martes, 6 de junio de 2017

En realidad hay menos creyentes de verdad en el mundo que linces ibéricos en España

En realidad hay menos creyentes de verdad en el mundo que linces ibéricos en España



Miles de millones de personas en el mundo se obcecan en suponer de la manera más incomprensible e irracionalmente estúpida que, a pesar de las innumerables pruebas que indican inequívocamente que los humanos no somos más que una insignificante mota de polvo en el vasto océano cósmico, ellos por una razón desconocida tienen el favor de alguno de los innumerables dioses que la fértil (pero también más que disparatada) inventiva humana nos ha ido regalando a través de milenios de superstición.

Para estos pobres analfabetos mentales su dios controla no sólo el inimaginable Universo, sino que monitoriza infatigable y constantemente (y digámoslo claramente, como un perverso voyeur que disfruta con sus miserias) todos y cada uno de los segundos de su vida y estos simples de mente, aunque no entiendan sus supuestos inextricables designios asumen que todo lo que les pasa en sus más que insípidas y anodinas vidas tiene una razón, un propósito. 

Y dentro de esta delirante visión del mundo, existe un comportamiento religioso manifiestamente ofensivo a la más mínima inteligencia: la relación entre religión y medicina. Si estos piadosos, pobres seres obnubilados tuvieran razón es decir, si todo los que les pasa es por un divino propósito, entonces ¿porqué ese afán en acudir al médico en cuanto cogen un simple resfriado o les duele cualquiera de las innumerables partes de ese cuerpo (supuestamente diseñado de manera perfecta por su divino hacedor), exigiendo al galeno antibióticos, medicamentos, cirugías y el resto de la infinidad de remedios inventados por la más que manifiesta medicina atea, esa que nunca se ha conformado con la servil sumisión ante los "designios" divinos?

Porque, como muestra la siguiente y más que acertada viñeta la pregunta que tiene que hacerse todo verdadero creyente es cómo osa contravenir los más que evidentes designios de su Supremo Hacedor, el cual ha decidido en su infinita sabiduría diseñar de la manera más exquisita ese cáncer, cuya manifiesta misión es carcomerle lentamente por dentro y producirle un sufrimiento increíble para él y también llenar de tristeza a sus piadosos familiares, tumor que culmina generalmente con una terrible y lenta agonía que, supuestamente, llevará a nuestro piadoso ignorante a disfrutar de las delicias celestiales en forma de prepúberes, bien en su forma asexuada de virtuosos de la lira o alternativamente, aquella otra más pornográfica de docenas de virgencitas solícitas, según se elija una u otra de las dos variantes predominantes en el mundo de la locura monoteísta.



Es por ello que, por mucho que se les llene la boca de oraciones y loas varias a esos miles de millones de simples que se vanaglorian de su supuesta fe, en realidad todos ellos (salvo esos cuatro locos de las sectas que practican la "sanación por fe", la única medicina posible dentro de la religión) son tan ateos (aunque eso sí, de la manera más humillantemente hipócrita) como el que firma este blog. 

Y la prueba no puede ser más clara, si hasta el papa católico (supuesto número dos de la colérica zarza ardiente, la única verdadera) no tiene confianza ninguna en su hipotético jefe de filas. Y si no me creen, a las pruebas me remito.

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