La Transición fue una traición; un artículo de Lidia Falcón
Cayo Lara dice que su generación que vivió la dictadura sabe lo que 
es la Transición. “Yo soy de los que defiende que se hizo lo que se 
podía, los sindicatos y la izquierda conquistaron lo que pudieron. Y fue
 un pacto no de élites. Algunos lo califican de pacto de élites… Fue un 
pacto de élites que estaban en la cárcel y en el exilio y otros que 
estaban en el poder y en la dictadura. Se habría podido avanzar mucho, 
pero la ruptura de ese pacto por parte de la derecha política y 
económica es lo que nos ha llevado a esta situación de deterioro. El no 
haber desarrollado España como Estado federal y plurinacional nos ha 
llevado a la situación actual respecto a Catalunya.”
No sólo Cayo Lara y su generación vivieron la dictadura y la 
Transición. Otros como yo, que pertenecemos a la generación anterior, y 
todavía la de mis padres, que muchos estaban vivos, las vivimos también.
 Y estuvimos en pie de guerra durante largos años para que no se 
ratificaran los pactos que nos traicionaban. La Transición fue la gran 
Traición. De los que estaban en el exilio, como Carrillo. y de los que 
habían estado en la cárcel. como Camacho. Solé Tura y otros redactores 
de la Constitución ni habían estado en la cárcel ni en el exilio, y 
pronto se vio el beneficio que obtuvieron. Por supuesto los grandes 
beneficiados fueron los que estaban el poder y que no lo abandonaron.
Es falso que se hubiera podido avanzar mucho con los pactos de la 
Transición, la prueba es el camino que hemos andado. Y no únicamente por
 culpa de la derecha, a menos que creamos que las derechas son 
demócratas y benéficas y sólo ahora, con Rajoy de gran culpable, han 
cambiado. Desde el momento en que el Partido Comunista acepta la 
Monarquía, el himno franquista y la bandera borbónica; el mismo Ejército
 que había masacrado a su pueblo, la misma Iglesia que había sido 
cómplice del genocidio español, y consiente en mantener intacto el 
reparto de la riqueza, el poder de la banca, de los grandes consorcios 
industriales y de los latifundistas del sur y del oeste de España, y 
aprueba la Ley de Amnistía del 77 que dejaba impunes a los asesinos 
fascistas, la rendición de las clases trabajadoras era sin condiciones. 
Tan sin condiciones que un año antes de aprobar la Constitución se 
firmaban los Pactos de la Moncloa para entregar todo el poder al capital
 y dejar al proletariado sometido a la patronal.
Y tan humillante rendición se acepta por el PCE para implantar esta 
parodia de democracia que reinstaura a una Casa Real corrupta, que nos 
está esquilmando desde hace 39 años, y que alterna en el gobierno a uno u
 otro partido, ambos siervos de la Banca Mundial, de las multinacionales
 y de la empresa armamentística, mediante la parodia de elecciones en 
que los resultados están previstos de antemano. Es demasiado el precio 
que se ha pagado por el acta de legalización del Partido Comunista.
Que nadie arguya que sin esa legalización el PCE no podía participar 
en política. Un partido que fue el hegemónico durante 40 años de 
dictadura, cuyos heroicos militantes habían sufrido persecuciones, 
torturas y asesinatos sin cuento, ¿qué podía temer en la era de las 
“democracias” europeas? Todos sabíamos que la clandestinidad se había 
acabado, quizá no pudiera obtener los escaños en el Congreso y las 
concejalías en algunos ayuntamientos, pero el precio de tanta rendición 
era demasiado barato.
A raíz del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 escribí un análisis que publiqué en Poder y Libertad (¿dónde
 iba a ser?) sobre la imposibilidad de que aquel golpe triunfase. Y eso 
que todavía no tenía todas las claves de la implicación del rey y de los
 socialistas en el diseño del otro golpe, el de Armada. No me equivoqué.
 Ni la situación de Europa en aquel año ni el lugar que tenían en la 
producción, y en la ideología dominante, el Ejército, la banca, los 
consorcios industriales, los Grandes de España que poseen Andalucía y 
Extremadura, y la Iglesia, podían propiciar un golpe a lo del año 36. 
Como decía Marx, si la primera vez fue una tragedia, la segunda fue una 
farsa. Y así fue y así ha sido. Al fin y al cabo, los vencedores de la 
Guerra Civil seguían, y siguen, siendo los que detentaban el poder; no 
necesitaban provocar una nueva guerra.
Los Pactos de la Moncloa hundieron la capacidad adquisitiva del 
proletariado, el Estatuto de los Trabajadores anuló ventajas y derechos 
que había concedido la dictadura y la Ley de Amnistía garantizó la 
impunidad de los asesinos y ladrones que nos habían aniquilado y 
esquilmado. Todavía están en todas las cunetas, caminos, cementerios y 
carreteras de España los restos insepultos de nuestros padres y de 
nuestros abuelos, que en número de más de 150.000 convierten a España en
 el más grande cementerio. Y cuando en esforzado trabajo, costeado por 
ellos mismos, los nietos de los asesinados han conseguido hallar una 
fosa con restos humanos, los jueces se niegan a acudir a levantar los 
cadáveres, contraviniendo toda norma legal.
Somos el país con más desaparecidos del mundo, en proporción a su 
población, después de Camboya. Y el más desgraciado. Porque hasta en 
Camboya y en Sudáfrica se ha constituido una Comisión de la Verdad y se 
ha enjuiciado a algunos de los criminales que perpetraron las matanzas. 
En Argentina, en Chile, en Uruguay, en Guatemala, en El Salvador, en 
Italia, en Grecia, en Portugal, en Alemania, se ha procesado a algunos 
de los verdugos, que hasta han llegado a ingresar en prisión, mientras 
que en España los genocidas son los que gobiernan el país, ellos o sus 
hijos o sus cómplices. Nunca se ha investigado la fortuna de los Franco,
 de la que siguen disfrutando sus herederos. Nunca se ha enjuiciado a 
Manuel Fraga, a Serrano Suñer, a Arias Navarro, a Martín Villa, que 
mantiene las mismas prebendas y negocios.
Contra todo lo que defienden los hagiógrafos de La Ley de Amnistía, 
desde Nicolás Sartorius a Manuel Fraga, ese cuerpo legal no vino a sacar
 de la prisión a los antifranquistas encarcelados sino a garantizar la 
impunidad de los franquistas. El indulto del 27 de noviembre de 1975, 
por la coronación del nuevo rey, dio la libertad a miles de presos por 
delitos de asociación, opinión, sindicalismo, prensa, como al propio 
Sartorius y a Camacho y a los del proceso 1001. Y sobreseyó los sumarios
 y dejó sin juicio a miles de nosotros que nos encontrábamos en libertad
 provisional. El segundo indulto en el 76 concluyó de liberar a los que 
tenían acusaciones de más calado y posteriormente, en el 77, cuando se 
aprueba la Ley de Amnistía, solo quedaban encarcelados 70 u 80 presos de
 ETA condenados por terrorismo. Esta fue la única contrapartida por 
haber dejado sin Memoria Histórica, sin pasado, sin justicia y sin 
compensaciones a cientos de miles de represaliados por el fascismo y a 
todo un pueblo.
Cayo Lara podía saber, y debía decir, que es falso que los redactores
 de esa perversa Constitución se propusieran construir un Estado 
Federal. Ni en 1978 ni en 2015. Desde el mismo momento en que aceptaron 
la Monarquía sabían que estaban aherrojando a los pueblos de España. 
Para eso la escribieron, para seguir explotando a los trabajadores y las
 trabajadoras, para impedir que se proclamara la III República, para que
 no se pudiera articular la forma de Estado como una Federación. 
Sometido el país al Ejército como garante de la unidad de España. Ni 
aunque ahora el PSOE invente esa farsa de federalismo tiene voluntad de 
implantarlo, porque lo primero que es preciso para ello es proclamar la 
III República. Nunca se ha visto mayor disparate político y jurídico que
 el de una Monarquía Federal. Y ni siquiera Cayo Lara se lo dice.
Todo esto, y mucho más, como los más de trescientos trabajadores, 
mujeres, y militantes de la izquierda, asesinados por los fascistas 
entre 1925 y 1982, contuvo la tan elogiada Transición. Y Cayo Lara no 
sólo debería saberlo, sino que debería explicárselo a nuestros hijos y a
 nuestros nietos antes de que se embrutezcan totalmente con las 
enseñanzas oficiales, con la propaganda dominante de las televisiones en
 poder de las oligarquías. Cayo Lara tiene la responsabilidad de estar 
informado y de informar, porque para eso es dirigente de Izquierda 
Unida, y aunque ya no se llame Partido Comunista muchos camaradas están 
ahí, muchas mujeres y hombres de izquierda siguen entregando su esfuerzo
 para que este país no sea tan amnésico, tan cruel, tan indiferente, tan
 cainita con sus antepasados y con sus contemporáneos. Y las mujeres y 
los hombres de las clases explotadas no se merecen una explicación falsa
 y traicionera como la que precisamente está defendiendo la derecha, 
desde Rajoy a González. ¿No es una extraña casualidad?
Fueron los comunistas los que inventaron la autocrítica. Más 
exigentes que los que les habían precedido hasta entonces en las luchas 
políticas, decidieron no entregarse a la autocomplacencia de sentirse 
satisfechos con todo lo actuado. Tanto han sido críticos con ellos 
mismos que en ciertos momentos se han despedazado, y ahora, cuando ya ha
 llegado el momento de ajustar cuentas con el enemigo, ahora aceptan la 
tesis de éste y muestran que están padeciendo el síndrome de Estocolmo, 
como decía tan certeramente Carlos París.
Pero lo que nosotros, los resistentes, no podemos aceptar con 
resignación es que la Historia la escriban los enemigos y los 
conformistas. Porque nuestros antepasados, aquellos que dieron la 
libertad y la vida por evitar el triunfo fascista, se merecen que se 
reivindique su heroicidad, y también nuestros descendientes se merecen 
que les cuenten la auténtica historia, a los que de otra manera 
dejaremos en la ignorancia y el engaño para que sufran nuevas derrotas. 
Como también nosotros mismos, los que aún estamos vivos y sabemos lo que
 fue la interminable lucha contra la dictadura y más tarde contra la 
democracia, por tener un país digno que legarle a nuestros hijos, no nos
 merecemos tanta mentira.
Hasta la última gota de saliva, hasta el último resuello del aliento,
 hasta el último minuto de vida, debemos seguir gritando la verdad; esa 
que, como decía Antonio Gramsci, es siempre revolucionaria.
 http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2015/01/01/la-transicion-fue-una-traicion/
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