La ética, llamada de nuevo a escena
Jordi Torrent Bestit⎮Rebelión⎮21 agosto 2014
La política no es lo contrario de la moral; pero nunca se reduce a la moral.
M. Merleau-Ponty
En la edición de La Vanguardia (domingo,
24-6-2012) [*], aparece un artículo firmado por Silvia Hinojosa bajo el
título “Guia moral para políticos”; lo acompaña el siguiente subtítulo:
“Catorce profesores de ética y politólogos de universidades catalanas
redactan un código ético para la clase dirigente”. La periodista informa
que los catorce profesores se han reunido en diez ocasiones bajo el
“liderazgo” de la Cátedra Ethos de la Universitat Ramon Llull, cátedra
dirigida por el “Doctor en Filosofía y Teología” F. Torralba. La
iniciativa, se explica en el artículo, ha sido impulsada por el
expresidente J. Pujol, “convencido de que es urgente recuperar la
confianza de los ciudadanos en sus dirigentes (…)”. Tras haber redactado
un código ético que “marca como principios básicos la honradez, la
justicia, el respeto y la responsabilidad”, el sanedrín intelectual (en
el que figuran V. Camps, F. Requejo, J.M. Vallès, N. Bilbeny, A.
Castiñeira junto a otros nombres del gremio) lo han hecho “llegar a
políticos como a Pujol mismo o al eurodiputado socialista R. Obiols,
entre otros”, quienes “ayudaron a pulir el texto”. Hace algunos meses
que “cumplieron el objetivo final de entregarlo a la presidenta del
Parlament, Núria de Gispert”. Torralba subraya que el “Parlament es el
interlocutor entre los ciudadanos y la política, y ahora está en sus
manos”.
No me resisto a hacer un comentario en
torno a un episodio ahormado con la harina del cinismo y la hipocresía
más gruesos (y con una absoluta falta no tan sólo de sentido del
ridículo, sino también del principio de realidad). Si el discurso
pretendidamente ético, volcado a hacernos creer en la existencia de
criterios que podrían guiar, para beneficio de todo el mundo, el
comportamiento de funcionarios al servicio de una clase y unas
determinaciones sociales presentadas como única realidad, si este
dicurso, digo, prosigue hallando condiciones efectivas de posibilidad
entre gentes habituadas a concebir la actividad política como, para
decirlo en palabras de P. Valéry, el arte de impedir a las personas que
se ocupen de aquello que más les importa, al tiempo que consideran la
sociedad como un conjunto bien jerarquizado de banqueros, notarios y
empresarios, más unas clases subalternas toleradas a modo de molestia
necesaria, es porque se trata de un discurso funcionalmente orientado a
continuar anihilando la reflexión y la acción políticas genuinamente
democráticas, ambas objeto de viva detestación.
El filósofo greco-francés C. Castoriadis
ha señalado en alguna oportunidad que no es nada casual que, desde Kant
en adelante, la ética, como disciplina autónoma merecedora de atención
en sí misma, haya tenido hasta hace pocas décadas, y con escasas
excepciones (H. Bergson, M. Scheler…), un papel relativamente accesorio
en la reflexión propiamente filosófica. Este papel todavía ha sido más
accesorio en el específico terreno del pensamiento filosófico-político
-en el sentido fuerte de la expresión- abierto a partir de las
revoluciones norteamericana y francesa, y prolongado y enriquecido
durante los siglos XIX y XX (siglos eminentemente “políticos”) por un
movimiento obrero a lo largo de cuyo despliegue nunca fue cuestionada
una evidencia que únicamente el individualismo metodológico de signo
liberal se empeña en ignorar; a saber: que no se da oposición de
principio, sino implicación recíproca, entre ámbito privado y ámbito
público, entre ética y política y, en fin, entre libertad y igualdad.
Una implicación, dicho sea de pasada, que Aristóteles, Hegel y Marx
conocían perfectamente. Habermas (“ética de la comunicación” y Rawls
(“ética de la justicia”) acaso no tanto.
Sin negar los aspectos positivos que sin
duda posee, es preciso recordar no obstante el ostensible protagonismo
que ha tenido, aquí como en otros países, el discurso abstracto sobre
derechos humanos (“política de la emoción” según K. Ross) en la
reconversión derechista de no pocos intelectuales comprometidos en su
día con el proyecto de emancipación y que dieron finalmente el paso
desde la teoría y la praxis transformadoras a la “moral” y la “ética”,
ahora valoradas a guisa de brújula exclusiva para huir de los malos
caminos transitados por una politización excesiva y generalizada y
conducida, según se afirmaba, por sueños utópicos de transformación
social y política tan deletéreos como ilusorios (vale decir que esa
clase de paso suele coincidir históricamente con el retroceso o declive
tendencial del aludido proyecto).
Al encuentro de F. Cambó y de la Lliga, A. Calvet, “Gaziel”, dejó escrito el siguiente apunte (lo doy en propia traducción) en sus amargas Meditacions en el desert (1953):
“Hay un hecho elocuentísimo: desde Cambó hasta el más insignificante de
sus hombres de confianza, todos, absolutamente todos -como si el común
destino hubiera sido cortado con un único patrón- han terminado igual:
políticamente, no han dejado nada; económicamente, todos se han
enriquecido.” “Gaziel” sabía muy bien de qué escribía y sobre quién
escribía. Aunque retrospectivo, su balance no ha perdido en modo alguno
pertinencia en relación a los actuales herederos del universo lligaire.
El conservadurisme catalán siempre se ha caracterizado por una
iniquidad y una voracidad devastadora difícilmente exagerables. Ayer
pudo encontrar en el catolicismo autóctono -uno de los más integristas
de la época- recursos efectivos de mistificación; hoy le debe parecer
que apelar a un redreçament ético dels “líders” puede ser buen procedimiento para proseguir perpetuándola.
No hay duda de que el toque de alarma
“ético” efectuado por uno de los mas fervorosos fieles que ha tenido en
Catalunya la religión del credo in unam sanctam realitatem obedece
a justificada preocupación. Conviene tener presente que los “realistas”
más coriáceos son a menudo los primeros en tratar de jugar desde el
escenario con la fantasía y la buena fe de los espectadores (con su
irrealismo, pues), extrayéndose del sombrero o bien un fulard, o bien un
conejo o bien una paloma. Palomas: hacerlas volar y, con ellas,
ilusiones que se encuentran en muy bajas horas.
En esta oportunidad, el intento de fer volar coloms (hacer
volar palomas) se ha traducido en un pueril montaje destinado a
fortalecer en la opinión pública la entelequia consistente en presentar
la actividad política como asunto particular de una “clase dirigente”
capaz de rectificar “errores” ( quién no los comete), tentaciones
personales (la carne es débil) y más de una inepcia (el más sabio se
equivoca) a partir de una “reacción moral” que la convierta en más
sensible respecto a “los principios básicos” que figuran en el nonato
código (honradez, justicia, respeto y responsabilidad), principios en
relación a los cuales (no es menester que nos mostremos tan prudentes
como la periodista de La Vanguardia) la gestión política de esa misma clase ha sido y es necesariamente la burda i y simétrica aplicación inversa.
Una vez más, la reactivación de un
dispositivo ético y moral habrá sido iniciada con la finalidad de
falsear la auténtica naturaleza política y social de los problemas
actuales, escamoteando al mismo tiempo el terreno donde podrían hallar
una resolución efectiva., terreno que no es ni el de una ética ni el de
una moral groseramente desconectadas de la actividad y la deliberación
colectivas. En este sentido, bien pudiera afirmarse que estamos ante un
discurso que pretende erigirse en (im) púdica hoja de parra con la que
esconder realidades que resultan harto incómodas para una oligarquía
siempre proclive a dejarse arrastrar hacia la auto-satisfacción (cofoísme) y la auto-adulación más solipsistas.
Digamos para concluir que, como
frecuentemente pasa con los artefactos ideológicos, también en la
elaboración de éste su promotor habrá contado (está acostumbrado a ello)
con la inestimable ayuda de algunos prestigiados profesionales
universitarios dispuestos a corromper ideas y lenguaje -y más- invocando
la necesidad de extender la virtud.
Nota:
[*] La versión original del presente
texto fue publicada, en catalán, hace un par de años en Espai Marx
(1/7/2012). El denominado “caso Pujol” ha vuelto a poner de manifiesto
el recurrente anudamiento entre falsa política y falso discurso ético,
razón por la cual acaso tenga algún interés recuperar, en versión
castellana, la reflexión que se hacía en el texto sobre un episodio, a
estas alturas ya decididamente grotesco, que ilustra de forma
insuperable tal anudamiento. Salvo error de mi parte, el episodio no ha
sido objeto de comentario alguno hasta la fecha. He procedido a traducir
igualmente al castellano las frases entrecomilladas correspondientes al
artículo de S. Hinojosa publicado en la edición catalana de La Vanguardia.
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