En este contexto, debemos averiguar POR QUÉ y CÓMO ciertos estados de cosas pueden invisibilizarse fragmentándolos. Lo cual conduce directamente a la siguiente pregunta de QUIÉN puede tener interés en hacerlo y PARA QUIÉN. Para poder entender esta pregunta, hemos de abordar algo que recibe el nombre de ‘la paradoja democrática’, a saber, el problema que remite a la relación entre las élites y el pueblo. La investigación sistemática de este problema se remonta hasta la Antigüedad. En el discurso político, el pueblo es a menudo comparado con un rebaño que tiende a manifestar afectos irracionales y que, por tanto, hay que controlar. La dirección política de un pueblo presupone, pues, descifrar el silencio del rebaño e interpretarlo en el sentido de la actuación política que se persigue. En tiempos más recientes, este tema se ha vuelto popular por Richard Nixon, quien en su momento había interpretado el silencio de la ‘silent mayority’ como consentimiento a la Guerra de Vietnam.
Tucídides |
Aristóteles |
James Madison |
Sirvan estos pocos ejemplos para ilustrar que el ideario occidental en su conjunto viene impregnado por un profundo escepticismo acerca de la democracia, y que no pocas veces alcanza la hostilidad.
En el discurso y la retórica política de la Edad Moderna, la noción de la democracia, sin embargo, está adquiriendo más y más importancia. Democracia no sólo es una entre varias formas de gobernar, sino, después de todo, la única forma que permite legitimar el poder político. Las élites dominantes ven en ella una “ilusión necesaria” y procuran establecer detrás de la retórica en torno a ella, las estructuras oligárquicas necesarias para asegurarse sus propios intereses. Del mismo modo, ven en los avances democráticos seriamente logrados excesos democráticos (excess of democracy), cuyas estructuras tratan de erosionar de maneras no visibles para el pueblo; un proceso que en la actualidad se está acelerando a un ritmo alarmante. Valgan de ejemplo estos tópicos: el procedimiento legislativo de la UE; el Banco Mundial; el FMI; TTIP y la “Troika”.
Samuel P. Huntington |
Milton Friedman |
Y este panorama no resulta distinto en Europa. De querer obtener una impresión realista de la situación europea, puede resultar muy esclarecedor acudir a los medios de información de las élites, como puede ser el Wallstreet Journal. Semejantes medios suelen tener una visión bastante nítida de las circunstancias reales, que tan importante resulta para las élites financieras y sus negocios. Puesto que estos medios informativos se dirigen a las élites, pueden ahorrarse la cruda retórica y propaganda política, que los medios de masas tienen preparadas para el gran público. El Wallstreet Journal del 28 de febrero de 2013 constata fríamente que el programa neoliberal –en contra de lo votado en numerosos países– ya no puede ser revisado por medios democráticos. También en Europa se está tornando ilusorio el creer que los votantes, mediante sus votos, puedan influenciar seriamente en los resultados de los comicios y/o las decisiones políticas relevantes para el sistema.
Concretamente en el ámbito económico ello no debe sorprendernos, toda vez que el neoliberalismo y la democracia resultan incompatibles de hecho. Milton Friedman (1912-2006), uno de los Padres Fundadores del neoliberalismo, lo manifestó así en 1990 enNewsletter of the Mont Pelérin Society: “una sociedad democrática, una vez establecida, destruye la libre economía” (“a democratic society once established, destroys a free economy”) –lo cual, desde la óptica de las élites, ha de evitarse en todo momento. Resulta pues que la democracia sólo se “admite” en tanto y cuanto sus decisiones democráticas no lleguen a afectar al ámbito económico, mientras no llegue a ser una democracia. Visto así, el neoliberalismo es el mayor enemigo de la democracia. Desde la óptica de las grandes empresas multinacionales, la democracia viene a ser en primer lugar un riesgo empresarial. Si la población no está dispuesta a admitir que la organización de una sociedad ha de obedecer a determinadas restricciones económicas y que los salarios y las prestaciones sociales resultan extremadamente perniciosas a la hora de acumular capital, las élites dominantes deben imponer de manera autoritaria las “medidas de adaptación estructural” que estimen necesarias.
Una sociedad de organización realmente democrática resulta a todas luces incompatible con las formas sociales que las élites dominantes suelen preferir. Al considerarla una ‘ilusión necesaria’ en el juego político, esa ‘democracia’ debería adoptar antes la forma de una “democracia de espectadores” (“spectator democracy”) que la de una participativa. En una democracia de espectadores, cabe mantener la ilusión democrática, y garantizar a la vez la estabilidad del estatus de las élites políticas.
Concretamente sobre estos problemas versa el ya referido informe titulado The Crisis of Democracy, que se había redactado en 1975 por encargo de la llamada “Comisión trilateral”–la trilateralidad alude al hecho de que los miembros de esa elitista comisión consultora procedían de los tres grandes bloques económicos Norteamérica, Europa y Japón. Esa Comisión trilateral mantiene estrechas relaciones con otras redes de la élite, en particular, con la conferencia Bilderberg y el “Puente Atlántico”, entre cuyos miembros encontramos a Joseph Ackermann, Gerhard Schröder, Edelgard Buhlmann o el publicista Theo Sommer.
En el referido informe se constata que la crisis democrática provocada por un “exceso de democracia” tan sólo cabe manejar y resolverla (en beneficio de las élites) cuando algunos individuos y grupos muestren cierto grado de apatía y no implicación (“the effective operation of a democratic political sistem usually requieres some measure of apathy and noninvolvement on the part of some individuals and groups”). Huelga decir que estos individuos y grupos cuya indiferencia se considera esencial para “manejar la democracia de manera efectiva” no pertenecen a las élites dominantes, sino al pueblo llano. La democracia de espectadores que éstas persiguen tanto sólo se puede alcanzar si la ciudadanía queda ampliamente despolitizada, afectada de letargo político y apatía moral.
Esta meta no se alcanza sin técnicas apropiadas, métodos capaces, por ejemplo, de inducir la apatía (preocupación por el sustento, generación del miedo, consumismo, etc.); técnicas en la manipulación de las opiniones y la indignación.
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