Genocidio permanente
Punto Final
Hace 3.500 años el
pueblo judío descubrió en su exilio en Babilonia (el actual Iraq) la
“ley del Talión”, y la adoptó como propia. Este principio moral y
jurídico supuso un enorme avance civilizatorio ya que estableció una
proporcionalidad entre el daño recibido y el golpe que se podía aplicar
como castigo, siendo así el primer límite a la venganza. Por medio de la
Biblia, esta norma ha llegado hasta nosotros: “Ojo por ojo, diente por
diente”(1). 3.500 años después, el moderno Estado de Israel,
que se declara a sí mismo sucesor del pueblo bíblico, ha abrogado esta
ley y ha vuelto a los tiempos en los cuales no existía límite a la hora
de expresar los más crueles deseos revanchistas. En el momento en que se
escribe este editorial la cifra de muertos en Gaza supera los 600, de
ellos 121 son niños. Los heridos son más de seis mil, con hospitales que
carecen de medios para atenderlos.
¿Cómo se llegó a esta nueva escalada que reinició un ciclo de exterminio destinado a aplastar la resistencia en Gaza? A mediados de junio, dos palestinos de Gaza, pertenecientes a un clan familiar que actúa independientemente de Hamas, secuestraron a tres jóvenes colonos israelíes cerca de Hebrón. Al parecer, buscaban canjearlos por algunos familiares presos. Su plan fracasó porque uno de los israelíes llamó por su celular a la policía. Los secuestradores entraron en pánico y mataron a los rehenes. Dejaron los cuerpos y huyeron. Aunque en los hechos la policía de la Autoridad Palestina colaboró en todo momento en la identificación de los secuestradores, el acontecimiento desató en Israel una ola de violencia racista que se intensificó día a día.
Los discursos de los principales líderes políticos y de la mayoría de los medios de comunicación superaron lo imaginable. Ayala Shaked, diputada del partido “El Hogar Judío” partió diciendo: “Tienen que morir y sus casas deben ser demolidas. Ellos son nuestros enemigos y nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre. Esto también se aplica a las madres de los terroristas fallecidos. Detrás de cada terrorista hay decenas de hombres y mujeres sin los cuales no podría atentar. Ahora todos son combatientes enemigos, y su sangre caerá sobre sus cabezas. Incluso las madres de los mártires, que los envían al infierno con flores y besos. Nada sería más justo que siguieran sus pasos”.
Noam Perl, del movimiento de los colonos Bnei Akiva: “Una nación entera y miles de años de historia demandan: ¡Venganza!”. Uri Bank, ministro de Vivienda: “¡Este es el momento adecuado. Cuando lastiman a nuestros hijos, enfurezcámonos, sin límites, desmantelemos la Autoridad Palestina, anexemos Judea y Samaria (Cisjordania), ejecutemos a todos los presos que hayan sido condenados por asesinato, exiliemos a los familiares de los terroristas!”. Y el propio Netanyahu: “¡Ellos no son como nosotros. Nosotros santificamos la vida, ellos santifican la muerte!”.
Las masas israelíes, alentadas por este discurso, se lanzaron a la calle al grito de “¡Muerte a los árabes!”. Varios adolescentes palestinos acusaron intentos de secuestro durante varios días, hasta que Muhammad Abu-Khdeir, de 16 años, fue capturado por una muchedumbre enfurecida, le echaron gasolina por la boca y lo quemaron a plena luz del día. Al día siguiente, la población de Gaza estalló. Comenzaron los lanzamientos de cohetes, lo que dio a Israel la excusa para iniciar una nueva incursión de castigo contra esta franja, que desde 2008 vive en completo aislamiento, como un enorme campo de concentración destinado a la lenta y tortuosa muerte de sus habitantes.
Cuatro niños en la playa
Se llamaban Ahed Atef Bakr, de 10 años, Zakaria Ahed Bakr, de 10, Mohamed Ramez Bakr, de 11 e Ismael Mohamed Bakr, de 9. Hijos de pescadores. Jugaban al fútbol en la playa del puerto de Gaza, tres días despúes de la final del Mundial. Trataban de olvidar los bombardeos imitando a Messi, Neymar o a Mario Götze. De improviso, un barco de Israel lanzó un proyectil al muelle. Los niños, asustados, corrieron hacia el hotel situado frente a la playa pero no alcanzaron a llegar. Una segunda bomba cayó en medio del grupo. Reuters recogió el testimonio de Abú Hassera, un testigo directo, que con la camiseta manchada de sangre afirmó: “Parecía que los proyectiles les estaban persiguiendo”. Un corresponsal de The Guardian señaló: “Levantamos la camiseta del primer chico, que parecía tener ocho años. Encontramos un agujero por la metralla, pequeño y redondo como el extremo de un lapicero. Había sido herido en el pecho, sobre la segunda costilla. Otro chico, hermano o primo del primero, que estaba ileso, estaba apoyado en la pared de la terraza, llorando”.
Si la desproporción militar es enorme y brutal, más bestial parece la reacción de la prensa pro israelí. Al día siguiente del asesinato de estos niños, el diario español El País prefería ilustrar su información del conflicto con la imagen de un poderoso tanque disparando “contra objetivos de la franja”. Una semana antes, cuando la cifra de muertos palestinos ya era abultada, tituló en portada: “Israel y Hamas intercambian cohetes”, como si las dos partes contaran con el mismo armamento y tuvieran los mismos costes en vidas e infraestructuras. Washington Post titulaba el 20 de julio: “Dos soldados israelíes muertos en el enfrentamiento de Gaza”. Y luego, con letra pequeña, en subtítulo: “330 militantes de Hamas muertos en los ataques”. Suponemos que los niños de la playa también entran en esas cifras como presuntos militantes islámicos. Pero nada supera al noticiero de la cadena norteamericana ABC News, que el 9 de julio usó las imágenes de los bombardeos a Gaza para ilustrar los “sufrimientos” de los habitantes de Israel (2). Mientras tanto, el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, declaraba: “Israel está sitiado por una organización terrorista y tiene todo el derecho a defenderse”. Y ese mismo día la televisión de Israel ofrecía las imágenes de las playas de Tel Aviv abarrotadas, al inicio de la temporada de vacaciones. Como ha declarado el vocero del ejército de Israel, sus fuerzas son “las más humanitarias del mundo” porque avisan con cinco minutos de antelación a la gente a la que van a bombardear. La culpa de tanta muerte es de los civiles, que se obstinan en colocarse en el sitio equivocado.
Solidaridad internacional
El actual ataque no se explica sin atender al momento que vive la coalición de gobierno de Netanyahu. Tensionada por graves divergencias internas, esta nueva coyuntura de abierto conflicto le ofrece a los principales partidos en el poder la oportunidad de competir en el ámbito de la violencia simbólica, rivalizando en sus discursos de odio racista frente a un electorado totalmente brutalizado, que literalmente disfruta tomando cervezas heladas en las colinas de Sderot, cercanas a Gaza, mientras observa los bombardeos en “primera fila”. De allí la urgencia de apoyar todas las campañas internacionales que tiendan a su denuncia y aislamiento. Dos ejemplos para empezar:
1. Exigir un boicot de inversiones y comercio al Estado agresor, hasta que cese en sus violaciones de la ley internacional y deje de ocupar Cisjordania y Gaza.
2. Reclamar el fin de todas las leyes racistas presentes en la legislación israelí, que discriminan sistemáticamente a los ciudadanos israelíes, pero étnicamente árabes, que viven en su territorio.
Para los gazawis, los habitantes de la franja, no hay opciones. Su resistencia es ya una victoria, en un contexto sin alternativas. Su vida se ha convertido en una eterna Nakba, una catástrofe permanente, pensada y diseñada para hacerles desaparecer del mapa. Por eso, su mera existencia, su intento desesperado de sobrevivencia, al límite de la humanidad, es en sí mismo una prueba palpable de la inviabilidad del proyecto colonialista y racista de Israel y sus aliados.
Notas:
(1) Éxodo 21:24.
(2) https://www.youtube.com/ watch?v=k-m4PlW-KgI
¿Cómo se llegó a esta nueva escalada que reinició un ciclo de exterminio destinado a aplastar la resistencia en Gaza? A mediados de junio, dos palestinos de Gaza, pertenecientes a un clan familiar que actúa independientemente de Hamas, secuestraron a tres jóvenes colonos israelíes cerca de Hebrón. Al parecer, buscaban canjearlos por algunos familiares presos. Su plan fracasó porque uno de los israelíes llamó por su celular a la policía. Los secuestradores entraron en pánico y mataron a los rehenes. Dejaron los cuerpos y huyeron. Aunque en los hechos la policía de la Autoridad Palestina colaboró en todo momento en la identificación de los secuestradores, el acontecimiento desató en Israel una ola de violencia racista que se intensificó día a día.
Los discursos de los principales líderes políticos y de la mayoría de los medios de comunicación superaron lo imaginable. Ayala Shaked, diputada del partido “El Hogar Judío” partió diciendo: “Tienen que morir y sus casas deben ser demolidas. Ellos son nuestros enemigos y nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre. Esto también se aplica a las madres de los terroristas fallecidos. Detrás de cada terrorista hay decenas de hombres y mujeres sin los cuales no podría atentar. Ahora todos son combatientes enemigos, y su sangre caerá sobre sus cabezas. Incluso las madres de los mártires, que los envían al infierno con flores y besos. Nada sería más justo que siguieran sus pasos”.
Noam Perl, del movimiento de los colonos Bnei Akiva: “Una nación entera y miles de años de historia demandan: ¡Venganza!”. Uri Bank, ministro de Vivienda: “¡Este es el momento adecuado. Cuando lastiman a nuestros hijos, enfurezcámonos, sin límites, desmantelemos la Autoridad Palestina, anexemos Judea y Samaria (Cisjordania), ejecutemos a todos los presos que hayan sido condenados por asesinato, exiliemos a los familiares de los terroristas!”. Y el propio Netanyahu: “¡Ellos no son como nosotros. Nosotros santificamos la vida, ellos santifican la muerte!”.
Las masas israelíes, alentadas por este discurso, se lanzaron a la calle al grito de “¡Muerte a los árabes!”. Varios adolescentes palestinos acusaron intentos de secuestro durante varios días, hasta que Muhammad Abu-Khdeir, de 16 años, fue capturado por una muchedumbre enfurecida, le echaron gasolina por la boca y lo quemaron a plena luz del día. Al día siguiente, la población de Gaza estalló. Comenzaron los lanzamientos de cohetes, lo que dio a Israel la excusa para iniciar una nueva incursión de castigo contra esta franja, que desde 2008 vive en completo aislamiento, como un enorme campo de concentración destinado a la lenta y tortuosa muerte de sus habitantes.
Cuatro niños en la playa
Se llamaban Ahed Atef Bakr, de 10 años, Zakaria Ahed Bakr, de 10, Mohamed Ramez Bakr, de 11 e Ismael Mohamed Bakr, de 9. Hijos de pescadores. Jugaban al fútbol en la playa del puerto de Gaza, tres días despúes de la final del Mundial. Trataban de olvidar los bombardeos imitando a Messi, Neymar o a Mario Götze. De improviso, un barco de Israel lanzó un proyectil al muelle. Los niños, asustados, corrieron hacia el hotel situado frente a la playa pero no alcanzaron a llegar. Una segunda bomba cayó en medio del grupo. Reuters recogió el testimonio de Abú Hassera, un testigo directo, que con la camiseta manchada de sangre afirmó: “Parecía que los proyectiles les estaban persiguiendo”. Un corresponsal de The Guardian señaló: “Levantamos la camiseta del primer chico, que parecía tener ocho años. Encontramos un agujero por la metralla, pequeño y redondo como el extremo de un lapicero. Había sido herido en el pecho, sobre la segunda costilla. Otro chico, hermano o primo del primero, que estaba ileso, estaba apoyado en la pared de la terraza, llorando”.
Si la desproporción militar es enorme y brutal, más bestial parece la reacción de la prensa pro israelí. Al día siguiente del asesinato de estos niños, el diario español El País prefería ilustrar su información del conflicto con la imagen de un poderoso tanque disparando “contra objetivos de la franja”. Una semana antes, cuando la cifra de muertos palestinos ya era abultada, tituló en portada: “Israel y Hamas intercambian cohetes”, como si las dos partes contaran con el mismo armamento y tuvieran los mismos costes en vidas e infraestructuras. Washington Post titulaba el 20 de julio: “Dos soldados israelíes muertos en el enfrentamiento de Gaza”. Y luego, con letra pequeña, en subtítulo: “330 militantes de Hamas muertos en los ataques”. Suponemos que los niños de la playa también entran en esas cifras como presuntos militantes islámicos. Pero nada supera al noticiero de la cadena norteamericana ABC News, que el 9 de julio usó las imágenes de los bombardeos a Gaza para ilustrar los “sufrimientos” de los habitantes de Israel (2). Mientras tanto, el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, declaraba: “Israel está sitiado por una organización terrorista y tiene todo el derecho a defenderse”. Y ese mismo día la televisión de Israel ofrecía las imágenes de las playas de Tel Aviv abarrotadas, al inicio de la temporada de vacaciones. Como ha declarado el vocero del ejército de Israel, sus fuerzas son “las más humanitarias del mundo” porque avisan con cinco minutos de antelación a la gente a la que van a bombardear. La culpa de tanta muerte es de los civiles, que se obstinan en colocarse en el sitio equivocado.
Solidaridad internacional
El actual ataque no se explica sin atender al momento que vive la coalición de gobierno de Netanyahu. Tensionada por graves divergencias internas, esta nueva coyuntura de abierto conflicto le ofrece a los principales partidos en el poder la oportunidad de competir en el ámbito de la violencia simbólica, rivalizando en sus discursos de odio racista frente a un electorado totalmente brutalizado, que literalmente disfruta tomando cervezas heladas en las colinas de Sderot, cercanas a Gaza, mientras observa los bombardeos en “primera fila”. De allí la urgencia de apoyar todas las campañas internacionales que tiendan a su denuncia y aislamiento. Dos ejemplos para empezar:
1. Exigir un boicot de inversiones y comercio al Estado agresor, hasta que cese en sus violaciones de la ley internacional y deje de ocupar Cisjordania y Gaza.
2. Reclamar el fin de todas las leyes racistas presentes en la legislación israelí, que discriminan sistemáticamente a los ciudadanos israelíes, pero étnicamente árabes, que viven en su territorio.
Para los gazawis, los habitantes de la franja, no hay opciones. Su resistencia es ya una victoria, en un contexto sin alternativas. Su vida se ha convertido en una eterna Nakba, una catástrofe permanente, pensada y diseñada para hacerles desaparecer del mapa. Por eso, su mera existencia, su intento desesperado de sobrevivencia, al límite de la humanidad, es en sí mismo una prueba palpable de la inviabilidad del proyecto colonialista y racista de Israel y sus aliados.
Notas:
(1) Éxodo 21:24.
(2) https://www.youtube.com/
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