viernes, 5 de diciembre de 2014

¿Es posible una reforma sin ruptura?; una reflexión de Julio Anguita

¿Es posible una reforma sin ruptura?; una reflexión de Julio Anguita



Cualquier fuerza política o social que se proponga implantar en su país los contenidos políticos y sociales de la solemne Declaración de la ONU del 12 de diciembre de 1948, debe ser consciente de que se verá abocada a afrontar este dilema: ¿ruptura o reforma?
 Lo que está ocurriendo con el programa económico de Podemos redactado por los catedráticos de Economía Navarro y Torres, lo demuestra con creces. Ninguna reforma que sólo se limite a cambiar contenidos secundarios, cuando no formales, podrá salir adelante porque las reformas superficiales no concitarán en torno a ellas la base social activa que todo cambio necesita.
Pudiera pensarse que tal vez una serie de reformas escalonadas en el tiempo produciría el tránsito de la reforma a la ruptura. En ese caso los protagonistas del mensaje y del proyecto deben explicitarlo en el frontispicio de su propuesta para que ésta sea entendida por los beneficiarios del mismo.
Los que objetan que las medidas propuestas son irrealizables ( y eso que Podemos ha dado marcha atrás en algunas cuestiones) llevan razón porque, efectivamente, en el marco de la economía que funciona realmente como un hecho consumado, esas propuestas son de muy difícil aplicación. Y aun así, tendrían la oposición y el sabotaje del estatus y, por otra parte, no tendrían el apoyo social de quienes confiaron en cambios profundos.
El peor de los errores en que se puede caer consiste en buscar la legitimación del poder para poner en práctica decisiones económicas que lo cuestionan. Es decir, la simple aplicación consecuente del texto constitucional vigente desde 1978 produce la ruptura; por eso es sistemáticamente incumplido. Y es que el problema, por muy económico que parezca, es eminentemente político, o sea de correlación de fuerzas, intereses y apoyos sociales a ellos. Este país llamado España tiene ante sí el dilema que ya se presentó en 1975. Aprendamos la lección.
eleconomista

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