A 74 años de su asesinato. Trotsky y su época
Trotsky nació, vivió, luchó y fue asesinado hace 74 años en un mundo preñado de revoluciones anticapitalistas y de liberación nacional pero marcado también por contrarrevoluciones originadas por el temor al desarrollo impetuoso del movimiento obrero revolucionario, que entonces era internacionalista. El fin de la Segunda Guerra Mundial, ya sin Trotsky, abrió una etapa completamente diferente, aunque aceleró los movimientos anticolonialistas e independentistas en todo el mundo cuyos ejemplos más potentes fueron la Revolución china, en Asia, la argelina, en Africa y la cubana, en América Latina. Ese fin de guerra presenció una ola revolucionaria mundial, pero sin revolucionarios socialistas que supieran encauzarla y con los partidos socialistas y comunistas empeñados en reconstruir los Estados capitalistas como en Italia, Francia o Bélgica.
Stalin, por otra parte, condujo la guerra en la
entonces Unión Soviética como una Gran Guerra Patria, por la Madre
Rusia, fomentó el nacionalismo gran ruso, recurrió a los héroes del
imperio zarista, reintrodujo en el ejército antes Rojo los capellanes
ortodoxos y el poder y las charreteras de los oficiales, restituyó
bienes a la Iglesia ortodoxa. Sus continuadores, incluido Vladimir
Putin, fomentaron la nostalgia por el zarismo así como el nacionalismo
chauvinista y xenófobo. Los partidos comunistas de todo el mundo
abandonaron el internacionalismo y desarrollaron el nacionalismo en los
países donde actuaban y se llegó así, por ejemplo, a guerras entre China
y Vietnam. Mientras en las ex colonias el nacionalismo era liberador,
anticolonialista, en el resto del mundo, en cambio, subordinó por
décadas a los trabajadores a la idea falsa de una alianza con las
burguesías nacionales para lograr el desarrollo bajo la dirección del
aparato estatal. Ese desarrollismo capitalista de entidades estatales
enanas abrió el camino a las transnacionales y la mundialización
dirigida por el capital financiero y facilitó la derrota mundial de los
trabajadores y de sus organizaciones tradicionales (sindicatos, partidos
socialistas y comunistas). Los socialdemócratas se metamorfosearon en
ese proceso en liberalsocialistas, llevando a sus últimas consecuencias
su aceptación del capitalismo como supuesto único marco para la acción y
los comunistas, en el mejor de los casos, se transformaron en
socialdemócratas dedicados sólo al parlamentarismo y a la farsa del
electoralismo mientras los movimientos nacionalistas revolucionarios
dieron origen a grupos burocráticos nacionalistas neoburgueses,
corruptos y muy sensibles a las presiones burguesas locales y a las del
gran capital extranjero, como el PRI, el peronismo o el partido
oficialista argelino. En cuanto a los países aún “comunistas”, como
China, Vietnam o Corea del Norte, se dedican a construir un capitalismo
de Estado a costa del nivel de vida de los trabajadores o, como el
régimen de Pyongyang, una monarquía hereditaria sangrienta disfrazada de
“socialista”.
El mundo actual está hundido en una crisis
económica, ecológica, moral, de civilización. Desde los gulags
stalinistas, los campos de concentración nazis, las bombas atómicas
sobre Hiroshima y Nagasaki, las guerras de Corea y Vietnam, las matanzas
en Ruanda y Burundi o el Congo, vivimos en plena barbarie y la vida
civilizada e incluso la supervivencia de nuestra especie están al borde
del colapso y muchos temen los cambios que podrían agravar. El
capitalismo, ya sin miedo al movimiento obrero, destroza una a una las
conquistas sociales de un siglo y medio; los trabajadores, ya sin
utopías ni esperanzas de superación del capitalismo, combaten en orden
disperso y a la defensiva. Si en tiempos de Trotsky la esperanza
socialista movilizaba a cientos de millones de obreros, campesinos,
intelectuales, antiimperialistas y llevaba a discutir la estrategia
revolucionaria para conducir mejor ese ejército mundial a la victoria y a
la construcción de un nuevo mundo, hoy no hay confianza en la idea
misma de socialismo y, por el contrario, toda Europa oriental y una gran
parte de Asia fue vacunada contra ella por la barbarie del “socialismo
real” stalinista. La inmensa mayoría de la Humanidad ha naturalizado la
idea impuesta por la burguesía de que no hay alternativa al régimen
capitalista y aspira, cuando mucho, a introducir alguna reforma en un
régimen feroz y caótico por su esencia mismo donde el límite a la
explotación sólo es dado por la resistencia social.
Una
consecuencia de esa desesperanza es que Lenin o Trotsky, teóricos
revolucionarios marxistas preocupados por la estrategia que pudiese
llevar al socialismo, sólo son recordados hoy por pequeñísimas minorías
que se aferran a sus teorías aún válidas y que Marx reaparezca sólo como
economista, totalmente diferenciado del historiador y del socialista
revolucionario, y como sostén para ideas y propuestas banales,
reformistas y neoliberales como las de Thomas Pikkety.
Otra
consecuencia, para quienes quieren ser marxistas hoy, es la comprensión
de que el pasado es irrepetible, así como son irrepetibles las políticas
y el lenguaje de los revolucionarios de la fase anterior. Además, la
comprensión de que antes que nada deben comprender a las amplias masas
que, bajo direcciones burguesas, luchan por la democracia, por la
liberación nacional, contra el imperialismo sin ser anticapitalistas y,
por lo tanto, deben estar junto a ellas aunque sin compartir sus errores
e ilusiones. Hay que saber ser minoría pero con vocación mayoritaria y
pensando en cómo partir del nivel actual de conciencia y organización de
las mayorías para intervenir más y mejor en la crisis y demostrar que
la democracia y la independencia nacional sólo se lograrán acabando con
el régimen que las hace imposibles y, de este modo, comenzar a construir
las bases de una sociedad no capitalista igualitaria y democrática,
cualquiera sea el nombre y la forma que la misma adopte.
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