Gaza: Ahora es cuando hay que hablar de terrorismo.
Carlos Delgado | Iniciativa Debate | 11/7/2014
Cada vez que un periodista deja de
informar sobre ello, en la franja de Gaza muere no ya un gatito, sino un
niño. Cada vez que un político deja de condenar la barbarie genocida
que está perpetrando el Estado terrorista de Israel, una familia
palestina se queda sin hijos, sin padres, sin casa o sin todo lo
anterior. Cada vez que asistimos en silencio a las atrocidades que el
Ejército israelí está cometiendo contra un pueblo que no tiene ni
Estado, ni Ejército, ni lugar donde esconderse, nos convertimos en
cómplices de la masacre.
Van cuatro días de ataques, y el saldo
es desgarrador. Un centenar de muertos por ahora; casi todos, civiles
desarmados –hay que insistir: Palestina no tiene Ejército–. De ellos,
dos docenas son niños. Al menos otra docena, ancianos. Más de medio
millar de heridos. Hospitales colapsados. Médicos desesperados. Puestos
de la Media Luna Roja que no son refugio, sino objetivo militar.
Hospitales como el de El-Wafa sobre los que se disparan misiles “de
aviso” para obligar a evacuarlos. Vehículos identificados como prensa
atacados por el fósforo. Periodistas como Hamdy Shebab asesinados en su
coche, a pesar de lucir el distintivo de corresponsal. Bombardeos
constantes. Humo y cascotes. Carreras, gritos y llantos. Sangre y olor a
carne quemada. Cuerpos abrasados y miembros amputados. Dolor y rabia. Y
terror; mucho terror. «Operación Margen Protector» es el obsceno nombre
con que Israel ha bautizado esta locura criminal. En su bando también
hay heridos: víctimas de ataques de ansiedad.
Y por encima de todo esto, unos medios
de desinformación que ocultan, trivializan o ignoran la barbarie. Los
telediarios abren con el último encierro de San Fermín, y los diarios
más próximos al régimen ilustran en primera plana sobre el miedo de la población israelí. «Pánico en Israel por los diez mil cohetes de Hamas», titula La Razón en su portada de ayer. «Israel y Hamás intercambian cohetes», según la de El País.
«Un 80% de la población de Israel, bajo el alcance de los cohetes»,
cuenta un artículo en el interior. Los terroristas de Hamás «atacan»;
Israel «responde» a los ataques. Unos «aterrorizan» con cohetes que
provocan estrés; los otros «se defienden» con misiles que siegan vidas.
Eso era ayer. Hoy, Gaza ha desaparecido de las portadas. Para nuestra
prensa escrita, un centenar de muertos y más de medio millar de heridos
no pueden competir con la agenda real ni con el culebrón del
independentismo catalán. En los informativos audiovisuales, más de lo
mismo. El fútbol y los toros no son menos importantes que el genocidio;
son más importantes. A menos, claro está, que el agresor se llame Corea
del Norte, Cuba, Irán o Venezuela.
No es un «conflicto», por mucho que se
empeñen los medios oficiales. Tampoco es una guerra. Son asesinatos.
Crímenes contra la Humanidad que en algún momento y lugar alguien deberá
juzgar y condenar. Son actos terroristas en el más estricto sentido de
la palabra, pues lo que buscan es sembrar el terror y perpetuar el odio
que alimentará futuras atrocidades. Es el choque desigual entre una
población desarmada sin vías de escape y uno de los ejércitos más
poderosos y mejor entrenados del mundo. Y cuando el infanticidio se
vuelve demasiado evidente, el Estado israelí habla de «error».
Según los militares israelíes, la familia Kaware (que perdió hace poco a
ocho de sus miembros; todos ellos, no combatientes), fue advertida del
ataque aéreo para que abandonaran su casa, pero «regresaron demasiado
pronto».
Ninguno de estos detalles aparece en los divertimedia.
No hay fotos de bebés asesinados ni de niños abrasados con sus miembros
amputados. No hay madres con el alma destrozada abrazando el cadáver de
su hijo, ni padres tratando de ahogar su rabia y sus lágrimas durante
el entierro. No hay más que silencio y mentira. No hay nada, salvo los
«ataques de los extremistas palestinos» y la «legítima defensa» de un
«Estado soberano». Los medios, al menos los oficiales, callan, esconden o
tergiversan. Y cada vez que lo hacen, pierden otro poco de la escasa
humanidad que les queda. Y cada vez, aumentan mi asco y mi desprecio
hacia ellos. Hacia ellos y hacia quienes rehúsan hacer una condena
oficial y pública que obligue a Israel a detener la matanza. Esta misma
semana, los grupos popular y socialdemócrata del Parlamento Europeo
impusieron su veto mayoritario para bloquear una declaración de condena.
Y con ese veto crecen mi rabia y mi bochorno. Los silencios de Monago,
Rajoy y Barroso hacen que me avergüence de ser extremeño, español y
europeo. Viendo lo que se ve en las fotos que llegan a mi Twitter y que acompañan este texto, me avergüenzo hasta de pertenecer a la especie humana.
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