Jueves, 30 Octubre 2014 17:08
¡No queremos reformar ni el régimen del 78 ni el capitalismo, queremos transformar la sociedad!
El
último escándalo de corrupción, la llamada Red Púnica, que ha enviado a
la cárcel al que fuera número dos de Esperanza Aguirre y secretario
general del PP en Madrid, Francisco Granados, es un nuevo obús contra la
línea de flotación de un gobierno que se asemeja cada día más a un
cadáver maloliente. La operación que ha desmantelado una red corrupta de
conseguidores de comisiones multimillonarias robadas del patrimonio
público, se ha llevado por delante a más de 50 personas, entre alcaldes y
concejales del PP y del PSOE, empresarios y funcionarios de la
comunidad de Madrid, Murcia, País Valencià y León. Las cloacas de un
sistema de vasos comunicantes entre las grandes empresas, la banca y el
poder político están esparciendo a chorro toda su basura.
Esta
penúltima revelación, tras los conocidos expedientes de Gürtel,
Barcenas, los EREs andaluces, las cuentas suizas de la familia del molt honorable
Jordi Pujol, o la participación de destacados dirigentes del PP, del
PSOE, de UGT y CCOO en el saqueo de Bankia, untados con excelentes
sobornos (tarjetas black), subraya que la putrefacción que corroe al sistema capitalista no tiene fin.
Según los datos, Francisco Granados, uno de los mamporreros predilectos de la liberal
Esperanza Aguirre para sacudir a sus adversarios políticos, había
aprendido muy bien del manual del robo en el que se han especializado
tantos dirigentes del Partido Popular, muchos de ellos con una brillante
hoja de servicios y de lealtad hacia José María Aznar. Barcenas, Fabra,
Granados… tantos y tantos patriotas, de pelo engominado, polos
de la bandera de España, y pulseritas de cuero en la muñeca (el
uniforme de la FAES), que no han dudado ni medio minuto en forrarse con
millones de euros mientras nos recetaban lecciones de austeridad,
justificaban los recortes por que habíamos vivido por encima de nuestras
posibilidades, y siempre tenían una palabra más para sumar a la campaña
de criminalización contra los movimientos sociales y la izquierda que
lucha. ¡Más de 5 millones de euros acumulaba Granados en sus tres
cuentas secretas de Suiza!
Como si
de una película de Berlanga se tratara, Rajoy y Esperanza Aguirre han
salido a la palestra pidiendo perdón. Pero no es la primera vez que
adoptan esta postura estética, cargada de cinismo e hipocresía, mientras
siguen alentando políticas que destruyen derechos, vidas y familias, y
enriquecen a una minoría de parásitos. Su petición de perdón no les va a
permitir escamotear su auténtica responsabilidad en todo esto. No
queremos disculpas no solicitadas, y menos de las mismas personas que
nos declaran la guerra sin cuartel todos los días; queremos que se vayan
inmediatamente, que el gobierno de la derecha dimita y que se convoquen
elecciones ya.
Este gran
chapapote no es exclusivo del PP, aunque obviamente el partido de los
empresarios, de los banqueros, de la reacción carpetovetónica, sea la
vanguardia más decidida y pringada en estos asuntos. También los
dirigentes del PSOE están que se salen. Ahora le toca el turno al
alcalde de Parla, mano derecha de Tomás Gómez, secretario general del
PSOE madrileño. Ayer fue el de Fernández Villa, el dirigente minero del
SOMA-UGT y barón intocable del PSOE asturiano, amigo del alma de Alfonso
Guerra y de Felipe González y de tantos prohombres de la
socialdemocracia, que lavó un millón y medio de euros garcías a la
amnistía fiscal de Montoro (para estas cosas los principios políticos
son como los calcetines); un capital que obtuvo de los sobornos de
empresarios y gobiernos de turno para que firmase cuantas reconversiones
mineras se le pusieran por delante. O de los representantes de UGT y
CCOO, del PSOE y de IU, que votaron entusiasmados todas las medidas de
Blesa, incluida la estafa de las preferentes, a cambio de gozar de la
impunidad en el miserable desfalco del que tomaron parte.
No
podemos engañarnos. Lo que revelan estos hechos, y muchos más, es que
no se trata sólo de ausencia de honradez o de falta de escrúpulos. Todos
los implicados en estos escándalos, y los que no salen porque cometen
estas mismas tropelías amparados por la ley, tienen un mismo común
denominador: aceptan la lógica del capitalismo, aceptan las reglas del
juego del sistema de libre empresa, se consideraba a si mismos Hombres de Estado.
Sí, son los defensores de un sistema que según datos de Cáritas, ha
colocado al 25% de la población española en condiciones de exclusión
social, ¡11.746.000 personas, de las que 5 millones se encuentran en
exclusión severa, incluyendo un 32,6 % de los niños, que ya viven en la
pobreza! Y mientras este panorama desolador es el pan diario, los tres
españoles más ricos duplican el patrimonio de los nueve millones de
personas que forman el 30% de la población más pobre del país (datos de
la ONG Oxfam).
Si se
aceptan estas reglas del juego, si se acepta que este régimen social,
político y económico es el único posible, es inevitable estar anegado de
corrupción hasta las orejas, pues la corrupción no es la causa, sino la
consecuencia del funcionamiento de un sistema que sólo busca el máximo
lucro para una minoría a costa de la explotación y el sufrimiento de la
inmensa mayoría. La corrupción es el síntoma, pero la enfermedad es el
capitalismo.
Una situación política explosiva
Los
defensores del sistema capitalista, tanto en su flanco derecho como en
el izquierdo, están viviendo momentos terribles, llenos de ansiedad.
Están completamente desconcertados y desorientados sobre como actuar y
que camino elegir.
Por
un lado, la crisis política que agrieta todo el edificio institucional
que construyeron en los años setenta, con el fin de descarrilar una
situación revolucionaria que amenazaba con barrer el capitalismo, está
en su punto más descontrolado. Ni la abdicación de Juan Carlos I, ni la
renuncia de Rubalcaba, ni los intentos desesperados de pactos y acuerdos
parlamentarios, están dando fruto alguno. Todas esas maniobras se
rompen en mil pedazos contra el muro de una crisis económica salvaje,
devastadora para millones de familias y toda una generación de jóvenes, y
contra el auge de la lucha de clases. La movilización masiva en las
calles, las huelgas generales, el 15M, las Mareas Ciudadanas, la lucha
victoriosa de la sanidad pública madrileña, de los trabajadores de la
limpieza viaria de Madrid, de los vecinos de Gamonal, de las
impresionantes Marchas de la Dignidad, el ejemplo de tesón y voluntad de
los trabajadores de Panrico, de Coca Cola, o de los estudiantes en sus
huelgas contra las reformas franquistas de Wert (la última el 21, 22 y
23 organizadas por el Sindicato de Estudiantes), son la expresión de una
transformación profunda en la conciencia de la población que no se ha
detenido.
Esta
sacudida tremenda tiene una expresión política: la irrupción de Podemos,
su crecimiento explosivo hasta alcanzar los 200.000 afiliados, y las
expectativas electorales que le auguran todas las encuestas. Podemos
podría convertirse en la organización política más votada, y eso abriría
una perspectiva no sólo esperanzadora, sino claramente favorable para
todas las fuerzas que luchamos por la transformación socialista de la
sociedad, por un ruptura completa con el capitalismo. Todavía es pronto
para cerrar pronósticos, pero la opción de un gobierno de coalición
PP-PSOE está en el aire: no está claro que puedan contar con una mayoría
parlamentaria estable, y en el caso de que pudieran y de que se
materializara un gobierno semejante, sólo sería el preámbulo para una
escalada mayor de la tensión y la polarización social, hasta desembocar
en una crisis prerrevolucionaria.
No, no es extraño en estas circunstancias que la clase dominante esté recorrida por sudores fríos. No es extraño que El País, ese cualificado diario del gran capital, titulara su editorial del pasado martes 28 de octubre, Amenaza al sistema,
y que señalara algunas cosas bastante relevantes: “(…) la corrupción
alcanza a todas las formaciones con responsabilidades de Gobierno en los
distintos niveles de la Administración en las últimas décadas. De la
extensión territorial de sus tramas, el número de imputados y la
gravedad de los delitos se deduce que no es un epifenómeno indeseable
que engrasa y acompaña la actividad política, sino parte intrínseca del
propio sistema (…) La lentitud de la justicia, la inutilidad de las
auditorias de cuentas, la incapacidad de los Parlamentos para controlar e
investigar a los Ejecutivos, la negligencia e incluso complicidad de
los Gobiernos y la autoindulgencia generalizada de los dirigentes de los
partidos hicieron el resto. Nada ni nadie frenó cuando todavía se
estaba a tiempo la extensión creciente de la podredumbre que iba pasando
de una manzana a otra hasta alcanzar al cesto entero.”
El País
intenta responder a lo que ellos mismos denuncian, hablando de un nuevo
pacto constitucional, y de evitar demagogias y populismos (¿a quién se
referirán estos sesudos voceros del capital?): “El carácter sistémico de
la corrupción proporciona fácil y demagógica munición a quienes
propugnan una ruptura, no con el sistema corrupto, sino con el
constitucional, incluso para buscar soluciones de signo opuesto a la
democracia.” Pero ¿de qué democracia habla El País? ¿De ésta
que permite que una minoría de indeseables, de multimillonarios, decidan
por la vida de millones? ¿Qué tiene de parecido la dictadura de los
banqueros y los grandes poderes financieros con la democracia de la
mayoría, con la justicia social? Tienen miedo, es evidente, y no les
vamos a mitigar esa sensación. Todo lo contrario, porque esa amenaza al
sistema somos nosotros, los invisibles, los explotados, los marginados,
los trabajadores y la juventud en lucha, los que vamos a tomar el cielo
por asalto.
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