Acércate,
a mí,
¡oh! compañera,
Acércate,
a mí,
y no
dejes que el invierno
se
interponga entre nosotros.
Siéntate,
aquí,
conmigo,
junto a las llamas
del
fuego,
es lo más
bello del invierno.
Háblame de
la vida,
háblame
de tu corazón,
aquí,
junto a la chimenea;
detrás de
la noche,
para que
no se vaya el calor,
asegura la
puerta
con el pestillo,
cierra la
ventana,
porque el
colérico semblante
del mundo
me abate el sentido.
Imagina
sólo la tranquilidad
de
nuestros yermos campos,
cubiertos
de la oscuridad
con sus
rocíos blancos
que hacen
llorar de calma
a mi
desangelada alma.
El olivo
con su aceite
al candil
alimenta
y con su
leña
a nuestro
corazón calienta.
¡Oh! compañera,
no dejes
que su luz
y fuego se
desvanezca.
Coloca el
candil,
aquí,
junto a mi,
para que
yo pueda leer
con mis
lágrimas,
lo que a
tu lado mi vida
ha
escrito sobre la mejilla de tu cara.
Acércate
a mi,
no tengas
miedo.
¡Oh! amada
compañera,
verás las
brasas de mi alma,
que se
extinguen
bajo las
pulverizadas
cenizas de
las ramas.
¡Abrázame!,
acaríciame
con tus dedos,
destila nuestro
tiempo,
porque
nos cierran la vida.
Mirémonos,
el uno al otro,
frente a
frente, antes que la noche
se abra
al día,
y nos
ciegue el corazón roto.
Búscame
con tus brazos,
rodéame
con tu voz,.
deja que el
amor del sueño
funda
nuestras almas.
¡Bésame!
Por favor,
con la
vida se acaba todo.
¡No ves
que nos acecha,
el rudo
frío del invierno,
y la nada
nos mira!.
Pero no
temas, amada compañera,
no podrán
helar el calor
de
nuestros trémulos labios,
porque cuando
ya no estemos aquí,
estaremos
en el pensamiento.
Si, tú y
yo, seremos un beso eterno.
Una
constelación en el universo.
¡Cuán
profundos y vastos han de ser
los
océanos de los sueños,
compañera,
cuándo sólo
haya la
luz de los sentimientos!.
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