Corriente Marxista Internacional
30 Noviembre -0001 00:00
Escrito por Ulises Benito
La conmemoración de
los 30 años de la
Revolución Portuguesa no puede ser más oportuna. En los
últimos años decenas de miles de personas en todo el mundo están comprendiendo
la necesidad de transformar la sociedad para acabar con el capitalismo y toda
La conmemoración de los 30 años de la Revolución Portuguesa
no puede ser más oportuna. En los últimos años decenas de miles de personas en
todo el mundo están comprendiendo la necesidad de transformar la sociedad para
acabar con el capitalismo y todas sus lacras, pero una pregunta golpea una y
otra vez sus cerebros: ¿es posible? Hace 30 años en Portugal, como hace 34 años
en Chile, 36 en Francia o, simplemente, como ahora en Venezuela, se dio una
respuesta: sí, sí es posible. Y, sin embargo, no se acabó el proceso, no surgió
una nueva sociedad de las ruinas del capitalismo. ¿Por qué?
La crisis de los 70
acabó con una larga época de estabilidad en los países capitalistas avanzados.
Las masas encontraron, en toda Europa, problemas desconocidos: alta inflación,
paro masivo, ataque a las conquistas sociales…, y respondieron con un ambiente
de lucha generalizado y un giro a la izquierda en la sociedad. Y fue Portugal
donde el proceso llegó más lejos; de ahí la importancia que los propios
capitalistas e imperialistas de todo el mundo le dieron y que los
revolucionarios debemos darle.
La burguesía portuguesa, históricamente, es incluso más atrasada
que la española. No es casualidad que su sistema necesitara de la dictadura más
longeva de Europa, ¡de casi 50 años! Los capitalistas lusos eran incapaces de
llevar adelante la revolución democrático-burguesa, tan fuertes eran sus lazos
con los terratenientes, por un lado, y con el capital monopolista británico,
por otro. Al calor del auge económico de la posguerra, Portugal se transforma.
Si bien en la agricultura el beneficio del latifundista se sigue basando en la
explotación intensa de la mano de obra, en la industria se impone el monopolio.
En 1970 sólo el 20% de los trabajadores industriales estaban ocupados en
empresas de menos de 20 personas, en 1971 el 0,4% de todas las sociedades
controlaba el 53% del capital de éstas, en 1972 el 16,5% de todas las empresas
industriales producían el 73% de la producción industrial. En vísperas del 25
de Abril, los siete (siete grandes grupos) dominan prácticamente toda la
economía, bien directamente bien a través de sus bancos y de las influencias
políticas.
Pero esta irrupción de la concentración capitalista en el
tradicional y bucólico Portugal, durante los 50 y 60, tiene efectos
imprevistos. En Oporto, Setúbal y, sobre todo, la luego conocida como Lisboa la
roja, se crean impresionantes concentraciones obreras, y con ellas viene el
aumento de la conciencia colectiva, una sensación desconocida de fuerza, y la
experiencia de que su lucha por mejorar su nivel de vida choca frontalmente con
el Estado dictatorial de Salazar y, después, Caetano. Por otra parte, el
proceso de monopolización empobrece y proletariza a sectores importantes de la
pequeña burguesía rural y urbana, otrora sostén del régimen, y los empuja hacia
la izquierda.
El golpe de Estado del 25 de Abril de 1974 no fue un rayo en un
cielo despejado. Fue incubado por la crisis del capitalismo portugués y de su
régimen, y por la fuerza de un proletariado (de un millón de personas sólo en
el sector industrial, sin contar a parte del millón y medio de emigrantes)
creado, cocido y madurado con la levadura del auge de la posguerra, como
también ocurrió en España. Cuando llega la crisis, cuando se suceden los
despidos masivos, la inflación (19,2% en el 73), las reducciones salariales,
esa fuerza potencial explota. En 1970, los bancarios imponen con su lucha el
primer convenio colectivo, y en octubre de ese año se forma la Intersindical, a
iniciativa de los sindicatos del metal, las finanzas y el textil; en abril del
73 ¡40.000 trabajadores! se manifiestan en Oporto; del otoño de ese año al 25
de Abril 100.000 obreros van a la huelga, por supuesto ilegalmente.
La guerra colonial fue un factor decisivo en la caída de la
dictadura. El reaccionario aparato estatal y la burguesía aunaban fuerzas para
mantener las vastas y ricas extensiones de Angola y Mozambique bajo su control,
lo que les permitía el saqueo de sus materias primas y el patético sueño de
mantener el histórico imperio colonial. Pero el coste de esta opresión
imperialista era sangrante, también para las masas de la metrópoli. Los muertos
portugueses en la guerra colonial (1961-74) fueron unos 15.000, y 30.000
militares lusos quedaron inválidos o mutilados. La pesadilla del servicio
militar duraba ¡4 años!, y a esto hay que sumar el derroche del gasto militar:
en 1973 la sangrienta aventura colonialista chupó el 45% de todo el
presupuesto. El coste económico y social llegó a ser tan grande que incluso un
sector importante de la burguesía (representado por el general Spínola) era
partidario de mantener el yugo imperialista bajo formas nuevas, dando algún
tipo de autonomía ficticia, para acabar con la resistencia popular angoleña y
mozambiqueña.
El 25 de Abril
La peculiaridad de la Revolución Portuguesa
fue que se inició con un golpe de Estado militar contra una dictadura. De
hecho, la historiografía burguesa y reformista intentan constreñir la Revolución de los
Claveles a la acción del 25 de Abril, quitando importancia a los
acontecimientos posteriores por ser “excesos fruto de la ingenuidad y del
sentimiento, que fueron felizmente superados”. Sin embargo, la Revolución no es el 25
de Abril, sino que empieza el 25 de Abril. Por otra parte, el hecho de que una
minoría de suboficiales y soldados fuera capaz de acabar en 24 horas, de forma
prácticamente incruenta y sin apenas resistencia, con una dictadura que
supuestamente controlaba todo, no demuestra sino que la fuerza de la clase
obrera era enorme; su arrojo, su lucha, atraía a sectores de capas medias,
empobrecidas y asqueadas con la sangría colonial y con la dictadura, hasta tal
punto de convertir un grupo surgido dentro de la oficialidad del Ejército por
motivos corporativos (el MFA, Movimento das Forças Armadas) en el autor de una
conspiración para acabar con la dictadura. Aunque en contacto con Spínola y el
sector liberal de la burguesía, el MFA tenía una dinámica propia, influida
también por el ambiente internacional de lucha contra la Guerra de Vietnam, por los
propios movimientos guerrilleros africanos y, especialmente, por el ambiente
generalizado de oposición a la dictadura.
Los liberales pretendieron utilizar al MFA para presionar a los
ultras y obligar al régimen a cambiar de formas para mejor controlar la
situación, paliando por lo menos la guerra colonial, pero se encontraron con
una sorpresa: la irrupción de las masas. El 25 de Abril hizo explotar toda la
energía y la rabia contenidas durante décadas: por doquier surgían
celebraciones, luchas, manifestaciones, reivindicaciones, asociaciones de todo
tipo, discusiones sobre qué hacer y sobre cualquier problema. En esos días,
igual que en la Revolución
rusa de Febrero, las masas eran las que tenían el poder, pero no eran
conscientes de ello. El MFA había cedido el poder, formalmente, a la Junta de Salvación Nacional
presidida por Spínola que había sido llamado por el dictador Caetano cuando
estaba rodeado su palacio por los soldados y trabajadores, para dar una salida
responsable a la situación. Pero las decisiones de la Junta no valían mucho más
que el papel donde estaban escritas. El movimiento avanzaba como la lava: los
presos políticos son liberados, los pides (miembros de la PIDE, la policía política)
perseguidos, muchas empresas saneadas (depuradas de fascistas), viviendas
vacías ocupadas. Los jornaleros del Alentejo ocupan los latifundios; las huelgas
se suceden (en el poderosísimo grupo CUF, ferrocarriles, automóvil,
construcción, químicas…), reivindicando aumentos salariales, jornada de 40
horas semanales y, también, medidas políticas y de control obrero, como
fiscalización económica de la empresa, readmisión de trabajadores despedidos y
depuración de fascistas. Estas luchas obreras y populares están organizadas por
comisiones de trabajadores y de vecinos (Comissoes de Moradores) que surgen
como setas. El Primero de Mayo, cinco días después del golpe, 600.000 personas,
incluyendo soldados y marineros armados, se manifiestan en Lisboa.
La burguesía se ve impotente para controlar la situación. La Junta condena “los atentados
a la jerarquía”, la “expulsión de responsables” (depuración) y las “reuniones en
horas de trabajo”. Pero ¡ni siquiera tiene una fuerza armada para hacer cumplir
sus decisiones! La única forma de recuperar el control es utilizando el enorme
prestigio que tienen las organizaciones obreras, en especial el Partido
Comunista (PCP, con una enorme autoridad por ser “el partido que luchó contra
el fascismo”) y el Socialista (PS).
La situación revolucionaria que se abrió el 25 de Abril hubiera
permitido una definitiva transformación política en Portugal: acabar con el
capitalismo, instaurar una auténtica democracia de los trabajadores, basada en
esos incipientes órganos de control (las comisiones), y en la expropiación de
las siete grandes familias, las multinacionales y los latifundios, y elevar el
nivel de vida de la población, socavando así, para empezar, los ya podridos
cimientos del capitalismo español y del griego. El ánimo de lucha y
participación política directa de la clase obrera, el giro a la izquierda de
las capas medias (¡incluso un sector muy importante de los militares!), la impotencia
y crisis de la clase dominante…, todo permitía una transformación pacífica.
Pero faltaba algo. Es imposible, incluso en el culmen de una situación
revolucionaria, que los trabajadores puedan sacar todas y cada una de las
conclusiones necesarias para rematar con éxito la faena. La revolución es un
arte. Más allá de ideas generales, hay que saber qué postura tener ante cada
problema (las colonias, la amenaza fascista, la Iglesia, la pequeña
burguesía…), cuándo es el momento para un repliegue y cuándo para avanzar, qué
ambiente y qué fuerzas tiene en cada momento el sector más consciente, la clase
obrera y las masas en general, etc. Las conclusiones de experiencias pasadas en
todo el mundo solamente las puede ofrecer un partido organizado en base a la filosofía
y el método del marxismo, y que sepa aplicarlas al movimiento real y aprender
de él. Pero Portugal estaba huérfana de partido que jugara ese papel…
Tras la caída del zar y la instauración de un Gobierno
Provisional de coalición entre burgueses y reformistas, los bolcheviques
insistieron en extender y fortalecer los soviets, que eran los órganos directos
de representación de las masas trabajadoras (y, por contagio, de los campesinos
pobres y soldados), con el objetivo de sustituir cualquier gobierno o
institución burguesa (como se demostró de febrero a octubre del 17), incapaz de
solucionar las tareas democráticas y revolucionarias. Mientras explicaban esta
idea, demostraban en la práctica el carácter reaccionario del Gobierno
Provisional y de los reformistas al exigirles medidas que no podían satisfacer
sin romper el opresivo lazo que les unía a los capitalistas. La reforma
agraria, el final de la guerra, el aumento del nivel de vida de las masas…, ni
siquiera la convocatoria de una Asamblea Constituyente fueron capaces de
lograr. Ésta fue la experiencia de las masas, pero para ayudar a su conciencia,
señalar la alternativa y organizar la insurrección de Octubre fue necesario un
partido curtido en mil batallas, enraizado en el movimiento y con una ideología
y táctica marxistas, firmes frente a todas las presiones.
Ausencia de un partido revolucionario
Desgraciadamente, no existía un equivalente al bolchevismo, en
el Portugal del 25 de Abril. Álvaro Cunhal, secretario general del PCP en 1967,
había dejado escrito que “la tarea fundamental de [un] Gobierno Provisional es
la instauración de las libertades democráticas y la realización de elecciones
libres para una Asamblea Constituyente. Que esta tarea sea realizada es la
única condición que el Partido Comunista pone para su participación en el
Gobierno” (Acçao revolucionária, capitulaçao e aventura). Efectivamente, ya el
5 de mayo el PCP pidió ser incluido en el primer Gobierno Provisional, con
Palma Carlo de primer ministro (hombre de paja de Spínola, que se mantenía de
presidente); Spínola explicó esta inclusión así: “había que responsabilizarle
abiertamente de las tareas del Gobierno. En caso contrario (…) no asumiría
ninguna responsabilidad, reforzando su imagen” (António de Spínola, Ao serviço
de Portugal). Cuando el Partido Comunista no fuera necesario para aprovechar su
autoridad ante las masas, la burguesía no tendría más que echarles, como
pudimos ver en Grecia, Francia o Italia tras la Liberación. Por
supuesto, también el Partido Socialista entra en el Gobierno. De dirección
socialdemócrata éste y estalinista aquél, ambos partidos, más allá de matices,
están de acuerdo en lo fundamental. Mientras públicamente defienden el
socialismo, en la práctica consideran que eso está lejos, que hay que consolidar
la democracia, y que la única forma de hacerlo es moderando las
reivindicaciones para no asustar a la burguesía democrática, facilitando a la
burguesía recuperar el control del Estado y acabando con el poder de las
Comisiones. Pero, si fueron las masas las que echaron abajo a la dictadura
(empujando a la acción a un pequeño grupo de suboficiales), ¿cómo se podía,
siquiera, defender las conquistas ya obtenidas, limitando el movimiento de las
masas? ¿Acaso las medidas de control obrero no eran la mejor defensa ante las
conspiraciones de los capitalistas? ¿Acaso la nacionalización de la banca no
hubiera dificultado enormemente los planes golpistas? Es más, ¿para qué nos
sirve la limitada democracia burguesa, si en el momento en que somos más
fuertes no podemos aplicar las libertades conquistadas –de organización, de
manifestación, de huelga…- para aumentar nuestro nivel de vida y, también,
nuestra fuerza? ¿Y acaso no es inseparable la lucha por mejorar, por llenar de
contenido esas libertades democráticas, por acabar con la posibilidad de una
vuelta atrás, con la lucha por el socialismo, es decir, por extender,
profundizar y unificar todas esas Comisiones (los órganos más democráticos del
proletariado portugués), por organizar la vida económica en función de las
necesidades de la mayoría y bajo su control? Los continuos avisos de los
dirigentes comunistas y socialistas, en la transición española como en la Revolución Portuguesa,
de que “ahora no es el momento, ya lucharemos por el socialismo”, ya sabemos en
qué acaban: décadas después, nuestros dirigentes ni siquiera hablan
públicamente de sociedad socialista.
Los estalinistas jugaron el papel de apagafuegos, aunque con
poco éxito. Por poner un sólo ejemplo, el 25 de mayo, en una manifestación de
apoyo al Gobierno, el orador del PCP critica la “ola generalizada de huelgas
que sirve al fascismo”, especialmente la huelga de los trabajadores de
panaderías, fomentada “por reconocidos agentes fascistas”. La Intersindical, bajo
dirección del Partido Comunista, llega a organizar una manifestación “contra la
huelga por la huelga” (!). El PS también se suma a esta labor, pero pese a todo
la oleada de huelgas no remite, consiguiendo logros históricos (el aumento
salarial medio llegó a ser del 35%).
Tres golpes…
y tres fracasos
Con todo, la autoridad de los dirigentes obreros es insuficiente
y la burguesía buscará en diferentes planes golpistas una alternativa para
acabar con la fuerza con la
Revolución. El primer intento es un golpe de palacio
fracasado. Palma Carlo exige poderes más amplios para acabar con el “clima de
indisciplina social”. Pero estas maniobras fracasan, no hay una mínima base de
apoyo para ellas. Peor: el nuevo Gobierno se inclina más a la izquierda, con el
coronel Vasco Gonçalves (miembro de la izquierda militar) de primer ministro,
si bien continúan ministros spinolistas; por esto, el II Gobierno Provisional
tenía más complicado todavía satisfacer a los trabajadores, sin poder por ello
satisfacer a los burgueses. El 27 de agosto el Gobierno prohíbe las huelgas
políticas, de solidaridad e interprofesionales, exige un preaviso de huelga de
37 días y legaliza el cierre patronal.
El segundo intento de golpe fue la preparación de una
manifestación de la “mayoría silenciosa”, para el 28 de septiembre. Spínola,
presentado como un gran demócrata por los dirigentes comunistas y socialistas
llama por televisión a manifestarse contra el “abuso de libertad” y las
“reivindicaciones descontroladas”, y se organiza “espontáneamente” (con apoyo
de los grandes grupos financieros) la manifestación. La reacción intentaba
transportar al sector más atrasado (especialmente, campesinos del Norte) y a
grupos fascistas armados a la roja Lisboa y provocar violencia que justificara
medidas de fuerza. Este intento fracasará ante la madurez del movimiento
obrero, que entendiendo el peligro mortal se echará a la calle la tarde del 27,
organizará barricadas e instalará controles en las carreteras; los ferroviarios
y conductores de buses se declaran en huelga, y 100.000 personas se manifiestan
en Oporto, confraternizando obreros y marineros al grito de “¡Portugal no será
el Chile de Europa! La manifestación del 28 nunca se celebró.
Tras el fracaso del golpe, Spínola y sus ministros tuvieron que
dimitir, ¡pero nadie importunó al general, que pudo seguir tramando sus planes!
Con el agravamiento de la crisis, y de forma instintiva, los trabajadores
buscan más ansiosamente formas de control; los 3.300 empleados de tres cadenas
de supermercados ocupados intentan crear un enorme grupo autogestionado de
distribución; la asamblea general del sindicato bancario pide la
nacionalización de la Banca
para defenderse de la burguesía; los campesinos del Centro y Sur aceleran las
ocupaciones de tierras.
El 11 de marzo es el intento más serio de ahogar en sangre la Revolución, organizado
una vez más por Spínola. Es lo más parecido a un golpe militar clásico… ¡pero
sin apenas apoyo de militares! Prácticamente, sólo se movilizan los
paracaidistas, el cuerpo militar más atrasado, y eso engañando a soldados y
suboficiales. El golpe se deshace en el aire ante la falta de apoyos; incluso
los militares más reaccionarios dudan ante la actitud resuelta de la clase
obrera, que sale de nuevo a la calle a “defender o 25 de Abril”, rodeando los
cuarteles.
¡Qué mejor prueba que estos tres fracasos para demostrar la
auténtica correlación de fuerzas! El Portugal obrero de la ciudad y el campo,
armada con un programa marxista, ¿de qué no hubiera sido capaz? Pero sus
dirigentes siempre iban por detrás de ellos. Incluso después del 11 de marzo,
cuando el ambiente de radicalización empuja a la mayoría del MFA a declarar que
el objetivo de la
Revolución es el socialismo, cuando el Gobierno tiene que
nacionalizar gran parte de los siete grandes grupos por la presión directa de los
trabajadores (los de la CUF,
la Banca y los
transportes exigían su nacionalización, para no ser utilizados en beneficio de
la reacción), cuando The Wall Street Journal declara en portada que “el
capitalismo ha muerto en Portugal”, dando la jugada por perdida, Soares critica
el “confuso anarco-populismo”, y Cunhal dice que “la agudización artificial de
los conflictos sociales (…) [constituye], en su conjunto, una gran ofensiva
contrarrevolucionaria”. ¡Ni una palabra sobre las tareas revolucionarias! ¡Sobre
la necesidad del control obrero de esas nacionalizaciones, sobre la
convocatoria de un Congreso Nacional de las Comisiones, sobre la formación de
un frente único de la izquierda contra la reacción, que continuaba agazapada
incluso en el Gobierno! Nada, la única consigna era confiar en el Gobierno y en
el MFA, y responsabilidad.
El 25 de Abril se celebran las elecciones a la Asamblea Constituyente,
y los resultados reflejan, aunque distorsionadamente, la correlación de
fuerzas. El PS obtiene el 39%, el PPD el 26% y el PCP el 12,53%. En total, los
votos de PS, PCP y otros grupos de izquierda, más el voto nulo y en blanco
(promovido por el MFA), suman el 66%, mientras la derecha sólo llega al 34%.
Pese a la hegemonía comunista en el movimiento obrero de la ciudad y el campo,
en el seno del Ejército y en general en todo el movimiento, las masas más
amplias de la clase obrera, y otros sectores, respaldan electoralmente al PS.
Ante sus ojos los dos partidos no tienen mucha diferencia en cuanto a sus fines
declarados (el socialismo), pero la vinculación del PCP con el estalinismo
soviético, su tendencia a intentar manejar burocráticamente el movimiento, en
momentos de extrema sensibilidad democrática, asusta a sectores muy
importantes.
Campaña anticomunista
A partir del fracaso del 11 de marzo la burguesía no tendrá más
remedio que utilizar hasta el fin a los dirigentes del PS. Especialmente
durante los meses de verano del 75, la dirección socialdemócrata participa en
una feroz campaña anticomunista, acusando al PCP de promover la dictadura de
partido y alertando del peligro comunista. Es cierto que los socialdemócratas
utilizaban para su campaña toda una serie de errores de la dirección del PCP.
Por ejemplo, la imposición de la
Ley de Unicidad Sindical, que intentaba impedir la
organización de diferentes sindicatos, lo que favorecía obviamente a la Intersindical; esta
ley se apoyaba en el sano sentimiento de unidad de la clase obrera, pero la
unidad sólo puede ser un efecto voluntario de la conciencia, no una imposición
de las instituciones.
Sin embargo, Soares y compañía desataron todo tipo de prejuicios
anticomunistas en su base social para minimizar los peligros de la
contrarrevolución, y para dividir en dos a la clase obrera. La base socialista
fue políticamente desarmada para responder a la reacción, que en el Norte
realiza 240 actos terroristas (asaltos a sedes del PCP o la Intersindical,
asesinatos de comunistas), amparados por la Iglesia y los partidos burgueses y por el
silencio del PS.
En esta situación la reacción se ve suficientemente fuerte,
agazapada tras la dirección socialdemócrata, para provocar la caída del V
Gobierno de Vasco Gonçalves y formar un nuevo Gobierno con un objetivo claro:
retomar definitivamente el control para la burguesía, acabar con el poder de
las Comisiones, y recuperar la dirección del Ejército. Pero la situación sigue
abierta: en Oporto se crea el movimiento revolucionario y semiclandestino SUV
(Soldados Unidos Vencerán), que junto a los destacamentos rojos se une con
desfiles armados a las manifestaciones obreras; 100.000 trabajadores de la
construcción, en lucha por el convenio, rodean la Asamblea Constituyente,
impidiendo salir a los diputados, y las tropas enviadas para rescatar a sus
señorías confraternizan con los obreros. Pero la disposición a la lucha no
podía sustituir de ninguna forma la existencia de un partido revolucionario. El
último acto de la
Revolución fue la desesperada insurrección de los
destacamentos rojos, el 25 de noviembre, provocada en el momento más oportuno por
el Gobierno, al destituir de la Región Militar de Lisboa al izquierdista Otelo
Saraiva de Carvalho. La heroica lucha de los soldados y los oficiales
revolucionarios fue machacada ante la falta de una preparación militar previa,
de una campaña de alerta en los barrios obreros…, es decir, ante la falta de
una perspectiva socialista.
Ya han pasado 30 años. Muchas conclusiones de esta historia
épica son desconocidas para las generaciones jóvenes. En Portugal como aquí,
plumíferos a sueldo han reescrito la historia. Pero en los grandes
enfrentamientos que se preparan, en la lucha por una sociedad socialista, las
grandes tradiciones del 25 de Abril, de las Comisiones de Trabajadores y
Vecinos, de los jornaleros del Alentejo, de los Soldados Unidos Vencerán, serán
redescubiertas por la clase obrera de toda la Península y del mundo.
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