martes, 15 de septiembre de 2015

La paradoja democrática.

La paradoja democrática.

En este contexto, debemos averiguar POR QUÉ y CÓMO ciertos estados de cosas pueden invisibilizarse fragmentándolos. Lo cual conduce directamente a la siguiente pregunta de QUIÉN puede tener interés en hacerlo y PARA QUIÉN. Para poder entender esta pregunta, hemos de abordar algo que recibe el nombre de ‘la paradoja democrática’, a saber, el problema que remite a la relación entre las élites y el pueblo. La investigación sistemática de este problema se remonta hasta la Antigüedad. En el discurso político, el pueblo es a menudo comparado con un rebaño que tiende a manifestar afectos irracionales y que, por tanto, hay que controlar. La dirección política de un pueblo presupone, pues, descifrar el silencio del rebaño e interpretarlo en el sentido de la actuación política que se persigue. En tiempos más recientes, este tema se ha vuelto popular por Richard Nixon, quien en su momento había interpretado el silencio de la ‘silent mayority’ como consentimiento a la Guerra de Vietnam.


Tucídides
El historiador griego Tucídides (454-399 a.C.) era el primero en abordar estas cuestiones de un modo sistemático. Tucídides también era el primero en ver la estrecho vínculo entre nuestras representaciones sobre las formas de gobernar y lo que podamos suponer acerca de la naturaleza del hombre. Cada tipo y forma de gobernar, de modo implícito o explícito, depende también de la idea o imagen que podamos tener de la naturaleza de la mente humana. Tucídides pensaba que la masa propende  a una serie de afectos y pasiones, a costa de la razón: “las opiniones de la masa son inconstantes y veleidosas; de sus fallos suelen responsabilizar a otros…” Sobre los líderes políticos sostiene que los guía ante todo“su voluntad de poder para satisfacer su despotismo y ambición“. Tucídides sabía que cada buena forma de organización social debía tener en cuenta las debilidades de la naturaleza humana; cosa que, según su entender, era inviable en una democracia. Guiado por el gobierno de Pericles, consideraba como ideal una forma que “por su nombre fuera una democracia, pero, de hecho, fuera gobernado  por su primer ciudadano”. 


Aristóteles
El entendimiento de Aristóteles (384–322 a.C.) era parecido. Su ideal era la “timocracia”, esto es, el poder en manos de los que poseen bienes y reputación. Pretendía que los elementos democráticos y oligárquicos se ponderasen de tal manera que existiera un equilibrio entre  la masa de los pobres y las élites ricas. En la democracia Aristóteles veía una forma caduca de la timocracia, por implicar la posibilidad de que “los pobres, que conformaban la mayoría, llegasen a repartirse entre ellos el patrimonio de los ricos”, lo cual para él era ilícito.


James Madison
La misma reflexión de base también la encontramos en los orígenes de la Constitución norteamericana: cada forma de gobernar debía garantizar la protección de la minoría opulenta contra la mayoría de los pobres (“to protect the minority of the opulent against the majority”) reclamaba James Madison (1751-1836), uno de los Padres Fundadores de la Carta Magna norteamericana. Según él, la resolución de esa tensión entre el pueblo y sus élites consistía en “la democracia representativa”, que de hecho es una forma de oligarquía, que permitía salvaguardar los intereses particulares de la minoría rica.

Sirvan estos pocos ejemplos para ilustrar que el ideario occidental en su conjunto viene impregnado por un profundo escepticismo acerca de la democracia, y que no pocas veces alcanza la hostilidad.

En el discurso y la retórica política de la Edad Moderna, la noción de la democracia, sin embargo, está adquiriendo más y más importancia. Democracia no sólo es una entre varias formas de gobernar, sino, después de todo, la única forma que permite legitimar el poder político. Las élites dominantes ven en ella una “ilusión necesaria” y procuran establecer detrás de la retórica en torno a ella, las estructuras oligárquicas necesarias para asegurarse sus propios intereses. Del mismo modo,  ven en los avances democráticos seriamente logrados excesos democráticos (excess of democracy), cuyas estructuras  tratan de erosionar de maneras no visibles para el pueblo; un proceso que en la actualidad se está acelerando a un ritmo alarmante. Valgan de ejemplo estos tópicos: el procedimiento legislativo de la UE; el Banco Mundial; el FMI; TTIP y la “Troika”.


Samuel P. Huntington
El establecimiento de estructuras oligárquicas bajo el manto protector de la democracia, se ha logrado hasta el punto que las democracias occidentales ya tienen de hecho carácter oligárquico, un parecer que no sólo es compartido por los críticos de este proceso antidemocrático, sino por esas mismas élites dominantes. Ejemplo EEUU: en un informe de 1975 titulado “The Crisis of Democracy” -la crisis de la democracia– se alude a que sus autores diagnostican un“exceso de democracia” (“excess of democracy”). Samuel Huntington constata que en su tiempo, cuando al Presidente Truman se le permitía gobernar al país mediante un puñado de banqueros de Wall Street (“to govern the country with the cooperation of a relatively small number of Wall Street lawyers and bankers”), manejar o dirigir la democracia resultaba relativamente sencillo. Desde entonces, ese “exceso de democracia” se ha venido corrigiendo notablemente, de modo que el Washington Times en 2014 constataba:“America dejó de ser una democracia, no obstante la república democrática que los Padres Fundadores pudieran haber previsto” (“America is no longer a democracy – never mind the democratic republic envisioned by Founding Fathers”). El ex presidente Jimmy Carter, entrevistado el 28 de julio de 2015, calificaba a los EEUU de ‘oligarquía’ afectada de un ilimitado soborno político (“unlimited political bribery”). De modo que el carácter oligárquico de los EEUU a las élites les resulta ser un hecho más que evidente. Y quien no valore semejantes manifestaciones en su justa medida, puede que acabe por reconocer lo obvio una vez que quede documentado en base a una metodología científica. Los politólogos Martin Gilens y Benjamin Page investigaron en 2014 para los Estados Unidos el peso de voto que la voluntad de la gran masa del pueblo alcanza en las decisiones políticas. Sus análisis documentan que ese peso de voto es prácticamente nulo y que el 70 % de la población no ejerce ninguna influencia en las decisiones políticas.


Milton Friedman

Y este panorama no resulta distinto en Europa. De querer obtener una impresión realista de la situación europea, puede resultar muy esclarecedor acudir a los medios de información de las élites, como puede ser el Wallstreet Journal. Semejantes medios suelen tener una visión bastante nítida de las circunstancias reales, que tan importante resulta para las élites financieras y sus negocios. Puesto que estos medios informativos se dirigen a las élites,  pueden ahorrarse  la cruda retórica y propaganda política, que los medios de masas tienen preparadas para el gran público. El Wallstreet Journal del 28 de febrero de 2013 constata fríamente que el programa neoliberal –en contra de lo votado en numerosos países– ya no puede ser revisado por medios democráticos. También en Europa se está tornando ilusorio el creer que los votantes, mediante sus votos, puedan influenciar seriamente en los resultados de los comicios y/o las decisiones políticas relevantes para el sistema.

Concretamente en el ámbito económico ello no debe sorprendernos, toda vez que el neoliberalismo y la democracia resultan incompatibles de hecho.  Milton Friedman (1912-2006), uno de los Padres Fundadores del neoliberalismo, lo manifestó así en 1990 enNewsletter of the Mont Pelérin Society: “una sociedad democrática, una vez establecida, destruye la libre economía” (“a democratic society once established, destroys a free economy”) –lo cual, desde la óptica de las élites, ha de evitarse en todo momento. Resulta pues que la democracia sólo se “admite” en tanto y cuanto sus decisiones democráticas no lleguen a afectar al ámbito económico, mientras no llegue a ser una democracia. Visto así, el neoliberalismo es el mayor enemigo de la democracia. Desde la óptica de las grandes empresas multinacionales, la democracia viene a ser en primer lugar un riesgo empresarial. Si la población no está dispuesta a admitir que la organización de una sociedad ha de obedecer a  determinadas restricciones económicas y que los salarios y las prestaciones sociales resultan extremadamente perniciosas a la hora de acumular capital, las élites dominantes deben imponer de manera autoritaria las “medidas de adaptación estructural” que estimen necesarias.

Una sociedad de organización realmente democrática resulta a todas luces incompatible con las formas sociales que las élites dominantes suelen preferir. Al considerarla una ‘ilusión necesaria’ en el juego político, esa  ‘democracia’ debería adoptar antes la forma de una “democracia de espectadores” (“spectator democracy”) que la de una participativa. En una democracia de espectadores, cabe mantener la ilusión democrática, y garantizar a la vez la estabilidad del estatus de las élites políticas. 

Concretamente sobre estos problemas versa el ya referido informe titulado The Crisis of Democracy, que se había redactado en 1975 por encargo de la llamada “Comisión trilateral”–la trilateralidad alude al hecho de que los miembros de esa elitista comisión consultora procedían de los tres grandes bloques económicos Norteamérica, Europa y Japón. Esa Comisión trilateral mantiene estrechas relaciones con otras redes de la élite, en particular, con la conferencia Bilderberg y el “Puente Atlántico”, entre cuyos miembros encontramos a Joseph Ackermann, Gerhard Schröder, Edelgard Buhlmann o el publicista Theo Sommer.

En el referido informe se constata que la crisis democrática provocada por un “exceso de democracia” tan sólo cabe manejar y resolverla (en beneficio  de las élites) cuando algunos individuos y grupos muestren cierto grado de apatía y no implicación (“the effective operation of a democratic political sistem usually requieres some measure of apathy and noninvolvement on the part of some individuals and groups”). Huelga decir que estos individuos y grupos cuya indiferencia se considera esencial  para “manejar la democracia de manera efectiva” no pertenecen a las élites dominantes, sino al pueblo llano. La democracia de espectadores que éstas persiguen tanto sólo se puede alcanzar si la ciudadanía queda ampliamente despolitizada, afectada de letargo político y apatía moral.

Esta meta no se alcanza sin técnicas apropiadas, métodos capaces, por ejemplo, de inducir la apatía (preocupación por el sustento, generación del miedo, consumismo, etc.); técnicas en la manipulación de las opiniones y la indignación.

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