¿Por qué los gobiernos occidentales no se solidarizan con el pueblo palestino?
- Escrito por Redacción
Rafael Narbona
Mientras Israel extermina a hombres, mujeres y niños en la Franja de
Gaza, invocando su derecho a garantizar su seguridad, Estados Unidos y
la UE contemplan la matanza con indiferencia, limitándose –en el mejor
de los casos- a esbozar tímidas objeciones. Al margen de las cuestiones
energéticas y geoestratégicas, nadie quiere proporcionar argumentos que
permitan lanzar la temida acusación de antisemitismo. Los niños
palestinos mueren carbonizados, mutilados o agujereados porque Israel
quiere explotar los yacimientos de gas situados en las aguas
territoriales de Gaza y porque existe una inequívoca voluntad de forzar
una segunda Nakba o emigración forzosa, semejante a la de 1948,
que expulsó de sus hogares a casi un millón de palestinos. No es una
exageración hablar de genocidio o limpieza étnica. Israel sigue los
pasos de Estados Unidos, que aplicó el mismo procedimiento con los
pueblos nativos americanos. Los pueblos nativos americanos son en
realidad las primeras naciones de un continente diezmado por el
colonialismo europeo, pero en la actualidad sobreviven en reservas, sin
la posibilidad de constituir un gobierno que refleje su identidad
cultural. Sus derechos se extinguen en el humillante fidecomiso de sus
propias tierras en calidad de gestores y administradores. Israel ni
siquiera reconoce a los palestinos como pueblo, pues estima que solo son
árabes, población hostil e incompatible con el proyecto de recuperar
algún día las fronteras del Antiguo Testamento.
LA PASIVIDAD DE EUROPA Y ESTADOS UNIDOS ANTE LA SHOAH
La UE y Estados Unidos no quieren acusar a Israel de genocidio y crímenes de guerra, pues la Shoah se
ha convertido en una imbatible coartada, que se explota con vergonzoso
cinismo. Casi todos los pueblos ocupados por el Reich alemán durante la
Segunda Guerra Mundial colaboraron en la deportación de sus ciudadanos
de origen judío, sin ignorar su terrible destino. El infame gobierno de
Vichy se plegó a las exigencias de los nazis con auténtico fervor
antisemita, movilizando a miles de policías para deportar a 74.000
conciudadanos judíos. 42.000 acabaron en Auschwitz. Solo 811 regresaron a
Francia. En cambio, cuando el 1 de octubre de 1943 Adolf Hitler ordenó
la deportación de los judíos daneses, el movimiento de resistencia y un
gran número de ciudadanos anónimos se movilizaron para trasladar a la
neutral Suecia a 8.000 judíos. Gracias a esta audaz maniobra y a las
gestiones diplomáticas de las autoridades, solo perdieron la vida 102
judíos daneses, de acuerdo con los datos del Yad Vashem. El
antisemitismo es un viejo prejuicio cristiano que en los años 30 gozaba
de excelente salud en Europa y Estados Unidos. Joseph Kennedy, William
Randolph Hearst y Henry Ford -que sería condecorado por los nazis con la
Gran Cruz de la Orden Suprema del Águila Alemana, la distinción más
alta que podía recibir un extranjero- nunca ocultaron su odio hacia los
judíos y aprovecharon su poder para influir en la opinión pública
norteamericana, ensalzando las dictaduras de Hitler y Mussolini. Walt
Disney se movió en la misma línea y el gobierno de Franklin Delano
Roosevelt restó importancia a la Shoah, pese a conocer perfectamente lo
que sucedía. No quería perder el voto judío, pero tampoco el de los
evangélicos y los irlandeses católicos, notorios antisemitas.
Cuando en 1943, Jan Karski, representante del gobierno polaco en el
exilio y testigo presencial de la matanza de judíos en el gueto de
Varsovia y el campo de tránsito de Izbica, se entrevistó con Roosevelt
para informarle del genocidio, el presidente le contestó con evasivas y
desvió la conversación hacia la hípica, una de sus pasiones,
preguntándole por las características de los caballos europeos. Ni
siquiera se planteó bombardear las vías ferroviarias utilizadas por los
nazis para deportar a millones de judíos. En esas fechas, los judíos
norteamericanos sufrían discriminación laboral y se limitaba su acceso a
colegios y universidades. Después del bombardeo de Pearl Harbor el 7 de
diciembre de 1941, muchos jóvenes judíos se alistaron en las Fuerzas
Armadas de Estados Unidos. Algunos ya habían luchado contra el fascismo
en España como voluntarios de las Brigadas Internacionales. Los gentiles
con un título universitario se convertían automáticamente en oficiales,
pero ese criterio no se aplicaba con los judíos y, además, se les
prohibía incorporarse a los servicios de inteligencia o la Fuerza Aérea,
virulentamente antisemita. Si querían alistarse en los marines, les
exigían una explicación. Si manifestaban que deseaban frenar el avance
del fascismo, chocaban con un muro de incomprensión, pues los oficiales
esperaban escuchar a los reclutas que su intención era “matar japos”.
Aunque 550.000 judíos americanos lucharon en los campos de batalla
europeos, soportaron el mismo desprecio que los afroamericanos, lo cual
explica que años más tarde muchos judíos apoyaran la campaña por los
derechos civiles encabezada por Martin Luther King.
La prensa estadounidense no mostró mucha preocupación por la suerte de los judíos europeos. Incluso The New York Times,
cuyos dueños (Ochs y Sulzberger) eran de procedencia judía, relegó a la
página doce el informe de la historiadora Déborah Lipstadt sobre la
deportación de 400.000 judíos húngaros a Auschwitz II (Birkenau), donde
les esperaban las cámaras de gas y los crematorios. Cuando se produjo el
levantamiento del gueto de Varsovia, el diario habló de patriotas
polacos y no de Resistencia judía. El New York Herald Tribune, elWashington Post y Los Angeles Times obraron
del mismo modo. Solo en la primavera de 1944, la Fuerza Aérea accedió a
bombardear el complejo industrial de Auschwitz III (Monowitz), pero el
ataque no incluyó las cámaras de gas ni las vías de tren que
transportaban a los seleccionados para recibir “tratamiento especial”.
Esta vergonzosa maniobra insinúa que las vidas de los deportados se
consideraban menos importantes que la destrucción de las fábricas de
munición.
LA COMPLICIDAD DE EUROPA Y ESTADOS UNIDOS EN EL GENOCIDIO DE GAZA
La historia se repite con los palestinos, que en las últimas semanas
están soportando en la Franja de Gaza un violento ataque militar del
Tzahal. No se puede hablar de guerra, pues los palestinos carecen de un
ejército regular y las milicias de Hamás poseen un arsenal ridículo, con
escasa capacidad de infligir bajas. Sarah Woznick, enfermera
norteamericana de Médicos Sin Fronteras, ha trabajado seis
meses en la Franja de Gaza y acaba de abandonar el lugar, pues los
ataques israelíes por tierra, mar y aire no discriminan entre civiles,
personal sanitario y milicianos de Hamás. “No hemos podido desarrollar
parte de nuestras labores médicas por falta de seguridad. […] Los
palestinos sufren mucho, sobre todo los niños. Cada vez que había un
ataque los niños se agarraban a las piernas de los padres, intentando
protegerse. […] Aparte de los que mueren y los que resultan heridos, los
niños de Gaza están sufriendo mucho psicológicamente. […] Un niño llegó
con quemaduras en todo el cuerpo, con 100 pedazos de metralla
incrustados”. Cuando le preguntan si los milicianos de Hamás se
parapetan en los hospitales, según afirma el gobierno y la prensa
israelíes para justificar sus bombardeos sobre escuelas y centros
médicos, Woznick afirma que no conoce ningún caso ni ha escuchado ningún
testimonio en ese sentido. Es un acto de cinismo afirmar que el Tzahal
actúa con criterios selectivos, pues sus avisos para abandonar los
edificios convertidos en blancos militares solo proporcionan a la
población civil un ridículo margen de tiempo que no excede los cinco
minutos. La Franja de Gaza está compuesta por 385 kilómetros cuadrados
limitados al Mar Mediterráneo, Egipto –que ha recuperado su papel de
aliado de Israel y Estados Unidos- y las fronteras israelíes. Apenas hay
donde esconderse. “Te metas donde te metas te van a bombardear. Gaza es
una ratonera, pero ¿adónde podemos ir?”, exclaman los palestinos.
El Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha aprobado una resolución
que condena a Israel por su ofensiva militar y ha creado una comisión
para investigar los crímenes y las violaciones del derecho
internacional. Solo se ha opuesto Estados Unidos, que ha calificado la
resolución de “destructiva”, y 17 países –entre los que se encuentran
Alemania, Francia, Reino Unido y España- se han abstenido. Israel ha
ironizado sobre la resolución, afirmando que solo es “una farsa”. Navi
Pially, Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos,
ha afirmado que hay indicios de crímenes de guerra en la Operación Margen Protector,
que de momento le ha costado la vida a 735 palestinos y ha provocado
graves heridas en casi 5.000. El 85% son civiles. Al menos, 175 eran
niños y más de un centenar mujeres. Ya hay 110.000 desplazados que han
huido de sus hogares y, según Save the Children, cada hora
muere un niño palestino. Israel ha bombardeado once escuelas, un pozo de
agua que abastecía a 1.500 personas, un hospital, una escuela de
Naciones Unidas en Beit Janún y un almacén gestionado por la Agencia de
Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo
(UNRWA). Navi Pially ha recordado que desde el 12 de junio Israel ha
detenido a más de 1.200 palestinos en Cisjordania y Jerusalén Este, sin
presentar cargos. Simplemente, ha realizado una detención administrativa
que puede prolongarse indefinidamente, sin aportar pruebas
incriminatorias. Estos hechos solo pueden calificarse de secuestro.
Israel disfruta de una escandalosa impunidad. Solo eso explica que Tizpi
Livni, Ministra de Justicia, haya declarado al diario Yediot Aharonot:
“¡Venid a buscarme!”, burlándose de la orden –ya revocada- de un
tribunal británico, exigiendo su detención para interrogarla por
crímenes de guerra en la Franja de Gaza durante la Operación Plomo
Fundido (2008-2009). En esa época, Livni –antigua agente del Mossad-
ocupaba los cargos de primera viceministra y ministra de Asuntos
Exteriores. Hasta ahora el Tzahal ha sufrido 35 bajas. Es un número
insignificante que refleja la asimetría de los contendientes, pero que
triplica la cifra de 10 caídos durante la Operación Plomo Fundido,
cuando 1.400 palestinos perdieron la vida bajo el fuego israelí. El
Presidente Barack Obama ha lamentado la muerte de civiles, pero ha
defendido el derecho de Israel a protegerse. En un alarde de cinismo, ha
aprobado una ayuda de 47 millones de dólares para reconstruir Gaza,
mientras continúan fluyendo ingentes cantidades de dinero para mantener
en funcionamiento la maquinaría militar israelí.
ISLAMOFOBIA Y EL RESURGIR DEL IMPERIALISMO NORTEAMERICANO
Uno de los crímenes del Tzahal que debería perdurar en la memoria
colectiva es el asesinato de un joven palestino desarmado, que fue
abatido y rematado ante las cámaras por francotiradores israelíes,
mientras buscaba a sus familiares entre los escombros. ¿No es una triste
repetición de los disparos del Hauptsturmführer SS Amon Göth
desde el balcón de su residencia en el campo de concentración de Plaszow
en la Polonia ocupada por la Alemania nazi? ¿Cómo es posible que los
países occidentales toleren y no condenen esta masacre? Evidentemente no
es tan solo por su subordinación a Estados Unidos ni por el miedo a ser
acusados de antisemitas. No es solo por los yacimientos de gas en las
aguas territoriales de Gaza, sino también por la profunda islamofobia
que se ha propagado en el mundo desde el 11-S, un brutal atentado sin
esclarecer que proporcionó la excusa perfecta a Estados Unidos para
intervenir en Oriente Medio y proseguir sus planes para reordenar una
zona de vital importancia en el suministro de combustibles fósiles. La
islamofobia presupone que el Islam es una religión primitiva,
irracional, cruel, racista, violenta y sexista. Los deleznables
artículos de Michel Houellebecq, Oriana Fallaci y Antonio Elorza,
mandarín del diario El País, han contribuido a fomentar esa
visión, cuando lo cierto es que tanto en El Corán como en la Biblia hay
frases igualmente inaceptables para la sensibilidad contemporánea, así
como invitaciones a la compasión, el perdón y la tolerancia. Estados
Unidos combatió el panarabismo de inspiración socialista en los años de
la Guerra Fría y financió el fundamentalismo islámico, no menos dañino
que el fundamentalismo cristiano, aliándose con Arabia Saudí, donde
reina el wahabismo, una de las versiones más radicales del Islam. La
desintegración de la Unión Soviética le dejó durante un tiempo sin el
enemigo que justificaba sus desorbitados gastos militares, pero el 11-S
restableció el clima de confrontación que sirve de coartada a su
agresivo imperialismo. El Islam se ha convertido en el mejor comodín de
la diplomacia norteamericana. Por un lado, se fomenta en la opinión
pública el odio a los regímenes musulmanes, minimizando el impacto que
causa la muerte de civiles palestinos, afganos o iraquíes en operaciones
militares de la OTAN, Israel o Estados Unidos en solitario.
Por otro lado, se promueve la constitución de un califato islámico en
Siria e Irak que prepararía la batalla final contra Irán, la llave que
permitiría controlar las repúblicas caucásicas limítrofes con Rusia,
estrechando el cerco contra el oso ruso, su principal rival. La
prestigiosa politóloga iraní Nazanín Armanian no alberga dudas sobre las
intenciones de Estados Unidos. En mayo de 2014 Armanian publicaba en su
blog Punto y seguido el artículo “La ofensiva simultánea del
intrépido Obama contra Rusia y China”, donde afirma: “Ni en sus mejores
años de imperialista Washington se había atrevido a actuar como un
suicida: mientras planea un enfrentamiento directo con Rusia en Ucrania,
Barack Obama visita a sus aliados asiáticos ─Japón, Corea del Sur,
Malasia y Filipinas─, en el marco de su política del Regreso a Asia, para
contener el avance de China en el mundo. […] El Pentágono
planea aumentar las operaciones de vigilancia cerca de China,
desplegar cazabombarderos y usar misiles para destruir la
infraestructura militar del enemigo y enviar un portaaviones al Estrecho
de Taiwán. […] La línea roja autoimpuesta por Moscú de
que consideraría “el ataque a los ciudadanos rusos en Ucrania como un
ataque a la propia Rusia”, puede convertirse en una trampa mortal para
Putin.
Es justo lo que busca Washington: involucrarle en una larga guerra de
desgaste en Ucrania para así tumbar su economía, dañar su peso en las
relaciones internacionales (ahora que se había convertido en mediadora
de los conflictos como el de Irán y de Siria), parar el proceso de la
mejora de sus relaciones con los Estados exsoviéticos, privar a la
Vieja Europa de un sólido socio comercial (y venderle su excedente de
gas de esquisto), obligarla a participar en las sanciones económicas
contra Moscú e incluso entrar en guerra contra su proveedor de gas, y
¿cómo no? dar un nuevo protagonismo a la OTAN. El Pentágono va a
desplegar más paracaidistas en Polonia, Estonia, Letonia y
Lituania, enviará un buque de guerra al Mar Negro y en unos meses
realizará la maniobra Operación Trident con Ucrania”. Armanian señala
que Estados Unidos refuerza su estrategia política con atentados
terroristas para desestabilizar a sus adversarios y cita la masacre de
Odessa y el atentado en la estación de tren de Xinjiang, la región
musulmana de China fronteriza con Afganistán y Pakistán. En ambos casos,
los hechos coincidieron con la presencia en Ucrania de John Brennan, ex
director de la CIA, y Joe Biden, vicepresidente de los Estados Unidos.
No hay que estrujar mucho la imaginación para descubrir que Washington
intenta forzar una intervención militar de Rusia.
El atentado en Xinjiang se produjo poco después de la gira de Obama
por Asia. Esta vez se trataba de desestabilizar una región fronteriza
con países controlados por Estados Unidos. Armanian también ha señalado
que el secuestro y asesinato de tres jóvenes israelíes en la Cisjordania
ocupada solo favorecía a los intereses israelíes y ha cuestionado la
existencia de Al Qaeda y la misteriosa ejecución de Osama Bin Laden, al
que llama “el Fantasma”. Me he permitido citar a Armanian con tanta
extensión por su enorme calidad como analista y porque sus hipótesis
sobre operaciones de bandera falsa y terrorismo financiado por Estados
Unidos tal vez resultan más creíbles que mis especulaciones. Hace poco,
alguien me recriminó que atribuyera al Mossad el secuestro y presunto
asesinato de los tres jóvenes judíos en la Cisjordania ocupada,
asegurándome que un judío jamás atentaría contra la vida de otro,
olvidando que en el atentado contra el Hotel Rey David cometido por el
Irgún el 22 de julio de 1946 murieron 17 judíos. En esas fechas, dirigía
el Irgún Menájem Beguín, futuro Primer Ministro de Israel y Premio
Nobel de la Paz.
EL ANTISEMITISMO COMO CORTINA DE HUMO
Mientras escribo este artículo habrán muerto más palestinos y tal vez
algún soldado del Tzahal. Hace unos días, Marcos Ricardo Barnatán,
judío sefardita nacido en Buenos Aires, visitó mi página en Facebook y
calificó de repugnate mi artículo “¿Por qué el Estado de Israel asesina a
niños palestinos?”. Buscando algunas de sus declaraciones, descubrí la
siguiente perla: “¿España antisemita? Claro que sí: llevó aquí 45 años y
he oído todos los eructos antisemitas que se pueda imaginar”. No sé si
sufro alucinaciones visuales, pero en su foto de perfil posa con una
pulsera con los colores de la bandera española y el escudo
constitucional al fondo. Me cuesta trabajo entender esta paradoja, pero
le remito a las conocidas palabras de Norman Finkelstein, judío
norteamericano hijo de una superviviente de Auschwitz y Majdanek: “No
existe nada más despreciable que usar el sufrimiento y el martirio de
las víctimas del nazismo para intentar justificar la tortura, la
brutalidad, la demolición de hogares que Israel comete diariamente
contra los palestinos”. Dicho de otro modo: no hay excusas para
justificar el martirio del pueblo palestino, que se produce por una
mezcla de colonialismo, racismo e inconfesables intereses económicos y
geoestratégicos. Para finalizar añadiré que los países occidentales no
se solidarizan con el pueblo palestino porque los intelectuales, los
artistas y los escritores hace mucho que renunciaron a cualquier forma
de compromiso, más preocupados por los premios y homenajes que por el
sufrimiento de sus semejantes. Al igual que los argelinos que luchaban
contra Francia por su independencia, los palestinos solo disponen de su
coraje para evitar su desaparición como pueblo. Indudablemente, todos
somos culpables del genocidio que se está cometiendo ante nuestros ojos.
Escribir un artículo no nos descarga de esa responsabilidad.
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