El filántropo Amancio Ortega. Juan Carlos Escudier. Público.es
Con distintos argumentos, varias asociaciones para la defensa de la Sanidad pública han alzado la voz contra la donación de 320 millones de euros que ha hecho la Fundación de Amancio Ortega para la compra de equipos de diagnóstico y tratamiento del cáncer en hospitales del Sistema Nacional de Salud. Hay quienes han visto en el gesto un lavado de imagen del empresario y le han pedido que tribute más y done menos, quienes rechazan limosnas de millonarios de dudosa procedencia y exigen que sea el Estado quien aporte los recursos necesarios y hasta quienes han denunciado la penetración de la ideología neoliberal en el uso de la tecnología médica. Obviamente, tampoco han faltado los elogios y agradecimientos, algunos muy al borde de la petición formal de canonización para este santo varón de la moda prêt-à-porter.
La filantropía siempre nos ha parecido sospechosa y por eso tenemos grabado a fuego y con razón aquello de que nadie da duros a cuatro pesetas o, al menos, nadie se lo toma en serio, tal como demostró el artista Santiago Rusiñol a pie de calle y cartel en ristre. Nuestros ricos además se prodigan poco a la hora de llevarse la mano a la cartera, y luego está Hacienda, que es quien más desconfía del altruismo privado, y de ahí que las desgravaciones fiscales -un 25% para personas físicas y un 35% para las jurídicas- sean relativamente pequeñas en relación a otro países, donde el porcentaje sobrepasa el 60% e incluso llega al 100%.
Ortega ha construido un imperio del que recibe al año unos 1.000 millones de euros en dividendos y en vez de pisos, que eso es para rentistas de medio pelo, colecciona edificios. Su empresa Inditex a precios de hoy vale más de 113.000 millones, bastante más que Telefónica y el BBVA juntos. Da trabajo a más de 160.000 personas en todo el mundo y presume de que el tipo efectivo del Impuesto de Sociedades sobre sus beneficios es del 25% y representa más del 2% de toda la recaudación por ese tributo.
No faltan claro las sombras, las denuncias de trabajo esclavo, la más reciente en Brasil, resuelta tras un acuerdo con la fiscalía previo pago de 1,3 millones de euros, y las de ingeniería tributaria por su presencia en territorios offshore. Según los datos del Observatorio de Responsabilidad Corporativa, al menos 74 sociedades del grupo estarían radicadas en paraísos o “nichos” fiscales. A finales del pasado año Los Verdes en el Parlamento Europeo denunciaron que, con su optimización fiscal, el dueño de Zara habría eludido el pago de 585 millones de euros en impuestos usando sus filiales en Holanda, Irlanda y Suiza para declarar beneficios obtenidos en otros mercados. Inditex rechazó las acusaciones y afirmó que cumple escrupulosamente la normativa de los 93 mercados en los que opera. En España, las inspecciones de IVA y Sociedades a las que ha sido sometido por Hacienda siguen sin concretarse en sanciones.
Volviendo a la filantropía de nuestras grandes fortunas, lo extraño no son las donaciones en sí sino lo raquítico de estas aportaciones. Para Ortega, al que se atribuye una fortuna de más de 71.000 millones de euros que le sitúan en el podio de los megaricos del mundo, los 320 millones que ha entregado su fundación representan el 0,44% de su patrimonio y la comparación con otros de su especie le dejan muy malparado en lo que a desprendimiento se refiere.
Y sí, lo de Ortega es una limosna si se confronta con Bill Gates, que con 39 años fundó su fundación, que antes de los 50 abandonó la presidencia de Microsoft para dedicarse a ella y que destina 3.000 millones de dólares anuales en distintos programas de educación y salud, desde campañas de vacunación contra la polio, la malaria o el sida, a la promoción de nuevas formas de agricultura en África y América. O con Marck Zuckerberg, tras su anuncio de donar el 99% de sus acciones de Facebook –más de 40.000 millones de euros- para proyectos que hagan un mundo mejor para su hija.
A iniciativa de Gates y de Warren Buffett, en agosto de 2010 cuarenta forradísimos estadounidenses pusieron en marcha The Giving Pied (la promesa de dar) por la que se comprometían a donar, ya sea en vida o en el momento de su muerte, al menos el 50% de sus fortunas para fines benéficos. Del proyecto, al que ya se han adherido más de 125 multimillonarios, forman parte Paul Allen, cofundador de Microsoft, el también cofundador de Intel Gordon Moore, el exalcalde de Nueva York Michel Bloomberg, el magnate Ted Turner, el cineasta George Lucas, Pierre Omidyar, fundador de Ebay, o David Rockefeller, entre otros. Los fondos previstos alcanzan los 125.000 millones de dólares.
Los gestos de Ortega se agradecen pero no dejan de ser el síntoma de esa arraigada cultura de la caridad con los pobres al salir de misa y de la sopa caliente de la beneficencia. Dicen que las grandes donaciones se explican por el deseo de algunos plutócratas de devolver a la sociedad parte de lo que han recibido de ella. En el caso del dueño de Zara, cuyos estiramientos de portero de futbolín le hacen a veces entregar 20 millones a Cáritas o sufragar un polideportivo en su pueblo, y en el de nuestros ricos de cabecera en general la sociedad ha debido de ser muy cicatera. En nuestra tacañería llevamos la penitencia.
Fuente: http://blogs.publico.es/escudier/2017/06/08/el-filantropo-amancio-ortega/
La filantropía siempre nos ha parecido sospechosa y por eso tenemos grabado a fuego y con razón aquello de que nadie da duros a cuatro pesetas o, al menos, nadie se lo toma en serio, tal como demostró el artista Santiago Rusiñol a pie de calle y cartel en ristre. Nuestros ricos además se prodigan poco a la hora de llevarse la mano a la cartera, y luego está Hacienda, que es quien más desconfía del altruismo privado, y de ahí que las desgravaciones fiscales -un 25% para personas físicas y un 35% para las jurídicas- sean relativamente pequeñas en relación a otro países, donde el porcentaje sobrepasa el 60% e incluso llega al 100%.
Ortega ha construido un imperio del que recibe al año unos 1.000 millones de euros en dividendos y en vez de pisos, que eso es para rentistas de medio pelo, colecciona edificios. Su empresa Inditex a precios de hoy vale más de 113.000 millones, bastante más que Telefónica y el BBVA juntos. Da trabajo a más de 160.000 personas en todo el mundo y presume de que el tipo efectivo del Impuesto de Sociedades sobre sus beneficios es del 25% y representa más del 2% de toda la recaudación por ese tributo.
No faltan claro las sombras, las denuncias de trabajo esclavo, la más reciente en Brasil, resuelta tras un acuerdo con la fiscalía previo pago de 1,3 millones de euros, y las de ingeniería tributaria por su presencia en territorios offshore. Según los datos del Observatorio de Responsabilidad Corporativa, al menos 74 sociedades del grupo estarían radicadas en paraísos o “nichos” fiscales. A finales del pasado año Los Verdes en el Parlamento Europeo denunciaron que, con su optimización fiscal, el dueño de Zara habría eludido el pago de 585 millones de euros en impuestos usando sus filiales en Holanda, Irlanda y Suiza para declarar beneficios obtenidos en otros mercados. Inditex rechazó las acusaciones y afirmó que cumple escrupulosamente la normativa de los 93 mercados en los que opera. En España, las inspecciones de IVA y Sociedades a las que ha sido sometido por Hacienda siguen sin concretarse en sanciones.
Volviendo a la filantropía de nuestras grandes fortunas, lo extraño no son las donaciones en sí sino lo raquítico de estas aportaciones. Para Ortega, al que se atribuye una fortuna de más de 71.000 millones de euros que le sitúan en el podio de los megaricos del mundo, los 320 millones que ha entregado su fundación representan el 0,44% de su patrimonio y la comparación con otros de su especie le dejan muy malparado en lo que a desprendimiento se refiere.
Y sí, lo de Ortega es una limosna si se confronta con Bill Gates, que con 39 años fundó su fundación, que antes de los 50 abandonó la presidencia de Microsoft para dedicarse a ella y que destina 3.000 millones de dólares anuales en distintos programas de educación y salud, desde campañas de vacunación contra la polio, la malaria o el sida, a la promoción de nuevas formas de agricultura en África y América. O con Marck Zuckerberg, tras su anuncio de donar el 99% de sus acciones de Facebook –más de 40.000 millones de euros- para proyectos que hagan un mundo mejor para su hija.
A iniciativa de Gates y de Warren Buffett, en agosto de 2010 cuarenta forradísimos estadounidenses pusieron en marcha The Giving Pied (la promesa de dar) por la que se comprometían a donar, ya sea en vida o en el momento de su muerte, al menos el 50% de sus fortunas para fines benéficos. Del proyecto, al que ya se han adherido más de 125 multimillonarios, forman parte Paul Allen, cofundador de Microsoft, el también cofundador de Intel Gordon Moore, el exalcalde de Nueva York Michel Bloomberg, el magnate Ted Turner, el cineasta George Lucas, Pierre Omidyar, fundador de Ebay, o David Rockefeller, entre otros. Los fondos previstos alcanzan los 125.000 millones de dólares.
Los gestos de Ortega se agradecen pero no dejan de ser el síntoma de esa arraigada cultura de la caridad con los pobres al salir de misa y de la sopa caliente de la beneficencia. Dicen que las grandes donaciones se explican por el deseo de algunos plutócratas de devolver a la sociedad parte de lo que han recibido de ella. En el caso del dueño de Zara, cuyos estiramientos de portero de futbolín le hacen a veces entregar 20 millones a Cáritas o sufragar un polideportivo en su pueblo, y en el de nuestros ricos de cabecera en general la sociedad ha debido de ser muy cicatera. En nuestra tacañería llevamos la penitencia.
Fuente: http://blogs.publico.es/escudier/2017/06/08/el-filantropo-amancio-ortega/
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