Diputados de longeva actividad
refugiados
en el fondo de un volcán dormido
desde la Transición, ahora escupen lava
en una sola dirección.
Algunos de ellos, ya sin la máscara,
al ver peligrar su cómoda posición
promueven la intervención de un Estado
que en lugar de rescatar personas
les pagará el sueldo cada mes,
cada año, cada taxi, casa desayuno
cada comida, cada sesión de maquillaje
y peluquería, cada paso seguro que dan
hacia puestos de paja guardados
para cobrar la factura del revés.
Como Rafa Hernando,
el “gran machito” marca España.
Ese adalid de vocación política dudosa
y clase escurridiza, que inocula ponzoña
en un ambiente donde las palabras flotan
y a él le sobran, se nota.
Se viste de tipo malo cuando sube a la tribuna.
Con gesto corvo y un balanceo corporal
propio de otros tiempos, grita frases prefabricadas
en un recóndito rincón de la inteligencia
que, en su caso, parece en camino de huida.
No parece normal que la envidia
corrompa una sociedad que desea madurar.
No parece justo romper proyectos sociales
frustrados sólo por el afán de entregar
el patrimonio educativo, natural, sanitario
y cultural
a los marchantes de elitista formación
que reciben instrucciones desde púlpitos
levantados antaño, blanqueados hoy,
para cumplir con su oficio: hacer que la mentira…
…se admita como verdad.
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