ROSA LUXEMBURGO. El imperialismo de todos los países no sabe de “entendimientos”, solo reconoce un derecho: las ganancias del capital
¡Ha llegado la revolución a Alemania! Las masas de soldados que durante años han sido conducidos al matadero por el bien de las ganancias capitalistas, las masas de trabajadores que por cuatro años fueron explotadas, aplastadas y hambreadas, se han sublevado. El militarismo prusiano, esa temible herramienta de la opresión, ese azote de la humanidad, yace roto en el suelo.
Los consejos de trabajadores y soldados se han formado por todos lados. Trabajadores de todos los países, no decimos que en Alemania todo el poder reside en la actualidad en manos del pueblo trabajador, que el completo triunfo de la revolución proletaria se ha logrado. Pero trabajadores de todos los países, ahora el proletariado alemán mismo les habla a ustedes. En este momento, estamos justificados ante la historia, ante la Internacional y ante el proletariado alemán. Las masas coinciden con nosotros entusiastamente, constantemente amplían círculos del proletariado compartiendo la convicción que ha llegado la hora de un ajuste de cuentas con el gobierno de la clase capitalista. Pero esta gran tarea no puede ser realizada solo por el proletariado alemán, solo puede pelear y triunfar apelando a la solidaridad de los proletarios de todo el mundo.
Pero sabemos también que en vuestros países el proletariado realizó los más temibles sacrificios de carne y sangre, que está harto de la horrorosa carnicería, que el proletariado está ahora regresando a casa, y que encuentra necesidad y miseria allí, mientras las fortunas que ascienden a billones se amontonan en las manos de unos pocos capitalistas.
El imperialismo de todos los países no sabe de «entendimientos», solo reconoce un derecho: las ganancias del capital; conoce solo un lenguaje, la espada: sabe solo de un método: la violencia.
Los grandes criminales de esta temible anarquía, de este caos desencadenado –las clases dominantes– no son capaces de controlar su propia creación. La bestia del capital que evocó el infierno de la guerra mundial es incapaz de desterrar, de restaurar el orden real, de asegurar pan y trabajo, paz y civilización, justicia y libertad, a la humanidad torturada.
Solo el socialismo está en posición de completar el gran trabajo de la paz permanente, de curar las miles de heridas por las que sangra la humanidad, de transformar los claros de Europa, pisoteados por el paso del jinete apocalíptico de la guerra, en jardines florecientes, de conjurar diez fuerzas productivas por cada una destruida, de despertar todas las energías físicas y morales de la humanidad, y de reemplazar odio y disenso con solidaridad interna, armonía y respeto por cada ser humano.
Si los representantes de los proletarios de todos los países pudiesen sujetarse las manos bajo la divisa del socialismo con el fin de hacer la paz, entonces la paz se conseguiría en unas pocas horas. Entonces no habría disputas acerca de la orilla izquierda del Rin, la Mesopotamia, de Egipto o las colonias.
Entonces solo habrá un pueblo: los esforzados seres humanos de todas las razas y lenguas. Entonces solo habrá un derecho: la igualdad de todos los hombres. Entonces solo habrá un objetivo: prosperidad y progreso para todos.
La humanidad enfrenta la alternativa: disolución y caída en la anarquía capitalista, o regeneración a través de la revolución social. Si creen en el socialismo, ahora es el momento de demostrarlo en los hechos.
LA FUERZA MÁS AVANZADA DE LA CLASE OBRERA
La moderna proletaria se presenta hoy en la tribuna pública como la fuerza más avanzada de la clase obrera y al mismo tiempo de todo el sexo femenino, y emerge como la primera luchadora de vanguardia desde hace siglos. La mujer del pueblo ha trabajado muy duramente desde siempre.
En la horda primitiva llevaba pesadas cargas, recogía alimentos; sembraba cereales, molía, hacía cerámica; en la antigüedad era la esclava de los patricios y alimentaba a sus retoños con su propio pecho; en la Edad Media estaba atada a la servidumbre de las hilanderías del señor feudal. Pero desde que la propiedad privada existe, la mujer del pueblo trabaja casi siempre lejos del gran taller de la producción social y, por lo tanto, lejos también de la cultura… El capitalismo la ha arrojado al yugo de la producción social, a los campos ajenos, a los talleres, a la construcción, a las oficinas, a las fábricas y a los almacenes separándola por primera vez de la familia. La mujer burguesa, en cambio es un parásito de la sociedad y su única función es la de participar en el consumo de los frutos de la explotación: la mujer pequeño-burguesa es el animal de carga de la familia. Solo en la persona de la actual proletaria accede la mujer a la categoría de ser humano, pues solo la lucha, solo la participación en el trabajo cultural, en la historia de la humanidad, nos convierte en seres humanos.
Para la mujer burguesa su casa es su mundo. Para la proletaria su casa es el mundo entero, con todo su dolor y su alegría, con su fría crueldad y su ruda grandeza. La proletaria es esa mujer que migra con los trabajadores de los túneles desde Italia hasta Suiza, que acampa en barrancas y seca pañales entonando canciones junto a rocas que, con la dinamita, vuelan violentamente por los aires. Como obrera del campo, como trabajadora estacional, descansa durante la primavera sobre su modesto montón de ropa en medio del ruido, en medio de trenes y estaciones con un pañuelo en la cabeza y a la espera paciente de que algún tren le lleve de un lado a otro.
La mujer burguesa no está interesada realmente en los derechos políticos, porque no ejerce ninguna función económica en la sociedad, porque goza de los frutos acabados de la dominación de clase. La reivindicación de la igualdad de derechos para la mujer es, en lo que concierne a las mujeres burguesas, pura ideología, propia de débiles grupos aislados sin raíces materiales, es un fantasma del antagonismo entre el hombre y la mujer, un capricho.
La proletaria, en cambio, necesita de los derechos políticos porque en la sociedad ejerce la misma función económica que el proletario. Tiene los mismos intereses y necesita las mismas armas para defenderse. Sus exigencias políticas están profundamente arraigadas no en el antagonismo entre el hombre y la mujer, sino en el abismo social que separa a la clase de los explotados de la clase de los explotadores: en el antagonismo entre el capital y el trabajo.
La mujer trabajadora, junto con el hombre, sacudirá las columnas del orden social existente y, antes de que esta le conceda algo parecido a sus derechos, ayudará a enterrarlo bajo sus propias ruinas.
LA REVOLUCIÓN
La abolición de la dominación del capitalismo, la realización del orden socialista: esto y nada menos es el tema histórico de la revolución actual. Esta es una gran obra, que no puede ser completada por un abrir y cerrar de ojos… ella solo puede surgir de la acción consciente de las masas, de los trabajadores de la ciudad y del campo, llevado exitosamente a través del laberinto de dificultades por la más alta madurez intelectual e inagotable idealismo de las masas del pueblo.
El sendero de la revolución se muestra claramente por sus fines y el método consecuente de sus tareas. Todo el poder en manos de las masas trabajadoras, en manos de los Consejos de obreros y soldados, asegurando el trabajo de la revolución en contra de sus enemigos ocultos: esa es la pauta para todas las medidas que debe tomar el gobierno revolucionario.
Cada paso, cada acto del gobierno como una brújula deben apuntar en esa dirección.
(Luxemburg Internet Archive, marxists.org)
*Hoy, 15 de enero de 2019, se cumplen cien años del asesinato de Rosa Luxemburgo por la traición de la socialdemocracia alemana. Dado su extraordinario valor, reproducimos estos fragmentos de su obra.
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