Corrupción, corruptos y corruptores
Los casos de corrupción inundan los
informativos, portadas de los principales periódicos nacionales y
debates en los platós de televisión o barras de los bares. En boca de
todo el mundo se encuentra una generalizada indignación por los
sucesivos casos que salpican a empresarios, políticos e incluso
sindicalistas. Que el sistema se encuentra atravesado por la corrupción
de arriba hacia abajo parece una evidencia, sin embargo corremos el
peligro de seguir el juego de una tramposa oligarquía que pretende que
nos quedemos contemplando el árbol y no seamos capaces de discernir
hasta dónde llegan las raíces del bosque.
¿Cortar la cabeza a los corruptos o acabar con la corrupción?
El problema que enfrenta la cuestión de
la corrupción podría definirse de la siguiente manera, ¿queremos
limitarnos a acabar con los corruptos o queremos erradicar de una vez
por todas a la corrupción? Muchos dirán que para lograr lo segundo
irremediablemente tendremos que lograr lo primero, esto indudablemente
es cierto, pero es necesario matizar que una inquisitorial campaña
contra los corruptos si no va conscientemente dirigida hacia el segundo
objetivo, podría, paradójicamente, reforzar la corrupción como sistema
en vez de mandarlo de una vez por todas al basurero de la historia.
De manera resumida podríamos entender la
corrupción como un proceso en el que los intereses privados influyen de
manera decisoria sobre las instituciones públicas haciendo que estas no
sirvan al interés general, sino a los intereses de un grupo o clase
social determinada que obtiene algún lucro o beneficio en perjuicio del
conjunto de la sociedad. Desde la óptica teórica del legalismo burgués
la corrupción sería algo así como una desvirtuación del Estado de
derecho y sólo ocurriría cuando se transgrediera la ley (así pues, una
legislación que permitiera este proceso eximiría a estas prácticas de
poder ser definidas como corruptas), sin embargo para los marxistas la
corrupción es una constante reproducida por un sistema – el capitalismo –
que divide la sociedad en clases y que, inevitablemente, trata de
vincular mediante innumerables hilos, visibles e invisibles, toda
actividad política a los intereses de la clase dominante (En este caso
particular los empresarios y banqueros, ¡especialmente los más grandes
vinculados a inmensas multinacionales!). Además, que el fenómeno sea
corrupto no se subordina a un absurdo juego legal, sino que es el
reflejo de la intoxicación de toda actividad de la vida pública en
búsqueda de beneficiar a la burguesía. Así la corrupción se convierte
para la oligarquía en un fenómeno no casual, sino necesario para
reproducir su sistema político y fortalecer el carácter de su clase a
los diferentes engranajes del Estado existente (Gobierno, ejército,
administraciones, sistema judicial) o a la sociedad civil
Debido a este proceso no es de extrañar
que la corrupción salpique a partidos políticos, instituciones del
Estado, gran patronal o sindicatos. La oligarquía trata, por todos los
medios posibles, de reproducir sus intereses como fracción de la clase
dominante y subordinar a todos los engranajes de la sociedad a sus
intereses. Cuando un oligarca unta con suculentos euros a un dirigente
sindical o a un político de primera línea está tejiendo redes de
influencia para asegurar que todos estos actores inmersos en la sociedad
civil cumplan papeles que no sobrepasen las barreras de un guion que
define claramente sus límites. Además se asegura tener una buena arma
para lanzar contra estas instituciones si en un momento determinado
intentaran escapárseles de las manos.
Esto mismo es lo que está ocurriendo con
los principales sindicatos. Durante muchos años la oligarquía ha
utilizado mil herramientas para poder corromper a sus principales
dirigentes, y ahora que se está abriendo paso un proceso de cierta
desestabilización política de su hegemonía política, decide tirar de la
manta con el objetivo de que la corrupción, existente desde hace
muchísimo tiempo, desacredite al conjunto de las organizaciones
sindicales y dañe su papel en un posible papel activo por la
transformación social. Este mismo riesgo corre la política, aunque a día
de hoy el avance de las fuerzas populares ha insuflado cierto ánimo en
la sociedad de un cambio en este ámbito, una hipotética ola de
corrupción que salpicara este proceso podría tornarse en forma de un
movimiento de rechazo a la política y sus partidos, que facilitara el
desarrollo del fascismo bajo un discurso de negación de la “Democracia
corrupta”
Luchar contra la corrupción educando a las masas en la lucha por el socialismo
En este sentido debemos encontrar los
nexos de lo parcial y lo general. Si bien la lucha contra los corruptos
por sí sola podría llegar a reforzar posiciones reaccionarias, no es
menos cierto que la lucha contra la corrupción acompañada de una
profunda educación política puede abrirnos las puertas a la construcción
de una nueva sociedad: El Socialismo.
No podemos quedarnos en la superficie de
la denuncia de instituciones o individuos corruptos. Tampoco podemos
renunciar a conectar la existencia de los propios casos de corrupción
como un episodio legítimo de denuncia política de unas masas extasiadas
de un sistema que sólo beneficia a los poderosos. Los comunistas debemos
ser capaces de conectar ambos aspectos del problema, negar aquello que
nos impide avanzar en la lucha del cortoplacismo y el maximalismo a la
vez que reforzamos todo aquello que permite conectar la actualidad de la
denuncia de los corruptos con la explicación política de la necesidad
de sustituir el régimen capitalista de manera revolucionaria por uno
nuevo.
Así debemos sumarnos a las
reivindicaciones de aquellos que se indignan ante la corrupción. Debemos
apoyar sus reclamaciones democráticas y proponer un programa de
reformas que garantice que la corrupción no pueda ejercerse impunemente.
Así debemos exigir la creación de departamentos e instituciones que
persigan la corrupción y que se coloquen bajo el control popular, con el
objetivo de que la receta de la lucha contra la corrupción venga de la
máxima participación obrera y popular bajo las condiciones de la
democracia más amplia y participativa.
Pero no basta con proponer las reformas.
En la lucha por las mismas podremos mostrar que la participación
democrática de la clase obrera y el pueblo es incompatible con el poder
de los monopolios y podremos enseñar a las masas que el verdadero
problema de la corrupción viene de lo que definimos como corruptores. Y
que estos son las grandes multinacionales, las grandes empresas y bancos
con un peso determinante en la economía mundial. Así podremos explicar
que, para acabar de una vez por todas con la corrupción, tendremos que
empezar por expropiar estas grandes entidades y ponerlas bajo control
democrático de la mayoría social: La clase obrera y el pueblo.
Y en ese momento habremos realizado un
nexo irrefutable. Habremos demostrado que la única garantía de esas
reformas que piden una democracia libre de corrupción es la receta de la
democracia para la mayoría
No hay comentarios:
Publicar un comentario