La necesidad del salario máximo.
El enorme incremento de las desigualdades que hemos
estado viendo en la mayoría de países a los dos lados del Atlántico
Norte (y muy en particular en EEUU, el Reino Unido y España) ha
reavivado el debate sobre la necesidad de incrementar el nivel salarial
de los sectores con menos ingresos de la sociedad a fin de evitar el
deterioro de sus ingresos en relación con los del resto de la población
asalariada. De ahí las presiones para que se suban los salarios mínimos,
medida que en realidad favorece no solo a los trabajadores con salarios
bajos sino a todos los demás, pues el aumento del salario mínimo
favorece el incremento del nivel salarial de la gran mayoría de
asalariados, pues dicho aumento refuerza al mundo del trabajo en su
negociación con el mundo empresarial. En realidad, la reducción salarial
(que generalmente acompaña al elevado desempleo) es la medida que
favorece el empresariado, pues debilita al mundo del trabajo y con ello
disminuyen la gran mayoría de salarios. Por el contrario, el aumento del
salario mínimo y un descenso del desempleo favorecen al mundo del
trabajo en su negociación con el empresariado.
Ahora bien, esta medida, aunque positiva y necesaria, tendría poco
impacto en el enorme nivel de desigualdades que estos países han estado
experimentando. Y la causa de ello es que el gran crecimiento de las
desigualdades se debe al enorme crecimiento de la concentración de la
riqueza y de las rentas en una minoría de la sociedad que deriva sus
ingresos bien de las rentas del capital, bien de la gestión de la
propiedad del capital, es decir, de lo que antes se llamaba los
capitalistas y los gestores del capital, entre los cuales, los gestores
del capital financiero (es decir, los banqueros y gestores de
instituciones financieras) son los más beneficiados de esta
concentración. Son personas, estas últimas asalariadas, que reciben todo
tipo de beneficios salariales, en unos términos y en unas cantidades
muy por encima de los de la gran mayoría de la población asalariada.
Cuando analizamos cómo han ido evolucionando las rentas de la
población, vemos, pues, que las rentas superiores han ido creciendo
mucho más rápidamente que las rentas de la gran mayoría de la población.
Así, los cien dirigentes empresariales más bien pagados en aquellos
países han pasado de ingresar 20 veces la renta del trabajador promedio
en los años ochenta, a 60 veces en 1998 y 160 veces en 2012.
Este crecimiento se atribuye, en círculos económicos próximos al
capital financiero, al crecimiento de la productividad de esos
empresarios. Este es el argumento que constantemente se presenta para
justificar el crecimiento desmesurado de las rentas superiores. El error
y la falacia de dicho razonamiento es fácil de mostrar. El que tales
remuneraciones hayan crecido tanto en estos países no tiene nada que ver
(repito, nada que ver) con incrementos de productividad, sino con el
poder político que estos sectores muy minoritarios tienen. A más poder
político mayor es el crecimiento de su riqueza.
Por qué los salarios de los banqueros y de los grandes empresarios son tan altos
Y la manera como se expresa este poder es también fácil de ver. Miren
la política fiscal. Donde estos ingresos han subido más rápidamente ha
sido donde el gravamen fiscal real (y no el nominal o teórico) que
existe sobre las rentas del capital y sobre los salarios de los
individuos de mayor renta ha descendido más. El gravamen de las rentas
superiores ha ido descendiendo de una manera muy notable, siendo esta
una de las causas del aumento de las desigualdades.
De este análisis se derivaría que la solución –es decir, la
disminución de las enormes desigualdades– pasaría por un aumento muy
notable y muy generalizado del gravamen a las rentas derivadas de la
propiedad y también de la gestión del capital, lo cual no ocurriría a no
ser que haya un giro de casi 180º en la relación capital-trabajo en
estos países. La mayor causa del crecimiento de las desigualdades es el
enorme incremento del poder político del capital sobre el mundo del
trabajo (ver Capital-Trabajo: el origen de la crisis actual, Le Monde Diplomatique, julio de 2013).
El hecho de que ello no ocurra no se debe a que la población se haya
ido derechizando. En realidad, el grado de tolerancia de la mayoría de
la población a los lados del Atlántico Norte hacia las desigualdades ha
disminuido exponencialmente. Unos porcentajes elevadísimos de la
población (del 74% al 82%) señalan que las desigualdades son demasiado
elevadas. Ahora bien, la captura del estamento político por dichos
sectores sociales explica la continuidad y permanencia de estas
desigualdades. Ello explica que en los países cuyo sistema democrático
permite formas de democracia directa como referéndums, haya habido un
número creciente de propuestas para limitar el salario máximo. El caso
más reciente fue el ocurrido en Suiza, en el que se puso a referéndum la
propuesta de que ningún salario fuera más de 12 veces superior al
salario mínimo (un abanico salarial mucho más reducido que el existente
hoy en la mayoría de países de economías avanzadas). Es interesante que
un 35% de la población votara a favor, un porcentaje mucho mayor de lo
que se esperaba, en el primer intento de controlar directamente las
desigualdades. Sería interesante que ese referéndum se hiciera en España
(donde las enormes limitaciones de la democracia no permiten tales
tipos de referéndums).
En EEUU ha habido un movimiento bastante exitoso en varios Estados
que exige no ya el salario mínimo, sino un salario decente (fair wages),
de manera que en muchos contratos con autoridades públicas se exige
este tipo de salario en lugar del salario mínimo. Sería muy importante
que en España hubiera un movimiento, liderado por los sindicatos, que
exigiera a las autoridades públicas no contratar a empresas que pagaran
menos que lo que se debería definir como salario digno, añadiendo,
además, la necesidad de que se hiciera un referéndum, como se hizo en
Suiza, limitando el nivel salarial del uno por ciento de la población
con nivel de renta superior del país.
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