Dicen que la propuesta de Pedro Sánchez de someter un eventual pacto de investidura al refrendo de la militancia socialista ha descolocado a los barones del partido, que se las prometían muy felices tras culminar un artístico entramado de líneas rojas con las que Sánchez podría optar al accésit de un concurso de dibujo infantil a rotulador pero que difícilmente le permitirían formar gobierno, paso previo a su ansiada defenestración.
La traducción al cristiano de este bosquejo carmesí, según el cual la gran coalición con el PP se rechaza, el pacto con Podemos se desaconseja y hasta la abstención de partidos independentistas se estigmatiza, sólo habilita al candidato a tomarse unos cafés con Albert Rivera y preguntarle por la familia si no es indiscreción. De hecho, para cumplir a rajatabla las recomendaciones del Comité Federal y hacer feliz a la dirigencia territorial, Sánchez tendría que conseguir varios imposibles metafísicos, desde que Podemos se abstuviera y permitiera una coalición PSOE-C’s, que lo hiciera el PP o que, directamente, los de Rajoy decidieran expiar sus pecados de corrupción disolviendo la organización y retirando a sus diputados a un convento, ahora que las vocaciones de monjas procedentes de la India están de capa caída.
Puede que lo de Sánchez sea una maniobra para sobrevivir pero es que a la fuerza ahorcan y existen en el PSOE auténticos especialistas del nudo corredizo. De momento, al menos públicamente, ninguno de los virreyes socialistas ha podido argumentar en contra de la consulta a los afiliados porque a todos y cada uno de ellos se les ha llenado la boca en algún momento con las bondades de la democracia interna, y hablar con la boca llena es de muy mala educación.
Por otra parte, el voto de los militantes tampoco asegura nada, por mucho que la opinión extendida sea que las bases del PSOE son muy rojas y sus dirigentes bastante fucsias. De hecho, si algo demostraron las últimas primarias a la secretaría general en las que el propio Sánchez arrolló a Eduardo Madina es que no hay que menospreciar el poder de los aparatos a la hora de imponer su criterio.
Sea por esta influencia o por el arrobamiento que Sánchez causó entre los afiliados, lo cierto es que su elección por voto directo de quienes hasta ese momento sólo contaban para pagar la cuota y pegar carteles le confiere un plus de legitimidad del que no gozaron sus antecesores. Aunque no sea del todo cierto, el líder del PSOE se ha convencido de que no debe su cargo a barones ni a sultanas, y de ahí que esté decidido a morir políticamente con las botas puestas para desesperación de quienes se atribuyen su encumbramiento y creyeron que, llegado el caso, se desembarazarían de ese guapísimo kleenex tras darle el uso adecuado.
Si, como parece, Rajoy persiste en su estrategia de rehusar someterse a la investidura y el encargo regio termina recayendo en Sánchez, el dilema que se presentará a los jefecillos socialistas será de cuidado. Podría fracasar en el intento, obviamente, y en ese caso hay consenso en que los leones no pasarán hambre. Pero existe también la posibilidad de que alcance un pacto que horrorice a las estructuras del partido pero sea bendecido por los militantes. Con independencia de que dicho pronunciamiento no sea vinculante, ¿quién de ese Comité Federal osará contradecir al pueblo soberano?
La hemeroteca es muy puñetera y recuerda cómo Susana Díaz elogiaba a esa familia socialista que, con su voto, había puesto en manos de Sánchez “el timón de la nave socialista para reencontrarse con la amplia mayoría social de izquierdas que nos tiene que volver a permitir gobernar en España”. ¿Renegaría de la democracia interna si esa misma familia concluyera que la mayoría social de izquierdas que ha de gobernar España ha de ser la resultante de la suma de PSOE y Podemos?
Atados de pies y manos para oponerse a la consulta, los caudillos regionales han dejado que algunos medios les hagan el trabajo con argumentos variopintos. Así, se ha explicado que sólo los políticos mediocres trasladan a la plebe sus problemas personales con el peligro de crear una fractura en la organización, y que, en todo caso y en la medida en que el PSOE no es patrimonio exclusivo de sus afiliados sino de sus votantes, tendrían que ser éstos los interrogados.
Al parecer, la receta para no ser un político mediocre es someterse al dictado de algunos editoriales, que siempre resultarán más sabios que la opinión de varias decenas de miles de cantamañanas con el carnet del partido. Siempre ha habido clases. El PSOE, en efecto, no es patrimonio exclusivo de sus militantes pero tendría que dejar de ser el báculo de cierta izquierda de salón que confunde el interés general con su cuenta corriente y el salario mínimo con los bonus de empresa, que esos nunca han faltado a la cita lloviera, tronara o amenazara quiebra el imperio.
Tal es la demonización a la que Sánchez está siendo sometido que, envarado y todo, su personaje empieza a despertar simpatías entre ese populacho que no está capacitado para discernir lo que realmente interesa al país y que haría bien en dejar esa cuestiones a mentes más preclaras. Hay quien olvida que al despotismo ilustrado también le llegó la Revolución francesa.
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