jueves, 25 de junio de 2015
TRAMO SEGUNDO. ALMENDRICOS-GUADIX. ¡UNIDOS POR FERROCARRIL!
ALMENDRICOS - GUADIX
¡UNIDOS POR FERROCARRIL!
TRAMO
SEGUNDO
Con la conversación del anciano
resonando aún en nuestros oídos, a los pocos kilómetros, pasado un primer túnel,
Pedro y Lorenzo tienen un encuentro emotivo con la vieja escuela de Medrano,
donde infantes cursaron parte de su primera enseñanza.
Ruinas para el
recuerdo:
—Aquí estaba el pupitre donde me
sentaba yo...
—Y aquí el mío.
—Aquí se sentaba Fulano.
—...Y Mengano allí.
—...Y Perengano, El Tonto, ¡pero qué tonto era!,
acá...
—...Y la niña de la que estábamos
todos enamorados, allá...
Pedro y Lorenzo son hombres de
frontera. Pedro nació en Almendricos, y su infancia la pasó subiendo y bajando
la ladera oeste de la Sierra de
Enmedio, a pocos centenares de metros de la línea divisoria que separa la
provincia de Murcia con la de Almería; Lorenzo nació en Las Norias, pedanía de
Huércal, a dos kilómetros de esa misma línea fronteriza, pero al otro lado,
donde los críos de un bando y otro iban a apedrearse. Sin embargo, ellos son
amigos desde chicos; fueron juntos a esta escuela de Medrano —¿adónde iban a ir
si no había otra?—, y la recuerdan del modo como deben recordarse las cosas o
las personas que un día significaron algo en nuestras vidas: con cariño y
nostalgia. En una época donde las cortijadas de la zona eran ajenas a la luz
eléctrica y donde, para beber, se esperaba con ansia la poca lluvia que el cielo
dejaba en los aljibes, por necesidad, los habitantes de estos eriales, estilaban
a manos llenas, aun sin saber precisar su nombre, lo que los listillos en los
libros llamaban con una sonora palabra, algo así: “solidaridad”. Y he de decir que por
aquella época era palabra estilada: los políticos no paraban de tirársela de
bancada a bancada.
Hay desconchones, grietas en las
paredes, el techo amenaza derrumbe... Escuela parroquial de Medrano, el tiempo
te sepulta también a ti en el olvido.
Viendo la nostalgia en los ojos de sus
compañeros de viaje, contemplando los nopales y pitas que bordean los restos de
la antigua escuela, encaramada en un monte, la línea de ferrocarril abajo, por
donde ya no pasan los trenes, el que esto escribe recuerda un poemilla del “Cancionero y romancero de ausencias” de
Miguel Hernández, poemilla que siempre le llega y golpea cuando ve pitas y
chumberas y el sol cayendo sobre ellas y se siente un poco triste:
El cementerio está
cerca
de donde tú y yo
dormimos,
entre nopales
azules,
pitas azules y
niños
que gritan
vivídamente
si un muerto nubla el
camino...
Como todavía vamos frescos, sin balón,
jugamos un partido de fútbol en la antigua era de Medrano, invadida ahora por
los matorrales. Es un derroche de energía que después nos pasará factura.
Momentos felices de asueto, y vistas interesantes para el archivo de la
memoria... Hacemos “adioses” a trenes
imaginarios y terminamos por hacerle una visita al “navajo”, donde mora una deidad
lacustre. Finalmente, como no hay nada en esta vida que no mude, tras las
respectivas fotos, seguimos camino, aunque un poquitín más
cansados.
A la altura de la estación de Las
Norias —ya en territorio andaluz— cae un sol de rigor. El sudor nos empapa y
agradecemos la poca sombra que a veces se nos ofrece en el paisaje desierto. Hay
en esta hora de la tarde un silencio que hace brillar con luz propia las piedras
y los terrizales, los pocos olivos en lontananza, los algarrobos, los escuálidos
almendros. No corre el viento. Unos tragos de agua se agradecen; al agitarlas,
las cantimploras suenan ominosas, como si regurgitaran extraños rumores. El agua
que bebemos está caliente, pero reconforta, se agradece: es válida para
humedecer las secas gargantas.
El suelo de la estación nos ofrece un
tapiz de palominas y cagarrutias, mechones de mierda chorreados y alegría —la
que produce contemplar ciertos excrementos de mamíferos bípedos e implumes—, una
vez más. La estación está saqueada, rota por dentro; enormes desconchones tiene
la cal de las paredes, y pintadas, no siempre de buen gusto o tono... Desolación
y descontento pueblan la atmósfera de las estaciones de esta línea... a las que
pronto nos acostumbraremos.
—¿Recuerdas?... Aquí estaba la máquina
donde se expedían los billetes.
—¿Te acuerdas de... el jefe de
estación?
Sin darnos cuenta establecemos un
diálogo silencioso con estas paredes, y con la atmósfera adormecida de un pasado
que se impone lentamente, como un eco que aún suena, aunque se dilata
sucesivamente, onda en las aguas pronta a diluirse y desaparecer.
Dicen que la jornada primera de las
marchas es la más dura; podemos testificar que efectivamente es así. Entre Las
Norias y Huércal-Overa hay una recta larguísima, la más larga de todo el tramo
de línea que pretendemos recorrer; se nos antoja interminable, eterna. El sol
cae a plomo, inmisericorde. A no ser por el socorro que nos dan en un cortijo,
seguro que morimos de sed, quién sabe.
A la altura de la rambla de Úrcal,
hacemos un descubrimiento. Las últimas lluvias torrenciales caídas a principios
de mes han producido en la línea destrozos de antología, que dirían los
comentaristas deportivos. Tomamos fotos de estos desperfectos. Resulta
impresionante ver los raíles, en donde existía una potenta, colgados en el
aire... Transit gloria mundi... Todo
lo destruye el tiempo irreversible.
Reflexionamos sobre el tiempo ido,
pero el curso de nuestras reflexiones, al igual que el de los raíles, corre
paralelo al curso del camino. ¿Cómo es posible que pasados tan pocos meses desde
la electrificación de las señales de la línea, de la supresión de pasos a
niveles, de la modernización de las instalaciones en aras de un mejor servicio,
de arriba venga la orden del cierre? ¿En qué gastan el dinero que tan fácilmente
recaudan?... Enigmas, enigmas que apenas comprendemos... Cabe a la estación de
Huércal-Overa —adecentada, ¿cómo no?, por las ilustres pintadas de las que
arriba he hablado— se sitúa un bloque de pisos abandonado, testimonio erigido al
gasto inútil, otro ejemplo.
Pero constatamos algo más. Para ayudar
al desmantelamiento, junto a la planificación de arriba corre pareja la de
abajo. Hasta cerca de la estación de Almajalejo no sólo han robado el tendido
telefónico —alguien que necesitaba cuerda para ahorcarse, suponemos—, sino que
también los postes que lo sostenían han sido aserrados hasta la raíz; los
inviernos son tan fríos, la leña tan necesaria... Por esta razón a nosotros tan
sólo nos queda congratularnos por tan eficaz trabajo. Y nos sentimos más
felices. Casi realizados por ver una obra de desmantelamiento bien cumplida.
Afortunadamente estas alegres
reflexiones pronto dejan paso a la vivencia del feraz paisaje. La marcha sigue
adelante. Nos movemos ahora entre tierras láguenas donde la erosión ocasionada
por el agua, el aire y el fuego han conformado paisajes oníricos. Sepultados
entre trincheras calcáreas o entre los pequeños abismos que conforman las
ramblas, parece que nuestro viaje nos adentra en un tiempo remoto. Desde el
impresionante puente sobre la rambla de Huércal divisamos lejanías y sentimos la
acometida de un sorprendente vértigo. En un momento el servidor tiene la fugaz
impresión de que los tres viajeros conformamos una especie de Comunidad, parecida a la que acompañaba
a Frodo en busca de un monte mágico, el del Destino, para destruir el Anillo
Único. ¡Quién sabe! Pero nuestros pies siguen enfilando los infinitos raíles que
se adentran en la cereza del crepúsculo.
(continuará...)
Todos los
derechos reservados.
Jesús
Cánovas Martínez©
Pedro
Díaz Martínez©
Lorenzo
López Asensio©
miércoles, 17 de junio de 2015
TRAMO PRIMERO. ALMENDRICOS-GUADIX. ¡UNIDOS POR FERROCARRIL!
ALMENDRICOS -
GUADIX
¡UNIDOS POR FERROCARRIL!
TRAMO
PRIMERO
Tres aficionados a las marchas —de diferentes
localidades: Águilas, Pulpí y Almendricos—, amigos de subir y bajar montañas,
aficionados a las sendas y a los vericuetos imposibles y solitarios, gente de
orden pero que el placer lo encontraba al perderse en la vastedad de la
inmaculada naturaleza, en su solitaria grandeza, hacía tiempo que llevábamos en
mente recorrer a pie la línea férrea abandonada Almendricos-Guadix. No solamente
la necesidad de deporte nos impelía a realizar tal marcha, sino, sobre todo, una
vieja añoranza que teníamos clavada como pequeña espina, y no era otra, como así
nos confesamos mutuamente, sino nuestro amor al ferrocarril y la necesidad de
protesta ante el desmantelamiento que estaban sufriendo las líneas
férreas.
Cuando no había progreso ni tecnología, de
niños, viajábamos en trenes con máquinas de vapor. Y ahora, cuando tanto se
habla de progreso, comunicaciones, etc., en esta zona donde viven decenas de
miles de habitantes, se les priva de una arteria de enlace básica entre Levante
y Andalucía.
Decidimos unir, cuatro años después de su
clausura, este cordón umbilical, de un modo simbólico, con el sueño de que un
día nosotros mismos lo hiciéramos en un tren de los tiempos actuales, merecido
para unos ciudadanos con un digno nivel de vida.
Queremos hacer algunas reflexiones acerca
del ferrocarril: No solamente se le puede ver como algo romántico del pasado,
sino también como el medio de transporte, en general, de más proyección de
futuro.
Y como tal debe ser disfrutado por el
número más extenso posible de ciudadanos: Es algo que cada vez más solicita la
sociedad, y como tal se debe asumir.
Y en vez de hacer vituperios, los que en
sus manos tienen el poder de las decisiones deberían defender lo bueno y
discriminar lo malo. No deben confundirse deficiencias administrativas con
elementos esenciales del medio de transporte, en sí
mismo.
Por eso, preparados para la marcha, en todo
el recorrido pretendíamos indagar las diversas opiniones de los afectados sobre
las repercusiones socio-económicas que en su día creó el cierre de este eje de
comunicación, quizá propiciado por el abandono del servicio de la más mínima
calidad que los tiempos actuales requieren. También pretendíamos comprobar si
las gentes de los pueblos por donde pasaba la línea se habían olvidado de que
durante casi cien años habían visto pasar el tren por su paisaje, cuando era la
más alta expresión de progreso y de mejora en las comunicaciones, y de la que
ahora se hallaban privados. Y esto a pesar de ser éste un medio de transporte
totalmente vigente y con extraordinaria proyección de futuro, dadas sus
condiciones de seguridad, confort, rapidez y respeto del entorno
ecológico.
Trataríamos, de cualquier forma, de que las
gentes nos contaran sus historias de viva voz. A esta intención añadíamos la de
comprobar en qué quedaban las instalaciones de la línea, dada la desgraciada
barbarie de algunos grupos de personas, con su falta de respeto a unas
instalaciones que en su día dieron su servicio a los pueblos de la zona y que
entrañan un patrimonio cultural.
Ideado el proyecto, nos pusimos manos a la
obra. Contactamos con la Asociación Cultural de Amigos del Ferrocarril “El
Labradorcico”, y les expusimos nuestras inquietudes. El proyecto fue acogido
con verdadero entusiasmo y nos brindaron toda la ayuda posible que en sus manos
estaba.
Un 19 de septiembre de 1989 —que ya es
historia de nuestras pequeñas historias—, apertrechados de mochilas, palos,
gorras, cámaras fotográficas, blocs de notas, zapatillas cómodas, magnetofón...
y, por supuesto, muchísima ilusión, nos pusimos en
marcha...
La estación de Almendricos está desolada.
No hay campanilla, no hay reloj que marque el tiempo de llegada y salida de los
trenes. Apedreamientos certeros en las ventanas han esparcido cristales por el
suelo, y las palomas, como irrisorios símbolos, ayudan a esta erosión del
abandono con la diminuta pero eficaz exoneración blanquecina de su
cloaca.
A esta desolación se le suma la desolación
de un viejo, vestido de pana, de riguroso negro, con sombrero y cayado, que
entabla una conversación con nosotros. El viejo, añoso, surcado en la cara por
profundas arrugas, deja traslucir en sus ojos, hundidos y azules, una extraña
nostalgia. Está sentado en un banco; sus manos, membranosas, han sido curtidas
por el viento y la tierra y las mueve con lentitud al hablar. Recuerda el hombre
cuando vino de Argentina. Él era un niño. La familia desembarcó en Cádiz y,
debido a la brevedad acostumbrada con que se realizan en este país los trámites
administrativos, la estancia en la ciudad portuaria se alargó durante varios
días, unos cuantos más de los previstos. Eso no importaba; traía la familia la
ilusión de reencontrar a España. Se lo traían todo: Los muebles, las ropas y
hasta el gato. El viejo recuerda con especial cariño un gramófono que terminó
por perderse en la mudanza. Y nos cuenta el viaje en ferrocarril que hizo de
Cádiz hasta Almendricos. Los ojos del viejo brillan, destellan una extraña
viveza, se iluminan. Recuerda el pasado y parece que se transporta, que se va,
que se esfuma y pierde en ese otro tiempo, el vivido y auténtico. De Cádiz a
Sevilla; de Sevilla a Granada; de Granada a Almendricos, y todo este viaje en un
tren interminable, de los antiguos, de los de locomotora de vapor y largo
silbido en la noche. Es una fiesta oírlo hablar.
—Y, vosotros, nenes, ¿a dónde
vais?
—Vamos a
Guadix.
No contiene el asombro y
exclama:
—¡Nenes, ya no pasan
trenes!
—Lo sabemos. Pero nosotros vamos a ir
andando hasta allá para reivindicar la apertura de esta
línea.
Nos mira el viejo de soslayo y de
reojo.
—¡Pero Guadix queda muy
lejos!
Entonces, para convencerle de nuestras
intenciones, y de que éstas no nos las moverá nadie, sacamos la
pancarta…
(continuará...)
Todos los derechos reservados.
Jesús Cánovas
Martínez©
Pedro Díaz Martínez©
Lorenzo López Asensio©
sábado, 13 de junio de 2015
ALMENDRICOS-GUADIX. ¡UNIDOS POR FERROCARRIL! (PRÓLOGO)
ALMENDRICOS-GUADIX. ¡UNIDOS POR FERROCARRIL!
PRÓLOGO
El 1 de
enero de 1985, el por aquel entonces ministro socialista de Transporte, Turismo
y Comunicaciones, Enrique Barón, tuvo la ocurrencia de clausurar el ramal
ferroviario que comunicaba la localidad de Almendricos (Murcia) con la de Guadix
(Granada). Se conocía como El “Ferrocarril del Almanzora” o La “Línea
Ferroviaria del Almanzora”, ya que la mayor parte de su recorrido discurría por
la cuenca de lo que en remotos tiempos fue un caudaloso río del mismo nombre;
hoy, desgraciadamente, debido a la pertinaz endemia de agua propia del sureste
de España, en algunos trechos, ancha rambla. La línea se hallaba en mal estado y
había tramos en los que los trenes de la época —entre ellos los de lujo, el TER
o el Talgo, que alcanzaban la velocidad de 120 km. por hora, máxima permitida en
la red ferroviaria—, sólo podían circular con la tremebunda ventolera de 30 Km.
por hora. Una distancia de 161 Km., con las sucesivas paradas en las localidades
de la cuenca del Almanzora, podía eternizarse de este modo. Quizá razones no
faltaban para tal decisión, pero si ponderamos que aquel cierre supuso de hecho
la incomunicación ferroviaria entre Levante y Andalucía —a partir de ese momento
cualquier viajero que, por ejemplo, quisiera ir de Murcia a Granada, tenía que
subir hasta Alcázar de San Juan (Ciudad Real) y transbordar desde allí a un
nuevo tren para llegar a destino—, tendremos motivos más que suficientes para
meditar al respecto. Pues es un hecho que por aquella época a algunos probos
políticos se les llenaba la boca con el famoso “Corredor Mediterráneo”,
proyecto necesario no sólo en lo que atañía al transporte de pasajeros, sino
también a la salida de mercancías y productos agrícolas de la emergente Almería.
Curiosamente hoy en día, pasados muchos años y habiendo llovido demasiado poco
en las localidades del Sur, se sigue hablando del mismo Corredor, pero el
Corredor, por lo menos en lo que atañe a su vertiente ferroviaria, sigue sin
existir.
161
Kilómetros... Hacía tres años antes del cierre que se habían electrificado los
pasos a niveles. Hubiera bastado quizá una módica inversión para reformar la vía
y no privar de esta manera de un servicio tan necesario para el desarrollo de la
zona, y más que de la zona, del país. Los que no somos políticos entendemos poco
de ciertas decisiones, pero lo cierto es que medidas como la referente ayudaban
a la configuración de los Reinos de Taifa en los que pronto se configuró esta
maltratada nación a la que llamamos España.
Soy hijo
de ferroviario, nieto de ferroviario y biznieto de ferroviario, y, hoy en día,
mi hermano perpetúa la tradición de la familia. Si digo esto es para resaltar
que mi interés por el ferrocarril es incuestionable. En mis retinas de niño
tengo grabada la figura de mi padre como un dios de carbón y fuego subido a la
máquina; viajé en vagones cuyos asientos eran de tablas —aquellos tercera de la
época— y me peleé muchas veces con mi hermano por coger el asiento de la
ventanilla; en los túneles me entró carbonilla en los ojos y tengo el recuerdo
de viajes casi épicos que, en realidad, cubrían distancias muy cortas. Viajaba
la familia con innumerables bártulos, a los que se les adosaba por necesidad una
vieja mimbrera, atada con renegrida correa, lugar donde tomaba plaza Rasputín,
nuestro gato. Era otro modo de vida, otro techo a conseguir, otras
aspiraciones... El mundo estaba configurado de forma
diferente.
El padre del servidor arriba, en la máquina. |
El
ferrocarril condicionaba un modo de vida, una forma de estar en el mundo —por lo
menos, como yo lo viví en mi infancia y primera juventud—, y las familias que
vivían de él asumían una ética y estética concretas. Ser ferroviario, vivir al
borde de una línea, imprimía carácter. En épocas de penuria no pocas veces
salían las mujeres con cubos de cinc o capazos de esparto a pedir carbón a los
maquinistas —eso lo han visto mis ojos—, y no pocas veces aquellos lejanos
trenes tirados por máquinas de vapor servían de medio a las pequeñas economías
domésticas para realizar los necesarios trueques del estraperlo.
De las
cosas que he realizado de las cuales no me arrepiento —son más las que no he
hecho de las que me arrepiento—, una de ellas fue la marcha a pie por la antigua
línea ferroviaria de Almendricos a Guadix. Fue una marcha reivindicativa para
protestar contra el cierre de la línea y reivindicar su apertura en la que nos
involucramos tres locos —Lorenzo López, profesor de Dibujo, Pedro Díaz,
guardabarreras, más tarde maestro de escuela, más tarde revisor y mucho más
tarde abogado, y el servidor, profesor de Filosofía—, y digo locos porque la
hazaña terminó con un brindis al sol; sólo años después de aquella marcha
comenzaron a moverse en las poblaciones de la zona ciertas plataformas a favor
de su reapertura.
Contactamos, en primer lugar, con Miguel Losilla —mucho
le debe Águilas a este hombre, pues gracias a él el ramal de Lorca a Águilas,
pese a los que lo pretendían, no se cerró—, por aquellas fechas presidente de la
Asociación Cultural de Amigos del Ferrocarril “El Labradorcico” de
Águilas, con el fin de solucionar problemas de logística y darle a la aventura
el sesgo que pretendíamos. Losilla se volcó en el proyecto facilitándonos todo
lo que estaba de su mano. La idea original consistía en dejarnos caer con una
zorrilla desde Guadix hasta Almendricos, hasta Águilas incluso, aprovechando el
desnivel. No pudo ser. Unas lluvias torrenciales caídas a principios de
septiembre de aquel año de 1989 produjeron destrozos de consideración en la vía:
se cayeron puentes y pontetas, quedaron retorcidos y desplazados los armazones
de las vías, y varios de sus tramos fueron encenagados por el lodo y las tierras
láguenas. Así que cambiamos el plan e hicimos el recorrido a pie, pero a la
inversa.
La
aventura levantó pasiones en las poblaciones por las que pasamos, y a más de un
viejo ferroviario le llevó a convocar recuerdos y añoranzas. Poco después de
acabarla, Losilla nos pidió un pequeño relato de la misma. Es el que a
continuación sigue. Salió como apéndice del libro conmemorativo “Memorias de la
línea férrea “Lorca a Baza” y “Almendricos a Águilas” (años 1960-1990)” de J.
García López. Francisco Ocón, compañero de trabajo oriundo de Guadix, nos pidió
permiso para su publicación en “Wadi-as”, una revista accitana que cubría
noticias de la comarca. Gustosos accedimos, lo mismo que accedimos a entrevistas
de radio, a sucesivas menciones en los periódicos y a posteriores conferencias.
Los tres
reivindicativos aventureros proyectamos realizar un pequeño libro —y, en
consecuencia, nos distribuimos el trabajo—, donde quedaría ampliado el relato y
se le añadirían croquis y fotografías, así como los diversos testimonios de las
diferentes personas con las que pudimos hablar durante aquella marcha. Tal libro
sigue en proyecto.
Miguel Losilla |
En la
estación de Águilas hay un pequeño museo del ferrocarril auspiciado por la
Asociación del “Labradorcico”. Quien lo visite encontrará suficiente
información gráfica de la aventura. Aquí dejo un par de referencias acerca de
dicho Museo: Teléfono: 667
501 488 / Fax: 968 411 068;
E-mail: labradorcico@terra.es.
Y sin más
dilación ahí va el relato prometido:
(continuará...)
Todos
los derechos reservados
Jesús
Cánovas Martínez©
No hay comentarios:
Publicar un comentario