jueves, 30 de octubre de 2014

Corrupción, corruptos y corruptores


Corrupción, corruptos y corruptores

Rodrigo rato
Los casos de corrupción inundan los informativos, portadas de los principales periódicos nacionales y debates en los platós de televisión o barras de los bares. En boca de todo el mundo se encuentra una generalizada indignación por los sucesivos casos que salpican a empresarios, políticos e incluso sindicalistas. Que el sistema se encuentra atravesado por la corrupción de arriba hacia abajo parece una evidencia, sin embargo corremos el peligro de seguir el juego de una tramposa oligarquía que pretende que nos quedemos contemplando el árbol y no seamos capaces de discernir hasta dónde llegan las raíces del bosque.
¿Cortar la cabeza a los corruptos o acabar con la corrupción?
El problema que enfrenta la cuestión de la corrupción podría definirse de la siguiente manera, ¿queremos limitarnos a acabar con los corruptos o queremos erradicar de una vez por todas a la corrupción? Muchos dirán que para lograr lo segundo irremediablemente tendremos que lograr lo primero, esto indudablemente es cierto, pero es necesario matizar que una inquisitorial campaña contra los corruptos si no va conscientemente dirigida hacia el segundo objetivo, podría, paradójicamente, reforzar la corrupción como sistema en vez de mandarlo de una vez por todas al basurero de la historia.
De manera resumida podríamos entender la corrupción como un proceso en el que los intereses privados influyen de manera decisoria sobre las instituciones públicas haciendo que estas no sirvan al interés general, sino a los intereses de un grupo o clase social determinada que obtiene algún lucro o beneficio en perjuicio del conjunto de la sociedad.  Desde la óptica teórica del legalismo burgués la corrupción sería algo así como una desvirtuación del Estado de derecho y sólo ocurriría cuando se transgrediera la ley (así pues, una legislación que permitiera este proceso eximiría a estas prácticas de poder ser definidas como corruptas), sin embargo para los marxistas la corrupción es una constante reproducida por un sistema – el capitalismo –  que divide la sociedad en clases y que, inevitablemente, trata de vincular mediante innumerables hilos, visibles e invisibles, toda actividad política a los intereses de la clase dominante (En este caso particular los empresarios y banqueros, ¡especialmente los más grandes vinculados a inmensas multinacionales!). Además, que el fenómeno sea corrupto no se subordina a un absurdo juego legal, sino que es el reflejo de la intoxicación de toda actividad de la vida pública en búsqueda de beneficiar a la burguesía. Así la corrupción se convierte para la oligarquía en un fenómeno no casual, sino necesario para reproducir su sistema político y fortalecer el carácter de su clase a los diferentes engranajes del Estado existente (Gobierno, ejército, administraciones, sistema judicial) o a la sociedad civil
Debido a este proceso no es de extrañar que la corrupción salpique a partidos políticos, instituciones del Estado, gran patronal o sindicatos. La oligarquía trata, por todos los medios posibles, de reproducir sus intereses como fracción de la clase dominante y subordinar a todos los engranajes de la sociedad a sus intereses. Cuando un oligarca unta con suculentos euros a un dirigente sindical o a un político de primera línea está tejiendo redes de influencia para asegurar que todos estos actores inmersos en la sociedad civil cumplan papeles que no sobrepasen las barreras de un guion que define claramente sus límites. Además se asegura tener una buena arma para lanzar contra estas instituciones si en un momento determinado intentaran escapárseles de las manos.
Esto mismo es lo que está ocurriendo con los principales sindicatos. Durante muchos años la oligarquía ha utilizado mil herramientas para poder corromper a sus principales dirigentes, y ahora que se está abriendo paso un proceso de cierta desestabilización política de su hegemonía política, decide tirar de la manta con el objetivo de que la corrupción, existente desde hace muchísimo tiempo, desacredite al conjunto de las organizaciones sindicales y dañe su papel en un posible papel activo por la transformación social. Este mismo riesgo corre la política, aunque a día de hoy el avance de las fuerzas populares ha insuflado cierto ánimo en la sociedad de un cambio en este ámbito, una hipotética ola de corrupción que salpicara este proceso podría tornarse en forma de un movimiento de rechazo a la política y sus partidos, que facilitara el desarrollo del fascismo bajo un discurso de negación de la “Democracia corrupta”
Luchar contra la corrupción educando a las masas en la lucha por el socialismo
En este sentido debemos encontrar los nexos de lo parcial y lo general. Si bien la lucha contra los corruptos por sí sola podría llegar a reforzar posiciones reaccionarias, no es menos cierto que la lucha contra la corrupción acompañada de una profunda educación política puede abrirnos las puertas a la construcción de una nueva sociedad: El Socialismo.
No podemos quedarnos en la superficie de la denuncia de instituciones o individuos corruptos. Tampoco podemos renunciar a conectar la existencia de los propios casos de corrupción como un episodio legítimo de denuncia política de unas masas extasiadas de un sistema que sólo beneficia a los poderosos. Los comunistas debemos ser capaces de conectar ambos aspectos del problema, negar aquello que nos impide avanzar en la lucha del cortoplacismo y el maximalismo a la vez que reforzamos todo aquello que permite conectar la actualidad de la denuncia de los corruptos con la explicación política de la necesidad de sustituir el régimen capitalista de manera revolucionaria por uno nuevo.
Así debemos sumarnos a las reivindicaciones de aquellos que se indignan ante la corrupción. Debemos apoyar sus reclamaciones democráticas y proponer un programa de reformas que garantice que la corrupción no pueda ejercerse impunemente. Así debemos exigir la creación de departamentos e instituciones que persigan la corrupción y que se coloquen bajo el control popular, con el objetivo de que la receta de la lucha contra la corrupción venga de la máxima participación obrera y popular bajo las condiciones de la democracia más amplia y participativa.
Pero no basta con proponer las reformas. En la lucha por las mismas podremos mostrar que la participación democrática de la clase obrera y el pueblo es incompatible con el poder de los monopolios y podremos enseñar a las masas que el verdadero problema de la corrupción viene de lo que definimos como corruptores. Y que estos son las grandes multinacionales, las grandes empresas y bancos con un peso determinante en la economía mundial. Así podremos explicar que, para acabar de una vez por todas con la corrupción, tendremos que empezar por expropiar estas grandes entidades y ponerlas bajo control democrático de la mayoría social: La clase obrera y el pueblo.
Y en ese momento habremos realizado un nexo irrefutable. Habremos demostrado que la única garantía de esas reformas que piden una democracia libre de corrupción es la receta de la democracia para la mayoría

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