Linchamiento social: respuesta a una justicia de clase
¡Basta, basta!, ya no le peguen más,
la mujer se interpuso entre el hombre y la muchedumbre que aún
enardecida, algunos sin saber bien por qué, querían seguir golpeándolo.
Primero de enero del 2015, pasado el mediodía, feria libre de una
populosa población del norponiente Comuna de Puente Alto, dos hombres
jóvenes que se movilizaban en una motocicleta, al parecer, porque las
versiones son contradictorias, roban a una mujer de un puesto de venta,
la ofendida gritó y con ello alertó a los que a esa hora circulaban
entre los diversos puestos, uno de ellos pudo escapar, pero el más joven
no, amarrado a un poste fue golpeado con puños y pies por todos los que
se atrevían; hombres principalmente, pero también algunas mujeres, la
clave era: “le robó a una mujer”, solo eso bastó para que la masa
enardecida descargara toda la ira en contra de ese muchacho que terminó
en el piso todo bañado en sangre y casi inconsciente. La policía llegó
cerca de media hora después cuando la piadosa mujer enérgicamente había
detenido la golpiza.
Entiendo por linchamiento como la violenta
acción extra judicial, de palabra y de hecho, llevada a cabo por un
grupo de persona o multitud, muchas veces por el propio Estado, por los
medios de información en contra de uno o más sospechosos de haber
cometido un “delito” ocasionándole tortura, vejación (humillar,
degradar, caricaturizar, reírse, denostar, insultar, ofender, etc.), y
en último caso, hasta provocarles la muerte, claramente pasando por
encima de la ley, violando los derechos humanos en un: “tomarse la ley
en la mano”.
La palabra linchamiento tiene su origen en la expresión inglesa “linching”,
pero su uso, unos se lo atribuyen al irlandés James Linch quien en
1493, sin juicio previo hiso ahorcar a su propio hijo y otros, a Charles
Linch, miliciano de la revolución independentista estadounidense, quién
también sin juicio previo ordenó la ejecución en 1780 de un grupo de
lealistas (colonos norteamericanos leales a la monarquía inglesa), todos
cristianos. Es probable que en su accionar estuvieran presentes las
palabras de San Bernardo de Claraval (siglo XII) uno de los más
importantes ideólogos de la Iglesia católica y decidido predicador de la
Segunda Cruzada en contra de los sarracenos que ocupaban la tierra
santa, en sus obras completas se puede leer: “Por algo lleva la
espada; es el agente de Dios, el ejecutor de su reprobación contra el
delincuente”, “No peca como homicida sino _diría yo _como malicida, el
que mata al pecador para defender a los buenos”. Los papas Gregorio
IX, Juan XXII e Inocencio VIII redactaron senda bulas que servían de
fundamento divino a la división del mundo entre buenos y malos y, así
justificar el linchamiento en la plaza pública, a los pies de la santa
iglesia, fue la razón que movió a las “Cruzadas”, a la creación del
“Tribunal de la Santa Inquisición”, el acicate para dar vida al
siniestro “Klu Klux Klan”, a la creación de la tristemente célebre
“Escuela de las “Americas” que dio vida forma y cuerpo ideológico a los
más crueles regímenes de la muerte que asolaron a América Latina en la
década de los 70 y, a todos grupos abiertamente xenófobos, racista y
homofóbicos cada vez más presente en nuestras ciudades.
Durante
la Edad Media, fue recurrente el linchamiento institucional a herejes y
apóstatas, Alemania lideró durante los siglos XVII y XVIII los
linchamientos en Europa, bajo la acusación de “brujería”, muchas veces
un pretexto para deshacerse de hombres y mujeres considerados peligrosos
para el conocimiento y la sociedad, de ahí viene ese dicho “la caza de
brujas”, en América, a los españoles les debemos la instalación del
linchamientos como corolario de la intolerancia y de esa mirada
eurocentrista y etnocentrista del conquistador, en muchos casos, hasta
llegar al exterminio de pueblos enteros, aborígenes que no sabían de esa
“modernidad” de la espada, de la cruz y de que todo ser humano vale lo
que vale un real, de esclavos que se resistieron y se rebelaron antes de
perder su libertad, muchos de ellos terminaron frente al inquisidor y
de ahí a la hoguera o con sus extremidades desmembradas, a Túpac Amaru,
el primer rebelde de América, el 18 de mayo de 1781, en la plaza pública
del Cuzco, cuatro caballo los desmembraron sus extremidades frente a
las autoridades políticas y eclesiásticas, frente a su esposa e hijos y
ante una población que observaba esta muestra de poder, escarmiento y
advertencia,
Revisando algunas fotografías de linchamientos
acaecidos en EE.UU de Norteamérica en los años 20 y 30 del siglo XX
impresiona por decir lo menos, ver los rostros de los ajusticiadores,
hombres con sus niños, todos, supongo fieles cristianos, posar alegres y
felices al lado de los cuerpos de hombres y mujeres, mayoritariamente
de raza negra, colgados de árboles o postes, una especie de legitimación
del castigo.
Hoy se sigue linchando legalmente; por pensar
diferente, por ser distinto, por rebelarse, por ser antípoda, por ser
poeta, por ser pobre, por ser aborigen, por soñar, por creer que las
utopías no han muerto, por amar a la vida, a la libertad, por amar al
amor, hoy se lincha en la cárcel, en las escuelas, por qué no decirlo,
hasta en los hogares, en la burocracia del poder, en los medios de
comunicación, en la tele, en las calles y plazas, en el mercado, en el
circo de los estadios, en lo que queda de los Estados nacionales, en el
poder global, en la verdad de los integrismos religiosos de occidente y
oriente y de sur a norte y. Nada ni nadie puede oponerse a la
homogenización del poder sobre el otro.
Si de una de las peores
herencias de esa “modernidad” que nuestros pueblos confundidos con la
llegada de los dioses buenos y, colonizados por las luces de la
Ilustración europea fue habernos quedado con el miedo al otros, a las
diferencia, sobre todo cuando se trata de nuestros propios hermanos, con
la vergüenza de nuestra sangre, de nuestra identidad, de nuestra
cultura.
Lincha el rico, elegantemente dentro y fuera del marco
de la ley, lincha el pobre en su desesperación a la pobreza,
catárticamente se vuelve contra sus propios hermanos para matar; la
indiferencia, la rabia, el descontento, son los bárbaros frente a los
civilizados, entre blancos y chicanos y sudaca, entre ilustrados y el
pueblo salvaje, los que hoy son linchados en el corazón mismo del
imperio, por el propio el imperio de la clase, y del mercado; desde
Palestina hasta México, desde África herida por el látigo de la codicia
colonizadora europea hasta Haití, en Guatemala, en Honduras, en Brasil,
Perú, en Argentina y también en Chile, “la letra con sangre entra”
dice el refrán de quienes con la regla, con el el látigo, la bomba
lacrimógena y la metralla se imponen, pero, es el linchamiento del
populacho el que hace noticia, para marcar las diferencias y establecer
el orden, no el otro de los elegantes salones. Parece que en nuestro
país nos está quedando corto eso de creernos los “ingleses de
Latinoamérica, de ser en el barrio los más probos, de tener para cada
cuestión una ley, donde las instituciones funcionan, donde se vive
democráticamente. Para linchar institucionalmente a alguien siempre
habrá un pretexto; el orden interrumpido por los jóvenes que en la calle
reclaman por una educación, pública, gratuita y de calidad, los obreros
que exigen sus derechos, los miles de ancianos que viven con pensiones
de no más de $ 86. 000 mensuales, en fin, todo el aparataje de la
institucionalidad con todos sus brazos ideológicos a su alcance en
marcha, entre ellos, la policía, algunos sostienen que “a la policía no se le respeta se le teme”,
la prensa escrita y audio visual (tv), el cuarto poder que no informa,
busca sangre no justicia, ese verdadero juicio mediático que
caricaturiza la pobreza, que no solo deja heridas visibles, sino que
ocasiona heridas más profundas, no solo en el acusado, muchas veces
inocente, sino que en todo su entorno familiar y, el pueblo; los
desarrapados, los atrapado en sus traumas, la carne compulsiva del
mercado, los que en sus aciertos y desaciertos responden emocionalmente
linchando al otro, ellos dicen para justificarse: “la policía llegó
cuando todo había terminado”, “la policía llega inmediatamente cuando se
trata del robo de un cajero automático”, “no están preso ni un solo día
y los dejan libre”, “se arreglan con amigos en los tribunales”, “pero, si ellos saben donde venden droga y no hacen nada”, “ellos se arreglan con los delincuentes”,… “si
reclamo y los denuncio, ellos (…) le dicen que fui yo y después vienen a
cobrar, entonces mejor me quedo callado”, “él murió porque adentro los
pacos le pegaron”, todo esto, ¿no genera acaso la sensación de
indefensión frente al Estado y sus instituciones?, ¿rabia que se
acumula?, ¿sentirse indefenso?, no solo de la justicia sino que también
de los que quieren sacar provecho de esa inseguridad, ¿el momento para
vengarse de alguien que no está?, ¿de sentirse un ciudadano de segunda
categoría?, abundan las razones, algunos casos más reciente; el de
Martín Larraín, hijo del ex Senador Larraín que habiendo presunciones
fundadas que había cometido un atropello con resultado de muerte fue
absuelto, el de Benjamín Echeverría Larraín, sobrino del mismo ex
senador, sorprendido con 2 kilos de cocaína y 7 millones de pesos
producto de la venta de la droga fue condenado a 5 años de libertad
vigilada y al pago de una multa de 40 UTM y, tantos más.
En la
revista argentina “Página 12” del 6 de abril del 2014 aparece un
artículo de José Natanson sobre “Por qué linchamos”, según este autor,
en las plazas públicas de las ciudades de la colonia, eran las campanas
de la iglesia católica la que convocaba a la muchedumbre a presenciar un
linchamiento institucionalizado, de Carlos M. Vilas prestigios
politólogo y docente universitario argentino extrae un párrafo de su
texto “Linchamiento en América Latina: hipótesis de explicación” que me
parece muy interesante para explicar de alguna manera el comportamiento
cada vez menos pacifico del ciudadano chileno, dice: “ …los
linchamientos se multiplican entornos sacudidas transformaciones a gran
escala _ desde guerras civiles a reformas socioeconómicas _ contra las
cuales las personas sienten que no pueden hacer nada” (…) “…el
linchamiento específicamente neoliberal”.
Según la organización no gubernamental Oxfam: “el 1% de la población mundial acumulará más del 50% de la riqueza que el otro 99% en 2016”y,
entrega otros datos, uno de cada 9 personas no cuenta con el alimento
suficiente para vivir y más de mil millones de personas sobreviven con
menos de 1,25 dólares al día (El País de España 19 de enero 2015)
Sin duda que hoy no faltan los que quisieran linchar a Bergoglio el
papa Francisco I por su abierta adhesión por los más pobres del mundo,
como si estos hubiesen llegado de Martes y no fuesen la consecuencia de
la codicia, de la ambición sin límites, de la insensibilidad de lo
ocurre fuera de la fronteras de sus espurias faltriqueras, de vuelta a
Roma, después de haber estado en Sri Lanka y Filipinas, este último
país, uno de los “milagros” económicos, pero que esconde una pobreza
inimaginable, invisibilizada por la opulencia de unos pocos y la
complicidad de muchos, Francisco no se amilanó a declarar a los medios
europeos que la pobreza es: “terrorismo de Estado” y a renglón seguido agregó: “La
corrupción, que está a la orden del día, es quitar al pueblo. La
persona corrupta que hace negocios corruptos o que gobierna de forma
corrupta roba al pobre. Las víctimas son los pobres”
Veamos
algunos casos ocurridos solo en el 2014 en nuestro país; miércoles 27 de
noviembre, pasado el medio día, en la esquina de las calles Bandera con
Agustina, un grupo de personas detuvo, amarró con papel alusa y vejó
violentamente a un joven acusado de haber robado a una anciana, al día
siguiente, la misma escena, esta vez en Av. Ricardo Lyon a unos metros
de Providencia, dos jóvenes acusados de haberle robado a una mujer su
celular fueron interceptados por un grupo de personas, en ambos casos
primaron los golpes, ser arrastrados por el suelo, el objeto del
escarnio público, antes que se hiciera presente la fuerza pública, casi
media hora después. Según La Segunda online del 07.01.2015, en los
últimos 40 días cuatro han sido los casos de “golpiza ciudadana”, en
Puente Alto (16 de octubre) y en Providencia (12 de noviembre),
carabinero en la voz del capitán Sergio Rodríguez se defiende señalando:
“No es llegar y tomar un detenido, aquí hay un protocolo a cumplir”. El
Dinamo en su edición del 07.01.2015 destaca: “Un presunto ladrón murió
en un linchamiento y tres más recibieron golpes de un centenar de
personas que lo acusaron del robo a una vivienda en Tehuacán, en el
Estado mexicano de Puebla”…Entre los sobrevivientes se encuentra una
mujer, que supuestamente está embarazada…”, recuerdo toda la batahola
que provocó el linchamiento de un hombre en Valparaíso acusado de haber
violado a una niña durante el gran incendio del 2013 que asoló a los más
desamparados, cuando los pobres hacen noticia.
El ministro
Portales, (1830-1837) durante su mandato autoritario, para infligir
escarmiento a la población de Santiago, lo que le podría pasar a quien
se atreviera delinquir, sacaba a pasear por la ciudad en una celda
ambulante a reos, para ser el hazmerreír de la gente y de paso
zaherirlos, recibir los insultos y la ira de muchos, “bien merecido lo tienen” fue la respuesta que recibí de algunos de mis estudiantes cuando le cite el caso.
El sicólogo Rodrigo Brito, de la Universidad Mayor, citado por La Segunda dijo: “Uno
lo podría explicar como un cauce para liberar emociones colectivas, de
un sentimiento de frustración. Hay una sensación de que la justicia no
está haciendo su trabajo, entonces el chileno tiene miedo, siente que lo
pueden agredir o asaltar y que va a no pasar nada. Hay sensación de
vulnerabilidad, y este tipo de situaciones son la válvula de escape para
paliar lo que el Estado no está entregando”, en el mismo medio
informativo, pero ahora del 07.01.2015 destaca la opinión de la
Directora Ejecutiva de la Fundación Paz Ciudadana Catalina Mertz, ella
dice: “…los linchamientos pueden ser resultado del bajo nivel de
satisfacción que tiene la ciudadanía respecto del sistema procesal
penal, por considerar que tiene escasos resultados frente a delitos
frecuentes”, en esa misma línea el diputado de RN Gonzalo Fuenzalida: “…es
entendible que la gente reaccione con indignación y tome la justicia en
sus manos ante la percepción que existe de que en el sistema judicial
no entrega los resultados esperados, porque para que un delincuente
reciba una pena de 60 días de cárcel es necesario probar su
reincidencia”, “…esto genera frustración y la sensación de que no existe
una acción persecutoria eficaz”. Nada sobre las consecuencias de
una de las peores reparticiones de la riqueza en el mundo, nada sobre la
poca fe en el sistema, no confundir con la resignación. ¿Será acaso que
no está en la agenda de las elites; democratizar a la democracia, a la
justicia, democratizar a la economía, democratizar a la igualdad?, lo
cierto que este es un tema que da para más de un simple artículo.
[1] Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales. Magister en Educación, Gestión y Cultura. Universidad Arcis
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