Yo no puedo, tú no puedes, él no puede. ¿Nosotros podemos?.Antonio Avendaño / 16 ago 2014
Los partidos convencionales dicen: Queremos, pero no podemos. La
formación que lidera Pablo Iglesias dice justo lo contrario: Podemos,
pero no queremos. Lo dice no de sí misma, claro está, sino de la propia
sociedad, de todos nosotros, ciudadanos irritados y desvalidos que si reuniéramos nuestras indignaciones en una sola haríamos que el Gobierno se echara a temblar y lograríamos que las cosas empezaran a cambiar.
Lo último que hemos sabido de Podemos, ayer mismo, es que aventaja a
todos los demás partidos en presencia, credibilidad y dinamismo en todas
las redes sociales, Twitter, Facebook o YouTube, así que no sería raro
que después del verano los demás partidos intentaran ponerse modernos de
un día para otro y pusieran en marcha agresivas estrategias de ‘social
media’ que, por supuesto, no servirían de mucho, y más bien proyectarían
esa imagen patética que suele verse en los tipos que habiendo
sobrepasado ampliamente los 60 actúan, se visten y se comportan como si
no hubieran llegado a los 20.
No se trata de pedir a los demás partidos que den por perdida la batalla de las redes sociales: se trata de recalcar que esa no es su batalla;
es una más y está bien que peleen por ganarla, pero si vencieran se
trataría de una falsa victoria o, si se quiere, de una vitoria inútil,
como ganar el partido por la tercera y cuarta plaza en el Mundial de
Fútbol tras no haber alcanzado la final.
CINCO ESCAÑOS VIRTUALES
En el mismo sentido pero al revés, el problema de Podemos es que
todas las victorias logradas hasta ahora son victorias ficticias. Pero
intentemos aclarar rápidamente esta aseveración, que en las redes
primero se dispara y luego se pregunta: los cinco eurodiputados son
reales, como reales son las estimaciones de voto que le dan las
encuestas o real es la popularidad de Pablo Iglesias. Alguien podría
replicar que los escaños europeos de Podemos sí son reales pero las
encuestas son solo virtuales. No exactamente: más bien ocurre que los escaños europeos de Podemos no son, a efectos políticos, menos virtuales que las proyecciones demoscópicas. Cinco escaños en Europa no sirven para nada; de hecho, ni cinco de ciento cincuenta, pero ese es otro debate.
Las victorias de Podemos empezarán a ser reales cuando la gente vote
en las municipales y autonómicas. Del mismo modo que ciertos pensadores
se han preguntado, de forma muy pertinente, cuánta verdad podemos
soportar o, como se interrogaba Rüdiger Safranski, cuánta globalización
podemos soportar, solo después de esas elecciones de 2015 se sabrá cuánto poder podrá soportar Podemos, cuánta realidad real y no virtual, cuánta responsabilidad institucional, cuánta gestión presupuestaria, cuánto tacticismo partidista, cuánta democracia interna…
FICCIÓN Y POLÍTICA
Mientras llega ese momento Podemos seguirá siendo una gigantesca
-para muchos maravillosa y para muchos otros necesaria- ficción. Esta
constatación o, si se quiere más modestamente, este diagnóstico no es un
reproche, sino más bien todo lo contrario. Podemos ha traído a la
política ese punto de ficción que a la política tanto le faltaba: ha
traído imaginación para creer que hay margen para hacer algo distinto de
lo que se está haciendo, algo más justo, más eficaz y más valiente. Hoy por hoy, Podemos es pura imaginación.
Imaginemos ahora también nosotros. Llegan las municipales y
autonómicas y Podemos se convierte, pongamos por caso aunque tal vez sea
mucho poner, en la segunda fuerza política en Madrid. El tren llamado
Realidad se detiene, digamos, en la estación electoral de Atocha; su
maquinista de toda la vida se baja de la locomotora, busca a su
sustituto que ya espera impaciente en el andén, le entrega la llave de
contacto y le desea buena suerte. El nuevo maquinista se sube al tren,
comprueba que todo está en orden y anuncia por los altavoces que el tren Realidad, señores viajeros, va a iniciar su salida con destino a Utopía.
¿Tiempo de viaje? Aún no se sabe. ¿Lo que nos espera en el lugar de
destino? Tampoco se sabe. Con los otros maquinistas se sabía todo, y ese
era precisamente el problema; con el nuevo maquinista no se sabe nada, y
ese es también precisamente el problema.
A TOMAR LA CALLE
La capacidad efectiva de Podemos de cambiar las cosas residirá en la fuerza que logre reunir en la calle. El problema es que la calle está vacía.
Izquierda Unida lo sabe bien, como lo sabe bien el Sindicato Andaluz de
Trabajadores de Diego Cañamero y Juan Manuel Sánchez Gordillo.
Precisamente el Gobierno catalán tiene opciones de torcerle el brazo al
Estado porque, al menos hasta ahora, la calle está con él. Y la suya sí
es una calle a rebosar. Con una calle así de llena, Podemos podría hacer
algo. Si logra reunir un nosotros medianamente intimidador, como lo es el nosotros del soberanismo catalán, tendrá opciones de que la respuesta a la pregunta ¿nosotros podemos? sea en efecto, nosotros podemos.
Esa posibilidad de poder es hoy, sin embargo, bastante remota. Las
propuestas de Podemos –en realidad, como las propuestas de IU- son en
muchos casos tan rupturistas y, como en el caso catalán, desbordan tan claramente el marco jurídico e institucional que sin la fuerza de la calle están derrotadas de antemano.
La derecha nunca ha necesitado la calle para gobernar porque la
calle, como diría Fraga, casi siempre ha sido suya. Mientras que la
izquierda, sobre todo cuando se enfrenta a tiempos tan endiabladamente
difíciles como estos, sin la calle no es nada; los sindicatos de clase
eran la bobina que encendía los motores de la movilización popular, pero
hoy esa bobina sindical no acumula energía suficiente para encender el corazón de las masas.
La calle, ay, está vacía. Y, por si acaso tuviera la ocurrencia de
llenarse, ya el Gobierno del Partido Popular está tomando las debidas
precauciones administrativas, policiales y penales para disuadirla de
ello.
Yo no puedo, tú no puedes, el no puede. ¿Nosotros podemos? Es la gran
pregunta. En realidad, la única y verdadera pregunta. Una pregunta cuya
respuesta, cómo no, está en el viento. La respuesta está en las calles, en las plazas, en las alamedas, pero las calles, las plazas y las alamedas están vacías.
Si no logra llenarlas, Podemos nunca podrá mucho, y la estación término
de Utopía irá convirtiéndose poco a poco en humo, en niebla, en polvo,
en nada.
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