional ha
propiciado, entre otros males, la desorientación y falta de formación de la
clase trabajadora. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que aquellas
fuerzas dentro de la izquierda europea que ejercían con vocación de gobierno,
renunciaron al “programa máximo” e incluso minimizaron el mínimo, pues, citando
a Trotsky “…la socialdemocracia no necesita tal puente, ya que la palabra
socialismo le sirve sólo para las arengas domingueras”.
Los
acontecimientos surgidos en los últimos años hacen más necesario que nunca una
revisión de las formas políticas, teóricas y prácticas, con las que la vanguardia
de la clase trabajadora, entendida ésta como estructura organizativa de lucha,
debe afrontar los retos del presente y del futuro. Día a día, escenario a
escenario, estado a estado, el capitalismo y el hijo nacido de éste, el
neoliberalismo, destruye derechos y libertades, asola sociedades, derrocha
recursos, empobrece a la multitud y enriquece al rico. Como una bestia que se
quiere cobrar su recompensa, en el breve lapso de tiempo de apenas dos décadas,
la faz de los países europeos ha sido transformada dando lugar a una masa
ingente de desempleados crónicos, desigualdades extremas, desaparición de
derechos laborales y sindicales, etc., a la par que la maquinaria diseñada por
el capital es alimentada cada vez más vorazmente con las carnes y los huesos de
la clase trabajadora. Citando de nuevo a Trotsky, “la burguesía retoma cada vez
con la mano derecha el doble de lo que ha dado con la izquierda (impuestos,
derechos aduaneros, inflación, deflación, carestía de la vida, paro,
reglamentación política de las huelgas, etc.)”.
Para el
revolucionario ruso, la solución al problema pasaba por la implantación de un
programa de transición. Un puente entre el programa de mínimos y el de máximos
que, defendiendo infatigablemente los derechos democráticos y las conquistas
sociales, plantease un sistema de reivindicaciones transitorias, cuya esencia
se encierra en el hecho de que se orientarán cada vez más abierta y
decisivamente contra las bases mismas del régimen capitalista.
Desde el
contexto histórico que nos contempla, la lectura anterior es perfectamente
aplicable y vigente. La alternativa política que hoy la izquierda debe diseñar
ha de pasar por la construcción de un programa de transición cuya tarea
consista en la movilización sistemática de la ciudadanía que derive en la
conquista del poder por la clase trabajadora. ¿Y cuáles son los ejes motrices
de esta movilización ciudadana? A diferencia de entonces, los postulados de
partida de la clase trabajadora hoy tienen una dimensión teórica mucho más
tangible que entonces. Nuestras leyes, a base del continuo vaivén de las
fuerzas dinámicas que mueven las palancas de la historia, facilitan el camino
de la movilización de las masas. La Constitución Española
(al igual que la inmensa mayoría de constituciones europeas) y la DDHH salvaguardan y protegen,
en el contexto del papel, derechos y reivindicaciones otrora revolucionarios.
Éstas han de ser entendidas no como un estadio final, si no como una
herramienta estratégica de lucha hacia el objetivo final. El derecho al empleo,
a la vivienda, a la Sanidad
y la Educación,
a la libertad de asociación e incluso a la rebelión, son palancas de cambio que
han de funcionar bajo el paraguas del nuevo Programa de Transición que la
vanguardia política de la clase trabajadora debe hacer funcionar. Este programa
ha sido ya puesto en práctica en fase experimental y de forma conjunta por
todos aquellos movimientos que formaron las Marchas de la Dignidad 22 M. Nuestra tarea consiste
hoy en trasladar a la ciudadanía que esos mismos derechos incluidos en las
cartas magnas, son violados sistemáticamente porque el propio sistema
capitalista es incapaz de asumirlos. Es nuestro deber, obligación y camino
mostrar a las sociedades europeas la confrontación directa, en términos
dialécticos, existente entre lo que ha venido a llamarse Constitución “formal”
y Constitución “material”. Nuestras exigencias, contempladas y adoptadas en su
día de común acuerdo con las clases privilegiadas, son las propias
contradicciones del sistema en que vivimos. Serán los elementos estratégicos
que permitan la conquista de dos escenarios materiales y en orden temporal -la
confluencia de las vanguardias sociales y políticas y la mayoría social y
ciudadana-, y que posibilitarán, en última instancia, el objetivo final: la conquista
del poder por el pueblo.
El
Programa de Transición debe rotar sobre los siguientes argumentos:
1.-
Empleo y condiciones decentes de vida para todos. Guerra sin cuartel a las
clases privilegiadas que, en connivencia con sus agentes políticos (reformistas,
democristianos y socialdemócratas) y a través de políticas neoliberales,
intentan hacer caer sobre las espaldas de la clase trabajadora todo el peso de
las crisis, el militarismo, la desorganización del sistema monetario y todos
los demás males derivados del sistema capitalista. Retomando a Trotsky, “… el
derecho al empleo es el único derecho serio dejado a los trabajadores en una
sociedad basada en la explotación”. Hay que renunciar tajantemente a las
políticas de subvención, subsidio y perpetuación de la pobreza en forma de
prestaciones asistenciales por desempleo. Hemos de levantar contra el
desempleo, tanto estructural como coyuntural, junto con la consigna de empleos
públicos, la de la reducción de la jornada laboral. Hoy más que nunca, las clases
privilegiadas aumentan bochornosamente sus riquezas. Cada vez, los productos de
lujo y superlujo llenan de oprobio nuestras vidas, colisionando frontalmente
con las necesidades al mismo tiempo más perentorias y dramáticas de millones de
seres humanos. Exigimos empleo, decencia y dignidad. Los pequeños propietarios
son arrastrados cada vez a mayor ritmo al saco de la pobreza, constituyéndose
en clase oprimida, al igual que el resto de asalariados, y todo ello propiciado
por un modelo económico que genera una dependencia casi esclavista de los
primeros para con los grandes grupos empresariales y financieros. Hemos se
enseñar y mostrar el futuro de estas clases medias y su condición de clase
trabajadora. La cuestión no está en una colisión “normal” entre intereses
opuestos; la cuestión está en preservar a la clase trabajadora del deterioro,
la desmoralización y la ruina. Se trata de una cuestión de vida o muerte para
la única clase creadora y progresiva, y, por ello, garante del futuro de la
humanidad. Alegarán las clases poseedoras, a través de sus economistas,
abogados, periodistas y políticos profesionales lo irrealizable de estas
medidas, mas lo “lo realizable” o “irrealizable” es, en este caso, una cuestión
de relación de fuerzas que sólo la lucha puede resolver. Nuestras
reivindicaciones deben incidir sobre la desaparición radical de esas bolsas de
desempleo crónicas asentadas en las sociedades europeas (14 % en España, 20 %
en Grecia o más del 5 % de la media europea, en términos de población activa)
que han consolidado una red de pobreza crónica que irá más allá de las
generaciones presentes. De igual forma, nuestra lucha sin tregua contra la
nueva forma de empleo que se impone a los trabajadores europeos en forma de lo
que la oficialidad ha venido a llamar subempleo, y que no es más que una
consecuencia lógica e inmediata de las políticas laborales en materia
regulatoria. En el otro lado, el aumento en más de un 15 % de la riqueza de los
grandes patrimonios españoles, o el aumento exponencial, en términos netos, de
las grandes fortunas mundiales.
2.-
Educación, Sanidad y Servicios Sociales. En su afán por capitalizar derechos y
ante la impasibilidad de las sociedades europeas, las viejas clases
privilegiadas han lanzado una ofensiva sin precedentes contra las conquistas
sociales de otros tiempos. Hoy, conscientes de que la correlación de fuerzas ha
cambiado, se apresuran en recuperar lo que entienden suyo. Los servicios
públicos de salud o educación van siendo cercenados progresivamente, llegándose
al extremo de que en muchos lugares de Europa, prácticamente son inexistentes.
Las vanguardias trabajadoras creadas alrededor de las demandas en este sentido
deben, en el período inmediato, consolidarse como instrumento de lucha. Las
mareas ciudadanas en todas sus variantes hoy son el embrión de los consejos
populares en los que la clase trabajadora construya la lucha del mañana, y
deben aspirar a la materialización de la organización de los trabajadores. Por
ello, el papel de las fuerzas políticas de la izquierda real siempre debe jugar
del lado de estas reivindicaciones y acciones. Los partidos que hoy aspiren a
construir y tomar el poder popular deben, innegociablemente, hacer una lucha
real y honesta en este sentido.
3.-
Contra la corrupción. A la par que la correlación de fuerzas va cambiando, las
clases privilegiadas se sirven de este hecho para hundir sus tentáculos en
todos los órganos e instituciones de control. Es en ese momento cuando se hace
manifiesto que las leyes y normas que han servido en un momento determinado,
dejan de funcionar, en primera instancia de forma velada, para posteriormente
hacerlo a pecho descubierto. La corrupción es una condición necesaria del
capitalismo, pues los principios de legalidad vigentes en un contexto
artificial de entente entre clases sólo tienen rango de aplicación y validez en
la medida en que éstos pueden ser defendidos. Cuando el propio estado a través
de sus mecanismos oficiales y en aras de los intereses de las clases dominantes
moldea leyes, destruye derechos e impone restricciones a una mayoría, aquellos
que se encuentran en el otro lado de la plaza comienzan a jugar su particular
juego. En éste todo vale, pues los mecanismos del Estado están a su favor.
Leyes, tribunales, medios de comunicación, forman parte de un todo cuya única
directriz obedece a la de preservar los privilegios de una clase decadente y
mezquina. Mas si la correlación de fuerzas no varía, los niveles de corrupción
van en aumento, corriendo el riesgo de que las propias clases sociales fuera de
los privilegiados tiendan a resignarse e interiorizar esta misma corrupción
como un mal necesario. Es en ese sentido que las fuerzas dominantes intentan
imbuir el estado de ánimo necesario en la población para que esta amanse sus
ansías de justicia y aparque la reivindicación y la lucha por lo justo y
necesario para ella como clase. De aquí vienen los mensajes de nuestros
gobernantes sobre el fraude fiscal o el incumplimiento de normas
constitucionales. Ante una imposibilidad material, según ellos, es necesario e
incluso conveniente mirar hacia otro lado mientras las tropelías, corruptelas e
ilegalidades tienen lugar. Por el contrario, al pueblo llano se le exige un
nivel cada vez mayor de cinismo, pues a la par que bebe de aquellas aguas
fecales, es castigado arbitraria y desproporcionadamente cuando lucha por sus
derechos.
4.- Las
Marchas de la Dignidad
22M y las Mareas Ciudadanas. La sola presencia de un o unos partidos políticos
que luchen por el cambio no es suficiente hoy día para que éste sea plausible.
Se necesitan unos agentes externos pero relacionados con éstos cuya labor
primordial es la de construir la organización y la lucha ciudadana. Un partido
político o una coalición de éstos que llegue al poder para compartirlo con el
pueblo debe estar aupado por éste. Pero para ello, debe existir un período
previo en el cual se construyan los espacios de decisión popular. Es necesario
crear organizaciones ad hoc que abarquen a la ciudadanía en lucha en su
conjunto y que finalmente deriven en consejos populares. Hoy, el camino
iniciado por las diferentes mareas ha señalado la dirección a seguir. En un
nuevo impulso, el movimiento surgido en torno a las Marchas de la Dignidad es un intento
real de consolidar estos órganos de asociación, organización y lucha. A la par
que los partidos políticos revolucionarios deben alcanzar su madurez como
fuerzas de cambio, la confección y consolidación de estos espacios ciudadanos
es tarea primordial para la madurez del sujeto político que aúpe a las fuerzas
políticas necesarias al poder.
5.- Las
experiencias de autogestión. Como elementos de lucha, las experiencias de
autogestión no sólo deben apoyarse, si no que deben ser propiciadas por los
agentes políticos de cambio. El control de la gestión por colectivos
ciudadanos, la capacidad de consenso, decisión y acción conjunta por partes de
capas de la sociedad inmovilizadas y resignadas, debe suponer una conquista
fundamental para el logro de nuestro objetivos. Experiencias como el Rey
Heredia, La Corrala
Utopía, el barrio de Gamonal, o muchos más que en los últimos
tiempos han tenido lugar en España, no deben parecernos elementos aislados o
espontáneos de lucha. Se debe diseñar en este sentido una estrategia y
planificación para llevar a barrios y ciudades lugares en los que la autogestión
acerque el pueblo al pueblo, estrechando lazos de fraternidad y compromiso de
clase.
6.-
Expropiación de empresas estratégicas. Nuestro programa debe pasar
ineludiblemente por la expropiación forzosa de todas aquellas ramas
industriales estratégicas que hoy sirven como herramienta de enriquecimiento de
unos pocos y empobrecimiento de la mayoría social. Telecomunicaciones,
Transportes, Alimentación o Energía son sectores cuyo control ha de volver al
pueblo. Ahora bien, la nacionalización así entendida, no debe caer en trampas
tales como indemnizaciones o cantos de sirena lanzados desde los soportes
políticos y mediáticos de las clases privilegiadas. Sencillamente, reclamamos
lo que es nuestro y es necesario para nuestra supervivencia como clase trabajadora,
y que ha sido hurtado a través de privatizaciones sistemáticas en condiciones
ventajosas para los privilegiados y sus secuaces.
7.-
Expropiación de la banca privada y estatización del sistema de créditos. Los
bancos concentran en sus manos el dominio real de la economía. Sin ésta, los
derechos, las leyes e incluso las dignidades son papel mojado. En su
estructura, los bancos expresan de forma concentrada la estructura completa del
capital moderno: combinan tendencias de monopolio con tendencias de anarquía.
Organizan los milagros tecnológicos, empresas gigantes, trusts poderosos; y
organizan también las crisis y el desempleo. Sólo la expropiación de la banca
privada y la concentración de todo el sistema de crédito en manos del Estado
proporcionará a este último los medios necesarios reales, es decir, materiales,
para la planificación económica. Mas la expropiación de los bancos no implicará
en modo alguno la expropiación de las cuentas bancarias. Sólo así el estado
podrá configurar una red de créditos en condiciones ventajosas para el pequeño
comercio y las pequeñas empresas y, en definitiva, unas mejores condiciones
materiales para el desarrollo de la clase trabajadora.
La
participación estricta en este programa debe ser de obligado cumplimiento para
todas aquellas fuerzas políticas, del lado de la clase trabajadora, que
pretendan liderar el cambio de rumbo que nuestras sociedades reclaman. La
posesión de una visión clara, casi ascética del mismo, una convicción férrea en
aquello que perseguimos; elementos éstos que no propicien concesiones al
enemigo; es ahí donde hoy reside nuestra fuerza. Se ha de alertar de la
flaqueza ideológica de los cuadros dirigentes de los partidos que trabajen por
el cambio de sociedad. Por unos intereses u otros, estas vanguardias pueden,
como la historia ha demostrado, plegarse al poder de las clases privilegiadas,
haciendo un daño irreparable a los intereses de la clase trabajadora. Por ello,
la militancia debe hacer una vigilancia estrecha de las decisiones y acuerdos
de estos cuadros, a fin de corregir las posibles y probables desviaciones
derivadas del comportamiento de unas élites cuya talla no siempre estará en
consonancia con los acontecimientos históricos.
Nuestra
decisión y vocación es férrea. Nuestro objetivo: conquistar el poder popular.
Jorge Alcázar González. Colectivo Prometeo y FCSM.
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