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Miguel Villalba Sánchez | Colaboraciones | 25/05/2015
El 15 de mayo del 2011 eclosionó una nueva etapa que convulsionó la manera de entender la política en un estado español hasta entonces anestesiado por el bipartidismo post-franquista. La insostenible situación del binomio caciquil que llevaba chuleando el estado de bienestar durante 3 décadas, ora de rojo ora de azul, generó una explosión popular que gestó durante poco más de 2 años una estructura institucional de protesta, que derivó en el partido de los peligrosos “etarras bolivarianos”, en palabras de los cancerberos a sueldo del binomio caciquil mencionado (léanse Marhuendas, Indas, Losantos, y otros profesionales del cavernario lametón servil). A estas alturas ya nadie duda de que a esos pro-terroristas filo-caribeños les debemos la reconfiguración del mapa político del país, y la regeneración del interés por el asunto político entre jóvenes y no tan jóvenes, aletargados hasta ahora por un sentimiento de resignación fatídica ante tanto robo, violencia y abuso institucional de los portavoces de Bankia, BBVA o el banco Santander entre otros, en definitiva los auténticos gobernadores de la patria que sin pasar por urnas llevan décadas quitándole la educación a su hijo, la pensión a su abuelo y la cama de hospital a su hernia inguinal o su hepatitis aguda.
Esos comunistas del 15 M, llenos de odio y ávidos de venganza, los mismos que se presentan aquí y allá en listas municipales de candidaturas populares con diversa nomenclatura, indiferentes a la gloria y magnanimidad de sus siglas centrales o sus marcas de machos alfa, son los responsables hoy de que en ciudades como Madrid y Barcelona, una jueza pro-derechos humanos y una coordinadora de plataforma anti-desahucios se pongan al mando de ciudades devastadas por la mafia bancaria, la corrupción política y el estraperlo, lo cual no deja de ser buena noticia. Veremos qué tal. Como no podía ser menos, Tarragona, la tan nuestra de curas y putas, vuelve a ser una excepción en esta convulsión del cambio, y queda rezagada en esa carrera de regeneración política, estancada en el lodazal de sus decrépitos y apolillados partidos de marca. Salen flotando, cabizbajas y por la cloaca trasera del consistorio petrificado, una marea entrelazada de salchichas, gambas, cromos y coca-colas que atraviesan el desagüe hacia el mar para perderse en la inmensidad del océano del ridículo, ridículo que esperemos pueda servirles de lección para aprender que a la gente no se le puede faltar al respeto insultando su inteligencia con un populismo casposo e infantiloide digno de los mejores tiempos de Berlusconi, y menos aún amparados en unas siglas políticas que ya sólo evocan cicaterismo humano y mangoneo delictivo del erario público. Mucho tendrán que reinventarse para poder optar a la consideración y el respeto del votante, esa misma consideración y respeto que pretendieron ellos negarle con su nefasta campaña política de pinchos y tapas, mezquitas y ascensores.
Quedan en pie 4 años más los del humo y la sonrisa vacía, como ruinas de una antigua civilización extinta donde ya poco puede crecer, como un lastre que habrá que arrastrar aún unos años, mientras fuera del territorio otra forma de hacer política puede realmente encaminar hacia nuevos logros sociales a aquellos que tuvieron la suerte de tener más opciones en las urnas.
Aquí nos quedamos con una doble sensación, la de seguir rezagados y repetir curso, y la del temor ante no tan nuevos e inquietantes protagonistas que han tomado al asalto el edificio petrificado, representando el voto de protesta de los herederos del bipartidismo caduco, con un programa económico gemelo del malogrado partido popular, de subidas del IVA al pan y la leche, cuyo mayor logro social parece ser el de la legalización de la prostitución o el encarecimiento de las sillas de ruedas.
La otra irrupción, la del nacionalismo patriótico de candidatura popular, que a mí como apátrida me deja indiferente, puede como premio de consolación aportar algo al gallinero. Si cumplen su promesa y siguen el ejemplo de sus coetáneos de la ciudad que quiere ser el califa en lugar del califa, pueden ser el revulsivo que hace falta aquí para remover las letrinas del ayuntamiento y desembozar de medradores políticos profesionales y chanchullos latentes la Casablanca. Ojalá cumplan esa promesa, sin perderse en el intento por los meandros del clientelismo y los pactos salvavidas supeditados a otra cosa que no sea priorizar la justicia social, lleve el trapo que lleve.
Crucemos los dedos.
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