Aumenta la crisis del régimen, crece el poder popular
Los estertores de la crisis que invade todo el cuerpo corrupto del sistema político-económico y social mexicano, nos han demostrado que el sistema tiene límites, pero sobre todo carece de alternativas para resolver los principales problemas del país, que tienen que ver con el atraso, la marginación y la pobreza en que estamos sumidos más de 50 millones de mexicanos. La inviabilidad del sistema se demuestra en cada paso, balbuceante y sin sentido que da Peña Nieto, ante la verdad de los hechos de Tlataya y Ayotzinapa, ante la carencia de justicia y respeto a los derechos de los trabajadores mexicanos, ante la corrupción desbordante de la llamada “clase política” mexicana.
Por su parte, ante la crisis del sistema
institucional y de gobierno, la burguesía monopólica ha instrumentado
una serie de estrategias para apuntalarse en la cima de la dominación y
del poder, por encima de la clase trabajadora, buscando a su vez tanto
sostener, en la medida de lo posible, a Peña Nieto, como también
debilitar al máximo el sistema institucional vigente y colocarlo, sin
cortapisa y sin obstáculos, a su servicio. Asimismo, y esto es lo más
importante y central de su estrategia, desprestigiar y golpear al
movimiento popular y sus diversas y válidas formas de lucha, porque su
ascenso y fortaleza es un peligro para ella.
Así, a través de sus
medios de comunicación, a la vez que descalifican y atacan las
movilizaciones de maestros, estudiantes, normalistas, obreros,
campesinos, colonos que se manifiestan día con día, también permiten que
articulistas e “informadores” a su servicio, filtren y “pongan en duda”
a las instituciones como el ejército, la PGR, etc. en un doble juego
perverso, mientras ellos mantienen la tasa de ganancia, incrementan su
poder y preparan, provocando a las fuerzas armadas, la “solución
definitiva”.
Las investigaciones que la Comisión Nacional de
Derechos Humanos ha difundido acerca de los hechos de Tlataya, en la que
murieron 22 personas, supuestamente miembros de una banda criminal,
demuestran que, como los hechos de Ayotzinapa, se trata de crímenes de
Estado. La participación del ejército en el primero, documentada y
actuada, hay militares y oficiales presos, y la omisión, cuando menos,
en el segundo, evidencian que la crisis abarca todo el cuerpo estatal.
Los
asesinatos, la desaparición, la tortura y las amenazas contra el pueblo
y los trabajadores que levantan las banderas de la insumisión, toman el
papel principal en este período sangriento de nuestra historia. En el
nivel de la regiones de México, los caciques, aliados y socios de los
monopolios, imponen su dominio con la violencia, tanto institucional, a
través de las policías municipales y estatales, como con el uso de la
delincuencia organizada o bien de la creación de las llamadas “guardias
rurales”, auténticas guardias blancas que asesinan y desaparecen a los
luchadores sociales con el pretexto de combatir al narcotráfico.
La
errática gestión económica del gobierno, junto con las señales de que
la crisis global del sistema se mantiene, obliga a los monopolios a
ajustar sus líneas de producción, a reorganizar sus sistemas y métodos
administrativos, financieros y laborales, buscando mantener la ganancia.
La precariedad salarial es un hecho documentado por las propias
organizaciones e instituciones del Estado creadas para medir y evaluar
el desempeño de las políticas y programas públicos, como el CONEVAL,
encargado de evaluar la política social. Crece la pobreza, sectores cada
vez más importantes de la clase media tienden a la proletarización, la
marginación en un número creciente de comunidades arroja a la
desesperación a miles de mexicanos.
En medio del luto, del dolor,
de la pobreza y la marginación la clase política se pelea por mantener
sus prebendas y privilegios. Preparan sin pudor, un proceso electoral
que costará miles de millones de pesos y que sólo servirá para que los
políticos se mantengan en el poder. Vemos con rabia como renuncian a sus
puestos actuales, porque se termina el período para agarrarse con todo a
otro puesto, sin vergüenza, sin importar la muerte, la desaparición de
miles de mexicanos. En México, las elecciones se han convertido en una
farsa dantesca.
Por eso, crece el descontento popular. Pero este
descontento se traduce no sólo en rabia, enojo y frustración, que son
sinónimos de la sumisión. Ahora, el descontento se refleja en protestas,
en movilizaciones, en organización popular. Se refleja en la toma de
conciencia de cientos, de miles de mujeres y hombres que adquieren
certeza de que con organización se pueden conseguir concesiones, con
organización popular se le puede arrancar a la burguesía monopólica
reivindicaciones y condiciones de vida más dignas.
El estado de
Guerreo se ha convertido en el baluarte y ejemplo de la insumisión
nacional. Los cacicazgos aliados con sectores monopólicos y otros
poderes fácticos, incluso la delincuencia organizada, tratan de mantener
el control del estado a sangre y fuego. La debacle de la clase
política, puesta de manifiesto con la renuncia a la candidatura del PRD
por parte del Senador Armando Ríos Piter, por supuestas presiones para
no tocar al exgobernador Ángel Aguirre, coloca a las dos fuerzas en
pugna cara a cara. Los exgobernadores Aguirre y Figueroa constituyen la
cabeza de estos poderes fácticos y atizan las provocaciones tratando de
que el gobierno federal se meta al estado con la única manera posible,
la represión.
Por su parte, las formas que
ha adoptado el movimiento popular encabezado por los maestros, los
normalistas de Ayotzinapa y los familiares de los compañeros
desaparecidos, están escalando de marchas, tomas de casetas y oficinas,
como muestras sólo de rabia y de reclamo de justicia, hacia formas
embrionarias de poder popular, que sin embargo adquieren elementos
sólidos, ya que son emblemáticos de que con la organización y la
coordinación de las luchas aisladas, el movimiento popular puede atraer a
sectores cada vez más amplios de la población, así como generar
escenarios de gobierno del pueblo y para el pueblo al margen de los
partidos políticos del sistema.
Realizar elecciones en ese estado
de la república además de que será una falta de respeto, no sólo al
luto de los familiares de los desaparecidos y asesinados por las fuerzas
del estado, es decir, además de los compañeros de la normar rural,
decenas de dirigentes campesinos, líderes agrarios, maestros,
estudiantes, etc., sino también una exhibición de lapidación de recursos
económicos y financieros en una entidad en la que se registran los más
altos índices de pobreza y marginación.
Sin embargo, es una
oportunidad también para que el movimiento popular exprese,
organizadamente su rechazo a los políticos y sus partidos, para
incrementar la organización popular, para una mayor coordinación incluso
nacional. La voz de los trabajadores debe escucharse, los reclamos de
justicia deben llegar a todos los rincones del país, incluso al mundo
entero. Que se sepa que en Guerrero se levanta el clamor popular, que en
Guerrero se organiza el poder popular.
La lucha que se abre en
México teniendo como foco central los acontecimientos de Guerrero, marca
el inicio de un nuevo periodo de lucha proletaria. El poder popular se
debe expresar ya no sólo en protestas callejeras, en tomas de caseta de
peaje, en el asalto a las oficinas, sino ahora, el movimiento tiene que
madurar hacia propuestas de autogobierno, mediante asambleas en donde el
pueblo organizado decida hacia a dónde y porqué se va el presupuesto,
que programas y hacia quienes se dirigen, quién y porqué gobierna,
cuándo y cómo se legisla.
Existen las condiciones para avanzar en
una propuesta madura de poder popular en Guerrero. La inexistencia de
un gobierno institucional reconocido por todos, abre la puerta a esta
posibilidad. Es momento de convertir el próximo proceso electoral en una
tribuna pública para exponer las lacras de este sistema de explotación,
corrupto y sanguinario. Es oportunidad para levantar las consignas
proletarias de la insumisión y construir las bases de un nuevo poder, el
poder del pueblo. Para los comunistas se abre la exigencia de avanzar a
paso del movimiento en la construcción del partido proletario, de
aportar nuestras experiencias, nuestras propuestas para construir al
lado del pueblo, el nuevo poder popular.
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