Mass Media — 23 agosto 2014
Víctor Sampedro, autor de “El Cuarto Poder en Red. Por un periodismo (de código) libre” (Ed. Icaria), recuerda que Lluís Bassets era periodista de El País “y había prologado un libro del presidente de Stratfor, la empresa de espionaje denunciada por WikiLeaks”. A Mario Vargas Llosa
lo califica como “extraordinario novelista y pésimo columnista”. Y
frente al “viejo modelo”, deja entrever “una lección de especial interés
para los periodistas: ciertas tareas deben ser asalariadas y
desarrollarse en equipos estables. Si no, la continuidad y los logros
serán inciertos. Crear las condiciones para que el Cuarto Poder en Red actúe con inteligencia es tarea de profesionales que saben abrirse a la colaboración”.
Para Sampedro, el viejo periodismo trata “de escamotear los debates de fondo con peripecias personales” y por ello el personaje de Assange
exhibe suficientes facetas y contradicciones como para ser objeto de
controversia: “La mejor definición que he escuchado de él fue de boca de
Birgita Jondosttir, la parlamentaria islandesa que colaboró estrechamente con WikiLeaks: «He is a difficult guy». No han faltado gestos que confirman ese perfil de «chico difícil», típico de los luchadores de la libertad de expresión. John Wilkes logró el derecho a la «transcripción directa» de los discursos parlamentarios en la Inglaterra del siglo XIX. Era hijo de un destilador y él mismo, un libertino en toda regla. Pero la vida de Assange, Manning y Snowden ha sido mucho más trabajosa. Sus palabras y biografías les identifican como tenaces activistas”.
Para Sampedro, el antagonismo mediático con estos personajes “podría explicarse por la ausencia de valores cívicos en la Prensa.
Al ser exhibidos por otros, no podían serles reconocidos, a no ser
dejando en evidencia a los periodistas. Éstos defendieron su capital
simbólico y prestigio achacando a los hackers afán de
protagonismo y delirios de grandeza. Percibían como competición lo que
era una propuesta de colaboración. Por desgracia, tampoco los creadores
intelectuales dieron la talla”.
“Mario Vargas Llosa,
extraordinario novelista y pésimo columnista, incurrió en una
contradicción morrocotuda. Alabó a la hacker protagonista de la trilogía
Millenium: «¡Qué sería de la pobre Suecia sin Lisbeth Salander, esa hacker querida y entrañable!». Pero en otra columna afirmaba que «ni Edward Snowden ni Julian Assange son paladines sino depredadores de la libertad que dicen defender». Sampedro, por su parte, les reprocha su estrellato: “De hecho, los mencionados, rompieron con la máxima hacker de mantener su anonimato.
No es preciso exigir a los periodistas y ciudadanos su nivel de entrega
para realizar una tarea que debe ser cotidiana y más modesta para,
entre otras cosas, rendir más frutos. Un flujo de filtraciones
pequeñas, pero constantes, puede tener más efectividad que las
macrofiltraciones, a veces inabarcables para las redacciones y los
internautas. Noticia a noticia, soplándolas entre todos —filtrándolas,
publicándolas en el blog, comentándolas en las redes, llevándolas a las
instituciones— hacemos democracia, le damos aire”, matiza el autor.
Para
este autor, “el buen periodismo, como la buena medicina, es ajena a los
personalismos. No importa quien redacta una información. Igual que
resulta irrelevante el médico que prescribe una receta, si se le
presuponen conocimientos y deontología. Dicho sea de
paso, si no se ha vendido a ellas, denunciará las patentes
farmacéuticas, recetará genéricos y sol. Antes que eminencias,
necesitamos médicos de familia. Al igual que, en lugar de estrellas
mediáticas, necesitamos periodistas que permanezcan a la cabecera del
público”.
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