Construir desde la base. Los movimientos sociales ante el giro electoralista en el Estado español
El desarrollo en el
último año de la iniciativa de Podemos, y de algunos de los Ganemos,
está siendo ilusionante para gran parte de la población del estado,
incluido gran parte del activismo heredado del 15 de mayo de 2011 o de
más allá de esta fecha. Es, al mismo tiempo, en lo que respecta a
movilización social y estrategias, un giro radical difícil de imaginar
hace unos años. Si durante mucho tiempo, los movimientos sociales del
Estado se han caracterizado, en una medida importante, por prestar poca
atención a las posibilidades de intervención en las instituciones del
Estado liberal y por aspiraciones de democracia radical, a veces poco
pragmáticas, el último giro apuesta todo por la intervención en
proyectos electorales dentro de la democracia formal. El vuelco sobre
los círculos del activismo tradicional ha sido muy importante, hasta el
punto en que cabe preguntarse, como hace poco alguien decía a propósito
de Madrid, si me estoy encontrando a todos los activistas que he
conocido en la última década en los Podemos o en los Ganamos, ¿quién
queda en la asamblea del barrio?
Esto viene a colación
especialmente por las contradicciones que aparecieron en los últimos
meses, en el proceso que va desde la Asamblea Ciudadana constituyente de
Madrid hasta las recientes elecciones a los consejos locales. Hablo
aquí como observador externo y ajeno a los procesos, a pesar de mi
cercanía con muchos de los que han participado. Mi impresión es que, en
concreto, la estrategia predominante de construcción dentro de Podemos
sigue una línea claramente divergente respecto del activista clásico.
Algo que aparece claramente en un discurso que a menudo sanciona, quizás
con parte de razón, a los movimientos precedentes como fracasados,
incluidos dentro del saco de la “vieja política”. Esto colisiona,
claramente, con otra tendencia, que aparece desde la formación de los
Círculos de Podemos, a establecer una continuidad entre estos y las
asambleas de barrio del 15M, las cuales a su vez se vinculaban con otros
movimientos, iniciativas y discursos anteriores y simultáneos. Por un
lado tenemos la reivindicación de la democracia directa y las asambleas,
en términos continuistas con los movimientos sociales; del trabajo de
base y el compromiso activista como forma de participación política, en
términos de militancia. Por otro lado, la participación masiva y difusa
en un proyecto pragmático y centralizado, que realmente no parece tan
innovador como a veces se argumenta. Entonces aquí conviven dos
proyectos encontrados, donde uno de ellos lo ha iniciado, ha dispuesto
las reglas y es claramente dominante, cimentándose el consenso entre
ambos, por el momento, sobre la existencia de una cierta oportunidad
histórica.
Esta situación ha supuesto una fractura considerable,
al menos en Sevilla. Aquí habría que plantearse hasta qué punto se
están depositando ciertas expectativas sobre Podemos, destinadas a verse
defraudadas, al tiempo que se abandonan otras posibilidades de
construcción dentro de la coyuntura actual.
Movimientos bipolares
Hay
una tendencia en las estrategias electoralistas de izquierda a dar por
sentados a los movimientos sociales. Esto podría estar presente en los
partidos clásicos del movimiento obrero en la “Transición”, y su
abandono (matizable sin duda) de los movimientos de base en el contexto
de su acceso a posiciones de poder dentro del entonces nuevo sistema
político representativo. También es algo que creo ver presente en el
actual giro electoralista, e incluso podría entreverse en las
iniciativas que surgieron entre ambos momentos históricos. Este tipo de
posiciones han contribuido al declive de distintos tipos de movimientos
de base o a construir sobre bases poco sólidas, cuando no inexistentes.
En
el lado contrario se encuentra la aspiración a la democracia radical y
la tendencia a cierta fetichización de las asambleas y de lo local, con
diferentes variantes (étnico-indigenista, barrial, identitario-grupal).
El hecho de que esta última tendencia tuviera mucho peso entre la década
de los ochenta y la última coyuntura política tiene mucho que ver,
defiendo, con la reacción de izquierda frente a los procesos de
cooptación en el contexto de la Transición. Los movimientos entre 2011 y
hasta 2014 se situaron en mayor medida dentro de estas coordenadas.
Aquí se puede definir un único ciclo de movilización con sus propios
procesos. En primer lugar, la fase de movilización masiva, con la toma
de las plazas, que muestra mejor que ninguna otra la aspiración de
democracia radical y el contenido político-utópico del ciclo. En segundo
lugar, la descentralización hacia las asambleas de barrio, fruto en
gran medida de la ingobernabilidad de las grandes asambleas por ciudad.
En tercer lugar, el giro sobre los problemas materiales y las
consecuencias de la crisis, notablemente el movimiento por la vivienda,
pero también las Mareas. De ahí a los Círculos y el giro electoralista.
El
reciente ciclo de movilización no solo ha heredado de los movimientos
sociales de las décadas anteriores el culto a la democracia radical y la
desconfianza hacia las organizaciones políticas, también -y en relación
a lo anterior-, su tremenda volatilidad. Si echamos la vista atrás,
pareciera que hubiéramos vivido una aceleración del tiempo histórico de
los movimientos sociales, en el que estos surgían, con unas dimensiones
notables, para diluirse igual de rápido que se habían formado, volviendo
luego a aparecer con otra forma. El último giro parece la última
excentricidad. Pasamos de un extremo a su opuesto. De negar cualquier
tipo de delegación a rechazar las asambleas de base como una pérdida de
tiempo llena de riesgos. De un planteamiento en el que solo existen
medios (“el objetivo son las asambleas”), a uno en el que solo importan
los objetivos.
El giro electoralista dice mucho de los errores
que se han cometido en el periodo anterior. Lo más evidente ha sido la
incapacidad para construir procesos solidos e ilusionantes, que pudieran
trascender los momentos de efervescencia movilizadora. Las asambleas se
han tratado como fines en lugar de como medios de organización,
erróneamente a mi juicio, y los objetivos se han establecido a un
larguísimo plazo, que permitía evitar plantear estrategias realistas
sobre cómo conseguirlos. El resultado han sido procesos con un impacto
social impresionante, pero efímeros y con logros concretos muy
limitados. De hecho, la única organización que ha conseguido cierto
crecimiento y cierta estabilidad parece haber sido la PAH, que cabe
recordar, no tiene su origen del ciclo que se inicia en 2011 sino de las
manifestaciones por la vivienda digna de 2006.
Con carácter
previo a las elecciones europeas había señales, iniciativas, debates,
que anunciaban el giro electoralista. No eran pocos los que estaban
realizando un planteamiento similar, procedentes del 15M o de las
tendencias autónomas de la década anterior. Sin embargo, el giro
electoralista que efectivamente se ha producido no procede de una
construcción desde abajo, no ha sido creado por los movimientos sociales
en un proceso de maduración de los mismos. Por el contrario, tiene su
origen en un grupo de intelectuales muy definido y su éxito se
fundamenta en la relación de estos con la masa de espectadores. Esto es
algo que, como se está viendo, no se puede obviar. Si se quiere
construir desde la base, tal vez Podemos no sea el sitio más indicado.
Construyamos pues
Estamos
en un momento en el que se puede reorganizar los movimientos de base,
de barrios, de vivienda, en un nuevo contexto, con unas nuevas
perspectivas, con nuevas posibilidades. Pero también podemos repetir la
situación de la Transición, cuando la entrada en las instituciones
supuso la cooptación y descabezamiento de unos movimientos muchos más
fuertes que aquellos con los que se encontró Podemos.
No creo que
se pueda o sea deseable ignorar a Podemos y sus procesos. Probablemente
construir de forma totalmente independiente, al menos en los
territorios sin movimientos nacionalistas fuertes, sea prácticamente
imposible en la coyuntura actual. Los procesos electoralistas son algo
que debe ser tenido en cuenta dentro de las estrategias, y sin duda
ofrecen oportunidades y posibilidades que no existían antes y que pueden
ser aprovechadas. Las condiciones objetivas para la construcción de un
movimiento social contra el neoliberalismo, a partir de las víctimas de
la crisis, siguen siendo las mismas que hace uno o dos años. La
construcción de un movimiento sólido, de base amplia y con estrategias
creíbles sigue siendo una asignatura pendiente. Hay que aprender de los
fracasos anteriores. El giro electoral nos ofrece algunas claves: no se
puede ignorar la existencia de las instituciones de la democracia
liberal, la ideología no puede convertirse en un objetivo en si mismo,
son necesarios objetivos realizables en un cierto plazo, etcétera. No
obstante, la experiencia también dicta prudencia a la hora de apostarlo
todo a la carta electoral. Sería un error supeditar la construcción del
movimiento de base a Podemos, que claramente se dirige en otra
dirección. La cuestión es quizás asumir las iniciativas electoralistas
como lo que son, y no pretender que van a cubrir todas nuestras
expectativas de construcción política emancipatoria. El año 2015 sin
duda vendrá marcado por los procesos electorales, pero esta puede ser
una buena oportunidad para plantear la construcción a un plazo más
largo.
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