Noel Bandera | Rebelión | 11/11/2014
En el mes anterior a las elecciones
europeas se publicaron en España 15 grandes encuestas pre-electorales.
Para hacernos una idea de su nivel de predicción basta con decir que de
esas 15 la menos mala se equivocó por más de 10 puntos respecto a los
resultados finales en cuanto a los dos grandes partidos (DYM concedía a
PP y PSOE un 59,2% entre ambos, finalmente fue un 49,1%).
El replanteamiento de la política ha de
conducirnos a un sistema realmente transparente, más participativo y que
genere dinámicas de rendición de cuentas de los responsables públicos.
La demoscopia es un área más que se ha visto contaminada por los
intereses de la casta dominante y que por tanto sirve de símbolo (como
tantos otros) de cómo no se deben hacer las cosas. Nos centraremos en
tres elementos, todos ellos interrelacionados: primero, la ausencia de
rigor; segundo, la falta de transparencia; y tercero, la connivencia de
intereses.
1) Centrémonos por ejemplo en la
estimación de voto del último CIS. Hay muchas maneras de desmontarlo, he
aquí una de ellas, que además se basa en la serie histórica del propio
CIS. Resulta que consultando su base de datos, el partido que lidera la
intención de voto un año antes de las elecciones generales es siempre
quien acaba ganándolas. Sin embargo, el último CIS ha decidido ignorar
este hecho y no sólo no se ha puesto en primer lugar en estimación a
quien es primero en intención directa (Podemos), sino que además se le
ha rebajado al tercer lugar.
Si lo que se pretende es traducir la
opinión de la ciudadanía en un dato final que sirva de estimación de
voto, es lógico que se utilicen fórmulas estadísticas que nos acerquen
al resultado más probable (y que sea justo con los datos de que se
disponen). En otras palabras, la cocina es legítima, pero ha de
fundamentarse en hipótesis de trabajo válidas a la luz de lo que la
historia, la sociología política y la demoscopia nos han ido enseñando, y
no a la luz de lo que el jefe (el Gobierno en el caso del CIS) quiera
ver reflejado en la encuesta. Una cocina es legítima si se justifica
razonadamente, algo que no existe ni en el caso del CIS ni en el de las
demás grandes encuestas. Algo que nos lleva al segundo punto de nuestro
análisis.
2) En el contexto de la falta de
transparencia en la actuación de las instituciones, en el centro de
investigación socio-política más importante de España se ha consolidado
un sistema de trabajo que permite a cada director modificar la
metodología empleada en lo referente a los datos de estimación de voto
sin ni siquiera tener que hacerlo público. En su propia página no tienen
reparos en reconocerlo, en ella se dice que “su método de cálculo nunca
se ha hecho público y ha cambiado con los distintos equipos de
dirección del CIS”. En un centro del prestigio e influencia de que goza
el CIS, los riesgos de tal aproximación oscurantista son evidentes. Así,
desde 2012 se viene produciendo en sus encuestas una alarmante
tendencia de disociación entre los datos reales de intención de voto y
las estimaciones de voto. Mientras que en años anteriores las
diferencias eran leves, en 2012 y 2013 esas diferencias normales se
multiplicaron hasta por seis, teniendo curiosamente al Partido Popular
siempre como beneficiario de estas transferencias y al resto de partidos
como constantes perjudicados. En 2014 la tendencia sigue acentuándose:
en el último CIS la cocina logra pasar el dato del PP de un 11,7 a un
27,5.
En cuanto que no se explica en ningún
lugar la metodología utilizada para la obtención de las estimaciones de
voto, el CIS y demás órganos demoscópicos incumplen el Compromiso número
2 del Manifiesto por la calidad de las encuestas firmado por el
propio CIS en 2007, que establece la obligación de “especificar siempre
la metodología utilizada, indicando de dónde proviene cada dato, y si
estos son resultados directos de la encuesta o de análisis realizados
posteriormente”, y también el Compromiso 4 que habla de “facilitar al
máximo, y con carácter permanente, la información y transparencia de los
procesos de trabajo utilizados en la realización de encuestas y el
acceso a sus resultados”.
3) Ante las encuestas electorales se
observa en general una doble percepción: por un lado se les concede gran
notoriedad, sus datos son estudiados al detalle y los grandes titulares
copan los medios de comunicación; pero eso no es óbice para que al
mismo tiempo sufran un gran descrédito en la actualidad. Ello se debe
fundamentalmente a que la ciudadanía tiene la impresión (sin duda
correcta) de que los resultados de la encuesta dependen de quién sea el
que la ha encargado. Seguramente no se necesitan ejemplos que ilustren
esta apreciación, pero aquí va uno: mientras que Metroscopia/El País
hablaba de empate técnico entre PP y PSOE de cara a las europeas, los
últimos sondeos de ABC y El Mundo situaban a los populares con 6 y 8
puntos de ventaja, respectivamente. Al final fueron 3, lo que confirma
que es acertada la intuición ciudadana de que para saber los resultados
reales es necesario restar unos puntos al PP cuando se trata de
encuestas de medios más conservadores y de sumarle cuando se trata de
medios menos afines como El País. Y viceversa en el caso del PSOE. Pero
por supuesto todos esos grandes medios coincidirán en otorgar al
bipartidismo un peso mayor del que realmente tienen, como veíamos al
principio, pues al fin y al cabo esos medios de comunicación son parte
consustancial del mismo sistema que el PPSOE representa.
En definitiva, la nueva política será
impotente si no va acompañada de un cambio en la cultura política (de la
que afortunadamente desde mayo de 2011 hay cada vez más indicios).
Además de por democratizarlo todo, esta cultura pasa por algo tan fácil y
tan complicado como simplemente permitir a los profesionales hacer su
trabajo: a los jueces, para que enjuicien la corrupción y sirvan de
contrapeso a las otras ramas del Estado; a los periodistas, para que
ejerzan su crucial control del poder; a los sociólogos, para que
reflejen rigurosamente y sin intereses partidistas lo que está
ocurriendo en la opinión pública.
Noel Bandera, sociólogo y politólogo
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