La libertad de empresa y libertad de prensa: copia, copyright, plagio y creative commons
Mass Media — 17 agosto 2014
La libertad de empresa y la libertad de prensa. La copia o el copyright junto al plagio o el “creative commons”. Todas las nuevas formas de comunicación textual o audiovisual, el hipertexto, el enlace o la cita renuevan la profesión de comunicador, periodista, bloguero o simplemente ciudadano que ejerce su libertad de expresión y Víctor Sampedro, autor de “El Cuarto Poder en Red. Por un periodismo (de código) libre” (Ed. Icaria), lo aborda en términos novedosos que inducen a la reflexión.
Sampedro expone un modelo que Julian Assange (Wikileaks) denomina periodismo científico: “ofrece al lector las bases informáticas completas que fundamentan las noticias. No está reñido con el periodismo entendido como narración, porque resulta imprescindible para captar al público y hacer comprensible la información. La organización hacker liberó archivos y desarrolló aplicaciones para convertirlos en estadísticas y mapas interactivos. Pero, sobre todo, animaron a que los redactores escribiesen relatos reales y personalizados”.
“Quienes descalifican a los hackers, en conjunto o de partida, muestran demasiadas carencias: prejuicios, ignorancia y miedo a lo desconocido. La mayoría de la población ha mostrado vagancia intelectual y cobardía moral. El miedo a la libertad y el conformismo parece haberse aliado (y alimentado) con la falta de ética de los políticos y periodistas. El pavor a perder sus cargos y puestos de trabajo, así como los privilegios que disfrutan, merma aún más su integridad. No ven necesario o se saben incapaces de reconvertirse en profesionales del bien común”, señala el autor.
Y aclara: “No propongo que la Prensa adopte la ideología hacker sin cuestionarla. No puede dar cuenta de todas las labores que debe desempeñar un informador. Los hackers no traen ninguna solución final ni única. Tal cosa no existe. Pero son los pioneros y máximos conocedores de una Internet que no es la causa de los problemas del periodismo, sino su condición de supervivencia. La información será transmedia, en red y en la Red… o no será. Internet acabará fundiendo en un único flujo el resto de medios. Recorrerá todos los dispositivos y pantallas. Será fruto del trabajo mancomunado entre periodistas y públicos conscientes del valor de su libertad de expresión; de la necesidad de ejercerla y costearla: pagándola y/o colaborando en su gestación, procesamiento y difusión”.
Para Sampedro, “WikiLeaks lo sabía y actuó en consecuencia. Un significado posible de la palabra hacker es leñador. Y un hacker se comporta como un hacha o virguero de la informática, un especialista en dar hachazos. Empieza podando la desinformación, eliminando la mentira oficial con bases de datos incontestables, savia que entra nueva en las redacciones. Tras talar los troncos podridos queda espacio para que surjan especies híbridas entre el antiguo y el nuevo periodismo. Son mestizas porque combinan iniciativa privada, pública y proyectos mancomunados”.
“Los medios privados han equiparado libertad de prensa y de empresa. Supeditan el derecho de expresión al negocio. Publican lo que sale más barato y ofrece más réditos económicos y/o políticos. Por su parte, los entes públicos de radiotelevisión confunden medios públicos y estatales; o, peor aún, gubernamentales. Cuando no mienten por razones de Estado, lo hacen para apoyar a quien gobierna. En los casos más degradados como en España persiguen tres metas: competencia desleal con los competidores privados, interés nacional y propaganda de las administraciones públicas”, añade.
“La copia es contraria al copyright y lesiona, dicen, «la propiedad intelectual e industrial». Resulta interesante que en el debate mediático estos conceptos siempre se apliquen a unos productos que llaman culturales (el cine o la música, pero de masas) y no al conocimiento científico. Por ejemplo, las patentes farmacéuticas o de avances tecnológicos comportan perjuicios innegables para los países empobrecidos. Conocemos en detalle la guerra económica y las presiones políticas que realiza EE UU. gracias, de nuevo, a la labor de WikiLeaks”, recuerda Sampedro.
Y concluye: “Los intereses económicos de las corporaciones entran en conflicto con los partidarios la cultura digital entendida como bien común. Resulta lógico que la potencia mundial defienda a sus empresas. Las objeciones surgen si las presiones se ejercen sorteando los parlamentos y los tribunales. O si criminalizan prácticas extendidas y aceptadas socialmente, como compartir archivos. Así se acaban imponiendo leyes o principios jurídicos que, si no salen adelante, se cuelan por la puerta trasera de los acuerdos comerciales. Y que, en última instancia, en los países empobrecidos suponen una condena al subdesarrollo y al neocolonialismo. Por si fuera poco, en los países desarrollados ponen en riesgo la libertad digital y con ella las libertades civiles”.
En Espía en el Congreso hemos desentrañado las conexiones entre los medios y el poder político y financiero revelando la información que aparece en los correos de Blesa (Blesaleaks) y se la presentamos a nuestros lectores de forma completa en estos dos libros:
Sampedro expone un modelo que Julian Assange (Wikileaks) denomina periodismo científico: “ofrece al lector las bases informáticas completas que fundamentan las noticias. No está reñido con el periodismo entendido como narración, porque resulta imprescindible para captar al público y hacer comprensible la información. La organización hacker liberó archivos y desarrolló aplicaciones para convertirlos en estadísticas y mapas interactivos. Pero, sobre todo, animaron a que los redactores escribiesen relatos reales y personalizados”.
“Quienes descalifican a los hackers, en conjunto o de partida, muestran demasiadas carencias: prejuicios, ignorancia y miedo a lo desconocido. La mayoría de la población ha mostrado vagancia intelectual y cobardía moral. El miedo a la libertad y el conformismo parece haberse aliado (y alimentado) con la falta de ética de los políticos y periodistas. El pavor a perder sus cargos y puestos de trabajo, así como los privilegios que disfrutan, merma aún más su integridad. No ven necesario o se saben incapaces de reconvertirse en profesionales del bien común”, señala el autor.
Y aclara: “No propongo que la Prensa adopte la ideología hacker sin cuestionarla. No puede dar cuenta de todas las labores que debe desempeñar un informador. Los hackers no traen ninguna solución final ni única. Tal cosa no existe. Pero son los pioneros y máximos conocedores de una Internet que no es la causa de los problemas del periodismo, sino su condición de supervivencia. La información será transmedia, en red y en la Red… o no será. Internet acabará fundiendo en un único flujo el resto de medios. Recorrerá todos los dispositivos y pantallas. Será fruto del trabajo mancomunado entre periodistas y públicos conscientes del valor de su libertad de expresión; de la necesidad de ejercerla y costearla: pagándola y/o colaborando en su gestación, procesamiento y difusión”.
Para Sampedro, “WikiLeaks lo sabía y actuó en consecuencia. Un significado posible de la palabra hacker es leñador. Y un hacker se comporta como un hacha o virguero de la informática, un especialista en dar hachazos. Empieza podando la desinformación, eliminando la mentira oficial con bases de datos incontestables, savia que entra nueva en las redacciones. Tras talar los troncos podridos queda espacio para que surjan especies híbridas entre el antiguo y el nuevo periodismo. Son mestizas porque combinan iniciativa privada, pública y proyectos mancomunados”.
“Los medios privados han equiparado libertad de prensa y de empresa. Supeditan el derecho de expresión al negocio. Publican lo que sale más barato y ofrece más réditos económicos y/o políticos. Por su parte, los entes públicos de radiotelevisión confunden medios públicos y estatales; o, peor aún, gubernamentales. Cuando no mienten por razones de Estado, lo hacen para apoyar a quien gobierna. En los casos más degradados como en España persiguen tres metas: competencia desleal con los competidores privados, interés nacional y propaganda de las administraciones públicas”, añade.
“La copia es contraria al copyright y lesiona, dicen, «la propiedad intelectual e industrial». Resulta interesante que en el debate mediático estos conceptos siempre se apliquen a unos productos que llaman culturales (el cine o la música, pero de masas) y no al conocimiento científico. Por ejemplo, las patentes farmacéuticas o de avances tecnológicos comportan perjuicios innegables para los países empobrecidos. Conocemos en detalle la guerra económica y las presiones políticas que realiza EE UU. gracias, de nuevo, a la labor de WikiLeaks”, recuerda Sampedro.
Y concluye: “Los intereses económicos de las corporaciones entran en conflicto con los partidarios la cultura digital entendida como bien común. Resulta lógico que la potencia mundial defienda a sus empresas. Las objeciones surgen si las presiones se ejercen sorteando los parlamentos y los tribunales. O si criminalizan prácticas extendidas y aceptadas socialmente, como compartir archivos. Así se acaban imponiendo leyes o principios jurídicos que, si no salen adelante, se cuelan por la puerta trasera de los acuerdos comerciales. Y que, en última instancia, en los países empobrecidos suponen una condena al subdesarrollo y al neocolonialismo. Por si fuera poco, en los países desarrollados ponen en riesgo la libertad digital y con ella las libertades civiles”.
En Espía en el Congreso hemos desentrañado las conexiones entre los medios y el poder político y financiero revelando la información que aparece en los correos de Blesa (Blesaleaks) y se la presentamos a nuestros lectores de forma completa en estos dos libros:
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