Me cago en Pérez-Reverte: ¡Vivan las Brigadas Internacionales!
Escrito por
RedacciónSábado, 28 Junio 2014 13:25
Rafael Narbona
Siempre he considerado a Arturo Pérez-Reverte un macarra
envalentonado por el éxito de su mediocre literatura. En una época que
impide permanecer al margen de la historia, sin convertirse en cómplice
de la ofensiva neoliberal contra los derechos y libertades de los
ciudadanos, no está de más recordar su deleznable artículo “La guerra
que todos perdimos” (19-04-11), donde mete en el mismo saco al “mono
azul de miliciano, la boina de
requeté o la camisa azul de Falange”. Pérez-Reverte tampoco establece
distinciones entre los voluntarios de las Brigadas Internacionales y los
voluntarios de la Italia fascista o la Alemania nazi. Todos eran “hijos
de puta que ni siquiera sabían hablar en castellano y vinieron aquí a
mojar en la sangre y en la muerte que solo era de nuestra incumbencia,
sin que a ellos les hubiera dado nadie maldita vela en nuestro
entierro”. Al releer esta miserable frase, he recordado el homenaje de
Luis Cernuda a los brigadistas en su hermoso poema “1936”: “Gracias,
compañero, gracias / por el ejemplo. Gracias por que me dices / que el
hombre es noble. / Nada importa que tan pocos lo sean: / uno, uno tan
solo basta / como testigo irrefutable / de toda la nobleza humana”
59.380 brigadistas de 54 países diferentes lucharon en la guerra
civil española (sería más correcto decir “guerra de clases”). No eran
soldados profesionales, sino trabajadores, intelectuales o ex
combatientes de la Gran Guerra reclutados por la Internacional
Comunista. 15.000 perdieron la vida en el campo de batalla, muchas veces
con edades que apenas rozaban los veinte años. Los primeros brigadistas
llegaron a Albacete el 14 de octubre de 1936. Entre ellos había
escritores de notable talento como Ralph Winston Fox y John Conrford. De
nacionalidad británica, ambos murieron en la batalla de Lopera, una
estrepitosa derrota que no obstante frenó el avance franquista hacia Andújar
y Jaén. En la batalla del Jarama, cayó el poeta irlandés Charles
Donnelly, que se refugió en unas olivas, huyendo del fuego de las
ametralladoras franquistas instaladas en el cerro Pingarrón. Poco antes
de morir, susurró: “Incluso las olivas sangran”. El poeta inglés
Christopher Caudwell también falleció en el frente del Jarama. La
presencia de numerosos escritores, poetas, médicos, artistas y
científicos en las Brigadas Internacionales explica que algunos
historiadores hayan descrito a los voluntarios como “la unidad militar
más intelectual de la historia”.
Las Brigadas Internacionales desempeñaron un papel esencial en la
Batalla de Madrid. 1.550 hombres y 78 mujeres establecieron su cuartel
general en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Complutense. Gracias a su enorme despliegue y a sus abundantes bajas,
pudieron frenar a los golpistas en la Casa de Campo, la carretera de
Valencia y la sierra de Guadarrama. Las Brigadas Internacionales no
resultaron menos cruciales en la Batalla del Jarama y en la Batalla de
Guadalajara. No tuvieron tanto éxito en la Batalla de Belchite y en la
Batalla de Teruel sufrieron muchas bajas, intentando evitar que las
tropas franquistas reconquistaran la plaza. Su sacrificio no fue menor
en la Batalla de Caspe y en la Batalla del Ebro, donde intervinieron
como tropas de choque. Su actividad como guerrilla fue particularmente
meritoria, pues se infiltraron en pequeños grupos en las líneas enemigas
para sabotear su red de comunicaciones. En 1938, el número de
voluntarios se había reducido a un tercio. El 21 de septiembre, Juan
Negrín, Presidente del Gobierno, anunció la retirada inmediata e
incondicional de los combatientes extranjeros del bando republicano, con
la ingenua esperanza de que el bando sublevado respondiera con un gesto
semejante. El 28 de octubre de 1938 se organizó un homenaje de
despedida en Barcelona. Las Brigadas Internacionales desfilaron por
última vez. Manuel Azaña, Negrín, Companys y Vicente Rojo encabezaron un
acto que reunió a 250.000 personas bajo el lema: “Caballeros de la
libertad del mundo: ¡buen camino!”. Dolores Ibarruri, Pasionaria,
pronunció un discurso emotivo y vibrante: “¡Podéis marcharos orgullosos!
Sois la historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la
solidaridad y de la universalidad de la democracia!”. No suele
mencionarse que el 15% de los voluntarios eran de origen judío. La
mayoría eran comunistas o anarquistas sin convicciones religiosas.
Muchos de los brigadistas no pudieron volver a sus países de origen,
pues les esperaban dictaduras fascistas (Alemania, Austria, Italia,
Bulgaria). Otros, se enfrentaron a gobiernos que perseguían al comunismo
o les exigían cuentas por haber combatido en las filas de un ejército
extranjero (Canadá, Suiza). Algunos acabaron en campos de concentración
franceses. Otros se incorporaron a la resistencia. Cuatro brigadistas
yugoslavos organizaron el Ejército Partisano de Liberación: Peko
Dapcevic, Koca Popovic, Kosta Nad y Petar Drapsin. Todos son
considerados grandes héroes nacionales. Entre los brigadistas ilustres,
puede mencionarse a Willy Brandt, el pintor mexicano David Alfaro
Siqueiros o el mariscal Tito. Los voluntarios de la Brigada Abraham
Lincoln regresaron a Estados Unidos sin problemas, pero durante los años
del macartismo sufrieron el hostigamiento del gobierno, que les
consideraba simpatizantes de la Unión Soviética. El 26 de enero de 1996
el Congreso de los Diputados les concedió la nacionalidad española, a
cambio de renunciar a su propia nacionalidad. La Ley de Memoria
Histórica eliminó este ofensivo requisito en 2006 y en junio de 2009 la
embajada española en Londres entregó
varios pasaportes. La derecha española nunca ha ocultado su odio hacia
las Brigadas Internacionales y ha boicoteado sistemáticamente cualquier
clase de homenaje o reconocimiento.
José Eduardo Almudéver nació en Marsella durante una gira del circo
donde trabajaba su madre, natural de Valencia. Falsificó su edad para alistarse
en las Brigadas Internacionales y no obedeció la orden de retirarse al
extranjero, lo cual le costó ser capturado y recluido en los durísimos
campos de concentración de Los Almendros y Albatera. Al ser liberado, se
enroló en el maquis hasta 1947. Hace poco, con 94 años, evocó su
primera experiencia en el frente: “Íbamos doscientos con fusiles, pero
sin balas. Había que tener corazón para ir a la primera línea a luchar
sin una bala”. No puedo evitar pensar en mi madre, que solo era una niña
de doce años cuando le cayó una bomba de la aviación nazi en la calle
de la Palma en el Madrid de 1937. Milagrosamente, el artefacto no
explotó, pero una lluvia de cristales cayó sobre su cuerpo desnutrido.
Mi abuelo era contable del Ministerio de Hacienda y ese mismo año fue
trasladado a Barcelona, gracias a lo cual mi madre pudo contemplar la
despedida de las Brigadas Internacionales y escuchar a la Pasionaria. No
ha olvidado que los voluntarios se marcharon entre abrazos y flores
arrojadas por una multitud conmovida por su valor y altruismo. Tampoco
ha olvidado el miedo que estremeció a Barcelona cuando la Legión y los
Tabores de Regulares pisaron la Avenida del Catorce de Abril, más tarde
Avenida del Generalísimo y, en la actualidad, Avinguda Diagonal.
Con su estilo de rufián familiarizado con las reyertas y las
puñaladas traperas, Pérez-Reverte finaliza su detestable artículo con un
exabrupto: “No es cierto que nos ayudaran; déjenme de milongas
pamperas, de camelos retóricos, de demagogia. El arriba firmante se
cisca en la solidaridad internacional de las derechas y las izquierdas,
en los discursos y en la mandanga”. No establecer diferencias entre un
nazi de la Legión Cóndor y un brigadista como José Eduardo Almudéver
constituye una infamia. Sin embargo, Pérez-Reverte considera que no es
suficiente y cita su experiencia como corresponsal para vomitar
más insidias: “Yo he pasado veintiún años yendo a guerras que no eran
mías, y sé de qué iba Hemingway. Por eso me cago en Hemingway y en la
madre que lo parió”. No esperaba menos de un meapilas que ha adquirido
una fama abocada a disiparse tan deprisa como la de José María
Gironella, autor del lamentable best-seller Los cipreses creen en Dios
(1953), uno de los grandes éxitos de la literatura franquista. Hemingway
nunca me ha inspirado demasiada simpatía. De hecho, creo que se parece
bastante a Pérez-Reverte: fanfarrón, pendenciero, bocazas. Pienso en la
infancia de mi madre, rota por la sublevación de Franco, y reparo en que
Almudéver y otros jóvenes como él combatieron a los fascistas con mucho
corazón y pocas balas. Arrojar porquería sobre su memoria me parece una
inexcusable indignidad. Por eso, me cago en Pérez-Reverte y en los
gilipollas que le han encumbrado. ¡Vivan las Brigadas Internacionales!
Rafael Narbona
Fuente: www.rafaelnarbona.es
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