Se acabó la democracia. Fernando G. Jáen Coll. Rebelión
Y poco que ha durado su ilusión. Al acercarnos nos hemos percatado que era un trampantojo. Con la globalización se acabó la democracia. Y la recíproca es condición necesaria, aunque no suficiente: o acabamos con la globalización o no habrá democracia. Los deterministas pueden considerarlo imposible, unos por las razones de conveniencia y poderío de las multinacionales; otros, por aceptar que son las nuevas reglas de juego (como si vivir la vida fuera un juego y hubieran unas reglas fijas preestablecidas. Los del libre albedrío pueden creer que el individuo acepta (o no) y asistimos a una resultante colectiva de las interacciones de estos. Y, sin embargo, ni unos ni otros podrán negar que la participación democrática en las decisiones colectivas se difumine. Mucha ensoñación con las posibilidades de Internet, que, al cabo, han servido para distraer de la realidad (si los USA pueden bloquear el acceso a Internet a los habitantes de Corea del Norte, ¿a qué seguir creyendo en la “libertad que nos brinda la red”? Bien podrá hacerlo con otros países, y, por ende, ya estamos todos condicionados, peor, coartados por los USA).
¿Democracia
europea? Para empezar, ¿es que soy yo europeo, más allá de
constatar que mi crianza se realizó en un pedazo de Europa? ¿Acaso
la moral y costumbres que me infundieron mis padres, familiares,
profesores, y cuantos me rodearon en la niñez y adolescencia fueron
las mismas que las de un luxemburgués, un polaco o un croata o
esloveno o rumano? Una cosa es convivir pacíficamente; otra,
sentirme representado por cualquiera de ellos. Yo no soy un burócrata
del poder, soy un ciudadano y como tal quiero elegir a mis
representantes para las decisiones públicas, y he de ser capaz de
poder identificar en sus gestos y palabras qué me ocultan en lo que
me dicen y cómo reaccionarán a mis exigencias y a las de mis
conciudadanos, y sentir que padecen algunos de los sentimientos que
yo, derivados de estar en el mismo territorio. Y quiero que compartan
riesgo y ventura de las consecuencias de una decisión de catástrofe
natural o de guerra o de fuga nuclear.
¿Democracia
europea? ¿Es que acaso una queja, una protesta de los humildes es
más hacedera en Bruselas que en Madrid? ¿Pueden los trabajadores y
los pequeños y medianos empresarios hacerse oír con igual facilidad
en Bruselas que en Madrid? ¿Cuántas marchas de tractores a Bruselas
pueden sufragar los agricultores españoles para mostrar sus
reivindicaciones?
¿Es
democracia la imposición de un Presidente de la Comisión Europea,
el señor Jean-Claude Juncker, que durante su amplio mandato de
ministro y de Presidente de Gobierno del Gran Ducado de Luxemburgo ha
facilitado la evasión de impuestos a las multinacionales, resultando
que acaben por pagar un 1 por 100 del impuesto sobre Sociedades en
lugar de un 30 por 100, por ejemplo? ¿O que se negocie por la
Comisión Europea un Tratado de Libre Comercio entre la Unión
Europea y Estados Unidos (TTIP, por sus siglas en inglés),
para restringir aún más nuestros intereses, sin que podamos decidir
si ha de haberlo y a quién beneficia y a quién perjudica, dada
nuestra particular estructura económica y social ¿o es que acaso
tienen todos los países de la Unión Europea la misma tasa de
nacimiento, o el mismo porcentaje de parados, o la misma proporción
de población dependiente, o la misma agricultura y pesca?
Una
nueva oligarquía política y burocrática se ha fraguado en Europa a
beneficio de las grandes empresas, en la estela de una globalización
dirigida por los Estados Unidos, apoyándose en el poder que le
otorga ser emisor de la moneda de referencia en los intercambios
mundiales, poder que le permite dar facilidades a sus “amigos” y
crear dificultades a sus “enemigos” por medio de la liquidez
otorgada, a través de los bancos particularmente. De facto, el
ciudadano, salvo como consumidor (y aun así, si lo es advertido
tampoco les viene bien), es una molestia para los intereses de las
grandes empresas y los burócratas que les hacen el caldo gordo; la
democracia es estorbo principal para ellas, salvo en lo que su
trampantojo les vale para acallar al ciudadano y hacerle creer que
leyes y reglamentos, Congresos y Senados, Gobiernos surgidos de la
aritmética parlamentaria y Representantes de éstos en altas
Instituciones europeas o mundiales son expresión de los deseos
ciudadanos, cuando, en realidad, la democracia se acabó…
Salvo
que tomemos las riendas y reculemos parte del camino andado de la
globalización y recobremos parte de la soberanía cedida a terceros.
Fernando G. Jáen Coll. Profesor
Titular del Departamento de Economía y Empresa Universidad de Vic-UCC. Miembro
del Centro de Estudios de Economía Latinoamericana. Universidad de
La Laguna.
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