Jueves, 25 Diciembre 2014 12:56
El Militante
La
violencia policial extrema contra la población negra, que ha impulsado
el levantamiento de Ferguson y la extensión de las movilizaciones al
conjunto de la población estadounidense en cientos de ciudades, ha
destapado la falsedad del discurso de los voceros de la clase dominante.
La potencia capitalista más poderosa del globo lejos de recuperar la
estabilidad, se hunde en la polarización social y las contradicciones de
clase, preparando el terreno para estallidos sociales aún mayores a los
que se han sucedido en las últimas semanas.
El
asesinato de Michael Brown (un joven desarmado) a manos de la policía
de Ferguson fue la gota que colmó el vaso para la población trabajadora
negra, un sector especialmente golpeado por la crisis y sometido a duras
condiciones de explotación. Lejos de tratarse un caso marginal, el caso
de Ferguson es una realidad diaria a la que tienen que enfrentarse. Sus
condiciones económicas los convierten en diana de la policía y el
aparato del Estado. Hay otros casos emblemáticos como el de Eric Garner,
un neoyorquino asfixiado por la policía, que ha dado voz con su
consigna, I can’t breathe, a muchas de las manifestaciones que
han salpicado toda la geografía de EEUU con furia. Pero la lista es
larga y según uno de los dirigentes de las protestas en Ferguson, Tory
Rusell, en EEUU cada 28 días muere un negro fruto de la violencia
policial.
Desigualdad y pobreza creciente… pero la lucha también se fortalece
El
alcance histórico de las movilizaciones tiene sus raíces en la
desigualdad y la pobreza que se ha incrementado considerablemente desde
el inicio de la crisis económica. Según el informe de Stanford Center on Poverty and Inequality,
una organización católica, la pobreza en EEUU paso de afectar a un
12,5% de la población en 2007 a un 15% en 2012. En el país de las
“oportunidades” hay más de 46 millones de pobres, y el porcentaje es
mucho mayor entre la población hispana y negra, que en 2012 computaban
un 25,6% y al 27% respectivamente. Mientras la clase trabajadora
estadounidense ha visto hundirse sus condiciones de vida, la quinta
parte más rica ha aumentado escandalosamente su patrimonio: si en 2007
acaparaba el 48,5% del PIB, en 2010 ya llegaba al 49,2%. Es sintomático
que no se hayan publicado estadísticas a partir de 2012, que
previsiblemente revelarán una polarización aún mayor.
Frente
a esta situación la clase trabajadora en los EEUU, a pesar de que no
posee un partido obrero a nivel estatal capaz de coordinar e impulsar
sus demandas, se ha movilizado contundentemente. Cuando a principios de
2011 en Egipto los trabajadores encabezaron la revolución para acabar
con Mubarak, en los EEUU salían a la calle contra los recortes en el
sector público ocupando el consistorio en Wisconsin. Ambos movimientos
estuvieron en contacto, haciendo saltar por los aires el veneno
reaccionario de la división racial que la burguesía estadounidense ha
tratado de sembrar en multitud de ocasiones. El movimiento Occupy Wall
Street también reflejó el enorme potencial de lucha de la juventud
golpeada por la crisis, y el papel central que en el combate contra el
capital estadounidense puede jugar si se liga al movimiento de los
trabajadores; de hecho, en aquellas fechas una huelga general paralizó
uno de los mayores puertos comerciales del país, el de Oakland. Este
movimiento ha sido seguido por otras acciones reivindicativas, como las
históricas huelgas de los trabajadores de la comida rápida (Burguers y
demás) que han inspirado un movimiento de rebeldía en este sector
precario y de bajos salarios en todo el mundo.
Racismo: la marca de caín del capitalismo estadounidense
En
el caso de Ferguson, las movilizaciones comenzaron este agosto tras el
asesinato de Michael Brown y tuvieron como consecuencia la incorporación
de nuevas capas de trabajadores a la lucha. Cheyenne Green, una
trabajadora del sector de la comida rápida lo explica de forma muy
sencilla: “Ninguno de nosotros era activista antes de la muerte de
Brown, no sabíamos qué significaba. A veces acudía a un centro de
alimentación para vagabundos pero de un modo irregular. Ahora me he dado
cuenta de que mi pasión es unir a la comunidad para que sea solo una,
que luche contra el sistema”*.
Pero
ha sido a partir de la sentencia que deja en libertad a Darren Wilson,
el policía que asesinó a Michael Brown, cuando las protestas se han
extendido masivamente a otras zonas de EEUU. A la impunidad del policía,
se añadió su desprecio por la víctima al declarar que volvería a hacer
lo mismo. La respuesta en las calles fue virulenta y masiva con
movilizaciones en más de 170 ciudades de 37 estados, en la que lucharon
unidos jóvenes y trabajadores, blancos y negros.
A
pesar de la represión contra el movimiento, con centenares de
detenidos, el uso del FBI y la Guardia Nacional, y una campaña
bochornosa de los medios de comunicación calificando las protestas de
violentas, la movilización se ha fortalecido y ha tomado una dimensión
estatal. Durante los últimos meses el activismo ha aumentado de forma
considerable y se han creado nuevas organizaciones como Hands Up United,
que agrupa a unos 50 colectivos y podría presentar una candidatura en
las próximas elecciones en Ferguson.
El
pasado 13 de diciembre el movimiento dio un paso más allá. Tomando los
“días de la ira” de las revoluciones árabes como ejemplo, se organizaron
marchas históricas en Nueva York y Washington que congregaron a decenas
de miles de personas en cada una, con un carácter muy similar a las de
los años 60 contra la segregación racial. Entre las reivindicaciones de
estas manifestaciones se pedía el fin de la discriminación y el respeto a
los derechos humanos, trabajo y techo, una educación pública gratuita y
de calidad y el fin del negocio carcelero.** Durante los últimos días
se han seguido sucediendo diferentes acciones, como la ocupación en
Ferguson del Mall of América***. También se prepara en esta ciudad para
el día 15 de enero una manifestación unificada por los derechos de
latinos y negros, contra las deportaciones y la brutalidad policial.
La lucha contra el racismo exige una política de clase, revolucionaria y anticapitalista
Pese
a los vanos intentos de los demócratas por dirigir la protesta y
convertirla en algo inofensivo, como por ejemplo hizo el alcalde de
Nueva York apoyando de forma oportunista la protesta y llamando a la
calma, estos se han visto completamente sobrepasados. Las políticas de
Obama durante estos años no han hecho sino corroborar a los ojos de
miles de trabajadores que no vale que un presidente negro llegue a la
Casa Blanca si defiende los intereses de los grandes capitalistas como
ha hecho a lo largo de su mandato. Y defender a los grandes capitalistas
supone mantener la situación de sobreexplotación de los negros y otras
etnias que conviven en los EEUU para garantizar mano de obra barata a
las empresas y dividir a la clase trabajadora en líneas raciales. La
podrida moral racial de la clase dominante estadounidense, la marca de
Caín del capitalismo de las “oportunidades”, ha impuesto su sello una
vez más y Obama se ha tenido que postrar ante el hecho. Sus lamentos
impotentes dejan aún más claro que la lucha contra el racismo exige una
política de clase, revolucionaria y anticapitalista.
La
unificación de la lucha con el resto de los trabajadores de otras
etnias, y del conjunto de la clase obrera estadounidense está sembrando
auténtico pavor en la burguesía. Las conclusiones que muchos de los
participantes están sacando de estas movilizaciones son de un marcado
carácter anticapitalista. En palabras de uno de los dirigentes de Hands
Up United Tory Rusell: “Este no es sólo un problema negro, ni solo
estadounidense. Es un problema mundial de la gente que se siente
oprimida”.
El
racismo está en el ADN del capitalismo y del aparato del estado en los
EEUU. La lucha por los derechos civiles de los años 60 encierra valiosas
lecciones sobre la imposibilidad de mantener el capitalismo y conseguir
derechos reales para la clase trabajadora negra. La lucha por los
derechos democráticos más elementales debe ir acompañada de la
reivindicación de unas condiciones dignas de existencia tal y como se
está poniendo de relieve en las manifestaciones.
El
surgimiento de nuevas organizaciones en diferentes ciudades y estados a
raíz de estas protestas, también refleja un nuevo estado de ánimo entre
las masas y anticipa procesos mucho más profundos. De estas
experiencias pueden surgir las condiciones para la creación de un
partido obrero capaz de combatir a los demócratas y a los republicanos.
Organizando y uniendo a los trabajadores de todas las razas y etnias,
defendiendo un programa socialista que nacionalice las principales
palancas de la economía y las ponga bajo el control de los trabajadores
para luchar contra el desempleo masivo y la pobreza garantizando los
servicios públicos, podremos conquistar los plenos derechos
democráticos, la igualdad y la justicia real, y mandar al basurero la
lacra del racismo, hijo legitimo del capitalismo norteamericano.
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