El 24-M y la crisis internacional del nacionalismo
español
1. Las pasadas elecciones del 24-M
han confirmado varias tendencias más o menos previstas por cuanto previsibles
para cualquier colectivo que hubiera seguido con atención el desenvolvimiento de
la crisis internacional que azota al capitalismo español. La fundamental es la
tendencia al reforzamiento del nacionalismo español en sus dos vertientes, la
progresista y la tradicional; es decir, por mucho que el bipartidismo del
PP-PSOE haya bajado electoralmente como nunca antes, sin embargo se constata que
ha surgido un españolismo «democrático», tan tolerante que hasta habla -habla-
de la posibilidad de debatir algún día sobre eso que ahora llaman «derecho a
decidir», y que no ha dudado en coaligarse con fuerzas sociopolíticas,
sindicales y culturales que si defienden los derechos nacionales de los pueblos
oprimidos.
2. ¿Por qué iniciamos esta charla-debate con la cuestión del nacionalismo
español y no con otras más frecuentes y casi obligadas desde una perspectiva
tradicional como son los resultados electorales, las posibles alianzas, los
futuros que pueden tener opciones como Podemos, Ahora Madrid, Barcelona en
Común, Compostela Aberta, Marea Atlántica… y una casi inacabable lista de grupos
similares que se han presentado al 24-M? Pues porque los avatares del
nacionalismo español son el mejor termómetro para mostrar la gravedad de la
crisis que históricamente hace crujir al capitalismo estatal, y a la vez el
mejor barómetro que avisa de la posible fuerza de los temporales que se
avecinan.
3. ¿Por qué hablamos de una crisis internacional del Estado español? Porque
es una crisis que azota a su esencia de cárcel de pueblos: es un Estado basado
en la opresión de otras naciones dentro de sus mismas fronteras, lo que hace que
en realidad su «unidad nacional» sea la negación por la fuerza de una realidad
internacional objetivamente existente en su interior; y porque también la
mundialización capitalista hace que tanto las reivindicaciones de las naciones
que oprime como su propio futuro estatal sean incomprensibles al margen del
contexto europeo y mundial. Zonas de Euskal Herria y los Països Catalans también
están ocupadas por el Estado francés, y la supervivencia nacional de Galiza está
cada vez más conectada con el reintegracionismo lingüístico galego-portugués.
4. La ideología nacionalista española es una ideología creada por el Estado
del bloque de las clases dominantes, es por tanto un nacionalismo de Estado, un
nacionalismo burgués. Además, ese Estado se ha construido gracias a y se
sostiene sobre la opresión nacional de pueblos, siendo en su base, por tanto, un
nacionalismo imperialista. Ahora bien, por las mismas contradicciones sociales
que recorren a todo Estado capitalista, la ideología que genera, aun siendo la
ideología nacionalista dominante, debe coexistir con subideologías igualmente
nacionalistas pero vergonzosas, progres y hasta «democráticas» dentro de sus
límites, subideologías que no niegan lo esencial de la «nación española» tal
cual se expresa en la Constitución de 1978 aunque si llegan a veces a proponer
su «modernización». La historia de las subideologías españolistas del PSOE, del
PCE-IU, de otras organizaciones que se dicen revolucionarias y de gran parte del
anarquismo, así lo demuestra.
5. La ideología nacionalista tiene una amplia autonomía relativa con respecto
a la evolución socioeconómica y a las políticas inmediatas del Estado, porque se
ancla profundamente en la estructura psíquica alienada de la sociedad,
evolucionando con cierta lentitud, tal como se comprueba en la fidelidad de voto
al PP y al PSOE, por ejemplo. Sin embargo, en contextos largos de crisis
sistémicas que destruyen pilares centrales de la quietud, rutina y normalidad
cotidianas, se reduce pronto esa autonomía relativa para reaparecer su
dependencia última y estructural de las relaciones de propiedad y de producción.
Resurgen entonces con más fuerza tanto las diferencias secundarias entre el
nacionalismo dominante y las versiones menores, a la vez que por una parte más o
menos reducida exacerba y despierta el contenido imperialista del nacionalismo
español.
6. En efecto, por su duración e intensidad la crisis sistémica actual está
poniendo frente al espejo las diversas variantes del nacionalismo español, desde
la más franquista y nacional-católica, hasta la de Podemos con sus loas al
«empresario patriota», pasando por la extensa gama que va de la recentralización
españolista del PP al federalismo espurio de IU, sin olvidarnos del casi extinto
rescoldo del esperpento habermasiano del «patriotismo constitucional». Y es que
la cuádruple gravedad de la presente crisis inciden de pleno en las raíces
sociales de la «nación española».
7. Una faceta de esa cuádruple crisis es la ostentosa falsedad del
nacionalismo práctico de la burguesía española, que predica de patriotismo pero
hace lo contrario: las grandes empresas del Ibex 35 defraudan, roban y se
apropian de todo lo posible. La corrupción es generalizada. Los sucesivos
gobiernos desde los ’80 han vendido al capital privado extranjero y estatal
hasta las «joyas de la corona» del Estado, más de 120 empresas públicas, y
tienen pensado vender lo poco que queda de patrimonio público. Su «solidaridad
nacional» con el pueblo cada día más empobrecido y machacado se limita a magras
limosnas cada vez más pequeñas. Ha dejado en la estacada improductiva a una
generación joven cuyo único futuro es el paro y la delincuencia, la emigración,
la protesta o la revolución. Apenas funciona ya el reclamo integrador del
nacionalismo burgués: el estatus de clase media.
8. Otra faceta es la ostentosa anacronía del sistema político en su conjunto
para, primero, prever la crisis y prepararse contra ella desde criterios de
«solidaridad nacional»; segundo, contactar con la sociedad y frenar la
corrupción; y tercero, mantener una mínima «dignidad nacional española» frente a
las exigencias de la UE y EEUU: el sistema político obedeció desde los ’80 las
órdenes exteriores, abandonó la industria y la ciencia, terciarizó la economía,
liquidó derechos y libertades, reformó a peor la constitución, cambió de rey, y
sigue entregando trozos de la «nación española» a la OTAN. El sistema político
ha acelerado la desertización nacional-cultural para así multiplicar los
beneficios de la industria cultural burguesa transnacionalizada.
9. Por otra parte, la cada vez más débil productividad del capitalismo
español, de su decreciente acumulación de capital industrial, el retroceso
apreciable ya en los años ´60 a pesar de los esfuerzos del Plan de
Estabilización de 1959, este declive estalla en forma de crisis no por los altos
salarios que, por serlo, frenarían los beneficios empresariales, las inversiones
y el crecimiento, como dice la derecha; ni tampoco por los bajos salarios que,
por serlo, frenarían un aumento del consumo y por tanto de la producción
interna, tal cual creen los keynesianos del mundillo de IU y Podemos. La crisis
es resultado de la dialéctica entre las leyes económicas endógenas: caída
tendencial de la tasa media de beneficios, etc.; y las exógenas: burguesía
indiferente a la tecnociencia, ineficiencia estatal, corrupción generalizada,
etc. La crisis sistémica surge de las contradicciones irresolubles de la
totalidad concreta llamada «España», formación económico-social que no ha podido
constituirse en nación burguesa clásica.
10. Por último, la lucha entre el Capital y el Trabajo en el Estado español
agudiza la crisis global y las tres facetas descritas. Una de las expresiones
esenciales de la lucha entre el Capital y el Trabajo son los procesos de
liberación nacional de clase de los pueblos oprimidos por el Estado: la llamada
«crisis del régimen del ´78» no se hubiera producido sin esta esta lucha de
clases, pero tampoco sin los procesos independentistas de las naciones
oprimidas. A escala cualitativamente menor, las diferencias dentro del Capital,
dentro del bloque de clases dominante entre burguesía centralista y
autonomistas-regionalistas, no suponen problemas insolubles para las relaciones
de propiedad y producción capitalistas, sí pudiendo llegar a ser difíciles en lo
relacionado con la territorialidad política de ramas productivas y del reparto
interburgués de los beneficios obtenidos con la explotación asalariada. Pero
estas diferencias interburguesas se disuelven como tocino al fuego ante la
necesidad de multiplicar la explotación nacional de clase de los pueblos
trabajadores que generan la plusvalía.
11. La cuádruple crisis tensiona al extremo el nacionalismo español como
lubricante ideológico de la acumulación material y simbólica de capital en el
Estado: las fuerzas centrífugas que nunca han sido resueltas porque son
irresolubles motivan fuerzas centrípetas diferentes en sus expresiones pero
idénticas en su ideario nacionalista español. Sin analizar por razones obvias
las subideología del PP, PSOE y C,s, sí es claro que el nacionalismo español de
Podemos, hasta ahora difuso, ha ido saliendo a la luz conforme lo necesitaba
para atraer sectores de centro, tranquilizar al capital financiero y a las
fuerzas fácticas del Estado.
12. Un símbolo de lo que decimos lo tenemos en el regalo de Podemos al rey el
día de la II República; otro en sus declaraciones sobre el ejército español y en
sus silencios sobre las formas concretas del llamado «derecho a decidir»; otro
en el concepto de «empresario patriota» y en el mapa estatal de la sala de
prensa, etc. Pero sin duda, el símbolo perfecto del nacionalismo de Podemos es
el círculo de su logo: la perfección aristotélica que se remite a sí misma, sin
principio ni fin, sin contradicciones ni rupturas, sin movimiento más allá de su
eje inmóvil adecuado a la megalomanía de su dirección burocrática, vertical y
sublime como el «imperio del centro» que dirige con la sabiduría de los
intelectuales académicos los destinos de la España de los ciudadanos abstractos.
13. A regañadientes, el eficaz simplismo simbólico del nacionalismo español
de Podemos ha tenido que adaptarse a las complejas síntesis de identidades y
sentimientos que se han ido formando sobre todo en las naciones oprimidas y
menos en los pueblos con raíz cultural-popular machacada por la uniformización
estatal. Un caso claro es el de la parte de Euskal Herria bajo dominación
española, y en especial su referente histórico, Nafarroa; otro es la complejidad
de los Països Catalans y de Galiza entera. La impotencia de la versión progre
del nacionalismo español para absorber estas identidades progresistas y
revolucionarias no españolas es manifiesta, aunque ello no signifique que
abandone ese sueño.
14. En estas tres naciones la cúpula de Podemos ha tenido que ceder en
cuestiones importantes según los casos, viendo incluso cómo la dirección de
Barcelona en Común ha girado oportunamente hacia el soberanismo catalanista. En
Galiza, Podemos ya vio cómo hasta IU le superaba en una visión menos centralista
del nacionalismo español. En las tres, ha retrocedido mucho el PP y en general
lo han hecho las formas más reaccionarias del nacionalismo estatal. Sin embargo,
con diferencias comprensibles en las tres sigue existiendo condiciones objetivas
que pueden facilitar un cierto crecimiento del nacionalismo Podemos si, por un
lado, su burocracia madrileña se adapta con astucia oportunista, y si por otro
lado, el independentismo socialista no sabe reaccionar a tiempo.
15. En lo relacionado con el nacionalismo español en el capitalismo
mundializado y en la UE, su crisis de Estado agudiza la contradicción
expansivo-constrictiva inherente a la definición simple de capital: por un lado,
en su movimiento de diástole expansivo para la obtención de beneficio ha de
explotar a pueblos y clases lo que provoca resistencias; por otro lado, en su
movimiento de sístole constrictivo para asegurar la realización del beneficio
obtenido ha de reafirmar su nacionalismo imperialista. Esta pugna entre dos
extremos totales atenaza a los muchos votantes, y pocos militantes de las
poliédricas candidaturas de centro-izquierda que han realizado la vivisección
del PP y PSOE: reivindican derechos prohibidos, lo que les hace proclives a
asumir formas nebulosas del «derecho a decidir», pero a la vez la crisis del
Estado y el diástole/sístole del capital presionan sobre su nacionalismo
haciéndole avanzar hasta asumir la independencia de los pueblos oprimidos, o a
retroceder hasta una «negociación autonómica».
16. La unidad de base del nacionalismo español actual es la cárcel
constitucional adaptada en 2011 a las exigencias del capital financiero,
reforzada con el cambio de rey y con la férrea disciplina presupuestaria de la
UE, siendo las presiones de EEUU sobre Grecia en el G7 el ejemplo más reciente.
La imposición primero de TTIP y luego del TiSA, así como la paulatina
virtualización del dinero material, estos y otros proyectos imperialistas serán
terribles golpes a la soberanía de los Estados débiles como el español,
formalmente independientes, por no hablar de la suerte que correremos las
naciones oprimidas. Bajo estas condiciones, el nacionalismo confuso y fácil,
equidistante y tolerante, deberá optar por un extremo u otro, o hacerse cómplice
silencioso y pasivo del imperialismo.
17. Contra el Estado y su nacionalismo militan dignas y admirables
organizaciones revolucionarias internacionalistas. Deben superar dificultades
diarias diferentes y más adversas en su contexto que a las que nos enfrentamos
nosotras y nosotros. No somos quienes para decirles qué deben hacer --justo
sabemos lo que no debemos hacer nosotros--, pero sí debemos ofrecerles la
posibilidad de una de una reflexión internacional sobre lo que discutimos ahora.
18. Las elecciones del pasado 24-M han sacado a la luz esta problemática
soslayada por la práctica totalidad de los análisis realizados desde la
perspectiva estatalista, exceptuando error u omisión por mi parte. Pero se trata
de una problemática decisiva en todos los sentidos, a la que deberemos dedicar
una atención creciente según se agrave la crisis internacional del nacionalismo
español.
* Este artículo es el guión de la charla-debate para la asamblea de Askapena.
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