Sí que podemos
Miguel Riera. Editorial El Viejo Topo⎮Rebelión⎮11 diciembre 2014
A estas alturas,
resulta ya un tópico subrayar la palmaria evidencia de que la irrupción
de Podemos en el panorama político español ha resultado ser un soplo de
aire fresco. Más bien una ventolera higiénica, diría yo, que amenaza
con poner patas arriba los pilares del sistema. Un viento huracanado que
ha obligado, por ejemplo, a los mayores prebostes políticos del país a
tomar algunas medidas contra la corrupción, aunque de momento más
aparentes que reales.
Sin la existencia de Podemos sería
improbable que Matas regresara a la cárcel, que Rato fuera expedientado
por su partido, incluso que algunos pocos se avergonzaran del robo
cometido y devolvieran lo sustraído. Pero la importancia de Podemos no
se limita a que se esté produciendo el desenmascaramiento de los
abusadores del poder: lo más importante que Podemos ha aportado a la
sociedad española es la recuperación de la ilusión de que el cambio es
posible y la explosión de un entusiasmo que había empezado a languidecer
tras el 15M, a pesar de las reiteradas movilizaciones y protestas. Es
la creencia en que sí que podemos, esta vez sí, lo que genera ese
entusiasmo.
Naturalmente –era impensable esperar
otra cosa– el aparato del sistema, empezando por el poder mediático, va a
tratar de desprestigiar a las caras más visibles de Podemos. Ya hemos
visto los primeros intentos: desde desacreditar la idea de una Renta
Básica hasta negar la posibilidad de que Podemos ofrezca un programa
económico creíble, pasando por sembrar dudas sobre la financiación de la
organización o el carácter democrático de la misma (ciertamente muy
alejado del verticalísimo modo de actuar de los restantes partidos, de
modo que resulta esa una crítica chocante en boca de responsables de
esos partidos).
También se han producido las primeras
críticas desde la izquierda (en este mismo número del Topo un artículo
critica algunos aspectos de la Asamblea). Las críticas han de ser
bienvenidas, y Podemos debe tomar nota de ellas, pero cuidado: miremos
bien si el niño está en la palangana antes de echar al desagüe el agua
sucia. El panorama se anima también en otro ámbito de la izquierda:
aunque en el momento de escribirse estas líneas Alberto Garzón aún no ha
declarado formalmente su intención de abanderar IU, es evidente que lo
hará, que cuando se lean estas líneas ya lo habrá hecho. Es una
necesidad imperiosa para esa organización que personas como Garzón o
Tania Sánchez le den un aire diferente, y que la rescaten de su papel de
simple oposición parlamentaria con vocación de izquierda
complementaria.
No hace falta destacar que los retos son
enormes: el desempleo y la cuestión territorial son los asuntos más
candentes, y ambos son de difícil solución. Las propuestas sobre el
primero toparán con la oposición frontal de los detentadores actuales
del poder; sobre el segundo se ha de convencer a una sociedad –la
catalana– profundamente dividida y en la que se producen fenómenos tan
sorprendentes como el efusivo, emocionado abrazo entre el líder de la
CUP David Fernández, que se autodefine comunista, y el neoliberal Artur
Mas, abrazo que proporciona claves para entender la verdadera naturaleza
del problema político catalán. Es este un asunto fundamental para la
cohesión interna de Podemos en Cataluña; de hecho, la ambigüedad y el
intento de tener a todos contentos ya se ha llevado por delante al PSC y
castigado severamente a ICV-EUiA.
En cualquier caso, estamos atravesando
tiempos nuevos, con caras nuevas y proyectos políticos diferentes que
pueden converger alrededor de una idea clave: la de que esta vez sí que
podemos.
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