¿Ha llegado el momento de una Intifada Negra en EEUU?
Escrito por Yuram Abdolá Weile
    El asesinato del joven desarmado afroamericano Michael Brown en los 
suburbios de Ferguson en el estado estadounidense de Missouri a manos de
 un policía blanco, Darren Wilson, provocó protestas a gran escala 
contra una tragedia que parece haberse convertido en una rutina en los 
Estados Unidos.
    
         
   
    
Sin embargo, el hecho de que el gran jurado no ha podido condenar
 al asesino no sólo ha puesto de relieve la grotesca parodia del proceso
 legal en los Estados Unidos, sino que también ha hecho resurgir las 
cuestiones sobre si la justicia para los afroamericanos podría ser 
posible dentro del actual sistema jurídico-político estadounidense.
EE. UU. es un país fundado sobre el racismo donde la esclavitud ha 
sido protegida por la Constitución. “La inmigración o importación de las
 personas antes del mil ochocientos ocho, deben estimarse admitidas y no
 deben declararse prohibidas por el Congreso”, afirma el Artículo 1, 
Sección 9.
Los Estados Unidos son también la tierra de la ironía y la 
contradicción, el ejemplo más obvio de esta violación de los derechos 
humanos, es su pésimo historial en lo relacionado con el trato que 
reciben los negros, la mayoría de los cuales fueron traídos al país en 
contra de su voluntad como esclavos, pero sin embargo continuaron 
viviendo, trabajando, luchando y muriendo por sus derechos como todos 
seres humanos.
Cuando Thomas Jefferson escribió las emocionantes palabras de la 
Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776, “Sostenemos que 
es un evidente realidad: que todos los hombres son creados iguales y que
 son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables”, 
seguramente no se refería a los negros porque él mismo, al igual que 
otros once presidentes de Estados Unidos, era propietario de esclavos.
El primer presidente, George Washington, era propietario de más de 
200 esclavos. El último presidente que poseía esclavos era Ulysses S. 
Grant, un exgeneral durante la Guerra Civil Estadounidense en el 
ejército de la Unión, que supuestamente estaba luchando para librar el 
país del flagelo de la esclavitud.
Irónicamente, el primer mártir de la Revolución Americana fue un 
esclavo escapado de Massachusetts llamado Crispo Attucks, que había 
reunido los colonos de débil voluntad para luchar contra soldados 
británicos en lo que más tarde se conoció como la masacre de Boston. La 
valentía de los soldados negros en la batalla de Bunker Hill alarmó 
tanto a George Washington y sus compañeros racistas blancos, que 
prohibieron el alistamiento de los negros en sus filas por temor a que 
el ejército británico también hiciera lo mismo. Pero cuando el 
gobernador asignado por parte del Reino Unido para Virginia, Lord 
Dunmore, ofreció libertad a esclavos negros si luchaban en el lado 
británico, Washington cambió su postura.
Es imposible comprender el enojo y la frustración de los negros en 
los EE. UU. sin mirar la historia de su valiente lucha para ganar la 
libertad y la igualdad. En 1860, justo antes del estallido de la Guerra 
Civil, había casi 4 millones de esclavos negros trabajando en 
condiciones abominables.
Además de soportar las humillaciones institucionalizadas de un 
trabajo forzado desde el amanecer hasta el anochecer, la brutal 
disciplina y las precarias condiciones de vida, las familias negras se 
quedaban destruidas sistemáticamente según el capricho de sus amos 
blancos que separaban los hijos de sus padres para venderlos como 
animales en subastas de esclavos. Los niños negros eran arrancados de su
 familia y obligados a trabajos forzados en los campos a los seis o 
siete años; a los diez años, un niño negro tenía que asumirse la 
responsabilidad de un adulto. En resumen, a los negros en EE. UU. se les
 negaba los derechos humanos inalienables y sufrían toda indignidad 
imaginable.
A los niños de la escuela en EE. UU. se les enseña que Abraham 
Lincoln liberó a los esclavos mientras él solo manipuló la cuestión de 
la esclavitud para obtener ventajas políticas. La prueba de que él mismo
 era un racista se ve claramente en sus declaraciones durante sus 
reuniones iniciales en 1862 con líderes negros, a los que comunicó en 
términos inequívocos que era su deber dejar el país norteamericano y 
establecer una colonia negra en América Central, bajo el liderazgo de 
los blancos, en aquella ocasión Lincoln precisó: “Usted y nosotros somos
 de diferentes razas. Tenemos entre nosotros un abismo más profundo de 
lo que existe entre cualquier otras dos razas… Es mejor mantenernos 
separados para los dos”. Hasta el abril de 1865, justo antes del final 
de la guerra, Lincoln fue aun considerando la deportación en masa de los
 negros “liberados”, y si finalmente abandonó la idea, fue debido a la 
insuficiencia de medios de transporte disponibles.
La tan alabada Proclamación de Emancipación firmada por Lincoln el 1 
de enero 1863 sólo liberó a los esclavos en los estados confederados que
 todavía estaban en rebelión y aún no habían sido ocupados por tropas de
 la Unión; de hecho, el documento sirvió para continuar con la 
esclavitud de más de 500.000 personas, mucho más de los que liberó 
jamás. No sabemos que esto fue planeado o no por Lincoln pero, unos 
100.000 negros liberados por la proclamación se unieron al ejército de 
la Unión para luchar contra la Confederación y su esclavitud 
institucionalizada, pero incluso como soldados de la Unión, los negros 
fueron insultados con sueldo mensual de siete dólares, poco más que la 
mitad de los trece dólares pagados mensualmente a soldados blancos de la
 Unión.
Después de la Guerra Civil, el Congreso de Estados Unidos aprobó tres
 enmiendas constitucionales que pretendían establecer los derechos del 
término recientemente creado de los “ciudadanos negros” y castigar a los
 rebeldes confederados: la decimotercera Enmienda abolió la esclavitud, 
la decimocuarta estableció un mínimo de los derechos civiles y la 
decimoquinta levantó la prohibición de votar por motivos de raza. Pero, a
 pesar de esta apariencia progresista, en la práctica las modificaciones
 proporcionaron un encubrimiento legal a los legisladores racistas 
blancos para reforzar la discriminación contra los negros bajo las 
llamadas leyes de Jim Crow.
Por su parte, la Corte Suprema de Estados Unidos rechazó todas las 
oportunidades que tenía para actuar contra la violación legalizada de 
los derechos de los negros. En el famoso caso de Plessy contra Ferguson 
en 1896, el Tribunal Supremo confirmó la constitucionalidad de una ley 
ratificada en 1890 que requería la segregación racial en lugares 
públicos (en especial en redes ferroviarias) bajo la doctrina de 
«separados pero iguales». El juez Henry Billings Brown, que representaba
 la mayoría en esta votación, escribió respecto a la ley que “no entra 
en conflicto con la decimotercera Enmienda que abolió la esclavitud y la
 servidumbre involuntaria, excepto como castigo de un delito, está 
demasiado claro el argumento”.
En otro caso, Berea College contra Kentucky en 1908, el Tribunal 
Supremo dictaminó que una ley ratificada en 1904 en Kentucky que 
prohibía a una persona o corporación montar clases en las que 
participaran blancos y negros no era inconstitucional. Por otra parte, 
el juez David Josías Brewer, representante de la mayoría en este caso, y
 el juez Oliver Wendell Holmes del mismo grupo, escribieron que “cuando 
un tribunal estatal decide un caso que se concierne tanto al terreno 
federal como al no federal, este tribunal no cambia el dictamen si el 
territorio no federal, se opone a la decisión”. Este apoya efectivamente
 las leyes estatales intolerantes, como el juez John Marshall Harlan 
señaló en su disidencia, ya que “un estado puede ver como un crimen 
frecuentar los mismos mercados al mismo tiempo por las personas blancas y
 de colores”.
Antes de 1906, los grupos de resistencia se habían formado entre los 
negros debido a las condiciones intolerables, que se estaban siendo 
rápidamente consagradas en los EE. UU. por las leyes de Jim Crow.
Un grupo de la resistencia formado por el activista erudito W.E.B. Du
 Bois, los militantes de Niágara, exigió el fin de la segregación y la 
discriminación. “Queremos que las leyes aplicadas sobre ricos y pobres; 
sobre capitalistas y la mano de obra; sobre blancos, y Negro sean 
iguales”, insistieron en su manifiesto para luego exigir también la 
aplicación de las enmiendas constitucionales mencionadas anteriormente.
Sus demandas razonables, que siguen sin haberse cumplido todavía, 
fueron recibidas por furiosas reacciones por los blancos que llevaron a 
cabo masacres en Atlanta, Georgia y Springfield e Illinois, lugar de 
nacimiento de Abraham Lincoln.
Con el aumento de la histeria entre los estadounidenses blancos, 
mientras los negros americanos luchaban en el extranjero bajo el mando 
francés, los disturbios raciales estallaron en St. Louis, no muy lejos 
de Ferguson donde fue asesinado Michael Brown.
El 2 de julio de 1917, los racistas blancos enojados por el derecho 
de empleo de los negros, mataron cerca de doscientas personas y 
destruyeron seis mil hogares. Los linchamientos y otros actos sádicos 
contra los negros se convirtieron en algo muy común. Para el final de la
 Primera Guerra Mundial, en contra de la retórica elocuente del 
presidente Wilson, el país norteamericano no sólo no estaba preparado 
para la democracia, sino que era francamente peligrosa para los negros 
que reclamaban sus derechos.
En la época de la Gran Depresión, la condición de los negros se 
deterioró aún más: un tercio de los negros estaba en paro, la cifra 
llegaba a dos tercios en Atlanta. El sueldo de un negro fue diez 
centavos por hora. No es sorprendente que surgieran en estos momentos 
movimientos separatistas negros, como el movimiento del Estado 49° 
liderado por Oscar C. Brown o la Nación musulmana de Eliyah Mohamad, 
ante la falta de una solución al dilema dentro de la estructura política
 estadounidense blanca. Incluso los eruditos como W.E.B Du Bois 
empezaron a considerar la idea de la separación de los negros como el 
antídoto de la opresión racial sin fin por parte de los blancos.
Cuando la Segunda Guerra Mundial presionó al Gobierno de Estados 
Unidos a prohibir la discriminación racial en la industria de armamentos
 en 1943, una vez más los blancos se amotinaron en varias ciudades. 
Cuando la guerra terminó sin avances sociales significativos, los negros
 llevaron su caso ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) 
recién formada en 1947. Este movimiento, empujó al presidente Truman a 
asignar un comité de derechos civiles sin que consiguiera progresos 
tangibles en la situación de los afroamericanos. Sin embargo, en 1954, 
cuando la Corte Suprema dictaminó en el histórico caso Brown contra 
Consejo de Educación de Topeka, que la educación “separada pero igual” 
era inconstitucional, renacieron otra vez esperanzas de que las 
condiciones pudieran mejorar para los negros en Estados Unidos.
A lo largo de la década siguiente, los grandes líderes como el Martin
 Luther King, Malcom X, Medgar Evers, Ralph Abernathy y Stokely 
Carmichael inspiraron a los negros a participar en la disidencia contra 
las políticas de apartheid estadounidenses. Protestando por la 
segregación en los restaurantes, escuelas y sistemas de transporte 
público, los manifestantes corrían el riesgo de ser atacados por los 
racistas blancos y policías armados con gases lacrimógenos, látigos y 
bastones eléctricos. Muchos, entre ellos el King, Malcom X y Medgar 
Evers, fueron asesinados, pero sus esfuerzos fueron galardonados con la 
aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964, que prohibió ciertas 
prácticas discriminatorias en el registro de votantes, las instalaciones
 públicas, las escuelas públicas y el empleo. Esta fue la primera 
ocasión desde la Guerra Civil que el Congreso de Estados Unidos aprobó 
una ley importante para proteger los derechos de las minorías, pero no 
antes de que el senador de West Virginia y el exmiembro del Ku Klux 
Klan, Robert Byrd, hablara durante 14 horas seguidas, para rechazar la 
aprobación de la ley en la sesión final de un debate parlamentario de 75
 días montado por los senadores racistas que estaban decididos a 
bloquear esta ley.
Unos 50 años han pasado desde que el presidente estadounidense, 
Lyndon Baines Johnson firmó la Ley de Derechos Civiles, sin embargo, las
 circunstancias de los negros sólo han empeorado debido al racismo 
profundamente arraigado en el país, como se ve en el caso de la 
absolución de Darren Wilson por el asesino de Michael Brown. Además, se 
ve que en muchos terrenos- finanza, empleo, educación, vivienda, y 
otros- los negros en los EE.UU. están viviendo una peor situación en 
comparación con la década sesenta.
A consecuencia de los asesinatos de los negros, como ha ocurrido de 
nuevo en Ferguson, los estadounidenses blancos han hecho imposible un 
cambio pacífico, lo que hace inevitable una revolución violenta. Los 
negros no tienen otra opción contra el régimen del apartheid 
estadounidense que el camino de la resistencia armada parecida a lo que 
han elegido sus hermanos y hermanas palestinos contra la usurpación 
israelí. Sí, es el momento de una Intifada Negra.
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