PODEMOS: patria y transversalidad social, un artículo de Javier Mestre
Hay razones para pensar que Podemos se ha
convertido en un fenómeno social que va mucho más allá de lo mediático.
Hay una explosión de círculos por toda la geografía española y hasta
mundial. Y la afluencia de gente a lo que todavía apenas es un conato de
organización es enorme. En muchos lugares, los círculos son masivos, la
imagen opuesta al clásico conciliábulo militante. Lo mejor, sin
embargo, no es el número, sino la transversalidad social de la gente que
se ha acercado al “instrumento”. Podemos ha movilizado a personas de todas las edades y de casi todos los extractos sociales y profesionales.
Al decir “Podemos”, utilizamos la primera persona del plural.
Ya sólo el nombre genera un “nosotros” inclusivo. Si fuéramos más
latinoamericanos, y más grandilocuentes, diríamos sin dudar que Podemos
es patria. La iniciativa de un puñado de intelectuales y militantes
podría haberse quedado en nada con toda naturalidad, pero ha conseguido
un éxito completamente inesperado porque el pueblo español tenía la
necesidad de algo así, un nosotros popular y democrático para oponerse
al desastre.
Podemos ha sabido recoger ideas que forman parte de
los consensos sociales espontáneos que circulan por fuera de los medios
sociales de comunicación. Esto es un clásico en la cultura política
española. El movimiento contra la OTAN primero, el movimiento de
insumisión al servicio militar obligatorio después, y la gigantesca
movilización contra la invasión de Iraq en 2003, son ejemplos de ideas
que podrían perfectamente formar parte de la historia de un patriotismo
de sentido común en nuestro país que las elites políticas y económicas
siempre trataron de neutralizar con enorme esfuerzo. Ahora, la
explicación del éxito de Podemos hay que encontrarla,
probablemente, en el millón de personas que invadimos Madrid el pasado
22 de marzo. ¿De dónde salió toda esa gente? Los madrileños y madrileñas
aplaudían con entusiasmo desde las aceras el paso de las columnas de la
dignidad hacia el punto de encuentro en el Paseo del Prado. Era un
clamor tan masivo como subterráneo, uno de esos consensos irrefrenables
de las clases populares que vuelve a movilizar los esfuerzos de las
clases dirigentes para intentar una neutralización rápida y que no les
salga muy cara.
Las ideas fuerza de este nuevo consenso social surgen como
respuesta a lo que estamos todos de acuerdo en llamar “crisis”. Son los
pies programáticos de la respuesta que se le ocurre a casi todo el mundo
frente a los recortes en todos los aspectos de nuestras condiciones de
vida. Equivalen a algo así como el “que se vayan todos” que sacudió la
Argentina del corralito allá por 2001 y 2002. Ante el latrocinio
generalizado de las elites, porque sentimos que nos están robando a
mansalva, a nosotros y a nuestros hijos y nietos, el pueblo pide más
democracia, más participación popular; justicia eficaz e igual para
todos; representantes públicos modestos y honrados, unidos al pueblo,
verdaderos patriotas... y una verdadera defensa de los servicios
públicos, los derechos sociales y las condiciones para la prosperidad
del pueblo.
Desde hace mucho tiempo, el concepto de patria, en España, está
en manos de los herederos del franquismo. Los republicanos, que lo
dieron todo, y más que todo, por la defensa de la democracia y de lo que
entendieron por patria (la de los trabajadores y trabajadoras, la de
las mayorías y la democracia frente al poder de unos pocos), sufrieron
la muerte, la cárcel y el exilio. Esa España tricolor fue expulsada del
país, exiliada. Desde entonces, parece como que ser patriota es algo
próximo al fascismo, cosa de los "nacionales"... La izquierda se ha
quedado apátrida y, al parecer, contenta con ello y, al mismo tiempo,
lógicamente, desconectada de una parte muy importante del país. A esto
se le une la cuestión nacional de vascos, catalanes y hasta gallegos, de
modo que se entrecruzan en la palabrita cien conjuntos de vibraciones,
cuanto menos, difíciles. ¿Quién sale ganando? Los que hacen gala de un
"patriotismo" sin fisuras, firmemente abanderados por la rojigualda, la
selección de fútbol y la unidad nacional.
Pero ahora vivimos tiempos en los que todos los tejemanejes de
la transición, y su cultura política adjunta, se están tambaleando. El
consenso neoliberal que se asentó por encima del consenso posfranquista
ha traído una pobreza sin precedentes en los últimos cuarenta años, y la
expectativa siniestra de generaciones de hijos que se preparan para
vivir mucho peor que sus padres. Sin duda, la patria, aprovechando las
tensiones independentistas de catalanes y vascos, volverá a ser la
poderosa bandera mediante la cual intentarán movilizar a una parte
sustancial de los trabajadores y trabajadoras españoles contra las
expectativas de cambio que se abren en estos momentos de crisis. De modo
que es urgente hacernos con ella, porque es nuestra y nos hace falta.
El patriotismo es un arma de doble filo, y hay que dejar romo el que
sirve a los intereses de los de siempre y afilar el lado positivo, el de
la inmensa mayoría de ciudadanos y ciudadanas que necesitan sentirse
orgullosos de su país.
Podemos ha tenido la virtud de neutralizar, por el momento, con
eficacia las alternativas de carácter populista y protofascista que se
arman con toda naturalidad, en circunstancias como las actuales, a
partir del descontento social. El concepto de patria responde a la
intersección entre humanidad y ciudadanía, en un territorio tan lleno de
ambigüedades como de posibilidades. Es, en realidad, un campo de juego
al que no podemos renunciar si queremos construir una alternativa de
gobierno. Podemos está asumiendo la responsabilidad de disputar la
patria a los vendepatrias, que hasta ahora han estado muy cómodos en
este terreno porque la izquierda política se instaló fuera, despreciando
el concepto desde un internacionalismo absurdo, porque no se puede ser
internacionalista desde la nada. José Martí señaló el camino cuando
pronunció un lema elemental: “Patria es Humanidad”. Se trata de
construir un patriotismo centrado en la inclusividad, la participación
popular, la soberanía democrática, la defensa del territorio y el medio
ambiente, la solidaridad social, la paz activa y los derechos humanos.
Un patriotismo de la decencia y la dignidad que es el anverso del
patriotismo racista y musculoso, asentado sobre un cuerpo político
infantil de individuos profundamente atemorizados y acomplejados, que
las elites promocionan en el seno de las clases populares.
En España, hacer patria implica necesariamente hacer frente a
la cuestión nacional de los diferentes pueblos que habitan su
territorio. Hasta el momento, Podemos ha mostrado un camino a seguir
coherente con la pedagogía del patriotismo en que se ha embarcado. Las
cuestiones vasca y catalana, y cuantas deban surgir por causas evidentes
de carácter histórico y cultural, se resuelven democráticamente. Un
patriotismo inclusivo y hospitalario, solidario, es incompatible con la
unidad a la fuerza. Hay que asumir los riesgos de la separación
territorial mostrando en todo momento los brazos abiertos y la
disposición a seguir juntos en un marco territorial basado pricipalmente
en el respeto, que nos pueda servir para unir fuerzas y convivir
provechosamente. Pero si los catalanes, por ejemplo, deciden la
independencia habrá que respetarlo porque en eso precisamente consiste
la democracia. Será una lástima en muchos sentidos, y probablemente sea
una factor de división y debilitamiento de la clase obrera española; no
debemos olvidar, por ejemplo, el enorme peso cultural y demográfico de
la inmigración del sur de España en Cataluña. Pero por encima de todo ha
de estar el derecho a decidir.
De cualquier manera, de todo lo que está en juego,
probablemente lo que más nos preocupa es el futuro de nuestros hijos y
nietos. Tenemos una tarea muy grande si queremos dejarles un país digno y
habitable. Para ello va a ser imprescindible cultivar todos los
instrumentos que nos ayuden a estar juntos y afrontar codo con codo
nuestra recuperación, como pueblo, del pulso con la Historia.
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