Guillermo Castro H.
“El objeto a considerar es en primer término la producción
material.
Individuos
que producen en sociedad,
o sea la
producción de los individuos socialmente determinada:
este es
naturalmente el punto de partida.”
Carlos
Marx, Grundrisse[1]
El tratamiento usual de
los problemas relacionados con el lugar y la función de la naturaleza en la
obra de Marx por
parte del marxismo canónico – Hobsbawm dixit - ha estado asociado
a problemas como los del dominio de la naturaleza por el hombre, y a la
búsqueda de ideas que hoy podamos considerar ecológicas en el marxismo clásico,
vinculadas al debate en torno a las relaciones entre nuestra especie y su entorno
natural. Eso ha venido cambiando, sin embargo, a partir de una lectura nueva de
textos del propio Marx – como los Grundrisse -, o de la labor de
marxistas como John Bellamy Foster, autor de La Ecología de Marx, y
Alfred Schmidt, cuyo libro El Concepto
de Naturaleza en Marx merecería ser más y mejor conocido entre los
ambientalistas latinoamericanos.[2]
Federico
Engels, por su parte, captó el problema en sus términos de época,
complementando la discusión del dominio del entorno natural con la de las
contradicciones del desarrollo social en el tránsito de la prehistoria a la
historia de la Humanidad, en particular en su texto inconcluso de 1876 sobre el
papel del trabajo en el desarrollo de la especie humana. En Engels, como en
Marx, el factor fundamental –de una sorprendente contemporaneidad – es
precisamente el del papel del trabajo socialmente organizado en ese proceso de
desarrollo de los humanos.[3]
Ese papel
del trabajo en el proceso de desarrollo de las características que nos
distinguen como especie es, justamente, la clave que permite plantear el paso
de la búsqueda del dominio de la naturaleza mediante el fomento incesante de
las fuerzas productivas para trabajar contra ella, a la búsqueda de
sostenibilidad en el desarrollo humano trabajando con ella mediante la
transformación de las relaciones de producción. El resultado es, justamente, la
naturalización de la historia humana y, con ello, la humanización de la
historia natural.
Hoy,
también, cabe coincidir con Bellamy Foster en cuanto a que no hay en Marx
“ideas ecológicas” importadas de uno u otro sistema filosófico, sino una
ecología correspondiente a su visión de la historia como expresión de la
práctica social. Esa ecología, naturalmente, puede y debe ser desarrollada
mucho más allá de donde la dejó la obra viva de Marx, particularmente en lo que
hace a la capacidad de los humanos para crear y modificar constantemente un
ambiente propio dentro de la naturaleza mediante la acción racional con arreglo
a fines, que incluso sugiere que nuestra especie es la única capaz de crear su
propio nicho ecológico en los más diversos ecosistemas terrestres.[4]
Ese
desarrollo, por otra parte, puede y debe desplegarse en dos direcciones
principales. Por un lado, la correspondiente a la capacidad de la ecología de
Marx para contribuir al abordaje de los problemas ambientales de nuestro
tiempo. Por el otro, aquella que corresponde al debate entre la ecología de
Marx y otras – como las del anarquismo y el neoliberalismo, por ejemplo -, en
cuanto a la capacidad de éstas para participar de manera productiva en el
debate de esos problemas.
En la obra
de Marx, el nexo de los humanos con su entorno natural emerge con gran fuerza
en sus textos de mayor densidad reflexiva, desde los Manuscritos Económico
Filosóficos de 1844 hasta los Grundrisse de 1856 – 1857 y, por
supuesto, El Capital. Allí, la importancia concedida a la
interacción entre los sistemas naturales y los sistemas sociales mediante el
trabajo socialmente organizado hace evidente la posibilidad de que el
desarrollo de la ecología de Marx se despliegue en otros campos, como los de la
historia ambiental, la ecología política y la economía ambiental.
En ese
despliegue emerge con singular claridad el problema de la producción de
una relación de unidad entre la Humanidad y la naturaleza, a través de la
creación de las condiciones que garanticen la sostenibilidad del desarrollo de
nuestra especie en una relación de interdependencia con la vida en todas sus
manifestaciones, y la construcción de una noosfera desde la biosfera en que han
transcurrido – y habrán de transcurrir, en lo que reste de nuestra historia
natural - la existencia y la evolución de la especie que somos.
Al
respecto, por ejemplo, tiene el mayor interés la observación que hace Marx
respecto al hecho de que
El simple
material natural, por cuanto no hay en él ningún trabajo humano objetivado, por
cuanto es por ende mera materia y existe independientemente del trabajo humano,
no tiene valor alguno, ya que el valor es únicamente trabajo objetivado; tan
poco valor como los elementos universales en general.[5]
Así
planteadas las cosas, cabe preguntarse si los recursos naturales tales, o deben
ser producidos mediante la aplicación del trabajo humano, que de ese modo los
vincula como materia prima a otros procesos de trabajo. El agua del Chagres –
el río cuya cuenca provee desde 1914 el agua necesaria para el funcionamiento
del Canal de Panamá -, sería en este sentido "simple material natural”,
pero el agua de los lagos artificiales de Gatún y Alajuela constituye un
recurso con valor de uso - y con un valor de cambio que podría ser calculado -
en cuanto se trata de agua acumulada y puesta a disposición de otros procesos
productivos en reservorios creados y mantenidos mediante la aplicación de
trabajo a la materia natural.
Esto, a su
vez, tiene implicaciones de otro orden. Cada sociedad organiza sus procesos de
trabajo a partir de fines colectivos que le son característicos, y esa
organización determina a su vez las modalidades de desarrollo de la fuerzas
productivas en esa sociedad. El uso del agua para el regadío en las culturas
prehispánicas y en las plantaciones bananeras, en este sentido, no sólo
presenta diferencias de monto y tecnología, sino y sobre todo de propósito, y
de organización social del trabajo para el logro de ese propósito.
Comprender
esta diferencia, proyectarla hacia el pasado y hacia sus posibilidades de
futuro, permite empezar a comprender la especificidad de la especie humana en
su relación con el entorno natural. A diferencia de los demás animales, que se
limitan a “utilizar utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el
mero hecho de su presencia en ella”, los seres humanos la modifican mediante el
trabajo socialmente organizado, para ponerla al servicio de los fines que
animan esa organización social. Y añadía:
Sin embargo, no nos dejemos
llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de
cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es verdad que
las primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros,
pero en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas,
totalmente imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. […] Así, a cada
paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se
parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que
no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros,
por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la
naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella
consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus
leyes y de aplicarlas adecuadamente.[6]
“Adecuadamente”
es aquí la palabra clave. En nuestro tiempo haría alusión a la sostenibilidad
del desarrollo de nuestra especie, en una época en que la venganza de la
naturaleza a que se refería Engels se expresa ya en una crisis ambiental
global. En efecto, decía Engels,
si han sido precisos miles de años
para que el hombre aprendiera en cierto grado a prever las remotas
consecuencias naturales de sus actos dirigidos a la producción, mucho más le
costó aprender a calcular las remotas consecuencias sociales de esos mismos
actos. […] Pero también aquí, aprovechando una experiencia larga, y a veces
cruel, confrontando y analizando los materiales proporcionados por la historia,
vamos aprendiendo poco a poco a conocer las consecuencias sociales indirectas y
más remotas de nuestros actos en la producción, lo que nos permite extender
también a estas consecuencias nuestro dominio y nuestro control.[7]
La sociedad
que pueda hacerse cargo de esa labor de previsión y control, sin embargo, no
existe aún. La que existe, como las que la precedieron, sólo busca “el efecto
útil del trabajo en su forma más directa e inmediata”, sin hacer verdadero caso
“de las consecuencias remotas, que sólo aparecen más tarde y cuyo efecto se
manifiesta únicamente gracias a un proceso de repetición y acumulación
gradual.”[8]
Ese proceso
de acumulación es el que se expresa hoy, 139 años después de aquellas
reflexiones. Y la lección mayor que se desprende del mismo no puede ser más
sencilla, ni más compleja a la vez: si deseamos un ambiente distinto, tendremos
que crear una sociedad diferente, cuyo desarrollo sea sostenible por lo humano
que llegue a ser. Allí radica el verdadero desafío político que nos
plantea la crisis ambiental, en torno al cual se habrá de definir la
posibilidad de que nuestra especie sobreviva al peligro de degradación y
extinción que hoy nos amenaza.
Panamá, mayo de 2015.
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