martes, 30 de septiembre de 2014

EUROPA: UN GIGANTESCO PARAÍSO FISCAL La evasión fiscal permite ocultar cada año del orden de 60.000 millones de euros.

La evasión fiscal permite ocultar cada año del orden de 60.000 millones de euros

EUROPA: UN GIGANTESCO PARAÍSO FISCAL

        “La evasión fiscal permite ocultar cada año del orden de 60.000 a 80.000 millones de euros solo en Francia; una cifra que representa aproximadamente un 20% de los impuestos franceses”, estima Eva Joly, del partido ecologista francés EELV.  Se calcula que en todo el mundo, los paraísos fiscales gestionan alrededor de 26 billones de dólares, es decir, más de un tercio del PIB mundial.
  A pesar de que estos datos empiezan a ser cada vez más conocidos, ¿quién es realmente consciente de que a la hora de cometer fraude, el papel de las fortunas personales es relativamente insignificante si lo comparamos con el de las empresas?
  Los gigantes de la Red no son los únicos que hacen ingeniería fiscal para eludir el pago de impuestos.  Basta con echar un vistazo a la clasificación de las sociedades norteamericanas que cuentan con más dinero en el extranjero, para evitar pagar el 40% del impuesto de sociedades de EEUU. General Electric cuenta con 110.000 millones de euros en centros financieros offshore; Microsoft tiene aproximadamente unos 80.000 millones y le siguen los laboratorios farmacéuticos Pfizer y Merck.  Casi nunca se dice pero, la mayor parte de las ocasiones estos profesionales de la optimización de beneficios empresariales deben darle las gracias a... la Unión Europea. Porque para una multinacional que cuente con buenos asesores fiscales, ya sea de origen norteamericano, francés o alemán, Europa es un gran paraíso fiscal.
 Y esto es así porque Irlanda y Holanda permiten a las empresas curiosas maniobras fiscales, conocidas como “doble irlandés” y “sándwich holandés”, que lleva a las multinacionales americanas a repartir beneficios en cómodos centros offshore sin tener que desembolsar ni un solo céntimo o casi.
 Y esto es así porque estos países, pero también Luxemburgo, Bélgica o Gran Bretaña, son muy receptivos con los lobbies del sector y permiten medidas de desfiscalización muy bien definidas, que se traducen en impuestos de sociedades que están muy lejos de porcentajes que pueden rondar el 25% y el 34%, según los países.
 Y esto es así porque ningún Estado miembro de peso se atreve o desea acabar con el status quo de “carrera hacia el fondo” –    por utilizar la misma expresión que emplea el think thank británico Institute for Fiscal Studies – que se persigue en Europa.
 La oficina europea de estadísticas dice que “se ha bajado notablemente el impuesto de sociedades desde mediados de los 90” en los países miembros de la UE; ha pasado del 35,3% al 23,5%, de media en 2013. Eurostat constata que esta tendencia se ralentizó para después detenerse y mantenerse estable en el periodo 2012-2013, “con un ligero aumento en la zona euro”.
 En 2011, las empresas norteamericanas establecidas en Europa pagaron, en concepto de impuestos sobre los beneficios obtenidos, ¡un 2,2% en Irlanda, un 2,4% en Luxemburgo y un 3,4% en los Países Bajos! Se trata de gravámenes que no están muy lejos del 0,4% que se aplica en las Bermudas... Por su parte, Alemania aplica gravámenes sobre los beneficios del 20% y Francia, del 35,9%.  El impuesto de sociedades de esos países es del 29% y del 33,3%, respectivamente.
 Gran Bretaña, paraíso fiscal en evolución
 A la cabeza de los Estados especialmente acogedores con las multinacionales se encuentra Irlanda, donde el impuesto de sociedades es del 12,5%. “Irlanda no es un paraíso fiscal para los particulares”, precisa Jim Stewart, en otro de sus informes demoledores.  Sin embargo, sí presenta todas las características de un paraíso fiscal para las empresas.  "Aplica una tasa mínima baja, tiene una regulación laxa y el Estado es muy sensible a las leyes sobre la fiscalidad internacional”.  Nada que no se sepa desde hace años.  Lo que no se tiene tan asumido es que la Gran Bretaña del conservador David Cameron sigue los pasos de su vecino.  El objetivo del primer ministro es bien sencillo: “Tener el sistema fiscal más competitivo del G20”.
 Se trata de una paradoja.  Cameron ha declarado en varias ocasiones públicamente la guerra a la optimización fiscal abusiva y situó su país en el pelotón de cabeza de los Estados miembros preocupados por esta cuestión, en el seno de la OCDE.  Sin embargo, al mismo tiempo, Gran Bretaña ha hecho todo lo posible por atraer a las principales empresas del planeta, en detrimento de los intereses de sus vecinos.  George Orborne, ministro británico de Hacienda, se vanagloriaba en diciembre de 2012 de haber hecho descender en dos años el impuesto de sociedades del 24 al 21%.  Y el año próximo se situará en el 20%.  Servirá según él de “reclamo” que se traduzca en: “Vengan aquí, inviertan aquí, creen empleos aquí”.
 A imagen y semejanza de sus competidores europeos más feroces –  Irlanda, Luxemburgo, Bélgica, Países Bajos  –, Gran Bretaña ha confeccionado un régimen fiscal hecho a medida para atraer a las sociedades basándose en la propiedad intelectual, la “patent box”.  El incentivo consiste en gravar en un 10% todos los ingresos relacionados con la propiedad intelectual.  Y atraer con ello a las grandes empresas que utilizan muchas patentes o que, como la mayor parte de las multinacionales actuales, facturan a filiales en todas partes del mundo el derecho de utilizar su marca o sus servicios de marketing.
 Las dos últimas megafusiones anunciadas en el mundo, ambas por razones fiscales y ambas frustradas en el último momento, contaban con Gran Bretaña. Así, el responsable del laboratorio norteamericano Pfizer, erigido a partir de centros financieros offshore, nunca ha ocultado que quería evitar tener que pagar los impuestos “no competititvos” en Norteamérica, y que era una de las principales razones para lanzar la oferta de compra a AstraZenaca por 119.000 millones de dólares (87.000 millones de euros).  Antes de que se frustrase el acuerdo de compra-venta, Pfizer informó de que si esta llegaba a buen término, se instalaría en Reino Unido, lo que permitiría ahorrar 1.000 millones en impuestos al año.
 Cuando las empresas norteamericanas se hacen irlandesas
 Las artimañas empresariales comienzan a hacerse visibles.  Varias empresas de tamaño respetable han anunciado recientemente su intención de cambiar la residencia fiscal a Gran Bretaña o a Irlanda, países cada día más solicitados.  A veces, aprovechan incluso para modificar la nacionalidad oficial de la compañía.  La maniobra también tiene nombre, se llama “inversión fiscal”.  Según Bloomberg,14 empresas norteamericanas recurrieron a ella en 2011.  Y el Financial Times cuenta que Endo, empresa del sector sanitario, tiene previsto ahorrar 75 millones de dólares (55 millones de euros) al año por pasar a ser irlandesa.
     Además del hecho de beneficiarse de gravámenes impositivos muy bajos y de todas las tretas imaginables –el libro de Éric Walravens detalla cómo Irlanda es muy receptivo a las peticiones del sector financiero–, la inversión fiscal permite a una empresa norteamericana transformar su sede social de Estados Unidos en una simple filial.  
 Hasta ahora a una empresa norteamericana le basta con adquirir el 20% de las participaciones de una empresa extranjera para dar el gran salto.  Esta cuestión alarma a algunos políticos, como el senador demócrata Carl Levin y su hermano, el representante Sander Levin, que acaban de presentar una proposición de ley para que se eleve dicha participación de la empresa extranjera al 50%.  No obstante, parece que las posibilidades de que el texto se apruebe son mínimas, ya que los republicanos se oponen.
  ¿Qué sucede en otros países? Luxemburgo por ejemplo cuenta 100.000 empresas registradas en un territorio de 500.000 habitantes.  Según uno de los responsables de la Cámara de Comercio “solo 30.000 corresponden a empresas de economía real, como por ejemplo panaderos, hosteleros, empresas de la construcción”.  El resto son holdings u otras sociedades, que se han beneficiado de las bondades fiscales de Luxemburgo.
  En Bélgica también tienen sólidos argumentos que hacer valer en beneficio de las empresas.  Según el PTB, partido de  la izquierda, la industria cervecera AB Inbev, la joya de la corona nacional, dueña de las marcas Stella Artois, Corona o Leffe, pagó en el año 2013 un 0,002% impuestos (26.000 euros sobre un beneficio neto de ¡5.980 millones!).
  Y las sociedades que cotizan en la bolsa de París, entre ellas algunas de las que el Estado francés es accionistas, están entre las primeras.  “En un rascacielos de la avenida Louise de Bruselas hay dos holdings de Bernanrd Arnault [...] que disponen de 6.000 millones de fondos propios y que apenas suman 5 asalariados”, escribe un  periodista. 

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